Mucho he hablado con el Ruso durante mis casi 5 años de vida
en Estados Unidos. Él, sin dudas, significa para mí una buena referencia, no es
la única, pero si una de las que siempre tomo en consideración. El haber
llegado aquí, al centro de este inmenso país, sin familia, sin amigos, sin
conocer a derecha a dónde lo habían enviado, el traer consigo sólo sus papeles
y dos cigarrillos cubanos y hoy ser el supervisor de una gran industria, haber
creado su propia familia, no haber matado a nadie, ni estafado ningún banco o
empresa americanos, el dedicarse a ayudar a todo el que lo necesite, es, al
menos para mí, un gran mérito. Podría ser mejor, claro, siempre podría ser
mejor, pero también y quizás más fácil, podría ser peor.
Entre los temas de siempre está Cuba, la actual y por
supuesto la antigua, nuestra Cuba, porque al habernos criado juntos en Víbora
Park, con nuestras casas familiares una frente a la otra, hace que tengamos
muchas cosas en común, a veces hasta nivel de centímetros.
Él siempre me dijo dos cosas con relación a Cuba, sabiendo,
como sabe, que lo del regreso a la tierra de origen, por lo menos para nosotros
dos, tiene una connotación lo más alejada posible de la opción turística.
Primera, puede ser que cuando llegues allí, ya no te halles como piensas, y
entonces comiences a contar el tiempo que te queda para regresar. A lo mejor
descubres que no eres totalmente de aquí, pero tampoco eres de allá, tal como
lo fuiste. Segunda, cuando regreses de tu visita, pues comenzaras a valorar más
el estar en Estados Unidos, más de lo que crees que lo valoras ya.
Conté con gran sinceridad, que el primer supuesto no me
pasó. No me sentí extraño, para nada me horrorizó lo que vi y de seguro, bajo
las condiciones que allí estuve, me hubiera quedado otros días más. El viaje a
Cuba, que más que viaje de paseo fue una misión familiar, en mi caso fue
perfecto. No tuve el más mínimo problema, ni al entrar, ni al salir, ni al
permanecer allí todos los días que estuve. Todo fluyó como en las buenas
novelas.
Sin embargo, la segunda idea del Ruso, si la he sentido,
todavía hoy, a cada rato me viene a la cabeza. Después de haber estado en Cuba,
recordar lo que allí viví desde una posición privilegiada ahora, ver cómo la
gente vive, pues cada día que amanezco me alegra más estar aquí. No soy
religioso, de serlo, sería ese mi primer agradecimiento en mis rezos mañaneros.
Como dirían muchos, esa es la gran bendición.
Me agradezco primero a mí mismo, pues el llegar aquí no fue
producto de un viaje de estímulo por ser trabajador vanguardia. No me lo
dieron, lo tuve que soñar durante gran parte de mi vida y luego luchar. Agradezco
a los que me impulsaron, apoyaron, me recibieron y quisieron y todavía hoy me
reciben y quieren. He pensado que debería agradecer también a los que se
opusieron, o no hicieron nada por ayudarme o a los que durante muchos años
trataron de quitarme la idea. Por una característica de mi personalidad, quizás
vista por muchos como un problema, mientras más es el no aparente, pues más me
impulsa y me reta. Así que no se preocupen los que me desalentaron, también en
mis pensamientos, les agradezco. Es cierto, según ellos me dijeron, esto no es
tan bueno como pensaba, es en forma general, definitivamente mejor.
Entonces no extrañé a Lincoln, NE, mientras estuve en Cuba.
No tuve tiempo. A lo mejor de haberme pasado meses allí, pues aparecerían los
problemas de la convivencia con aquella tierra y frente a ellos hubiera
aparecido de seguro la imagen de la Unión. Sin embargo, el regreso, el primer
contacto con el aeropuerto de Atlanta, pues me hizo sentir que había regresado
a casa. Me sentí tranquilo,
equilibrado, hasta cierto punto alegre, por lo que
puedo asegurar que desde ese mismo momento dejé de extrañar a Víbora Park, no a
mi gente, pero si a mi lugar. Llegué y sentí la misma sensación que se tiene cuando se sale de un buen concierto de rock.
Hablando de aeropuertos, una anécdota que no he contado. A la salida de Cuba por la Terminal 3, presumo que la mejor
que tienen allí, algo cómico me sucedió. Cómico y triste a la misma vez, por
aquello de la “Imagen Cuba”.
Queríamos comer algo, uno nunca sabe lo que pasa en los
aviones y aeropuertos. Entonces decidimos merendar antes de pasar la barrera de
salida y así compartíamos un poquito más con nuestros acompañantes que no
viajaban, mi hermano Ivan y mi sobrino Ian.
Dispuestos a tal cosa, subimos a una especie de mezzanina
que incluye el diseño de la Terminal y que en ambas esquinas tiene ubicadas dos
cafeterías, que en realidad más que cafeterías son dos mostradores para vender
bebidas y algo de comida rápida, o sea, panes con algo dentro.
Para una terminal internacional como ésta, sólo estos dos
puntos de venta resultan insuficientes, porque además de los que viajan, pues
podemos calcular, como en nuestro caso, que es el último momento para compartir
con los que se quedan, por lo que más que cola o fila, lo que había frente a ambos
mostradores era una gran aglomeración de personas, lo que hacía difícil el
acceso. Tratamos de diferenciar el tumulto y decidimos ir al mostrados de la
izquierda, parecía tener menos personas.
En efecto, había menos personas,
porque no había nada de comer para vender. Todo lo sólido se había acabado.
¿Acabado a medio día? Pues sí, acabado.
Medio que frustrados, pero aún contentos, nos dirigimos casi
corriendo al mostrador de la derecha, donde a todas luces si había algo para
comer, pero la cola era entonces más larga. Del lado de allá del mostrador
había una persona mulata sentada en la caja registradora, que sólo tenía que ver con
el dinero, otra, también mulata, frente a los clientes preguntando por el pedido, que muy
lentamente, con unas uñas muy largas que dificultaban escribir, apuntaba en un
papel, para luego pasarlo a la que permanecía sentada frente a la caja
registradora y una tercera persona, blanca de pelo negro lacio, al borde de picarse las venas, que era la
que luego de que la segunda le decía el pedido, pues iba sacaba los panes, los
ponía a calentar en unas planchitas domésticas poco adecuadas para calentar y
calentar panes, hacía el café y lo servía, sacaba de la nevera las bebidas que
los clientes pedían, etc., etc., etc. Ese mecanismo, más dirigido al control
que a la satisfacción de los llamados clientes, convertía aquello de comerse un
pan con un refresco, en algo insoportable, pero a la vez cómico por aquello de los colores de las personas.
No puedo asegurar el tiempo que estuvimos haciendo cola,
pero ya saben, cubanos al fin, lo de las colas tampoco nos es desconocido por
mucho tiempo que ya no la hacemos. Al final la idea de comernos algo nos
mantuvo firmes.
Cuando nos fuimos acercando al punto donde aquella mujer,
sola, hacía de todo, mientras que sus compañeras, una registraba en la caja y
la otra escribía en un papel, descubrimos que la oferta tenía poca variedad,
sólo había dos renglones, bocaditos de jamón y sándwich, el primero a 1 CUC, el
segundo a 1.80 CUC.
Delante de mí un italiano, que no entendía mucho el español,
pero menos entendía lo que allí estaba pasando, incluida la idea de estar más
de 45 minutos en fila para pedir un pan con algo dentro, pero como viajaba para
Italia estaba obligado a llenar el tanque antes de abordar. Pues el italiano
seguro de sí mismo, pidió un sándwich, que debe ser una de esas palabras como
lo es taxi, que significa lo mismo siempre no importa el idioma en que hables.
¿Qué le trajeron? Pues un pan con jamón dentro, al precio de 1.80 CUC. El tipo
abrió el pan y le preguntó a la persona que lo hacia todo, si el sándwich no
incluía queso, a lo que esa persona con una sonrisa criolla, respondió que sí,
pero que no había queso en ese momento.
El tipo medio desorientado, después de mucho de hacer fila
para la tradición italiana, me miró y me dijo en forma de pregunta, el sándwich
lleva queso o no, pues puede ser que en Italia me estuvieran engañando durante
todos estos años. Si, le respondí, el sándwich lleva queso siempre en Italia,
no se preocupe, pero en Cuba lo de siempre, no es precisamente siempre. El tipo
me miró, me abrió los ojos, le dijo algo malo a su esposa en italiano, pagó y
se fue a comer el pan, no sé a dónde.
Nuestro turno. Pues pedimos los sándwiches sin queso y sin
sorpresa, eso sí, el pan era un poquito más grande y al final nosotros ya nos
regresábamos, unos cafés vendidos como “café cubano” que puede ser una de las
cosas más malas que yo he tomado últimamente y unos refrescos y cervezas importadas,
porque las nacionales estaban caliente. Con los panes en las manos, nos fuimos a
comer a una de las mesas que teníamos ocupadas, porque si te levantas y no
dejas a alguien, entonces tienes que esperar porque las mesas tampoco alcanzan,
al menos en los momentos de mayor demanda. Las personas se comienzan a acercar
a ti que estás sentado, sientes casi la presión de sus cuerpos al lado del
tuyo, para cuando te levantes, rápidamente coger las sillas y ocupar las mesas,
muy parecido a aquel jueguito de las sillitas que al menos los cubanos todos
conocemos.
Nos comimos los panes, que además de no tener queso, tenían
muy poco jamón y nos despedimos de los que no viajaban. Entonces durante el
vuelo, ya aliviado, pensé en algo que se me ocurrió y no puedo probar, pero
como dice el viejo refrán, “conozco a el pájaro por la cagá”.
Es hasta cierto punto entendible que no haya queso porque las
vacas se cansan de dar leche, las mismas vacas llevan más de 50 años salvando a
la llamada revolución, la sequía, el problema del petróleo, la crisis de
Venezuela, el deshielo de los polos, etc. todo eso afecta a los pobres animales,
pero lo que no resulta normal y entendible, es que vendan bocaditos de jamón y
sándwich solo de jamón a precios tan diferentes, a no ser que al final del día,
lo que se vendió como sándwich, pase a registro como bocadito y por supuesto la
diferencia de 0.80 centavos de CUC por cada pan por todo un día de venta, es un
buen dinero a repartir.
¿La persona que está para controlar la oferta existe,
funciona, cumple? Si claro, imagino que sí, pero, como dice el viejo refrán,
“conozco a el pájaro por la cagá”, entonces puedo pensar que la persona que
está para controlar, luego, pasa a la hora del cuadre de la caja entre los papeles
y los bocaditos que se vendieron y puede recoger lo que le toca como estímulo
por su control. El italiano se regresaba a Italia, yo por suerte a Lincoln, NE
y sabemos que los niños pioneros no acostumbran a comer en las cafeterías de
los aeropuertos, es un lugar donde las maestras no los llevan.
Pues sí, es una bendición amanecer aquí todos los días. Ya
he dicho que para nada esto es un paraíso terrenal, ya estoy convencido de que
ese paraíso no existe en ningún lugar. Pero, cuando logras insertarte y conocer
el funcionamiento, descubres que el lugar no está tan mal.
Vi un pedazo de La Habana, otro pedazo me lo contaron y el
último pedazo me lo puedo imaginar porque tampoco los cambios positivos son tan
fantásticos. Y la conclusión final, no es que está bueno o malo, mejor o peor,
sencillamente es un lugar que no existe, que se detuvo, que está paralizado
como para una foto, donde la mayor parte de las personas se levantan y se acuestan,
sin saber qué les pasó y peor, sin saber qué les podrá pasar.
Este es un diseño diferente. Es un diseño para que funcione
y entonces uno puede comprobar lo fácil que resulta la vida, o al menos las
cosas más importantes en ellas. Más que la rapidez, la inmediatez de los trámites
y gestiones son aplastantes. Todo, o casi todo, está al alcance de la mano, una
llamada o sencillamente hoy un click en la computadora. Todo es limpio, todo es
organizado, todo está siempre detrás de una sonrisa amable que invita no sólo a
consumir, sino a volver y volver.
Hay que luchar, claro está, siempre hay que luchar, pero eso
significa concentrarse y trabajar, hacerlo bien, dedicarle tiempo a buscar
mejorar en lo que haces. La idea de caerle atrás a cosas sencillas como un pan,
un poco de proteína, el agua, etc., etc, etc., que también existió aquí hace ya
por suerte muchos años, hoy no existe. Las personas nacen hoy y dan por sentado
que el pan o los panes, siempre estarán, el agua nunca puede faltar, fría,
caliente o hirviendo y lo de la proteína, llega a ser un problema, por el
exceso de consumirla.
Es una bendición existir y que nadie te mire, que nadie te
delate, que nadie te copie, y menos tener que fingir, mentir, seguir criterios
con los que no simpatizas, formar parte de una manada, cuyo único estimulo es
un día alguien te cuente para las estadísticas. Es bueno poder crearte un
espacio y después de trabajar, porque no sé de dónde salió que se puede
conseguir algo sin trabajarlo, pues dedicarte a el espíritu tocando música,
coleccionando mariposas muertas, practicando un deporte, o sencillamente
empinando papalotes, sin que tengas que hacer lo mismo o fingir que te pareces
a alguien.
Es bueno saber que eres libre, no de esa libertad teórica
que entretiene a los filósofos o políticos para luego entretenernos al resto,
sino libre como individuo, como unidad, como único, donde a menos que estés en
el lugar equivocado, en el momento equivocado, pues no tienes que tener miedo a
que te descubran, se cansen de tu forma de vida, te intervengan, te carguen, te
lleven y te lo quiten todo.
Es bueno despertar todos los días en Estados Unidos.
- Nota.
Para los conocedores, no ahondaré en el tema sándwich, pero
antes de escribir la historia del aeropuerto, he leído para evitar que me aparezca
un fantasma. Sólo diré que, a pesar de no estar definido su origen y perderse
éste en el siglo XVIII inglés, parece ser que la palabra sándwich ha llegado a
nuestros días con el significado de dos tapas de algo que cubren o encierran
otras cosas que se combinan. La versión más clásica y antigua puede ser la de
un pan abierto por la mitad que dentro contenía jamón y queso. A partir de ahí
la variedad puede ser infinita en dependencia de los países, regiones,
personas, etc. No obstante, y de ahí la confusión del italiano turista en Cuba,
resulta contraproducente vender en el mismo lugar bocadito de jamón y sándwich
de jamón. No sólo el italiano, cualquiera se hubiera confundido. Nosotros no,
porque es fácil, somos cubanos.