Crecí en Cuba en un
“momento difícil”, sin embargo mi familia siempre tuvo una buena
posición económica dentro de la economía que existía. Al tener
salarios de profesionales, la vida no resultaba tan complicada. El rey
de los salarios era mi abuelo Rafael, pues mantuvo un salario que
llamaban histórico, que según contaban fue a lo único que no
renunció con el triunfo de la Revolución. Devengaba 3 o 4 veces lo
que ganaba un obrero común.
Sin embargo ese mismo
abuelo, fue posiblemente una de las personas más sencillas y
coherentes que he conocido. Lo importante era lo importante. Amante
del trabajo con las manos, recuerdo haberlo visto muchas veces
recoger del suelo una tuerca, un tornillo, un pedazo de hierro, bajo
el criterio de que luego podría servirle para arreglar algo.
Esa condición la
heredé y logré que Martica la aprendiera. Muchas veces resuelvo
algún trabajo con algo que me encontré o ella se encontró en la
calle tirado. Recuerdo que mi prima Gisselle, que nació en un
momento mas difícil que el mío, usó un coche que mi abuelo
encontró tirado en un basurero y mi abuela le hizo el forro, o sea,
el gran profesor universitario se bajó de su LADA y recogió, en esa
ocasión, el esqueleto de un coche de niño que alguien había
tirado. Lo pintaron, no se me olvida de gris metálico, mi abuela
le puso la parte de tela y mi prima y creo que su hermano lo
utilizaron felizmente. No murieron, no se traumatizaron.
Recuerdo que cuando
nací tuve un corral de lujo, lo que era de suponer, pues fui el
primer hijo y primer nieto de esa familia que ya conté no tenia
grandes problemas económicos. Dicho corral era de madera buena
torneada, plegable y sobre todo inmenso, producto heredado de la
época de gloria cubana que comenzó a dejar de existir precisamente
a partir de enero de 1959. Ese corral, como todos los corrales fue
cagado y meado hasta el infinito y lo que se hacia era lavarlo con
agua y detergente, cambiarle algunas maderas del fondo y barnizarlo
durante el paso de los años. Por allí pasamos, yo, que ya conté que
fui el primer hijo y nieto nacido en 1963, mi hermano Iván y luego
mi hermano Igor, después mis primos Giselle y Carlitos. El corral
fue prestado a Maria, abuela materna de mis primos que por aquellos
años se dedicaba a cuidar niños y luego no recuerdo si mi primo
Fabian lo usó, creo que no, pero si estoy seguro de que mi sobrino
Ian fue el último ocupante de dicho corral hace hoy más de 18 años.
El corral inevitablemente era bueno, pero más que eso, había la
intensión de usar, cuidar, volver a usar y cuidar. Pocas cosas se
echaban al basurero si todavía podían ser utilizadas por otras
personas. Se prefería regalar antes de botar.
Todos los días entro a
apartamentos donde me asombra por ejemplo que una persona que tiene
dos pies o a lo mejor uno solo, tenga 50 pares de zapatos y un
closet, estantes y mesetas, repletos de cosméticos y cuantos
aparatos se han inventado para arreglarse el cuerpo y la cara. A
veces tengo que mover los cosméticos y me consume más tiempo que el
trabajo que voy a realizar. A estas personas les sobra el dinero?
Puede ser. Les falta cabeza? A lo mejor.
Muchas personas compran
y compran, a tal punto que esto de comprar se ha convertido en una
enfermedad de la vida moderna, o sea, hay personas que a falta de un
cáncer, un problema renal serio, un padecimiento del corazón u otra
enfermedad humana real, se deleitan con la posibilidad de poseer una
enfermedad que es comprar y comprar y comprar, para lo cual muchas
veces gastan el dinero que tienen y el que no tienen y muchas de
ellas, como están enfermas, nunca utilizan lo que compraron y
terminan por echarlo a la basura, para luego volver a comprar más
cosas nuevas.
Frente a esta opción y
estilo de vida, una de las cosas que me maravilla de esta ciudad, o
de este país, es la existencia de las tiendas GOODWILL. Ellas son
establecimientos, a veces, grandes establecimientos, donde se venden
una enorme variedad de productos, a precios no competitivos, sino muy
bajos, para permitir que aquellas personas de bajos ingresos o el que
le de la gana tenga un espacio para resolver lo que necesita.
Los Goodwill, en
español sería Buena Voluntad, venden ropa, zapatos, muebles, libros
y revistas, herramientas, artículos para la casa, incluyendo la
cocina, adornos, efectos deportivos, etc, etc, etc, a un precio
inimaginable. La mayor parte de las cosas son usadas, aunque están
en buen estado porque antes de sacarlas a la venta son sometidas a
una inspección, pero muchas cosas son nuevas de paquete, con
etiquetas incluida. Lo más asombroso es que no son tiendas creadas
para inmigrantes ni mucho menos, el mayor público que a ellas asiste
es norteamericano.
Para que tengan una
idea, una raqueta profesional de racquetball puede costar aquí en
Lincoln de 150.00 dólares en adelante. Una versión más comercial
de ellas las vende Wartmar en 15.00 dolares. En Goodwill con un
poquito de uso, pero en perfectas condiciones Jonathan y yo la hemos
comprado por 3.99 dólares, o sea, podríamos darnos el lujo de
comprar una raqueta para cada día de juego. El sofá que tenemos que
podría costar, según mi hijo, 200.00 dólares, pues lo compramos en
Goodwill, para ser sincero en contra de mi voluntad, por el valor de
30.00 dólares. Martica lavó los forros y no sólo parece nuevo,
sino que puede durar muchos años más. Puede uno encontrar un short
o pantalón, una blusa o un par de zapatos, de esos llamados de
marca, que aún teniendo la etiqueta de que es nuevo sin estrenar, el
precio puede ser de 4.00 o 5.00 dólares, ropa que podría costar
decenas e incluso centenas de dólares en una tienda parecida a
Goodwill, pero con otro nombre y algún que otro maniquí de color
negro o morado.
La idea de Goodwill me
parece fantástica y sobre todo el respaldo de algunas personas e
instituciones que con sus donaciones, no sé si ventas a muy bajo
precio, hacen posible que el que no tenga otra opción o el que
sencillamente no se sienta presionado por el tema de las marcas y las
tiendas con maniquíes morados y negros, puedan vestir, calzar, e
incluso acomodar su casa a un precio increíblemente bajo, lo que
facilita que el mismo salario rinda más y la gente sea más feliz.
Para nosotros no es
gran problema, somos cubanos y la idea de entrar a Goodwill no nos
causa ningún daño cerebral. Imagino, como todo, que habrá muchas
personas que por allí no se porten porque su condición económica
le permite mirar las telas sobre otros maniquíes y peor, otras
personas que no se animen porque sus amigos no se animan y tengan
miedo de que los vean salir de un lugar con una bolsa plástica con
un nombre diferente a la que llevan las bolsas de las grandes marcas
de productos, aunque todos sean hoy manufacturados en China
A pesar de que Estados
Unidos es uno de los países más ricos del mundo que conocemos,
tiene y mantiene una parte de su población pobre. Entiendan que la
pobreza aquí no tiene nada que ver con la pobreza, por ejemplo de
África o América Latina. Es es una pobreza menos pobreza.
USA tiene miles, a lo
mejor millones de personas, que viven por debajo de los estándares
económicos que se inventan los especialistas y los gobiernos. A
pesar de ser éste también el país que más planes, fundaciones,
programas, etc., tiene para ayudar a inmigrantes, desempleados,
subempleados, madres solteras, religiosos, grupos étnicos o
minorías, enfermos, veteranos de las tantas guerras en que se han
metido, niños y animales desamparados, por sólo citar algunas,
existen personas que por no encontrar el trabajo ideal deseado, no
tener preparación para acceder a la oferta del mercado laboral, ser
drogadictos y/o alcohólicos, ser mujeres que paren como conejas,
etc., viven de la ayuda del gobierno, de la limosna, de algún que
otro trabajo casual o sacan el dinero de algún negocios ilícito.
Para esas personas y
para nosotros, por suerte existen los Goodwill. A donde es agradable
entrar porque, a los que como a mí le gustan las cosas viejas, con
historia, con el valor agregado de la mano del hombre, uno se
encuentra con adornos, muebles, artesanías, cuadros, etc. que ya no
se producen y que siguen siendo lindas y muchas veces de mejor
calidad que algunas de las cosas que hoy se venden como modernas.
Además de que, como ya conté, existe ropa por ejemplo, nueva sin
estrenar, lo que te permite, si tienes suerte, empatarte con una
prenda a un precio menor que el de una caja de cigarro o una
hamburguesa.
Y entonces pienso en
Cuba y su sistema para beneficiar al hombre nuevo. Lo de beneficiar y
el hombre nuevo es pura ironía obviamente.
Pienso en lo que
resolvería algo así para ese país que tantas personas tiene con
necesidades. Recuerdo un intento de vender ropa usada y otro de las
llamadas Casas Comisionistas, que más allá de la aparente buena
voluntad del que lo inventó o puso en marcha, se convirtieron en un
infierno.
Las tiendas de ropa
usada, pararon en fuentes de negocios casi privados para los que allí
trabajaban. La mejor ropa nunca salía al piso, sino que era vendida
por la izquierda a los amigos de los tenderos, que luego las
revendían por la izquierda en ese más que eficiente mercado negro
que hemos tenido por más de 50 años. Las tiendas comisionistas eran
una locura, donde, por ejemplo, una llave o pila para un lavamanos,
se vendía al módico precio de 200 pesos cubanos, en un país donde
los obreros y los jubilados ganaban mensualmente menos de esa
cantidad. En esas dichosas Casas Comisionistas, nunca se podía
comprar nada, porque yo creo que los precios eran puestos tomando
como referencia el mercado europeo o japonés, en un país donde los
profesionales ganaban oficialmente 12, quizás 15 dólares al mes. No
habría problemas si existiera otras ofertas, pero todos sabemos lo
que pasó con eso de otras ofertas.
Aquí, a diferencia,
existen muchas ofertas. Los que ya comenté que viven por debajo del
limite económico, no están desnudos, ni descalzos. Existen los
Goodwill, pero además las casas de segunda mano que son otra cosa,
las tiendas de todo por un dólar con sus diversas variantes, las
iglesias, los Wartmar donde el precio es bien asequible, las tiendas
por departamentos, las pequeñitas tiendas locales, los mall, las
grandes superficies, las súper grandes superficies, las tiendas
exclusivas, las más exclusivas y las más exclusivas aún. Todo el
mundo tiene un espacio y un lugar donde poder “escapar”.
En los Goodwill por
ejemplo, lamentablemente lo que no venden es cerebros y es ahí donde
se complica la cosa para muchas personas. Me gustan los Goodwill, no
se mañana cuando finalmente me haga millonario, cosa en la que estoy
trabajando, si seguiré entrando por simple curiosidad, para
encontrar algún adorno antiguo, alguna mesita tallada a mano, no sé
si también me entrará el miedo a que me vean con una bolsa plástica
“que no sea de marca”, pero si estoy seguro de que le seguiré
teniendo cariño.