¿Cómo sacar del poder a un dictador?
La respuesta a mi nivel da igual para Cuba, para
Venezuela, como para Burundi. Al final un dictador es igual, esté donde esté.
Pregunta sencilla extremadamente difícil de responder
teniendo en cuenta la modernidad a la que hemos llegado y vivimos. Hoy todos
somos más delicados y susceptibles, envueltos en demócratas. Hoy nos encajamos
una espina y pedimos ver a un cirujano y cualquier causa, sin verdadera causa,
nos viene bien, para recordar que debemos comer vegetales.
Antes, bueno, según cuenta la historia, antes todo era
más fácil. Conspiraciones, venenos, puñales, sogas, etc., todo lo que hoy sería
imposible, aunque unos lo merecieran mucho y otros lo desearan mucho. El
término “políticamente correcto”, a veces, también ayuda a los malos.
La idea de que un represor, complicado con la
historia, acusado de muchos delitos, incluso de lesa humanidad o parecidos, que
sabe que lo andan buscando, se retire pacíficamente a disfrutar de la vida en
otro lugar, cada día es menos probable, porque los pueblos se niegan, con
razón, a olvidar así de fácil.
Imaginemos a Hitler, después de haber dirigido el exterminio humano más grande que recoge la historia moderna, retirando en su casa Berghof en los Alpes Bávaros, acompañado de su bella Eva Braun, escribiendo tranquilamente sobre cómo casi logra desaparecer a los judíos y más, dejando para sus nietos historias de que él nunca quiso ser tan malo, que no supo cómo se le fue la mano.
Los represores mientras puedan se atrincheran y si
para sobrevivir tienen que acabar con todo y todos, lo hacen. Se nuclean, como
siempre, de cuatro o cuatro mil desvergonzados que están comprometidos y
comprados, casi siempre utilizan a las fuerzas de la fuerza, o sea, policías y
sobre todo militares de los ejércitos, generalmente de altos grados que
disfrutan de privilegios y para ocultar el miedo comienzan a guapear, a
pronosticar más represiones, a anunciar destrucción, etc. Recuerdo que Fidel
Castro pasó años de su larga vida gritando a los gobiernos norteamericanos que
fueran a atacarlo militarmente, a sabiendas que eso nunca ocurriría. Las
negociaciones estuvieron por atrás todo el tiempo.
Culpan a un enemigo invisible, que va a atacar en
cualquier momento para quitar lo que no se tiene, pero que la imagen y
repetición, hace disfrutar como si se tuviera. Se hacen las víctimas, que casi
no duermen porque trabajan constantemente para el beneficio de los otros y no
falta siempre esa palabra mágica usada a pura conveniencia constantemente para
llegar y hacerse del poder eternamente, pueblo.
Pueblo como un aderezo que se utiliza de forma
universal para preparar cualquier plato o como un complemento dietético que se
recomienda a tomar cualquier día a cualquier hora, que sirve lo mismo para
bajar o subir de peso, tener mejor sexo o dormir bien.
Recuerdo a Fidel Castro, el mago, cuando se creó
aquella demagógica idea de que él era un “esclavo del pueblo cubano”. Apretó.
Un supuesto esclavo que vivía como la alta aristocracia o la gran burguesía
mundial sin padecer. Un supuesto esclavo que tenía a un país entero para sus
inventos y experimentos, a un pueblo que utilizaba como ganado para su
conveniencia. Un supuesto esclavo que comía langostas y tomaba vinos de 600
dólares la botella, más devoraba, dicen, una gran cantidad de bolas de helado,
que miraba la hora en un Rolex, que se creó un imperio intocable e
incuestionable, para él y los suyos, frente a aquel mismo pueblo mencionado que
hoy le falta poco para comerse a sí mismo. Camino que él dejó trillado.
Los dictadores, sobre todo, de izquierda, son muy
hábiles para crearnos una imagen en nuestras cabezas y, sobre todo, lograr que
esas imágenes sean replicadas incluso cuando no son reales. Ese es el éxito. Se
presentan como casi mesías, día a día van tomando posesión, cada acto, cada
palabra o discurso, cada sonrisa, cada estrechón de mano, cada fotografía,
incluso cada enfermedad, tiene un solo y mismo objetivo, hacerse del poder
absoluto, lo que se convierte en una dulce violación donde el violado no sólo
no se da cuenta de lo que está sufriendo, sino que llega a cogerle el gusto e
incluso justificarlo.
Los dictadores, que aunque es más fácil asociarlos a
un uniforme militar y no es siempre así, porque en realidad es una condición e
interés humano de cualquiera que pretende eternizarse en el poder por ambición,
ego, prepotencia e incluso miedo, son expertos en desarrollar el tristemente
celebre reconocido Síndrome de Estocolmo, fenómeno psicológico en el que los
rehenes, cautivos, perjudicados de alguna forma, física o psicológica,
desarrollan un vínculo afectivo con aquellos que los están sometiendo,
estrategias de los primeros para lograr sus objetivos con menos esfuerzos.
Fidel llegó a promocionarse o permitir que se le
promocionara como el papá de todos los niños cubanos. Idea más tierna no existe.
El problema para estos dictadores modernos es que el tiempo pasa, sus políticas y discursos envejecen y tal como popularizara el economista Milton Friedman, “no existe almuerzo gratis”. Todas esas promesas de gratitud, todos esos beneficios asegurados a futuro a cambio de nada, todas esas frases grandilocuentes del mejor país del mundo, donde la riqueza sin mucho sacrificar va a arropar a todos, se convierten en mentiras sobre más mentiras, mezcladas con el aumento de represiones de todos tipos para someter o al menos aguantar a los que se van desilusionando y pierden el miedo a manifestarlo y entonces los supuestos beneficiados son obligados a financiar todo sin recursos, lo que termina en la generalización de la pobreza. Ver a Cuba y Venezuela hoy.
El futuro
pierde contacto con la realidad, porque los más aventajados sólo vivimos unas
pocas décadas, deja de tener tiempo exacto y lo que se impone es el diario
sacrificio y la resistencia, tal como si se viviera en una guerra eterna. Estrategias
de futuro concebidas, quizás, para la almeja de Islandia o el tiburón de
Groenlandia capaces de vivir alrededor de 500 años. Ni el mismísimo Don Quijote
de la Mancha luchó tanto contra enemigos imaginarios convertidos en molinos de
vientos.
Veo a Venezuela y no puedo dejar de pensar en Cuba, la
misma historia, el mismo guion, incluso las mismas palabras y discursos. Cuba,
un gobierno, que lleva más de 60 años en el poder, Venezuela, más de 20 años,
que pretenden a cualquier costo quedarse. Gobiernos que, poco a poco, sonrisa a
sonrisa, cancioncitas tras cancioncitas, han ido robándose todo un país, que es
algo más que la tan mencionada democracia.
Ya ni siquiera son mentiras, porque cuando uno miente,
trata de disfrazarla y pasar la idea por verdad. Se asegura que existe, lo que
no existe. Se logra bajo mecanismos diversos que muchos crean sin ver y traten
de obligar a otros a que vean lo que ni tan siquiera se puede explicar. No les
importa, están conscientes de que nada de lo que dicen es aceptado. Ya no piensan
en la coherencia, en lo que dijeron ayer, en lo que prometieron y no cumplieron.
Ya no les interesan la imagen que de ellos tiene la humanidad. Lo único que les
interesa es permanecer en el poder, por enfermedad, por quizás borrachera, y
por, aunque parezca lo contrario, miedo. Estos dictadores modernos son tan corruptos
y abusadores, tan arrasadores de todo y todos lo que los rodean, que no haría
falta ni juicios para probar su culpa. Ellos lo saben.
Ellos nunca están solos. Internamente corrompen,
compran, reparten prebendas para comprometer, se aíslan detrás de esos muros y
reprimen a todo y todos aquellos que no cedan. Exteriormente se buscan aliados
fuertes, a los que venden parte del país. Fidel Castro, la URSS y todo aquel
invento de Campo Socialista. Nicolás Maduro ahora Rusia, China. ¿Algunos de
estos aliados están verdaderamente interesados en los enfermos estocolmenses?
No, para nada. Los aliados sólo están intentando en quedarse, a su interés, con
una parte del pastel que se reparte.
Entonces si estamos esperando que, por las buenas, por
las civilizadas, por la razón y la vergüenza, estos dictadores modernos dejen
el poder estamos embarcados.
A ellos no les importan las constituciones, las
cambian cada vez que lo necesitan para garantizar sus intereses de, sobre todo,
permanencia. No les interesan las elecciones, porque, primero todas son mentiras,
son preparadas y segundo, llegado el momento se les meten en el bolsillo. No
les interesa el famoso pueblo, sólo lo utilizan como título de sus escritos y
discursos.
A esos dictadores hay que sacarlos por la fuerza, ¿Cómo?
Soy sincero, no lo puedo definir exactamente, pero si estoy convencido de que
por la razón no es.
La fuerza, entre otras cosas, podría ser la paralización
total de un país entero, cosa que es difícil de lograr, la presencia de
militares internos descontentos capaces de alzar a un país y movilizar el apoyo
del pueblo, quizás algún apoyo militar desde el exterior por fuerzas autorizadas
o un dron militar. De una forma u otra, la fuerza, frente a la cual los
dictadores sientan miedo por sus vidas. De lo contrario no se logrará nada.
A estas alturas del juego, las sanciones
internacionales, los discursos, el no reconocimiento de algunos gobiernos, las
denuncias, el llanto de una parte del pueblo, incluso los detenidos, heridos y muertos,
etc., no funcionan. Los dictadores juegan con esto, porque saben, de ante mano, que va a pasar. Se crean sus alianzas secretas y juegan con el tiempo,
aspirando sobre todo al cansancio, a la desesperanza, a la salida o renuncia de los descontentos u opositores, para ellos cada minuto es importante.
En el caso de Cuba, Fidel Castro alardeó siempre de
que había que quitarlo a través de una lucha armada y lo cumplió. Murió
tranquilo al menos de cuerpo. En Venezuela, por las buenas no va a ser, Maduro
declaró públicamente: “seré presidente a las buenas o a las malas” y lo está
cumpliendo.
¿Alguien puede pensar que, por las buenas y civilizadas, se van a ir?