jueves, 24 de septiembre de 2015

Shishi Odoshi

Desde muy niño me llamó la atención Japón. Creo que, como muchos niños cubanos, quedé atrapado por aquellas películas de samurais, donde un poco detrás de las historias específicas de guerras y muertes, se mostraba algo de la cultura y tradición del Japón antiguo. La imagen de aquel hombre ciego partiendo al medio una mosca o una bola de arroz con un sable, que con el tiempo aprendí que se llamaba katana, era algo glorioso. Luego el karate y el judo terminaron de conformar en mí, la imagen de lo que debía ser un héroe.


Todavía medio niño, mi madre me traía de su trabajo unas pequeñas revistas, las PHP, dirigida nada más y nada menos que por Kenosuke Matsushita, empresario líder fundador del Instituto PHP y de lo que hoy conocemos como el imperio Panasonic. Revista al estilo las Reader's Digest norteamericanas o las Sputnik soviéticas, que se dedicaba a hablar sobre el Japón moderno, sus adelantos tecnológicos y su llegada al mundo de las súper potencias económicas y por supuesto a transmitir la genialidad de su fundador, que en realidad fue un tipo genial. Leí muchas de aquellas publicaciones sobre Japón, mi madre, sin saberlo y sobre todo sin quererlo, con su necesidad de enseñarme, me introducían en el inmenso campo de los problemas ideológicos. La revista no era política, sólo estaba dirigida a temas económicos y empresariales, exactamente de los que carecíamos en Cuba.


Luego estudié Historia en la UH y tuve la posibilidad de profundizar sobre Japón, quizás fui uno de los mejores alumnos de mi clase en esa materia. La profesora, de la que todavía recuerdo el nombre y a la que los alumnos llamábamos “La China” era un buen resultado de la mezcla de chino con mulato o negro. Con el tiempo descubrimos que “La China” no era muy buena en lo que hacía, pero sus clases eran agradables.

Tanto con Japón, que siempre quise tener un juego de katanas, pero jamás me pude hacer de uno, y entonces un buen día me dio por hacerme un bonsai. Busqué libros, estudié, hasta que descubrí que, según los expertos, para lograr un bonsai terminado, adulto y completo necesitaba como mínimo trabajar 7 años. Hasta ahí mismo llegó mi pasión. Entendí que no era, ni sería japonés. La idea de invertir años cortando hoja por hoja, peinando y ordenando raíces, para nada tenía que ver con las posibilidades de mí temperamento. Una cosa es ver películas y leer revistas japonesas y otra es dedicar una década para disminuir el tamaño de un árbol.

He visto muchos bonsais plásticos, no me gustan, pero todavía no he encontrado al japonés que me regale uno terminado.


Como otra prueba de esas que pone la vida, recuerdo que ya grande, casi antes de salir de Cuba, visitando la casa de mis amigos Chino y Any, por aquel entonces pareja, descubrí un libro de poemas de un autor japonés y como nunca me había leído nada así, me dispuse.

Error. Me fue imposible pasar de la página número tres. Los poemas eran algo así como:

Agua, flor de loto, pájaro caído.
Viento que mueve el arrozal, Luna alumbrada, piedras rodando.
Nieve, calor, sakura en flor.
Sushi.

Volví a concluir que no era japonés y ya no me interesaba tanto el tema como para torturarme de esa forma, así que ni el nombre del autor recuerdo.

El tiempo pasó y pasó y ahora me he reencontrado con la historia y cultura japonesa en mi confortable apartamento y me metí en el chorizo de hacerme una fuente shishi odoshi, inspirada en el estilo japonés, que no es más nada que una vulgar fuente de bambú que las hay en Japón en cualquier lugar y que se inventó creo que cuando se inventó el primer japonés.


Entonces fiel a lo original, mi primera tarea fue localizar el bambú. Imaginen buscar bambú en medio de los Estados Unidos. Total fracaso. Resultado cero. La opción más cercana era comprar el bambú a través de internet procedente de Miami o California, lo que resultaba más caro que comprarme la fuente hecha. JAJAJA.

La tarea es bastante simple, las fuentes en Japón son de bambú, tal como las maracas en Cuba son de güira. Bambú era lo que tenían. Recuerdo que mi hijo Jonathan un día, para probar, compró en un mercado vietnamita un pomo de bambú para comer, teniendo en cuenta que esa es la comida preferida de los osos panda en China. Podemos comer casi cualquier cosa, pero aquel pomo dio vueltas y vueltas, hasta que al final fue echado en la basura. Una cosa es ver películas y leer revisticas, incluso llegar a pensar en que puedes leerte un libro de un poeta japonés y otra, extremadamente diferente, es comer bambú, aunque los pandas digan lo contrario.

Volviendo a la fuente y tratando de resolver por aquello de que cuando no hay perros hay que montear con gatos, apareció mi ingenio y me propuse sustituir el bambú por algo tan original como tubos de PVC. De esos si tenemos por toneladas.

Encontrado el material para mi fuente, busqué en internet explicaciones en español y en inglés, las que están en japonés ni las traté de entender y sólo encontré videos de fuentes, por lo que de las medidas, los trucos, las ubicaciones, etc., nada. Como el primer japonés tuve que ponerme a inventar.

Después de semanas de prueba y error, lo logré. Ahora tengo una fuente de inspiración japonesa y materiales norteamericanos en la sala de mi apartamento, por aquello de la unidad de los pueblos. JAJAJA.

No es complicado cuando se trata de utilizar el agua de un manantial, colocar unos pedazos de bambú y unas piedras y organizar todo en un jardín exterior. Pero cuando se trata del jueguito con agua dentro de un apartamento alfombrado y que no se derrame ni una gota de agua fuera del recipiente utilizado, se necesita de una precisión magistral. Habría que ver si los japoneses pueden lograrlo.

El agua tiene que moverse y caer en la cantidad y el lugar exactos y luego compensar el bambú, en mi caso los tubos de PVC, para que todo funcione rítmicamente. Logrado esto, el resultado es muy gratificante. El sonido provocado por el movimiento y caída del agua, más el golpe seco del tubo cuando choca con las piedras en su movimiento hacia delante y hacia atrás, crea un ritmo constante en dos tonos diferentes, inigualable para el trabajo con los nervios.

La contemplación durante mucho tiempo, termina por dormirlo a uno, por lo que no son muy necesarias las pastillas para conseguir el sueño.

En Japón además del bambú, las piedras que se utilizan son japonesas, las mías me las trajo Jonathan de su reciente viaje a Nuevo México. No tienen mucho que ver con las originales, pero además del reconocimiento al trabajo que mi hijo hizo, son lindas y diferentes y al final como hablamos de una fuente de inspiración japonesa, pero norteamericana, todo es posible.

Entonces nada mejor después de un día de trabajo en mantenimiento que llegar a mi apartamento, conectar la bombita y poco a poco, mientras el agua corre y las piedras suenan, ver cómo van apareciendo frente a mí los japoneses de mi vida, Sato Ichi, Toshiro Mifune, Akira Kurosagua, alguna que otra geisha, e incluso mi profesora de la universidad. JAJAJA. Esto es más barato que la mariguana.



Nota: Los que acceden desde internet podrán ver videos de la fuente. Los que no, pueden ver las fotos y como dice mi amigo Ruso, transportarse. Para imaginarse el agua corriendo y el sonido de las piedras, tampoco hay que ir a Japón. ¿Somos cubanos, no?



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