domingo, 17 de agosto de 2014

GOODWILL.

El concepto de comprar y luego botar, incluso sin haber usado lo que se compró, es una idea que pusieron de moda algunos ricos locos y algunos pobres más locos aún. A veces me llama la atención tanto despilfarro.

Crecí en Cuba en un “momento difícil”, sin embargo mi familia siempre tuvo una buena posición económica dentro de la economía que existía. Al tener salarios de profesionales, la vida no resultaba tan complicada. El rey de los salarios era mi abuelo Rafael, pues mantuvo un salario que llamaban histórico, que según contaban fue a lo único que no renunció con el triunfo de la Revolución. Devengaba 3 o 4 veces lo que ganaba un obrero común.

Sin embargo ese mismo abuelo, fue posiblemente una de las personas más sencillas y coherentes que he conocido. Lo importante era lo importante. Amante del trabajo con las manos, recuerdo haberlo visto muchas veces recoger del suelo una tuerca, un tornillo, un pedazo de hierro, bajo el criterio de que luego podría servirle para arreglar algo.

Esa condición la heredé y logré que Martica la aprendiera. Muchas veces resuelvo algún trabajo con algo que me encontré o ella se encontró en la calle tirado. Recuerdo que mi prima Gisselle, que nació en un momento mas difícil que el mío, usó un coche que mi abuelo encontró tirado en un basurero y mi abuela le hizo el forro, o sea, el gran profesor universitario se bajó de su LADA y recogió, en esa ocasión, el esqueleto de un coche de niño que alguien había tirado. Lo pintaron, no se me olvida de gris metálico, mi abuela le puso la parte de tela y mi prima y creo que su hermano lo utilizaron felizmente. No murieron, no se traumatizaron.

Recuerdo que cuando nací tuve un corral de lujo, lo que era de suponer, pues fui el primer hijo y primer nieto de esa familia que ya conté no tenia grandes problemas económicos. Dicho corral era de madera buena torneada, plegable y sobre todo inmenso, producto heredado de la época de gloria cubana que comenzó a dejar de existir precisamente a partir de enero de 1959. Ese corral, como todos los corrales fue cagado y meado hasta el infinito y lo que se hacia era lavarlo con agua y detergente, cambiarle algunas maderas del fondo y barnizarlo durante el paso de los años. Por allí pasamos, yo, que ya conté que fui el primer hijo y nieto nacido en 1963, mi hermano Iván y luego mi hermano Igor, después mis primos Giselle y Carlitos. El corral fue prestado a Maria, abuela materna de mis primos que por aquellos años se dedicaba a cuidar niños y luego no recuerdo si mi primo Fabian lo usó, creo que no, pero si estoy seguro de que mi sobrino Ian fue el último ocupante de dicho corral hace hoy más de 18 años. El corral inevitablemente era bueno, pero más que eso, había la intensión de usar, cuidar, volver a usar y cuidar. Pocas cosas se echaban al basurero si todavía podían ser utilizadas por otras personas. Se prefería regalar antes de botar.

Todos los días entro a apartamentos donde me asombra por ejemplo que una persona que tiene dos pies o a lo mejor uno solo, tenga 50 pares de zapatos y un closet, estantes y mesetas, repletos de cosméticos y cuantos aparatos se han inventado para arreglarse el cuerpo y la cara. A veces tengo que mover los cosméticos y me consume más tiempo que el trabajo que voy a realizar. A estas personas les sobra el dinero? Puede ser. Les falta cabeza? A lo mejor.

Muchas personas compran y compran, a tal punto que esto de comprar se ha convertido en una enfermedad de la vida moderna, o sea, hay personas que a falta de un cáncer, un problema renal serio, un padecimiento del corazón u otra enfermedad humana real, se deleitan con la posibilidad de poseer una enfermedad que es comprar y comprar y comprar, para lo cual muchas veces gastan el dinero que tienen y el que no tienen y muchas de ellas, como están enfermas, nunca utilizan lo que compraron y terminan por echarlo a la basura, para luego volver a comprar más cosas nuevas.

Frente a esta opción y estilo de vida, una de las cosas que me maravilla de esta ciudad, o de este país, es la existencia de las tiendas GOODWILL. Ellas son establecimientos, a veces, grandes establecimientos, donde se venden una enorme variedad de productos, a precios no competitivos, sino muy bajos, para permitir que aquellas personas de bajos ingresos o el que le de la gana tenga un espacio para resolver lo que necesita.

Los Goodwill, en español sería Buena Voluntad, venden ropa, zapatos, muebles, libros y revistas, herramientas, artículos para la casa, incluyendo la cocina, adornos, efectos deportivos, etc, etc, etc, a un precio inimaginable. La mayor parte de las cosas son usadas, aunque están en buen estado porque antes de sacarlas a la venta son sometidas a una inspección, pero muchas cosas son nuevas de paquete, con etiquetas incluida. Lo más asombroso es que no son tiendas creadas para inmigrantes ni mucho menos, el mayor público que a ellas asiste es norteamericano.

Para que tengan una idea, una raqueta profesional de racquetball puede costar aquí en Lincoln de 150.00 dólares en adelante. Una versión más comercial de ellas las vende Wartmar en 15.00 dolares. En Goodwill con un poquito de uso, pero en perfectas condiciones Jonathan y yo la hemos comprado por 3.99 dólares, o sea, podríamos darnos el lujo de comprar una raqueta para cada día de juego. El sofá que tenemos que podría costar, según mi hijo, 200.00 dólares, pues lo compramos en Goodwill, para ser sincero en contra de mi voluntad, por el valor de 30.00 dólares. Martica lavó los forros y no sólo parece nuevo, sino que puede durar muchos años más. Puede uno encontrar un short o pantalón, una blusa o un par de zapatos, de esos llamados de marca, que aún teniendo la etiqueta de que es nuevo sin estrenar, el precio puede ser de 4.00 o 5.00 dólares, ropa que podría costar decenas e incluso centenas de dólares en una tienda parecida a Goodwill, pero con otro nombre y algún que otro maniquí de color negro o morado.

La idea de Goodwill me parece fantástica y sobre todo el respaldo de algunas personas e instituciones que con sus donaciones, no sé si ventas a muy bajo precio, hacen posible que el que no tenga otra opción o el que sencillamente no se sienta presionado por el tema de las marcas y las tiendas con maniquíes morados y negros, puedan vestir, calzar, e incluso acomodar su casa a un precio increíblemente bajo, lo que facilita que el mismo salario rinda más y la gente sea más feliz.

Para nosotros no es gran problema, somos cubanos y la idea de entrar a Goodwill no nos causa ningún daño cerebral. Imagino, como todo, que habrá muchas personas que por allí no se porten porque su condición económica le permite mirar las telas sobre otros maniquíes y peor, otras personas que no se animen porque sus amigos no se animan y tengan miedo de que los vean salir de un lugar con una bolsa plástica con un nombre diferente a la que llevan las bolsas de las grandes marcas de productos, aunque todos sean hoy manufacturados en China

A pesar de que Estados Unidos es uno de los países más ricos del mundo que conocemos, tiene y mantiene una parte de su población pobre. Entiendan que la pobreza aquí no tiene nada que ver con la pobreza, por ejemplo de África o América Latina. Es es una pobreza menos pobreza.

USA tiene miles, a lo mejor millones de personas, que viven por debajo de los estándares económicos que se inventan los especialistas y los gobiernos. A pesar de ser éste también el país que más planes, fundaciones, programas, etc., tiene para ayudar a inmigrantes, desempleados, subempleados, madres solteras, religiosos, grupos étnicos o minorías, enfermos, veteranos de las tantas guerras en que se han metido, niños y animales desamparados, por sólo citar algunas, existen personas que por no encontrar el trabajo ideal deseado, no tener preparación para acceder a la oferta del mercado laboral, ser drogadictos y/o alcohólicos, ser mujeres que paren como conejas, etc., viven de la ayuda del gobierno, de la limosna, de algún que otro trabajo casual o sacan el dinero de algún negocios ilícito.

Para esas personas y para nosotros, por suerte existen los Goodwill. A donde es agradable entrar porque, a los que como a mí le gustan las cosas viejas, con historia, con el valor agregado de la mano del hombre, uno se encuentra con adornos, muebles, artesanías, cuadros, etc. que ya no se producen y que siguen siendo lindas y muchas veces de mejor calidad que algunas de las cosas que hoy se venden como modernas. Además de que, como ya conté, existe ropa por ejemplo, nueva sin estrenar, lo que te permite, si tienes suerte, empatarte con una prenda a un precio menor que el de una caja de cigarro o una hamburguesa.

Y entonces pienso en Cuba y su sistema para beneficiar al hombre nuevo. Lo de beneficiar y el hombre nuevo es pura ironía obviamente.

Pienso en lo que resolvería algo así para ese país que tantas personas tiene con necesidades. Recuerdo un intento de vender ropa usada y otro de las llamadas Casas Comisionistas, que más allá de la aparente buena voluntad del que lo inventó o puso en marcha, se convirtieron en un infierno.

Las tiendas de ropa usada, pararon en fuentes de negocios casi privados para los que allí trabajaban. La mejor ropa nunca salía al piso, sino que era vendida por la izquierda a los amigos de los tenderos, que luego las revendían por la izquierda en ese más que eficiente mercado negro que hemos tenido por más de 50 años. Las tiendas comisionistas eran una locura, donde, por ejemplo, una llave o pila para un lavamanos, se vendía al módico precio de 200 pesos cubanos, en un país donde los obreros y los jubilados ganaban mensualmente menos de esa cantidad. En esas dichosas Casas Comisionistas, nunca se podía comprar nada, porque yo creo que los precios eran puestos tomando como referencia el mercado europeo o japonés, en un país donde los profesionales ganaban oficialmente 12, quizás 15 dólares al mes. No habría problemas si existiera otras ofertas, pero todos sabemos lo que pasó con eso de otras ofertas.

Aquí, a diferencia, existen muchas ofertas. Los que ya comenté que viven por debajo del limite económico, no están desnudos, ni descalzos. Existen los Goodwill, pero además las casas de segunda mano que son otra cosa, las tiendas de todo por un dólar con sus diversas variantes, las iglesias, los Wartmar donde el precio es bien asequible, las tiendas por departamentos, las pequeñitas tiendas locales, los mall, las grandes superficies, las súper grandes superficies, las tiendas exclusivas, las más exclusivas y las más exclusivas aún. Todo el mundo tiene un espacio y un lugar donde poder “escapar”.

En los Goodwill por ejemplo, lamentablemente lo que no venden es cerebros y es ahí donde se complica la cosa para muchas personas. Me gustan los Goodwill, no se mañana cuando finalmente me haga millonario, cosa en la que estoy trabajando, si seguiré entrando por simple curiosidad, para encontrar algún adorno antiguo, alguna mesita tallada a mano, no sé si también me entrará el miedo a que me vean con una bolsa plástica “que no sea de marca”, pero si estoy seguro de que le seguiré teniendo cariño.