Hace ya
algunas semanas, tuve la oportunidad de hablar por teléfono con un familiar al
cual me unen miles de historias, sentimientos, experiencias, enseñanzas, etc.
Después de los saludos cordiales, éste cercano familiar, para el cual el éxito
se mide en dinero y acumulación de tarecos, me dijo que leía lo que yo escribía
y que escribía bien. Viniendo de él, un profesional exitoso como pocos he
conocido, aquello me pareció todo un gran halago.
Después
de pasar los saludos cordiales y caer de plano en nuestras realidades diarias,
con el mismo impulso de lo anterior, me dijo que lo que escribía no servía de
nada, que había que hacer otras cosas. Punto menos que me dijo que era un
comemierda por dedicar mi tiempo libre a escribir y expresar lo que pienso.
El
criterio para nada me tomó de susto. De haber sido 30 años antes, hubiéramos
desencadenado una conversación-discusión que, a lo mejor, todavía duraría, pero
como el tiempo, cuando pasa bien, no sólo deja sus huellas en el cuerpo, sino
también en el cerebro y como “guerra avisada, no mata soldados", lo
escuché, sonreí y pasamos a hablar de otros temas.
Qué
hay de aquellos que, por escribir, hoy son millonarios y peor, que hay de
aquellos pobres que, por escribir, acumulan reconocimientos y premios, incluido
los Nobels. Puede parecer increíble, pero para muchos, quizás como para mi
familiar, estas personas no han hecho nada productivo en la vida. Productivo
puede ser tener siete televisores.
Entonces
ayer encontré esta idea que ahora dejo aquí. Ella me salva, no para mí, estoy
salvo por mí mismo, sino para los que me acompañan y me anima, a pesar de la
pobreza, a seguir escribiendo.
Llamo
la atención que Jacques Derrida fue un filósofo francés nacido en Argelia, que
desarrolló una forma de análisis semiótico conocido como deconstrucción. Autor
de varios textos reconocidos a nivel mundial, trabajó en la fenomenología,
amplio movimiento filosófico que defiende una psicología descriptiva, corriente
idealista subjetiva dentro de la filosofía, la cual propone el estudio y la
descripción de los fenómenos de la conciencia, o sea, en cubano, el análisis de
las cosas tal como se manifiestan y se muestran en la conciencia. Es la
búsqueda de conocimiento que apela exclusivamente a la experiencia evidente,
carente de hipotetización.
El 15 de julio de 2021,
hace ya un año, en este mismo blog, escribí un artículo, “Los cubanos no
estamos confundidos. Los cubanos queremos LIBERTAD”, donde recordaba los
incidentes que vivimos en muchas ciudades y estados de este país, a raíz de la
muerte de George Floyd. Hecho que desató revueltas, algunas de ellas de elevado
nivel, con pérdidas económicas, saqueos, enfrentamientos entre personas y las
autoridades, heridos y muertos, para algunos mucha diversión, para otros mucho
odio, por varias semanas y meses.
En aquel momento escribí:
“Hace
ya poco más de un año, un afroamericano, un negro, para nosotros los cubanos,
George Floyd, murió como consecuencia de una acción desmedida de un policía
blanco mientras trataba de inmovilizarlo en el piso.
Floyd no era ningún héroe, no era tan siquiera un humilde
consagrado trabajador, era un delincuente con varias condenas menores cumplidas
en cárceles, no obstante, no debió morir. El policía, no la policía
norteamericana, fue arrestado, enjuiciado y, a pesar de estar cumpliendo con su
deber, fue sancionado a muchos años de privación de libertad.
La muerte de Floyd inmediatamente desató una respuesta
nacional e internacional. Parte de la comunidad negra de los Estados Unidos y
también muchas personas blancas dejaron escuchar sus voces de repudio al hecho.
Movimientos organizados, civiles, “Black Lives Matter”
y armados, “Black Panther Party”, tomaron muchas ciudades y a ellos se sumaron
grupos de izquierda, más muchos estudiantes que, aprovecharon la coyuntura para
expresar sus insatisfacciones y, sobre todo, sus desacuerdos con Donald Trump,
en aquellos momentos presidente del país.
De demandas pacíficas, se pasó muy rápido a la
violencia como diversión. Hubo heridos y mucha destrucción, hasta que el
Gobierno Federal tomó cartas en el asunto y los norteamericanos que sí están
armados y muchos entrenados por haber pertenecido al ejército, hombres y
mujeres, salieron a proteger sus negocios, casas, derechos y tranquilidad.
Internacionalmente la respuesta no se hizo esperar.
Todo el mundo opinó, nosotros los cubanos en el protagónico, tanto que muchos
dieron la imagen de enorme dolor, tal como si fueran familiares o amigos
cercanos de Floyd. Poco énfasis se hizo en que también anualmente mueren muchos
negros asesinados por lo de su misma raza o color de piel en asaltos, atracos,
violaciones y guerras entre pandillas por el control de zona de droga y tráfico
de armamento y mucho menos se recordó que todos los años policías de todos los
colores, edades y sexos son asesinados por delincuentes. El hecho de la desgraciada
muerte de Floyd, negro, fue maximizado porque, entre otras muchas cosas, se
utilizó como una venganza contra Trump, el que para muchos es el Diablo en
persona.
El gobierno de Cuba, como siempre, cuando se trata de
los Estados Unidos, emitió su mensaje de condena por la muerte, cosas que me
parece aceptable, ético y necesario en cualquier gobierno, porque Floyd no
debió morir de la forma que murió, pero, además, muy rápido, el gobierno cubano
se solidarizó con las protestas reconociéndolas como legítimas.
El pueblo “oprimido” de los Estados Unidos tenía
derecho a protestar, a mostrar su inconformidad. Por supuesto, la policía
imperialista no debía existir, dijeron. La brutalidad policial en el país más
abusador del planeta debía desaparecer, afirmaron.
Los mensajes cariñosos al movimiento Black Lives
Matter, cuyos principales líderes se declararon abiertamente socialistas y a
los Black Panther, grupo paramilitar considerados por algunos como beneficioso
y por otros como uno de los mayores peligros para la sociedad norteamericana,
inundaron los medios informativos.
No fueron pocos los que culparon a Trump y su
“discurso racista”, incluso cuando el presidente no conocía a Floyd, no conocía
al policía y no estuvo en el lugar de los hechos. Odio a Trump y más, odio
absurdo a los Estados Unidos, por parte de muchas personas que no viven aquí y
aunque disfrutan de las ventajas, bondades y beneficios de otros países
capitalistas, mantienen siempre una doble jugada, con un discurso dulce de
igualdad, fraternidad, equilibrio, gratuidades, etc.
Las protestas ocurridas eran legitimas y necesarias.
Esa parte del pueblo norteamericano que protestó tenía no sólo el derecho, sino
la absoluta razón. Esa fue la conclusión de muchos, entonces, ¿dónde están esas
voces ahora, que dan la callada por respuestas?, ¿por qué no están en la calle
con el mismo ánimo y entusiasmo defendiendo el derecho de los cubanos a
defenderse?
¿Floyd no debió morir y los cubanos?”
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Hoy
de Floyd nadie se acuerda. Pienso que su familia, la cual recibió una gran
indemnización, porque a pesar de no ser Floyd un héroe en un país de derechos
su vida importaba y los policías vinculados al incidente, que, aunque cumplían
con su deber, parece que le provocaron la muerte, el resto, incluyéndonos a
muchos cubanos, esperamos otro evento que podamos utilizar para formar líos,
sobre todo si esos eventos significan criticar o herir a Estados Unidos, porque
así somos muchos de agradecidos o algún que otro funcionario o político que no
nos gusta.
Si
el reclamo de derecho fuera siempre honesto, no habría problemas, pero es
conocido que dentro de esos reclamos hoy se esconden decenas de variantes e
intereses que para nada tienen que ver con lo que se refiere el reclamo
público. Da igual el evento, da igual el país, se llega incluso a pagar para
que personas salgan a la calle a marchar y así engordar las filas de los aparentes
descontentos.
Es
bueno recordar que Floyd, que repito estaba tratando de cometer un delito y
sumarlo a los que ya tenía en su historia privada, al querer pagar en una
tienda con un billete falso, que al parecer se encontraba bajo la influencia de
drogas y se resistió a bajarse del auto donde estaba cuando llegó la policía,
no murió asesinado por un o varios policías, o sea, el policía no le disparó
con su arma, no se utilizaron armas de fuego en el incidente, no lo cogieron
por el cuello hasta dejarlo sin vida, no lo reventaron a patadas, etc.
El
policía trató de llamarlo al orden bajo una acción, al parecer, más violenta de
lo debido poniéndole la rodilla en el cuello mientras estaba boca abajo, lo que
provocó que Floyd tuviera dificultad para respirar a decir de él mismo, luego se
llamó a una ambulancia que le brindó los primeros auxilios y se le trasladó a
un hospital, donde dejó de vivir, según los intencionados no especialistas, por
la violencia recibida.
Se
le prestó atención médica, se le trasladó en una ambulancia, lo que aquí
significa un hospital ambulante con un cuerpo de paramédicos altamente
preparados y se le recibió en un hospital, donde se le trató de salvar la vida.
El informe preliminar de
los médicos forenses del condado, máxima autoridad oficial al respecto, asegura
que la autopsia “no revelaba hallazgos físicos
que respaldaran un diagnóstico de "asfixia traumática o
estrangulación”, pero lo que si se encontró fue que Floyd sufría de una
"enfermedad de las arterias coronarias y enfermedad cardiaca
hipertensiva" que pudieron haberle ocasionado la muerte poco después
de la violencia recibida por la acción del policía y las drogas que había
consumido.
Paralelamente la familia
del occiso, no contenta con el resultado oficial, contrató a un forense privado
de la ciudad de New York, porque tuvo ese derecho, el cual declaró totalmente
lo contrario al examen practicado por los forenses oficiales. La familia
recibió un dinerito y los policías hoy están sancionados a largas condenas de
privación de libertad, cada uno en dependencia de su responsabilidad y
participación en los hechos.
Drogado o no, violento o
no, delincuente o no, Floyd no debió morir ese día. Nadie merece morir así. Sus
últimos minutos, a pesar de haber sido atendido por médicos con alta tecnología,
deben haber sido muy malos.
Lo cierto es que, como todo ajiaco puntual, pero con todos los condimentos para ser utilizado, a las pocas horas muchas personas se lanzaron a las calles y utilizaron la figura y muerte de Floyd para mostrar sus descontentos. Estos movimientos, al parecer anunciados como pacíficos en sus definiciones, como todos los movimientos masivos, dejaron incorporar y digo dejaron porque en ningún momento se declararon en contra o se diferenciaron, a grupos de maleantes e incluso organizaciones violentas desde su fundación que provocaron los disturbios altamente peligrosos para la tranquilidad ciudadana.
La familia de Floyd, los
participantes en organizaciones civiles y pro derechos humanos, estudiantes y
por qué no, muchas personas de bien, salieron a protestar y pedir justicia,
pero lo que vivimos aquí no fue sencillamente eso, sino un desborde de la
delincuencia que dio candela, destruyó locales, tiendas, restaurantes, agredió
a personas sin distinción de edad, daba lo mismo que caminaran por las calles,
estuvieran sentadas tomándose un café o manejaran sus automóviles, abundaron
los robos, saqueos, agresiones a policías, choques con otros grupos civiles que
trataban de llamar al orden o al menos defender sus derechos y propiedades,
etc. Políticos que llegaron a defender la idea de quitarle los fondos a la
policía, cuando lo que tenemos es que asignar más dinero para poder tener
mejores y más policías que nos protejan.
De una forma u otra todo
el mundo se manifestó, unos a favor de la protesta nacional con la violencia
incorporada, otros totalmente en contra. Muchos convirtieron a Floyd por
algunas semanas en su héroe. Los más interesados llevaron el incidente a la
política y como era de esperar a temas de racismo, explotación, discriminación,
etc.
Algo parecido, pero en
otro contexto y país, ocurrió hace pocas semanas. En Cuba un policía mató,
algunos testigos dicen de dos, otros dicen de tres disparos a un joven cubano
en la ciudad de Santa Clara, que por casualidad había salido a marchar pidiendo
cambios radicales para Cuba en pasado 11 de julio de 2021.
El joven de 17 años fue
baleado por un policía, que luego de tenerlo herido y esposado boca abajo en el
medio de la calle, todavía le daba patadas. El joven murió desangrado, sin
atención, frente a decenas de santaclareño inertes, que sólo se conformaron con
filmar con sus celulares lo que estaba ocurriendo.
El hecho, ya no tan nuevo para los cubanos, enseguida desató la noticia oficial del gobierno, y como siempre el joven asesinado resultó tener un historial de violencia y en aquel momento estaba armado con un cuchillo y un machete cuando la policía en defensa propia lo liquidó, por lo que la “justa” acción policial se inscribe dentro de un acto legítimo de defensa propia. Los testigos aseguran que no estaba armado y que la bronca no era tan siquiera con la policía.
O sea, el joven ya
herido de muerte y desangrándose, fue esposado y puesto boca abajo, lo que lo
inmovilizaba totalmente, pero como si fuera poco, el policía que estaba parado
junto a él, lo pateó varias veces y a eso el gobierno llama justa defensa. El
joven, en un país donde una ambulancia, para no darle muchas vueltas, hoy no
existe, murió desangrado, sin atención profesional. Era un adolescente, visto
por mí ahora, casi un niño, que además tenía un hijito de un año.
El
mismo gobierno cubano que no hace mucho estuvo entretenido varias semanas repudiando
y criticando el caso Floyd, con aquello de las diferencias sociales, los
desposeídos y el racismo, ahora justificó el hecho en Santa Clara. Los
repetidores del gobierno cubano, incluyendo los que viven fuera de Cuba, que
sufrieron hasta más no poder por la muerte del afroamericano y le echaron la culpa
al malo de Trump, que ni por allí estaba, se hicieron, una vez más, como
siempre, tal como nos tienen habituados, los locos frente al hecho de Santa
Clara.
La versión es clásica y repetida. Floyd, casi un héroe norteamericano, víctima del racismo. El joven cubano, delincuente, de actitud violenta, agresor. Policía norteamericano malo y asesino, mientras que los policías cubanos víctimas, son buenos y justicieros. Floyd endrogado, tratando de resistirse al arresto y tratando de cometer el delito de pagar con dinero falso, víctima del sistema capitalista. Joven cubano, enemigo del sistema más humanitario y solidario del mundo, delincuente y provocador.
El sunami, la gran ola, creado por la muerte de Floyd en el mundo que odia a Estados Unidos, no existe para el mismo hecho cuando sucede en Cuba. Los gobiernos llamados democráticos, incluyendo a Estados Unidos, poco dijeron, el Papa izquierdista y su iglesia católica, todavía hoy habla de su relación “humana” con Raúl Castro, del joven de 17 años muerto por la super violencia policial en Cuba nada y para colmo los familiares, los amigos, los socios del barrio, la ciudad de Santa Clara, sólo filmaron.
Cuando conversamos entre
íntimos sobre estos temas, siempre aparece la misma pregunta, ¿qué nos pasa
como pueblo?
Y en realidad es difícil
de entender el embrujo al que hemos sido sometidos y digo embrujo para
atribuirle una justificación más allá de la lógica.
Un joven, sea el que
sea, recibe disparos de un policía, lo esposan, lo tiran al suelo boca abajo,
el policía ensañado todavía para dañarlo más de lo que estaba, lo patea, cosas
que lo único que reflejan es la inyección de odio con que los llamados oficiales
del orden salen a la calle a reprimir a los cubanos. Lo único que demuestran es
la impunidad con que están trabajado.
Joven muerto y ni las personas
más cercanas, familiares y amigos, responden. Seis o siete policías flacos, mal
comidos y mal entrenados, son capaces de resistir, detener e inmovilizar a
decenas de cubanos que desde lejos filman con sus celulares y hacen comentarios
para las redes sociales. ¿Cómo?
Floyd no debió morir ya dije, pero, me sigue pareciendo que los cubanos sí.
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