miércoles, 27 de julio de 2016

Puede que seas más rico de lo que crees.


Hace ya unas semanas, mi buena amiga Lissette desde República Dominicana me envió ésta idea, que puede ser perfectamente una de las tantas que circulan y circulan por internet, Facebook, cadenas de correos, etc., sin embargo, a diferencia de otras muchas, ésta se debe agradece al creador, pues permite pensar, a los que quieran pensar obviamente, y, sobre todo, compartir.

“Si tienes una familia que te ame, unos cuantos buenos amigos, comida sobre tu mesa y un techo sobre tu cabeza, entonces eres más rico de lo que tú crees”

¿Lindo? Creo que sí.


Claro que, para el grupo de obstinados perseguidores de la riqueza económica, esto más que todo, podría ser el lamento o la justificación de muchos fracasados, donde sin ruborizarme puedo incluirme, fracasados que trabajamos y vivimos por un salario y además nos parece bueno. Fracasados que, desprovistos de enormes cantidades de dinero, pues desarrollamos una teoría diferente para la realización y la felicidad.

Puede ser hasta cierto punto real, sin esa ambición económica que tuvieron y aún tienen muchos, no disfrutaríamos de la mitad de las cosas que hoy disfrutamos. Las ganas de crecer económicamente traen inventos, creatividad, lucha por mejorar las cosas, etc. Sin embargo, si todo fuera tan idílico, pues a la vez que ya tienes la casa, el avión, el yate, un apartamento en New York, otro en Tailandia, un grupo de guatacones que te sigue y se ríe de tus gracias sabiendo tú que no eres gracioso, una mujer mucho más joven o reconstruida, hijos que te dicen que te quieren aunque no los veas nunca, etc., el sufrimiento, la angustia, la enfermedad mental, la adicción y la muerte, fueran cosas exclusivas de los pobres.

Me llama la atención, porque, quién tuviera más justificación para suicidarse que los negros de África, los indios de toda Latinoamérica, los cubanos, etc. y, sin embargo, no es que no se suicide la gente en esos lugares, pero no forman parte de los líderes de suicidios en el mundo, liderazgo que se consigue en países tan ricos como Finlandia, Japón, Rusia, Bélgica y China.

¿Si la idea es tener mucho dinero y a partir de ahí todo está resuelto, por qué entonces Michael Jackson no podía dormir y se tenía que inyectar no sé qué medicamento para conciliar el sueño? ¿Por qué se suicidó Hemingway, que además de mucho dinero y fama, disfrutó de una tremenda vida con buenos alcoholes y buenísimas mujeres incorporados? ¿Qué decir de Janis Joplin, Kurt Curvain, Jimmy Hendríx, Jim Morrinson? En fin, tantos que alcanzaron todo lo que el dinero puede traer y que al final de la historia se victimizaron a ellos mismos.

Según los autores del libro “Dinero fácil” el dinero puede traer la felicidad, pero sólo si se gasta en experiencias y no en objetos y posesiones materiales. Cuanto más se invierta en los demás, más alegría puede disfrutarse, pues es la capacidad de ser generoso y no el dinero por el dinero lo que puede aportar más felicidad a la mayor parte de los seres humanos.
Recientemente he visto en Facebook un pequeño experimento con una cámara oculta sobre la pobreza, la capacidad de compartir, la felicidad, que les recomiendo que busquen y vean.
En esencia es un joven que se acerca a diferentes personas que están comiendo y les dice que tiene hambre, que necesita un poco de comida. Ninguna de esas personas se motivó a compartir su comida, muchas, por el contrario, lo echaron en mala forma. El mismo joven entonces se acerca a un hombre de esos que viven en la calle con una caja de pizza en la mano y le dice que ya comió, que le ha sobrado un pedazo de pizza y se la regala. Minutos después otro de los jóvenes del experimento se acerca al vagabundo y le hace el mismo cuento, o sea, tengo hambre, no he comido nada y para mi asombro el tipo que vive en la calle, que a lo mejor hacía días que no comía nada, compartió el pedazo de pizza que tenía con el muchacho.
Jamás pensar que defiendo la pobreza, ni creo que la miseria compartida haga más feliz a la gente. La miseria cuando se comparte, sólo crea más miserables. Sin embargo, sí creo que a veces sufrimos demasiado, sufrimos por adelantado, dejando entonces de vivir y aprovechar el segundo de tranquilidad, sosiego y bienestar.

Creo que comienzo a transitar por un período complicado. No soy viejo, ojalá llegue a serlo algún día, pero tampoco soy tan joven como lo era y entonces, con más tiempo para pensar, comienzo a cuestionar y descubrir temas vinculados a la felicidad.  De ahí que me parezca que la idea más acabada de toda la ideología revolucionaria cubana, la más sólida, fue la que aportó el Comandante Almeida, el Negrito de la Caridad, en aquella canción que interpretara tantas veces magistralmente nuestra Farah María, gloria de la cultura cubana, cuando dijo aquello de que “Cuando tienes juventud no hay experiencia. Cuando llega la experiencia hace falta juventud”

Me gustaría tener dinero, claro. Con dinero hoy, mi primer objetivo sería recuperar la parte de mi familia que quedó atrás, que hoy todavía está atrás. Luego me gustaría tener una casa compuesta de muchas casas, algo así como tenía El Padrino, o sea, medio reparto donde a golpe de vista pudiera ver, “controlar” a esos míos que, para ese momento con dinero, ya debí de haber reunido. Ahora además me gustaría tener un o varios grandes árboles y sobre ellos tener una casa de madera. He visto los programas de TV del tipo que se dedica a construir casa en los árboles y creo que, dentro de lo mejor, esto es unas de las mejores cosas. Ya no iría a Egipto como tanto soñé desde niño, pues ahora me parece aburrido tanta arena y camellos, pero me gustaría ir a Alaska, en verano por supuesto. Me gustaría pasear con mucha gente, la soledad me aburre y me da miedo.
Creo que con dinero no tendría que levantarme todos los días a la misma hora para ir a trabajar, pero de seguro me inventaría un trabajo para defender a los niños de Burkina Faso o a los caballitos de mar.

Recientemente Jenny, Yordan y Mia pasaron una semana en Lincoln con nosotros y la sensación es indescriptible. No nos vemos físicamente todos los días, por lo que vivo con esa pequeña pena de estar lejos. 

Creo que con o sin dinero los sentimientos que esto genera son los mismos, pues en realidad no nos reunimos para hacer negocios, no nos compramos y vendemos nada, no nos interesa impresionar al otro por la cantidad de tarjetas de créditos que tenemos. Como ya somos todos grandes, sencillamente nos reunimos para querernos, para decirnos que nos queremos y demostrarnos que nos queremos.

Es muy bueno poder tener cerca a las personas, no solo familia, sino a las personas que uno quiere. Es lindo cuando se puede hablar de igual a igual. Es fantástico ver que uno es aceptado, querido y valorado en la misma medida que uno valora, acepta y quiere. Es fantástico que nuestro familiar “el dinero” no salga en cada una de nuestras conversaciones, lo que nos permite hablar de música, historia, comidas, informática, etc., etc., etc.

Ahora nuestras reuniones, que siguen siendo como las de antes, están matizadas por la presencia de una pequeñita persona que se roba completamente el show. Nuestra nieta. Más grande está vez que la anterior, lo que le permite interactuar con y como los grandes.





Gracias a Mía, con mis 53 años y 240 libras de peso, me tiré sin pena por la canal en un parque y volví a ser niño. Gracias a mí nieta monté un trencito muy parecido al que montaba en mi infancia en el Zoológico de 26, que luego dejó de existir porque el combustible que consumía en sus vueltas al parque lleno de niños que gritaban y sonreían, hacía falta para arrancar un central azucarero.





































Todo debería pasar como en el pequeño libro de Carpentier, Viaje a la Semilla, donde la vida se vive al revés. Deberíamos tener juventud con experiencia para entonces equivocarnos menos y disfrutar más. Ser felices antes de conocer los problemas. Ese si sería un buen negocio donde invertir el dinero.

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