Pues podría esto ser cierto. No sé hasta dónde, pero algo de
realidad puede existir.
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Éramos tres personas con diferentes necesidades, dos de
ellas trabajamos en la calle, por lo que de Sonata para acá y Sonata para allá,
muy rápido el carro comenzó a demostrar que estaba cansado. Nuestro primer gran
trastorno fue de noche, en un viaje a Omaha, sin conocer a penas este lugar,
sin dinero, viaje del cual no me quiero acordar, pues terminamos tirados en la
calle a las 12 de la noche, en pleno marzo con un frío que pelaba. Nosotros aún
con los abriguitos de Walmart.
Muy rápido descubrimos que necesitábamos otro carro, o mejor
dos carros, pues Jonathan y yo teníamos diferentes lugares de trabajo,
diferentes horarios, y todo aquello de llevarte y traerte o llevarme y traerme
se estaba convirtiendo en algo insostenible. Nos pasábamos el día manejando de
un lugar a otro contra tiempo, nieve, lluvia, etc.
Pues Jonathan se compró su primer carro, rojo, casi nuevo,
espectacular. Pasó el tiempo y pasó y un día, estando parado en un semáforo, la
vio venir, era la Mala Suerte y al no poder levantar el vuelo, pues se agarró
al timón como todo un hombre y soportó el leñazo. Baja técnica. La idea era
clara, el problema era el color del carro.
Entonces como estamos en América, salimos a la búsqueda de
otro carro. Jonny quería la misma marca y el mismo modelo. Le gustan los Dodge.
Con tan buena suerte, que luego de buscar y buscar, lo encontró. En ese
entonces escogió uno blanco. El color de la pureza, la inocencia, lo limpio,
etc. Contento estaba. Tenía ahora el carro que más o menos quería con mejores
condiciones. Casi nuevo. Como era blanco nada podía pasarle, el carro blanco
estaba diciendo que era un carro de paz.
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Resulta increíble un pedazo de defensa plástica, entonces
cuesta una millonada. Los focos de las luces, también plásticos son
incomprables, la careta delantera sólo sirve de adorno, si la tocas un poquito
fuerte, se parte, el guardafangos parece estar hace con pedazos del Titanic, no
por lo fuerte, sino por lo de histórico, y luego la mano de obra, oh, la gran
mano de obra. Fin del cuento. Reparar un carro, incluso por algo aparentemente
sencillo, cuesta más que el valor que el carro tiene, por lo que resulta mejor,
rezarle un último padre nuestro y enterrarlo.
Recuerdo que venía yo manejando y Jonathan me llamó, tal
como si no pasara nada, me preguntó cómo estaba, hablamos unos minutos de un
tema que ahora no recuerdo y luego con una enorme paciencia y frialdad, me
dijo, me chocaron de nuevo.
No soy un tipo nervioso, digamos que esa no es una de mis
destacables características, pero otra vez, hasta que no lo vi y revisé
completo, no me estuve tranquilo. Martica con Jennifer, Yordan y Mía en San
Antonio. Era demasiada coincidencia para tan poco tiempo.
En fin, salimos a buscar otro carro, porque estamos en
América. Jonathan sigue pensando en un Dodge y entonces lo encontró. Muy buen
precio, muy buenas condiciones. Ahora lo escogió NEGRO, pienso que apostando a
que como ese es el color de la Mala Suerte, pues ella al verlo, se crea que es
un compañero de trabajo que está buscando a quién joder y lo deje a él tranquilo.
Jonathan confía en ese carro, dice con esa risa grande y linda
que tiene, que le ha salvado la vida dos veces. La Dodge debe estar
averiguando, pues hay un tipo en Lincoln, NE, que se ha comprado 3 Dodge en
menos de tres años. A lo mejor lo sorprenden alguno de estos días y el
Presidente de la Compañía lo manda a buscar para entregarle un premio como
mejor cliente del quinquenio.
Negra es la Mala Suerte y negro es el Dodge nuevo de mi
hijo, a lo mejor ahora logra escapar.