“Quizás la honradez sea lo más recomendable,
pero el engaño y la deshonestidad son parte del ser humano”.
Yudhijt Bhattacharrjee
Hace ya varios días, publiqué aquí mismo un escrito sobre lo que me llamaba la atención de la vida moderna que me rodea, a la que tengo acceso. Escribí sobre las personas que han convertido la mentira en una acción cotidiana para alcanzar determinados objetivos y definí esto como tonto. En una segunda lectura, ya con más calma, como mi primer crítico que soy, me da miedo, porque no quiero que mañana mis nietos por casualidad descubran estos escritos y me titulen de súper abuelo héroe de la verdad, porque no es verdad. Entonces retomo las mismas ideas, ahora desde otro ángulo, las mentiras y gracias a un artículo que me leí hace meses, que se me ha quedado dando vueltas en la cabeza, trataré de desenredar lo que quizás yo mismo enredé.
El tema de las mentiras es siempre llamativo. La mayor parte de
las veces, le damos, al parecer por tradición, mayor importancia que la que
realmente tienen. Los científicos estudiosos del tema, sin embargo, lo ven
desde otro ángulo.
Todos mentimos, dicen los científicos, unos más y otros memos. El
hombre y la mentira están estrecha y fuertemente unidos desde tiempos
inmemoriales. Se piensa que la mentira como comportamiento, surgió no mucho
después del lenguaje, o sea, hace muchos miles de años.
He leído un artículo en la National Geographic de junio de 2017
que, de forma muy general y sólo orientativa, trata el tema de las mentiras en
el ser humano y desde ese momento he estado pensando en escribir para
explicarme a mí mismo cómo funciona. El artículo, que repito, tiene un corte
más que todo cultural, resume las investigaciones que se llevan a cabo
específicamente sobre esta conducta humana. Lo recomiendo.
En fin, aclara, al menos para mí, desconocedor de este tema en
profundidad, cómo y por qué mentimos y quizás, a partir de aquí, trata de
facilitar el entendimiento, lo que nos permitirá, después de estar decididos a
no mentir, coger menos lucha, cuando alguien, motivado por alguna de las
razones que la ciencia define, nos mienta.
La primera tradición popular que se tira por tierra es aquella de
que los niños no mienten, cosas que decimos sobre todo para criticar a algún
adulto. Sorprendentemente no sólo mienten, sino que lo hacen desde edades muy
tempranas, muchos desde antes de los 2 años y lo más cómico es que esto de
mentir en los niños, los expertos lo consideran positivo, pues dicen que al
igual que aprender a caminar o a hablar, el mentir es considerado un logro del
desarrollo del cerebro en el infante.
Entonces en dependencia del ambiente donde el niño se desarrolle,
familia y sociedad, hará de la mentira algo pasajero o su mejor arma para
vivir. Si observa que sus papás se mienten entre ellos, con aquello de “no le
digas esto a tu padre”, y le mienten a él mismo, y además le mienten a sus
vecinos y familia, entonces irá implementando lo de las mentiras hasta
posiblemente convertirse en un adulto profesional. Inventará un papá
diplomático que no existe, una casa con piscina que no tiene y un tío con
influencias en el gobierno.
Los hogares altamente represivos y dogmáticos o en aquellos donde
la imagen de “santos” se impone absurdamente, tienden a crear niños y jóvenes
mentirosos, a lo mejor no porque disfrutan la mentira, sino porque al querer
vivir como niño o joven, donde las ideas son las mismas en Cuba o en Hong Kong,
el camino para mantener a los viejos tranquilos es mentir. Y entonces se genera
una enorme tela de araña donde las mentiras se sientan en las salas, se bañan
en las bañaderas y se comen todos los días en las comidas familiares.
El ser humano utiliza la mentira como muchos animales utilizan en
camuflaje, para sobrevivir. Es quizás la mejor herramienta para manipular a los
demás sin utilizar la fuerza física. Resulta una forma relativamente fácil a la
hora de conseguir poder, dinero, status, aceptación de determinado grupo,
reconocimiento, etc., lo que hace hoy que nuestra capacidad para discernir o
separar la verdad de la mentira esté constantemente en amenaza.
Recuerdo que cuando llegué a República Dominicana, me reencontré
con un viejo amigo de Cuba. Después de los primeros días de felicidad, descubrí
que mi amigo era uno de esos mentirosos profesionales que se justificaba con
aquello de que como en ese país la mentira era una de las llaves maestra para
abrir casi cualquier puerta, pues había que mentir.
Este amigo, que ya no lo es, se autonombraba licenciado en una
especialidad X cuando en realidad nunca había terminado el preuniversitario,
engañaba a los clientes, a los proveedores, a las mujeres con que se acostaba,
a su familia en Cuba, al del colmado, a los extranjeros que quería morder para
conseguir dinero para su proyecto. Se había convertido en un gran estafador de
cuello y corbata.
Era horrible, hoy no sé cómo no le han dado un tiro. Vivía feliz,
no le importaba tenerse que esconder, no le importaba ser regañado por
personas, no le importaba que sus novias un día descubrieran su realidad. Él
había escogido ser empresario y si para eso tenía que joder a la mitad de la
república, pues nada, eso era lo que había que hacer. Llegó un momento que la
gente le huía, no importaba, otra víctima aparecería al otro día. Este, que
puede ser un caso extremo, es algo de lo que nos está pasando todos los días,
poco a poco, sin darnos cuenta.
He leído en algún lugar, algo que dicen dijo Martin Luther King,
que puede ser una de las mayores causas para explicar hoy el por qué mentimos,
aunque el Dr. King no lo dijera con ese objetivo. Él dijo “si quieres tener
enemigos, no hace falta hacer una guerra, basta con decir lo que piensas”
Esto es más que cierto, lo dijera King o no. Recuerdo que mi
madre, con defectos como todo mortal, pero una de las personas más honestas que
he conocido, tratando de evitarme problemas, me decía, “Rolandito, no digas
tanto la verdad, ella, aunque cierta, fuera de contexto o de tiempo, se
convierte en una bomba, por lo cual sólo ganarás problemas”.
Entonces yo, un poco inmaduro lo que hacía era pelear más por mi
verdad. Quizás hoy tenga que pedirle disculpas a mi madre, por las molestias
causadas, más cuando fuimos compañeros de trabajo, ella mi jefa por casi 15
años. Yo no era una persona que trataba de decir la verdad, sencillamente era
un suicida.
Es cierto, muchas veces cuando las personas que te rodean no
quieren escuchar, incluso por miedo, aunque estés diciendo la mayor de las
verdades, tú eres el del problema.
Recuerdo una reunión a puertas cerradas en el saloncito de
protocolo a la que fui citado un día trabajando en Cuba. Mis interlocutores
eran tres “compañeros” de la Seguridad del Estado que atendían el ministerio
donde trabajaba y yo estaba solo. Ellos siempre trabajan así, al menos con
superioridad numérica. Ya ellos me conocían, sabían de mis buenísimos
resultados como profesional, conocían mi calidad humana y por supuesto, mi
debilidad ideológica, lo que era de paso el verdadero objetivo del encuentro.
Después de acordar conversar libremente, lo que nos llevó tres
horas, ellos me dijeron, estamos de acuerdo contigo, tienes razón en lo que
estás diciendo, sólo te pedimos que no lo digas en el aula. Fin del cuento, o
mis argumentos eran muy fuertes, tan fuertes que no se podían rebatir, o ellos
estaban de acuerdo con lo que les dije, pero no podían decirlo, o eran unos
mentirosos sin posibilidad de actuar. Ellos no querían mi arrepentimiento,
ellos no estaban interesados en cambiar lo que yo pensaba, sólo estaban
interesados en que mintiera y no dijera lo que yo pensaba frente a mis, por
aquellos años, alumnos.
Decir la verdad, que es lo que debería ser, frente a la modernidad
que vivimos, va quedando para los laboratorios y las investigaciones
científicas.
Desde el punto de vista biológico, mentir denota cierto desarrollo
del cerebro, “la verdad se da por naturaleza, pero mentir requiere esfuerzos y
una mente aguda y flexible” tal como dice el psicólogo Bruno Verschuere.
Llegándose a definir que existimos mentirosos competentes y mentirosos
mediocres. Estos últimos, los mediocres, son, a veces, más fáciles de detectar,
aquellos que les decimos, … tú no sabes mentir, se te ve la mentira en la cara,
pero los competentes, no solo engañan a los demás, sino que llegan a engañarse
a sí mismos de tal forma, que convierten su mentira en su verdad y se la llegan
a creer.
El tema es tan complicado que hay estudiosos que plantean que, por
el condicionamiento social que existe, lo difícil de vivir una vida económica
fácil y estable, la presión social que padecemos con el tema imagen, aceptación,
el bombardeo de los medios y las redes sociales repletos de noticias e
información falsas, el gusto por lo banal y lo espectacular que hoy se nos
vende, etc., el problema no es conocer por qué tantos mentimos, sino por qué no
mentimos más.
Lo malo no es mentir, parece ser, lo malo es acostumbrarse a la
mentira como parte de la vida para conseguir cosas, cualquiera que estas sean,
porque entonces una mentira trae a la otra y la otra, hasta que la forma de
proceder se convierte en una mentira sin remordimiento, donde el cerebro se
acostumbra al estrés o la incomodidad emocional y entonces nos convertimos en
máquinas de mentir, a partir de la cual, una mentira facilita la mentira
siguiente.
La vida es muy corta, dinámica y a veces complicada, por lo que no
tenemos tiempo para investigar, cuestionar, corroborar todo lo que vemos o
escuchamos, entonces es fácil creer en lo que otros nos dicen. Estamos
preparados para confiar y ese es el mejor ambiente de cultivo para un mentiroso
habitual, lo que la ciencia reconoce como la “ventaja del mentiroso”.
Como estamos condicionados para creer y confiar de forma natural,
a veces nos mienten los políticos, los maestros, los curas, nos mienten también
a veces, nuestros amigos y nuestras parejas. Mientras más nos guste lo que
escuchamos, más fácil es que no detectemos la mentira. Mientras más queramos
pasar por buenas personas, siempre divertidas, siempre lindas y amorosos, más
tendremos que mentir y más mentiras estaremos dispuestos a escuchar.
Las buenas relaciones humanas, lo de congeniar siempre, pasan
inevitablemente por las manos de soportar al otro, compensarlo, aceptarlo,
lograr espacios e intereses comunes, hay que estar dispuesto a sobre llevarlo,
a veces, muchas veces. Sin embargo, cuando para conseguir las buenas relaciones
hay que mentir, la cosa está jodida.
Reproduzco aquí el gráfico aportado por la National Geographic que
refleja las principales razones por las que mentimos, o sea, las causas o
motores y los por cientos de las muestras estudiadas en esa ocasión. Puede ilustrar más que mi explicación. Yo ya escogí las mías, lo que me hace conocerme mejor. Espero que
ustedes, mis queridos amigos, tengan la posibilidad también de escoger las
suyas.
Para este ejercicio, quizás sólo para este ejercicio, lo
recomendable es no mentir. Por lo menos una de las razones tiene que servirles.
No horrorizarse si ve que está reflejado en varias de ellas.
Todos mentimos, la ciencia así lo asegura, el problema parece
estar, en la magnitud y los objetivos con que lo hacemos. Si eres un doble
agente o un espía, lo de mentir a uno de los bandos o a los dos para los que
laboras, es parte de tu trabajo, puedes que tengas una enorme virtud y un gran desarrollo de tu cerebro. Si logras sobrevivir puede que hasta una medalla te den por mentir. Si mientes para lograr que te quieran, para
conseguir amigos, para estar en la moda o para reflejar que estás donde no estás, incluso por sana diversión, bueno, puedes
comenzar por ir a un psicólogo o terapeuta.
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