Crecí en una familia santiaguera, de esas donde se aseguraba que, de no ser por los orientales, Batista aún estaría en Cuba. Al margen del regionalismo y chovinismo que como nación hemos padecido o disfrutado siempre, un poquito de este razonamiento es cierto. La Habana era la capital, la capital siempre está más protegida y es más difícil para cualquier cambio.
Además, crecí en una de aquellas familias revolucionarias desde antes del triunfo de la revolución. Mi abuelo, Rafael Grillo Longoria, abogado reconocido por sus resultados como profesional, tuvo una destacada acción en la clandestinidad santiaguera, entonces crecí muy orgulloso de ese hombre que, luego, con el transcurso de los años desempeñó importantes funciones de gobierno, junto con su siempre labor como profesor en la Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana y otras del país.Mi abuelo, Papá Felo, recién triunfada la revolución, fue nombrado presidente de aquellos tribunales populares donde se enjuiciaron y sancionaron a los batistianos de la zona oriental del país. Mi madre, muy joven por aquellos años, siempre nos contaba de su participación como pueblo en varios de aquellos juicios, donde no pocos batistianos con crímenes probados, terminaban llorando y pidiendo clemencia. Por supuesto, otros no.
Nunca pregunté a mi abuelo, si por aquellos días, 1959 – 1960, ya era comunista. Hoy mirando hacia atrás, creo que no. Había sido hijo de una inmigrante española, que, a golpe de mucho trabajar, sacó a sus hijos adelante. Mi abuelo y su hermano José Antonio, estudiaron Derecho en La Habana. Estudiaron como pobres, comprando los nuevos libros con la venta de los viejos, estudiando en parques y en los tranvías, viviendo en pensiones baratas.
No creo que fuera comunista, ni tan siquiera un gran teórico de esa filosofía. Era un demócrata, vinculado a la ortodoxia cubana, que dedicó parte de su trabajo como abogado a defender a los obreros, sobre todo del sector de transporte frente a injusticias de los patrones y problemas con la tiranía. Era por aquellos años un profesional que comenzaba a vivir bien económicamente, que, como muchos otros, se vinculó a lucha contra el mal común, Batista. Creo que, también como en muchos otros, primó en él los sentimientos de libertad, soberanía, justicia, paz, y por qué no, equidad y equilibrio.
Según mi abuelo y otros contemporáneos con él a los que conocí, vinculados a la lucha clandestina en Oriente, luego de las primeras horas del triunfo, se fueron a buscar a batistianos asesinos probados, a los que todos conocían, los sacaron de sus casas, los llevaron fuera de las ciudades y en matorrales los ajusticiaron o asesinaron, puedes utilizar el verbo que quieras, sin juicios, sin reuniones, sin actas.
Reacción salvaje para la teoría, pero entendible como respuesta a los años de represión y crímenes. Los pueblos de cualquier lugar del mundo no son todos senadores, profesores, investigadores, pacifistas, el pueblo es sólo eso, gigantescamente diverso pueblo. Muchas personas con las que hablé no recordaban o no querían recordar los lugares exactos de los hechos, siempre se escudaban en que había sido de madrugada. La justicia por la mano y aunque no se reconozca, un pequeño pero inevitable sentimiento de venganza es tan vieja como el hombre. Las masas sociales desbordadas suelen actuar así, hasta que luego los procesos de todos tipos se organizan. Veo una y otra vez, las clásicas imágenes del pueblo cubano rompiendo los parquímetros de las calles, los hoteles, los casinos, por considerarlos enemigos, una vez que Batista huyó del país.
Como sabemos, mucho batistianos fueron presentados ante tribunales. Algunos, pocos, salieron absueltos, otros se escondieron dentro de Cuba en iglesias y embajadas y luego salieron del país y otros, por aquellas cosas que tiene la vida, lograron pasar inadvertidos, se camuflajearon, se mudaron de ciudades, se convirtieron en simples ciudadanos de bien y escaparon. Ni la justicia es perfecta.
Los libros de historia y la, a veces corta, memoria popular, recogen a los muy buenos o los muy malos. Es imposible no saber de Hitler o de Fidel, es casi imposible no haber escuchado sobre Gorbachov o Mandela. En estos momentos a muy pocos se le puede ocurrir desconocer que Miguel Díaz Canel, dio la orden pública de “combatir” a un pueblo desarmado. Dio esa orden que significó desatar oficialmente una ola de represión armada, profesional y sin límites contra un pueblo o una parte de él, sea el por ciento que sea, que desfiló en las calles pidiendo libertad.
Díaz Canel, desde su posición de presidente del gobierno y secretario general del partido comunista, cometió el gran error de su vida que creo nadie podrá olvidar. Es posible que a la “hora de los mameyes” a nadie le importe Raúl, que, si está vivo, será tan viejo como ni para invertir tiempo en juzgarlo, pero Nicolás Ceausescu, también presidente del partido rumano y del gobierno, fue ajusticiado por haber llevado a Rumania a los mismos niveles que hoy se encuentra Cuba, exactamente los mismos niveles y luego dar la orden de reprimir a los rumanos. Díaz Canel merece, sólo por dar la orden de combate, que él no ha combatido en las calles, ser sometido a un juicio sumarísimo como los que se les están haciendo a los que han detenido en las calles de Cuba. Como modernos que somos, merece tener un abogado defensor, que puede ser el cocinero de una unidad militar, la telefonista del Comité Central o el mecánico que le arregla los carros y merece encontrar la mayor sanción de todos los códigos penales que han existido en Cuba independientemente de la época en que se haya escrito o funcionado.
Ese Díaz Canel y sus cuatro jefes comprados o chantajeados, ya están en la lista de los malos de los libros de historia, pero, ¿Y qué pasa con los anónimos?
¿Qué pasa con aquellos que detrás de una máscara anti COVID o una máscara anti motín, escondidos detrás de escudos de guerra, camuflajeados detrás de uniformes, siempre en grandes grupos, armados con armas de guerra, bastones, bates de pelota convertidos en armas, han estado reprimiendo a mujeres viejas y jóvenes, hombres viejos y jóvenes e incluso a adolescentes, por sólo pensar y manifestarse diferente a lo que el gobierno opina?, ¿A esos, los anónimos, los vamos a olvidar?
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Los represores cubanos están usando, no sólo spray antimotines, sino manoplas de acero en los puños, para dar de forma segura y en los muchos videos que he visto, los han filmado los que están allí en Cuba, se ven disparando contra los que únicamente con sus celulares estaban caminando y gritando consignas, algunas de ellas paradójicamente, ahora con diferentes objetivos, las mismas que se gritaron en Cuba en defensa del comunismo, como “el pueblo unido, jamás será vencido”. El gobierno cubano se queja de que manifestantes han respondido en algunos lugares con piedras, que es lo único que han encontrado para defenderse. Es una pena que no tuvieran bazucas o lanza cohetes. Entonces sí estarán equilibrados, entonces si existiría un combate.
¿Culpable Díaz Canel? Si, culpabilísimo, pero culpable también cada cubano que ha reprimido y esos tendrán que ser buscados, tendrán que aparecer y tendrán que ser juzgados.
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Lo que ha pasado durante todos estos años, es que los cubanos no sentimos respeto por nuestra policía. Ella es, me refiero sobre todo a los de a pie, bruta, corrupta y abusadora con el pueblo que sabe no tiene reales derechos. Durante todos estos años la policía ha registrado, decomisado, golpeado, metido en calabozos sin muchos miramientos a cuantos cubanos se le antojó, pues sabe que el cubano pueblo no tiene ni como defenderse, ni quién lo defienda realmente frente a las leyes que, todas, exactamente todas, son creadas y ejecutadas por los mismos desde y para el poder.
Entonces esa policía que muchas veces trabaja lejos de su lugar de origen, por lo que no tiene compromisos, ni familia, ni amigos, hoy se está vengando de ese poco cariño y es por eso la forma en que se han ensañado con los que protestan pacíficamente. La policía ha esperado este momento para ejercer el poder, como ya dije, siempre en grandes grupos aventajando al reprimido. Nada más hay que ver los videos para descubrir el odio que muchos de ellos sienten. Nada más hay que ver los videos para descubrir que están disfrutando con pararse en la puerta de una casa y decirle a una joven o a un joven que no pueden salir a la calle y que no tienen nada que explicarle. Está en prisión domiciliaria sin delito, ni juicio. Sencillamente está en presión domiciliaria, incomunicado porque a los del poder les da la gana.
Odio, sí, eso es lo que yo veo. Rabia es lo que tienen, porque de lo contrario, quién los obliga a disparar un arma o caerle a bastonazos a una persona que está esposada y además aguantada por 4, 5 o 6 policías más. Nadie puede obligar a otra persona a que cometa esos crímenes, a no ser que sepa el jefe que los subordinados van a responder exactamente como él quiere.
Luego están los de tropas especiales, hoy vestidos totalmente de negro con petos antibalas, rodilleras, cascos, escudos, que han sido entrenado desde siempre, hoy lo siguen estando, por instructores rusos, vietnamitas y chinos. ¿Podría considerarse esto como una injerencia extranjera?, ¿Cómo es que no se protesta porque los cubanos sean entrenados para reprimir a su propio pueblo por expertos extranjeros en la materia de reprimir?, ¿Quiénes son más represores de su pueblo que los chinos y ellos son hoy los entrenadores?
Entonces, yo no sé cuándo, pero todos esos, a los que debemos conocer y recordar, un día tendrán que pagar por haber cumplido una orden errada y no haber tenido la dignidad de quitarse el uniforme del color que sea, bajo la justificación que ninguna de las fuerzas represivas que posee el estado, existen para reprimir, matar, herir, golpear a una parte del pueblo indefensa que sólo está pidiendo, después de haber aguantado 62 años, que quiere cambios porque su realidad es aplastantemente mala. Cada cubano que quiere mejorar, llámese como se llame la fórmula en el futuro, debe recordar una cara, un nombre de esos represores anónimo, porque llegará el momento de presentar pruebas frente a tribunales. Se pasaron de la hora de dialogar, se pasaron de la hora de entender, entonces tendrán que pagar.
No podemos olvidar. No podemos luego escuchar los
lamentos, porque esos que se van a lamentar o justificarse con que cumplían
ordenes, no escuchan hoy los lamentos y los llantos de las madres y esposas que
tienen a sus familiares desaparecidos dentro de calabozos y encarcelados a
partir de juicios sumarísimos, muchos de ellos con impotentes abogados
defensores, otras veces sin abogados. Quien no escucha lamento, no puede lamentarse.
Mi madre recuerda haber visto a muchos batistianos, fuertes, agresivos, que disfrutaban con reprimir, torturar y asesinar, llorar y pedir clemencia en los juicios que se les celebraron. Clemencia que no les dieron, porque quizás no la merecían. Llegará el día en que muchos de estos anónimos represores, ayudados y alentados por el poder, por el partido comunista y por el propio presidente cubano, tengan que pagar y entonces habrá que recordarles.
Yo soy partidario de no olvidar, porque como dice mi Joan Manuel Serrat, “el pueblo que pierde la memoria, pierde la llave del futuro”.
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