Sigue siendo difícil concluir
o definir un tema tan grande, diverso y complicado como el de los seres
humanos, sin embargo, casi siempre nos empeñamos en hacerlo sabiendo que
corremos un gran riesgo. Como dije anteriormente, esto es lo que tengo hasta
ahora, si algún día cambia mi experiencia o percepción, nada, cambiaré el
cuento.
Comparto con Ruso regularmente,
sobre todo lo escucho todo lo que puedo. Como siempre él dice, no llegó aquí
con un casco rojo, lo que significa un puesto de supervisor y un buen salario.
Lo que tenía al llegar al aeropuerto de Lincoln eran sus papeles de inmigración
dentro de un sobre y dos cigarros cubanos, por lo que después de 15 años de
luchar como un león y sobrevivir, su opinión me merece mucho respeto.
Él ha trabajado durante
estos años con muchas y muy diversas personas, primero como dirigido, luego
como dirigente y siempre que tocamos el tema de Estados Unidos y su gente, me
dice que considera que la mayor virtud de los americanos es la bondad, quizás
la solidaridad y que el mayor defecto, por llamarlo de alguna forma, es la hipocresía
o algo parecido a ella.
Bondad e hipocresía, dos características
difícil de entender que puedan ser poseídas por las mismas personas, porque casi
siempre tratamos de encontrar en blanco y negro la respuesta, entonces o se es
bondadoso y solidario o se es hipócrita. Sin embargo, ahora basado en mi propia
experiencia, después de un año de vivir y trabajar entre americanos, pudiera
tratar de explicarme a mí mismo. Es difícil, generalizar es peligroso, luego
definir algo que no está inscrito en el Código de Hammurabi o en la Biblia, pudiera
más que peligroso, ser loco.
Escribiré sobre mis compañeros
de trabajo y los comportamientos que en ellos voy descubriendo. Es un grupo
pequeño como para concluir nada, pero a lo mejor mi experiencia, más la del
Ruso, más otras, puedan ayudar a
entender mejor las películas. Sólo a entender. Este es el objetivo.
La vivencia que tengo hasta
ahora me dice que las relaciones dentro del trabajo, con los que comúnmente llamamos
compañeros, son muy diferentes a lo que al menos yo he vivido. No quiero decir
que mi experiencia anterior sea la correcta, pues crecí y me desarrollé en
Cuba, donde todas estas cosas pueden ser muy diferentes. Primero nuestras características
obtenidas de ser latinos y más aún, caribeños. Segundo el proceso
revolucionario que abolió algunas fronteras entre algunas personas y nos llamó
a todos iguales, o sea, no importa si eres jefe o subordinado, porque al final puedes dejar de ser jefe mañana
mismo, nada es tuyo y estas siempre prestado y puedes perfectamente mañana
llegar a ser jefe por una tarea del Partido o un golpe de la suerte. Al final
todos, o la mayoría, debíamos comer en el mismo comedor obrero.
Sobre este tema del
igualitarismo se podría escribir unas obras completas más grandes que las que
se le hicieron a José Martí, más de 50 años de un igualitarismo para los de
abajo, o sea, falso, no se pueden resumir en unos cuantos párrafos. Cada cubano
debe tener sus miles de cuentos sobre esto, yo ahora recuerdo dos que siempre
me impresionaron.
Uno sencillo. En medio de
aquello de que todos somos iguales, una joven estudiante de Derecho, en uno de
los pasillos de la Facultad de Derecho de la Universidad de la Habana, fresca
como una lechuga le pidió un cigarro a mi abuelo Rafael. Para entender la enorme
magnitud de este desenfoque tendría que hacer la historia de mi abuelo, cosa
que no pretendo, baste decir que para mí y para muchos otros, fue uno de los
profesores más importantes que tuvo esa facultad y por ende la Universidad de
la Habana después del triunfo revolucionario hasta su muerte en 1986. Profesor
de profesores. Por el cuento que recuerdo parece ser que la joven no murió de
un infarto ese día porque su corazón, joven también, estaba fuerte. Quizás ella
no era culpable, sino que se creyó mucho aquello de que todos éramos iguales.
Uno complicado. También
recuerdo el cuento del disgusto de ese mismo abuelo, pues como parte de su plan
de trabajo, en un momento pusieron a los profesores universitarios a revisar
los albergues de los becados, entonces había que ir a los dormitorios y
decirles a las “muchachitas universitarias” que tendieran las camas, recogieran
sus ajustadores y que echaran las “intimas” envueltas en papel dentro del cesto
de basura. Mi abuelo, profesor de profesores, fundador de facultades
revolucionarias, escritor de libros por los que otros estudiaban, hombre en ese
entonces ya maduro, revisando albergues y orientando a las “muchachitas universitarias”
sobre como recoger ropas y botar desechos. Que locura.
A diferencia de esto, las
personas con las que trabajo son muy reservadas, tanto que parecen vivir en la apatía
o la indiferencia, según nuestros
patrones. Muy pocas veces comentan un problema surgido en el trabajo y cuando
yo, por mi mala costumbre de querer saber, pregunto porque no entiendo lo que está
pasando o desconozco un determinado problema surgido, la mayor parte de las
veces obtengo la callada por respuesta y una miradita que me dice, para qué
quieres saber tanto. Nadie sabe nada o nadie quiere emitir una opinión. Todo
hay primero que consultarlo, nadie toma una decisión por adelantado.
He comprobado que a pesar de
que muchos de ellos llevan varios años trabajando juntos, no se conocen de
verdad, no saben dónde el otro vive porque nunca se han visitado, imagino que nunca han compartido un
café o una cerveza fuera de los límites geográficos de nuestro centro de
trabajo.
Bondad. A pesar de esto que
cuento, pienso que mis compañeros de trabajo son buenas personas. Ya conté que
no he sentido discriminación alguna. He recibido apoyo, comprensión y
enseñanza. Me arriesgaría a decir que, como soy un tipo cariñoso y sin tabúes,
en mi caso particular, he recibido cariño, quizás por mi condición de nuevo en
todos los sentidos. He comprobado que ellos han hecho un esfuerzo por aceptarme,
ya que no soy una monedita de oro, y sobre todo enseñarme constantemente sobre
los problemas que surgen en el trabajo. Asumo con esto que se quitan algo todos
los días para dármelo, para que yo sea mejor y pueda insertarme lo más rápido y
fácil posible.
El problema no está ahí
precisamente, no tiene que ver directamente con el trabajo, sino que existe una
línea invisible, que actúa como frontera, que las personas no gustan traspasar.
Lo que no me parece malo del todo, pues no estoy abogando por la metedera
constante en los problemas del otro, pero la actitud de no querer saber nunca
nada, me parece un extremo al que no estoy acostumbrado.
Soy un tipo de opinión. Lo
bueno es bueno y lo malo es lo contrario, venga de donde venga y ésta opinión trato
de emitirla siempre. La emití en Cuba todo el tiempo que viví allí, sabiendo y
viviendo las consecuencias que ésta posición traía. La emití en República
Dominicana, donde las consecuencias no faltaron, aunque fueron diferentes y
trato de emitirla aquí donde vivo ahora, a veces en inglés, otras bajo el
lenguaje de las señas e incluso dibujando en una pizarra. A veces mis compañeros
me miran como si yo estuviera loco.
En estos meses he vivido cómo
despidieron en momentos diferentes a dos personas. Dos jóvenes, que aparentemente
hasta el día que fueron despedidos, habían sido dos buenos trabajadores. Uno
por violar una política de la compañía, la otra, era una muchacha, creo que por
tener problemas con una compañera de trabajo. Y para mi asombro, nadie comentó
nada. Fue como si nada hubiera ocurrido.
La gente pasaba de un lugar
a otro, todo el mundo sabía lo que estaba ocurriendo, pero nadie decía nada. Ni
a favor, ni en contra. Entonces yo preguntaba y era como si hablara en chino. Nadie
sabe nada, nadie vio nada y lo que es peor a nadie se le ocurre llamar a la
persona despedida con o sin razón, para averiguar, preguntar por su vida a
partir de ese momento, brindar solidaridad o apoyo. En el fondo la gente lo
siente, luego con el paso de los días lo descubres, pero de sentirlo a hacer
algo, va un gran trecho. Las mismas personas que hasta ayer se reían contigo
durante las 8 horas de trabajo, hoy te desconocen, o sea, el despedido nunca existió,
nunca estuvo. Es duro, pero quizás sea una forma aprendida para protegerse. Nosotros,
por la forma en que hemos vivido, podríamos parecer suicidas.
Hipocresía. He apelado al
Diccionario de la Real Academia Española para meterme en este tema, sé que algunos
de mis amigos son conocedores del castellano y entonces no quiero problemas,
JAJAJAJA. Según esta fuente, hipocresía es “fingimiento de cualidades o
sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan”, por
lo que no puedo probar que esta sea una características que los americanos
posean de forma general.
Si he notado algo, todos los
que me rodean lo han notado, ellos, al menos los de Lincoln, siempre sonríen,
con esa sonrisa que confunde, pues puede ser alegría, deseos buenos, buena educación
o sencillamente puede estar diciéndote, púdrete.
Esto ocurre en el trabajo. Cuando
llegan los jefes de jefes, todo el mundo sonríe, a veces me pregunto por qué,
porque hasta ese momento nada gracioso estaba ocurriendo. Los libros de
marketing hablan de sonrisas, pero no tanto. Uno no sabe dónde está o cuándo
aparece el problema, porque la mitad de las veces todo comienza con una
sonrisita que funciona como un rápido prólogo. Quizás están acostumbrados a sonreír
para tratar de quitarse el palo de arriba, o al menos que el palo les dé menos
fuerte, o para demostrar una subordinación obediente.
Sonrisa que no es pequeña,
pero tampoco es grande, más que todo parece una sonrisa mecánica y de ahí la
apariencia de prefabricada. Situación parecida a los mensajes que se dan por teléfono
cuando alguien llama, se hacen de forma tan mecánica, que llegan a ser
extremadamente fríos y poco entendibles, contradiciendo la lógica para la cual dicen
los libros que deben usarse.
Lincoln como ciudad es alegre,
así está tipificada de forma general. La gente es educada, correcta y
generalmente está de buen humor, sin embargo a veces uno siente que la sonrisa
es prefabricada, como un reflejo muy bien condicionado para sobrevivir.
No creo que mis compañeros
sean hipócritas, al menos no conmigo, aunque sí me parece que entre ellos la relación
es bastante superficial, como diseñada para utilizarla durante la jornada
laboral obligatoria y mientras dure la relación contractual con la compañía. Creo
que no se establecen sentimientos que lleven a una relación más profunda de
compromiso o hermandad, porque nadie sabe lo que pueda pasar. Lo del compromiso
y la hermandad está reservado para muy contadas y especiales ocasiones.
Esto me choca, quizás no
porque ellos estén mal, sino porque el anormal soy yo. Todavía a mi edad y a
pesar de los trastazos que la vida me ha dado, siento muy rápido la necesidad
de comprometerme con un amigo, con un cliente, con un compañero de trabajo o un viejo
que está sentado sobre una piedra, tomar partido y colocar a la gente en el
plano de amigos. Creo que esto ya no podré cambiarlo.