639.- A raíz de un juicio “sazonado y cocinado”.
Esto es un tema muy complicado, sobre el cual no estoy
seguro de lo que voy a escribir. Como toda idea que trate de romper normas,
creencias, tradiciones populares, etc., no deja de ser peligroso.
Complicado y peligroso, sobre todo, cuando no se
tiene, ni se tendrán todos los elementos libres y originales sobre los cuales
basar un análisis objetivo, lo más cercano posible a la verdad. Entonces se
puede dar en el clavo y acertar o sencillamente dar un mal martillazo, clavarse
el clavo y salir totalmente desacertado.
Lo que salva este escrito, es que escribo, como
siempre digo, para mí y para un selecto grupo de familiares y amigos que serán,
al menos cariñosos, a la hora de evaluarme.
Para los contrarios, porque ni tengo la verdad
absoluta, ni esto es el centro de mi vida, ni la de mis cercanos, les
recomiendo además de comentar aquí, crearse un espacio donde puedan desarrollar
sus ideas. Tengo 62 años y llevo mucho tiempo, como dicen los dominicanos,
bregando con lo de “oveja negra”, por lo que estoy acostumbrado.
He escrito anteriormente sobre los problemas, llevados
a “graves” delitos, del desconocido ayer y más que famoso por estos días
Alejando Gil Fernández, sobre el cual reafirmo que no sé si fue espía o no, de
haberlo sido está muy bien que lo fue en secreto, de lo contrario hubiera sido
un relacionista público. Lo que sí sé es que es responsable en parte, porque
siempre tuvo que estar asesorado, controlado, evaluado y aceptado por sus
superiores, la lista de nombre puede ser infinita, en el resultado obtenido que
es precisamente la crisis total, o sea, que abarca todas las formas de vida
humana, que hoy posee y vive el pueblo cubano que vive en Cuba y como
consecuencia de gran parte del pueblo cubano que por las mismas razones, aunque
por diferentes justificaciones, ya no está físicamente en ese espacio
geográfico. Gil, sus asesores todos y sus subordinados todos, deberían ser,
como mínimo, barridos.
A raíz de este juicio que parece que no será uno solo,
porque ya se celebró uno para Gil Fernández por el delito de espionaje, por el
cual le piden 30 años de privación de libertad, quedaría otro pendiente, donde
Gil Fernández también parece que es el protagónico, o sea, el mayor y principal
implicado y acusado, por el que le tocarán otro bulto de años también, se ha
retomado con no pocas fuerzas los juicios de la Causa 1 y la Causa 2 de 1989,
más conocidos por el pueblo cubano como el juicio de Ochoa y el juicio de
Abrante respectivamente. He retomado las ideas que ya se habían dormido y he
visto los videos que el gobierno facilitó a la TV, que también es del gobierno,
para que informaran a la población.
Este no es el primer juicio que parece más una purga
política que un acto jurídico, porque en esto de purgas el gobierno cubano
tiene historias. Existen muchos casos, unos más conocidos que otros, otros
sobre los cuales nada se conoció, pero existieron. No es tan siquiera ni el
primer acto acusatorio de espionaje. Dentro de las más conocidas actuaciones,
que parecieron más espectáculos circenses, vale la pena recordar el juicio a
Marcos Rodríguez, Marquitos, en 1964, por los sucesos de Humboldt 7 del año
1957 y la famosa reunión de los intelectuales cubanos en 1961 que duró tres
días, donde Fidel dirigiéndose a los intelectuales reunidos, pero con una
enorme intensión de dirigirse al pueblo de Cuba, acuñó la idea que luego marcaría
a todos, “… Esto significa que, dentro de la Revolución, todo; contra la
Revolución, nada. Contra la Revolución nada”.
Sonado evento en este orden de purgas y advertencias
fue la larga y feroz autocrítica de Heberto Padilla en la UNEAC en 1971, que
más que auto evaluación parece más un auto juicio al que sólo le faltó condenarse
él mismo a la pena capital, que nadie creyó, donde el poeta, que había sido
critico frontal del gobierno revolucionario, después de un mes en Villa
Marista, le lavó la cara al gobierno y reconoció la superioridad de la lucha
revolucionaria sobre los intereses individuales.
En el primer evento, no era Marquitos o no era él sólo
el objetivo, el gobierno, por supuesto Fidel, utilizó el juicio para pasarle la
cuenta a todos aquellos comunistas viejos, que estaban trabando la película. En
el segundo, esas famosas “palabras a los intelectuales”, fueron un mensaje
directo al pueblo cubano, la Revolución definió sus verdaderas intenciones, el
pueblo está aquí para apoyar, si no apoya, pues no tiene derecho a estar. El
tercero, lo de Padilla fue bochornoso, el poeta premiado por su obra no sólo
atenta brutalmente, casi sangrientamente contra él, sino además contra todos
aquellos compañeros del oficio que no entendían, porque no podían entender, lo
que estaba pasando en el terreno intelectual.
Pues resulta ser que Ochoa, que al parecer estaba más
allá del bien y el mal al final de su vida, ha pasado a la historia cubana, me
refiero al juicio, como un tipo valiente, diferente, cojonudo, características
que quizás vienen heredadas de su real vida militar en varios países, aunque
Fidel Castro en persona luego, cuando le convino, trató de demeritarlo, algo
así como que no había sido realmente tanta, en la labor que todos repetimos
realizó en África, lo que entra en contradicción directa con el nombramiento de
Ochoa como el primer Héroe de la República de Cuba, categoría que todos
pensamos en aquel momento que no se regalaba o vendía, pero bueno, ya también
todos o al menos una gran parte de los cubanos conocemos de lo que era capaz el
“Comandante”.
Sobre Ochoa y el grupo enjuiciado en aquel momento,
sobre los cuales el pueblo en general, más allá de los círculos militares o de
poder, sabía poco, sólo se publicó partes escogidas del juicio, o sea, casi
nada y en esa publicación que hoy se mantiene en video, sólo se ve a un Ochoa
destruido, consentidor, abochornado y sobre todo colaborador.
Las partes del video publicadas sólo sirven para que Ochoa
se eche toda la culpa, reconozca todos los “errores” o delitos que le imputaron
y con esto limpiara la imagen del gobierno y de Fidel Castro. Ochoa declaró que
había traicionado y que estaba consciente de que esa traición se pagaba con la
vida, dejándole así el camino abierto a la sentencia de muerte que Fidel Castro
y el pleno del Consejo de Estado, no con cierto dolor dijeron, aprobaron.
Quizás Ochoa y todo aquel grupo fue realmente
culpable, quizás fue convencido de que, si se arrepentía públicamente y, sobre
todo, se echaba toda la culpa y más sobre todo, dejaba claro que el máximo
gobierno, o sea, Fidel y Raúl, no conocían nada, no eran cómplices, ni
permisivos, salvaría ya no la honra, pero por lo menos la vida.
Quizás Ochoa y el grupo que lo acompañó, confiaron en
el gigantesco trabajo que habían realizado en el pasado y que, como en otros
casos anteriores, se les pasaría la mano.
Quizás Ochoa, Tony y el resto, no contaron con la
necesidad del momento, con la realidad de “salvar” la imagen de la revolución,
que significa lavar la imagen de sus más importantes líderes y que si es
necesario, cosa también demostrada en estos últimos años, nadie está a salvo en
ese país.
Me llama la atención que del video que se publicó, una
persona, una sola persona, que no sé como se les escapó, muy nervioso y
llorando a moco tendido, aseguró que dentro de ese grupo se afirmaba que todo
lo que estaban haciendo estaba autorizado por la máxima instancia y afirmó más,
declaró que uno de los implicados le aseguró que el mismísimo Fidel Castro lo
resolvería todo y, como en otros momentos anteriores, no pasaría nada.
Ruíz Po, quien por lo que se dejó ver, pasó a la
historia como cobarde, como desmoralizado, porque lloró, hubo que asistirlo,
imagino dale una pastillita y agua, etc. Todos pensamos que se había rajado y
que su actitud de llantén chocaba con la fría actuación del Héroe de la República.
A tal punto fue el error o desliz de lo publicado, que cuando Po aseguró, siempre
llorando, que Martínez, otro capitán de las FAR implicado, le había asegurado
que Fidel lo sabía y lo resolvería, el Fiscal encargado, que más que fiscal
parecía un vengador anónimo, irrespetuoso, violento, arrogante, sobre actuado, que
se aseguró el sobrenombre popular de “Juanito Charco de Sangre”, detuvo casi
violentamente su interrogatorio y le dijo al presidente: “Me basta”. Después fueron
a un receso.
Resulta que Ochoa, el general, el valiente, el héroe, quizás
convencido, quizás presionado, quizás chantajeado, quizás ingenuo confiando en
su historia y sus relaciones íntimas con el poder, se echó toda la culpa arriba
llegando a reconocer que merecía la pena máxima, sin involucrar al poder y Ruíz
Po, de menor graduación y sobre todo de menor implicación, muy nervioso y
llorando histéricamente dejó entrever que todo se sabía y que los más altos del
gobierno autorizaban, participaban y resolverían.
Yo no sé si se sabía o no, pero como cubano si sé y puedo
apostar que no existió en Cuba la posibilidad de mover aviones, barcos,
utilizar transportes terrestres, almacenes, para mover drogas, colmillos de
elefantes, oro, etc., sin que muchos o muchísimos no lo supieran. Fidel Castro
con un aparataje personal de inteligencia, control, movimiento y creación de
información, que conocía lo que se decía en las paradas de guagua, que conocía
lo que tú desayunabas en tu casa o con quién te acostabas fuera de tu
matrimonio, se bajó con que no sabía nada y su hermano Raúl tampoco. ¿Quién les
puede creer?
En la Causa 2, aquella otra comedia contra Abrantes, uno
de los ministros de más poder en Cuba, nada más y nada menos que Ministro del
Interior, pura creación de Fidel Castro, hombre de su máxima confianza por
décadas, su amigo y pienso su confesor, si es que Fidel necesitó confesarse,
uno de los hombres públicamente más fuertes, que levantaba la envidia del
propio hermano Raúl, se dedicó a declarar que no sabía, que no recordaba, que
no vio tal o más cual informe, que se le confundieron los papeles y que era
tanto el trabajo que tenía que estaba agotado, tampoco mencionó al gobierno y las
grandes cantidades de dinero en efectivo en maletas que el MININT entregó al
gobierno, sin que este preguntara de dónde salía, tampoco habló de las posibles
confesiones, entonces asumió toda la responsabilidad y aceptó la culpa y espero pacientemente
a que lo sancionaran con un
infarto.
Otros casos de los más grandes que un día nos los
vendieron como fuera de serie, como únicos, fueron por sólo citar algunos, Luis
Orlando Domínguez, Diocles Torralba, Roberto Robaina, Carlos Lage, Felipe Pérez
Roque, los hermanos chilenos Marambio, incluso Rogelio Acevedo, amigo de Fidel
desde la Sierra Maestra, General de División de las FAR, al final de su carrera
revolucionaria más que jefe, dueño de todo lo relacionado con la aeronáutica en
Cuba.
Destacado caso el de Ricardo Alarcón, uno de los políticos
más cercanos y fieles a Fidel Castro, con muchísimas responsabilidades
cruciales dentro de la revolución, al cual no se le acusó directamente, hubiera
sido escandaloso, sino que se le apartó poco a poco silenciosamente por no
poder controlar a su entorno político con la justificación de que uno de sus
más cercanos asesores por muchos años y hombre de confianza, Álvarez Sánchez,
fue acusado y sancionado a 30 años de privación de libertad, por espionaje, alta
traición y deslealtad política.
Todos estos y muchos más comieron mucho y muy bien del
poder, engordaron con él, hasta que un día el poder, de la noche a la mañana,
los utilizó para fines “revolucionarios superiores” y los dejó sin comida.
Como nadie en Cuba puede creer que Ochoa, Tony y el
resto de los implicados al menos públicamente, actuaron en el más profesional
secreto, sin que alguien fuera de los emplantillados supiera algo, nadie puede
creer que Gil Fernández, él sólo sea el único culpable de todo.
¿Cuántas personas trabajaron para él?, ¿Cuántas
personas escucharon y aprobaron con agrado sus propuestas?, ¿Quiénes lo
promovieron de la nada a ministro de economía sin saber de economía y le entregaron
el futuro económico del país entero?, ¿Cuántos le felicitaron, le dieron
abrazos y palmaditas en la espalda como respaldo?
Fidel, de ese eterno grupo que hoy sanciona para
resolver temas de imagen, podemos asegurar que sí no lo vio, no participó, no
lo sabía, porque sus restos, dicen, descansan dentro de una piedra y lo de su presencia
espiritual todos los días, no llega a tener ese poder. De ahí para abajo, todos
los que rodeaban a Gil Fernández, incluyendo a los que su misión es controlar
en secreto, vigilar y hacer infórmenes, tenían que saber lo que el ministro
estaba haciendo. La corrupción administrativa, el tráfico de influencia, lo de
ocultar documentos, lo de favorecer a unos en contra de otros, lo del fracaso
casi inmediato de las medidas impuestas, etc., es muy difícil en Cuba que no se
conociera. Ahora Gil Fernández a todas luces fue el escogido y promovido por el
máximo poder, entonces, hubo que esperar que ese máximo poder diera la orden de
“a degüello”.
Me place decir que desciendo de una familia de
connotados abogados, donde dos de ellos, muy cercanos a mí, ya eran
profesionales antes de que Fidel Castro se hiciera famoso en la palestra
pública cubana y que murieron ambos, no sin críticas a lo que veían, apegados a
la revolución que ayudaron a construir, por lo que el tema juicios, leyes, tribunales,
etc., historias e interpretaciones de este sector, me vienen de cerca. Soy
además de una oveja negra, un pichón de abogado empírico y quizás, por qué no, frustrado.
El juicio no se transmitió en vivo, vimos videos
editados, con corta y pega, de aquellos pedazos que les interesaba dar a
conocer, por lo que entre las imágenes que vimos habría que descubrir lo que
queríamos o necesitábamos. Sabemos los cubanos que lo que no se vio fue lo
verdaderamente importante.
Como en otros momentos, ahora Raúl Castro, con su
reingeniería desde el poder detrás del poder basada en que ya nadie es
intocable y que los graves errores convenientes se sancionan con la muerte, muerte o la muerte en vida, no Díaz Canel al que, en este momento, lo tienen desterrado en
Oriente repartiendo colchones a los damnificados y que no ha dicho sobre los
sucesos ni esta boca es mía, necesita la cabeza de alguien y va por la de Gil ahora y por qué no, dentro de poco, por la de Díaz Canel.
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