Érase una vez en Lincoln, NE, …
Él era un joven gallardo que tenía un carro rojo casi
nuevo. El lunes 22 de junio se levantó temprano, más temprano que de costumbre,
iba a activar un nuevo celular para su novia, que lo acompañaba en el viaje.
Estaban felices.
Conducía por la ciudad como paseando. Llegado el
momento, paró aproximadamente a 5, quizás 6 metros detrás de un auto, que a su
vez se encontraba detenido frente a la luz roja de un semáforo.
Por esa costumbre que creamos los choferes de mirar
por el espejo retrovisor, la vio acercarse. Era una mujer en sus treinta que
conducía una camioneta azul. Detectó que venía más rápido de la cuenta y
después de cálculos en milisegundos, el joven se dijo, me va a dar. No podía
esquivarla con un corte, pues estaba parado. No podía quitarse del camino, pues
estaba montado en un carro y no en un helicóptero. Entonces determinó en los
mismos milisegundos, pisar fuertemente el freno y agarrarse del timón con una mano y por instinto, en un rápido movimiento, tiro su brazo derecho en dirección al pecho de su novia. En
efecto, segundos después, lo de me va a dar se hizo realidad. La camioneta azul
no sólo le dio una vez, sino que como su propietaria mantuvo el pie en el acelerador,
le dio y le volvió a dar, logrando que el carro del joven, frenado y todo, le
diera al carro que tenía delante.
Por suerte, el joven se bajó del carro sin problemas físicos,sólo un poco encabronado, un poco nada más y
fue a ver a la mujer del carro azul. Ella estaba bien, pero en shock emocional.
Luego fue a ver al chofer del tercer carro. Era un señor de 80 años y el
carro que estaba manejando era prestado. Gran chorizo. Policía, fotos, actas, etc. Parte de
la mañana perdida.
El carro rojo ha sido declarado baja técnica. Tiene,
además de los daños visibles, el chasis torcido. En Cuba, donde están los
mejores chapistas del mundo, esto se arregla, no es un gran problema. Los chasis se cortan, se
enderezan, se empatan, se les quitan los números de fábrica, se les ponen otros números, etc, pero aquí torcidos no los quiere nadie.
Ahora, trámites entre seguros para uno pagar y otros cobrar.
Ah, se me había olvidado contarles que el joven
gallardo y feliz, es mi hijo Jonathan. JAJAJA
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