Desde muy niño me llamó la atención Japón. Creo que, como
muchos niños cubanos, quedé atrapado por aquellas películas de samurais, donde
un poco detrás de las historias específicas de guerras y muertes, se mostraba
algo de la cultura y tradición del Japón antiguo. La imagen de aquel hombre
ciego partiendo al medio una mosca o una bola de arroz con un sable, que con el
tiempo aprendí que se llamaba katana, era algo glorioso. Luego el karate y el
judo terminaron de conformar en mí, la imagen de lo que debía ser un héroe.
Todavía medio niño, mi madre me traía de su trabajo unas
pequeñas revistas, las PHP, dirigida nada más y nada menos que por Kenosuke
Matsushita, empresario líder fundador del Instituto PHP y de lo que hoy
conocemos como el imperio Panasonic. Revista al estilo las Reader's Digest
norteamericanas o las Sputnik soviéticas, que se dedicaba a hablar sobre el Japón moderno, sus adelantos tecnológicos y su llegada al mundo de las
súper potencias económicas y por supuesto a transmitir la genialidad de su
fundador, que en realidad fue un tipo genial. Leí muchas de aquellas publicaciones sobre Japón, mi madre, sin
saberlo y sobre todo sin quererlo, con su necesidad de enseñarme, me
introducían en el inmenso campo de los problemas ideológicos. La revista no era
política, sólo estaba dirigida a temas económicos y empresariales, exactamente
de los que carecíamos en Cuba.
Luego estudié Historia en la UH y tuve la posibilidad de
profundizar sobre Japón, quizás fui uno de los mejores alumnos de mi clase en
esa materia. La profesora, de la que todavía recuerdo el nombre y a la que los
alumnos llamábamos “La China” era un buen resultado de la mezcla de chino con
mulato o negro. Con el tiempo descubrimos que “La China” no era muy buena en lo
que hacía, pero sus clases eran agradables.
Tanto con Japón, que siempre quise tener un juego de katanas, pero jamás me pude hacer de uno, y entonces un buen día me dio por
hacerme un bonsai. Busqué libros, estudié, hasta que descubrí que, según los
expertos, para lograr un bonsai terminado, adulto y completo necesitaba como
mínimo trabajar 7 años. Hasta ahí mismo llegó mi pasión. Entendí que no era, ni
sería japonés. La idea de invertir años cortando hoja por hoja, peinando y
ordenando raíces, para nada tenía que ver con las posibilidades de mí
temperamento. Una cosa es ver películas y leer revistas japonesas y otra es
dedicar una década para disminuir el tamaño de un árbol.
He visto muchos bonsais plásticos, no me gustan, pero todavía
no he encontrado al japonés que me regale uno terminado.
Como otra prueba de esas que pone la vida, recuerdo que ya
grande, casi antes de salir de Cuba, visitando la casa de mis amigos Chino y
Any, por aquel entonces pareja, descubrí un libro de poemas de un autor japonés
y como nunca me había leído nada así, me dispuse.
Error. Me fue imposible pasar de la página número tres. Los
poemas eran algo así como:
Agua, flor de loto, pájaro caído.
Viento que mueve el arrozal, Luna alumbrada, piedras rodando.
Nieve, calor, sakura en flor.
Sushi.
Volví a concluir que no era japonés y ya no me interesaba
tanto el tema como para torturarme de esa forma, así que ni el nombre del autor recuerdo.
El tiempo pasó y pasó y ahora me he reencontrado con la
historia y cultura japonesa en mi confortable apartamento y me metí en el
chorizo de hacerme una fuente shishi odoshi, inspirada en el estilo japonés,
que no es más nada que una vulgar fuente de bambú que las hay en Japón en
cualquier lugar y que se inventó creo que cuando se inventó el primer japonés.
Entonces fiel a lo original, mi primera tarea fue localizar
el bambú. Imaginen buscar bambú en medio de los Estados Unidos. Total fracaso. Resultado
cero. La opción más cercana era comprar el bambú a través de internet
procedente de Miami o California, lo que resultaba más caro que comprarme la
fuente hecha. JAJAJA.
La tarea es bastante simple, las fuentes en Japón son de
bambú, tal como las maracas en Cuba son de güira. Bambú era lo que tenían.
Recuerdo que mi hijo Jonathan un día, para probar, compró en un mercado
vietnamita un pomo de bambú para comer, teniendo en cuenta que esa es la comida
preferida de los osos panda en China. Podemos comer casi cualquier cosa, pero
aquel pomo dio vueltas y vueltas, hasta que al final fue echado en la basura. Una cosa es ver películas y leer revisticas, incluso llegar a pensar en que puedes leerte un libro de un poeta japonés y otra, extremadamente diferente, es comer bambú, aunque los pandas digan lo contrario.
Volviendo a la fuente y tratando de resolver por aquello de
que cuando no hay perros hay que montear con gatos, apareció mi ingenio y me
propuse sustituir el bambú por algo tan original como tubos de PVC. De esos si tenemos por toneladas.
Después de semanas de prueba y error, lo logré. Ahora tengo
una fuente de inspiración japonesa y materiales norteamericanos en la sala de mi
apartamento, por aquello de la unidad de los pueblos. JAJAJA.
No es complicado cuando se trata de utilizar el agua de un
manantial, colocar unos pedazos de bambú y unas piedras y organizar todo en un
jardín exterior. Pero cuando se trata del jueguito con agua dentro de un
apartamento alfombrado y que no se derrame ni una gota de agua fuera del
recipiente utilizado, se necesita de una precisión magistral. Habría que ver si los japoneses pueden lograrlo.
El agua tiene que moverse y caer en la cantidad y
el lugar exactos y luego compensar el bambú, en mi caso los tubos de PVC, para
que todo funcione rítmicamente. Logrado esto, el resultado es muy
gratificante. El sonido provocado por el movimiento y caída del agua, más el
golpe seco del tubo cuando choca con las piedras en su movimiento hacia
delante y hacia atrás, crea un ritmo constante en dos tonos diferentes, inigualable
para el trabajo con los nervios.
La contemplación durante mucho tiempo, termina por dormirlo
a uno, por lo que no son muy necesarias las pastillas para conseguir el sueño.
Entonces nada mejor después de un día de trabajo en
mantenimiento que llegar a mi apartamento, conectar la bombita y poco a poco, mientras
el agua corre y las piedras suenan, ver cómo van apareciendo frente a mí los
japoneses de mi vida, Sato Ichi, Toshiro Mifune, Akira Kurosagua, alguna que
otra geisha, e incluso mi profesora de la universidad. JAJAJA. Esto es más barato que la mariguana.
Nota: Los que acceden desde internet podrán ver videos de
la fuente. Los que no, pueden ver las fotos y como dice mi amigo Ruso,
transportarse. Para imaginarse el agua corriendo y el sonido de las piedras,
tampoco hay que ir a Japón. ¿Somos cubanos, no?
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