domingo, 30 de enero de 2022

431.- ¿Por dónde empezar, Cuba? (Primera Parte)

 “No soy partidario del olvido. Cuando un pueblo pierde la memoria pierde la llave de su futuro”.

Joan Manuel Serrat

 ¿Por dónde empezar, Cuba?

Acercarme cada día al gobierno de Cuba con todo su aparataje enorme de dirección, o sea, partido, administración nacional con todos sus ministerios y oficinas, provinciales, municipales, instituciones civiles cuadra por cuadra, edificio por edificio, centro de trabajo por centro de trabajo, como sindicatos, CDR, FMC, más la seguridad del estado, ministerio del interior, hasta el último policía que está tratando de dirigir el tráfico en una esquina o sentado llenando citaciones policiales, las bodegas, los hospitales, los aeropuertos y hasta el último de los que todavía se llaman comunistas y defienden el desastre total que existe, es como presenciar una película donde priman los homicidios.

Es como ver una escena de esas donde aparece un cadáver putrefacto y mal oliente en un pantano que lleva mucho tiempo semienterrado en el fango y al llegar el experto en crímenes, el tipo que todo lo resuelve, el que a pesar de sus problemas personales es un genio en la materia, se pregunta: ¿por dónde empezar?

Bueno, pensemos. Quizás podría empezar por ese pedazo de papel al que ellos, los comunistas en el gobierno llaman constitución.

Papel que dice en cubano: no importa que lo hagamos bien o mal, no importa si te gustamos o no, no importa que estemos día a día destruyendo lo poco que va quedando de aquello que fue Cuba, no importa lo que piensen o digan los de aquí o los de allá, somo intocables, somos insustituibles, el gobierno en Cuba tiene una forma y el partido comunista es y será, no sólo eterno, sino el que define y definirá por siempre y para siempre esa forma. Lo otro, los párrafos, las letras, las ideas, todas corresponden y salen de este inamovible, para ellos, principio.

Ni los faraones egipcios, ni los emperadores chinos la tuvieron tan fácil. Por este criterio impuesto e imposibilitado tan siquiera de debatir, estuviéramos aún en el siglo XXI cargando piedras para construir pirámides o murallas y adorando al dios egipcio Ra, dios del Sol o al chino Yu ch'ing, que en nuestro español quiere decir, el Venerable Celeste del Comienzo Original.

Que fácil la tienen, se han construido una constitución, lo que trata de dar cierta modernidad al gobierno, hubiera sido mejor quitarse la careta y gobernar sin ella, donde se declara que si piensas diferente y se te ocurre decirlo vas a ser reprimido, donde si te manifiestas en contra vas a ser puesto preso con sanciones más severas que a las de un criminal en serie, donde existe un pueblo revolucionario al que se le otorgan teóricamente derechos y existe otro pueblo no revolucionario que merece no haber nacido. Las calles son de los revolucionarios, pero no hay calles. Los beneficios por los que se trabajan hace seis décadas, son para los revolucionarios, pero en realidad como no existen las calles, ni los beneficios, el gobierno cubano en toda su expresión, no está obligado a garantizar nada.

Tristeza. Algo parecido pasaba en el feudalismo, las calles, los ríos, los castillos, las producciones y las personas eran de los señores feudales y a nadie se le podía ocurrir cambiar esto. Menos mal que los que vivieron en aquellos años no creyeron mucho y al final le dieron muerte, de lo contrario, estaríamos aun manteniendo a las cortes europeas llenas de sus vagos reyes, príncipes, marqueses, etc.

Acercarme a la economía es sentir dolor. Dolor de un pueblo que no come, que tiene que hacer 8, 10 horas de infernales colas con revendedores incluidos, para ver qué puede comprar. Significa un pueblo que está pagando 3, 4, 6 veces el precio ya injusto de cualquier producto.

Es tratar de comprender cómo una isla, o sea, tierra rodeada de agua de mar muy salada, la más grande del Mar Caribe, la tierra bendecida por Dios y nombrada bella por los “descubridores”, hoy importa sal que desde hace seis décadas sigue regulada. Significa tratar de comprender cómo la posesión más importante de España durante cinco siglos coloniales y luego la siempre en ascenso economía insular, durante siglos la azucarera del mundo hoy importa azúcar que desde hace también seis décadas se mantiene regulada e inalcanzable para los estándares de consumo dulce de los cubanos.

Pensar en la economía es concluir que no existe economía, que no hay agricultura, que no existe un sector que no esté en total crisis. Significa entender cómo la tierra fértil no da malangas o yucas, que un platanito de fruta por su color amarillo es más caro que el oro, que a las vacas se les han secado las ubres, se las comen las garrapatas y como única solución han encontrado el suicidio acelerado y con ello la casi inexistencia de este tipo de ganado. ¿Qué pensar de los cerdos? Como al parecer Noe no los pudo traer en su “Arca”, pienso yo, no existen en Cuba.

Pensar en la economía del siglo XXI cubano es ver casas y edificios que como postalitas se caen, muchos de ellos con sus habitantes dentro. Es ver que no existe una calle sin huecos enormes y que existen baches con los que las personas han nacido, vivido toda su vida y muerto, asegurando que cualquier bache, a veces casi piscinas olímpicas, son más duraderos que la propia vida de cualquier ser humano.

Para ver el descalabro de una economía, nada más que hay que ver los hospitales, edificaciones casi sacrosantas, priorizadas por el “padre creador” del sistema comunista cubano, hoy convertidos en ruinas, antihigiénicas, insalubres, donde además una buena parte de médicos y técnicos están dañados, desinteresados, aburridos de luchar contra un imposible, corrompidos, etc. Sistema de Salud cubano que hoy sólo vive de donaciones y que de ejemplo mundial ha pasado a la burla, queja y la desilusión del mundo.

Mirar a la economía es arriesgarse a caminar por debajo de edificios del siglo XIX que todos los días, gracias a la gravedad, sino las piedras volarían, dejan caer pedazos como bombas mortales a veces para sus habitantes, otras para los simples transeúntes. Edificaciones que han aguantado solemnemente el paso del tiempo devastador, donde cada cubano ha arrancado, modificado, construido y destruido un pedazo de ellos y como si fuera poco, la no economía se observa en las obras “revolucionarias”, que, aunque más jóvenes, se caen más rápido que los edificios casi coloniales, incluyendo los “fabulosos” hoteles llamados 5 estrellas, el comunismo pone las estrellas que le da la gana, a los cuales se les caen los pedazos antes de ser inaugurados. ¿Qué pensaran los que construyeron Petra?

Pensar en Cuba significa en su sistema legal y escuchar, nada más y nada menos, que al mismísimo Fiscal General de la República, institución y persona que debían ser serias, declarando por la televisión nacional para Cuba y el mundo que manifestarse, reunirse, tener una idea política u otra, es más que una posibilidad, un derecho humano que el gobierno defiende, en el mismo momento que se están reprimiendo, sacando de sus casas, llevando a calabozos reconocidos y otros no tan conocidos y sancionando a parte de la población que salió a la calle espontánea y pacíficamente a gritar libertad y abajo el comunismo, tal como si la sincronización de ambas acciones, el discurso del fiscal y la represión fueran el mayor objetivo de los gobernantes.

Es como ver una de esas clásicas películas de la mafia, donde el máximo jefe está tranquilamente bautizando a un bebito, acción además de pacificadora, pura y hermosa y mientras el cura derrama el agua bendita sobre la frente del bautizado, los matones de forma organizada, planificada y sincronizada están asesinando a boca de jarro a todos aquellos supuestos enemigos. La acción llevada a la pantalla grande es genial, la música dentro del templo católico, la ropa blanca de los religiosos, las caras de satisfacción de los familiares, la inmutable actitud del padrino mafioso, contrastan impresionantemente con la sangre que está corriendo en varios puntos y cuerpo de la ciudad.

Pero incluso pensar en Cuba y su gobierno es peor, porque el presidente, si es cierto, temblándole la voz, pero decidido, llamó y organizó él personalmente la represión, dándole carta abierta a grupos de militares y peor, civiles convertidos en fuerzas represoras, para que salieran a las calles con bates de pelota y palos preparados con clavos, más machetes, tubos, y por supuesto toda la parafernalia represiva de las llamadas fuerzas del orden a “matar”. El presidente declaró una guerra abierta, donde era obvio que habría heridos y muertos contra un pueblo que, cansado de aguantar por 60 años, estuvo diciendo, no más.

Hoy miles de personas, incluyendo a menores de edad, están siendo sancionados con los mismos juicios que conocemos. Fiscales, presidentes de tribunales e incluso abogados defensores que primero son comunistas por lo que su función es defender a ultranza al sistema y luego aplican la ley que ellos mismos redactaron para defenderse ellos mismos. Son los dueños de los guantes, las pelotas y bates, los estadios, los árbitros, los bebederos de agua, las pizarras y luces y para colmo, dueños de todos los peloteros con sus uniformes y zapatillas deportivas, más de la ropa que se van a poner cuando salgan, el transporte que van a coger, las casas donde van a descansar y la comida que se van a comer. Probablemente dueños de los vecinos y amigos también.

Argumentos de “vandalismo contra la propiedad social y el disturbio de la tranquilidad ciudadana” en un lugar donde casi hasta las personas son propiedad del gobierno y es cierto, dentro de todos aquellos manifestantes pacíficos actuaron espontáneamente personas que entraron a “saquear” las tiendas en las que se venden los productos en dólares y el 95% del pueblo no puede comprar. 

Es cierto, algunos encaminaron sus luchas a entrar y coger colchones, televisores, quizás zapatos, comidas, etc., que no tienen, ni podrán tener, aunque trabajen como mulos. La misma reacción, pero con más justificación que aquellas “turbas” que salieron a romper los parquímetros y destruir los hoteles y casinos en 1959, porque en aquella ocasión, acciones consideradas revolucionarias, los que rompieron parquímetros no tenían autos, o sea, no pagaban por estacionarse y los que destruyeron con alevosía los hoteles y casinos, no estaban explotados por el capitalismo burgués de esos lugares.

Mirar a Cuba significa descubrir que los hijos y nietos de los padres fundadores de esa llamada todavía revolución, se están haciendo millonarios en dólares, no sólo permitidos, sino auspiciados por el gobierno. En medio del desastre existen, desde siempre, dos grandes grupos a los que el desastre les conviene. 

El primero es histórico, los dirigentes de siempre y los nuevos que aprenden muy rápido a mentir para, gracias a eso, vivir bien. No hay que ser para nada un erudito o un investigador acucioso; sólo hay que mirar dónde y cómo viven y sobre todo sus cuerpos engordados aceleradamente como si estuvieran enfermos, frente a un pueblo sin dientes, sin ropa y zapatos, que casi no puede caminar porque el aire se los lleva.

Los segundos son la mugre. Si, esa mugre que siempre existe y que sin haber trabajado en estas seis décadas se dedica a vivir de los hermanos cubanos. Revendedores, ladrones, “mulas”, administradores de empresas, que, sin el menor rubor, están viviendo de multiplicar y multiplicar precios y dinero. Personas a las que les conviene que ese sistema fatídico exista por siempre, porque declaran que no van a trabajar para él, pero viven y muchos viven muy bien, del oportunismo momentáneo, o sea, hoy vendemos leche en polvo, mañana vendemos gasolina, la próxima semana ajo o cebolla y si se pone la cosa mala, pues tenemos amigos en el lugar donde se fabrican las coronas para los fallecidos y algunas flores extra, “por fuera”, se podrán “resolver” en un país donde todavía tenemos la tradición de ponerle flores a nuestros muertos.

Grupo integrante del histórico, sólido, estable y por qué no autorizado “mercado negro” al cual, por sus propios méritos de sobrevivencia y organización, habría que darle los mayores reconocimientos patrios. Mercado subterráneo que invade y moja a toda la sociedad cubana, que increíblemente iguala al militante comunista con el “gusano”, al profesional con el casi analfabeto, al policía y al de la seguridad del estado con el delincuente, a la santa con la prostituta, a los católicos, los santeros, los abakúa, los paleros, los espiritistas, los testigos de Jehová y los más severos ateos. Ese mercado negro, aunque pueda parecer mentira, que invade, a veces en silencio y otras no tan silenciosamente hasta las propias familias de los que supuestamente dirigen al más alto nivel a ese país. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario