viernes, 29 de septiembre de 2023

525.- Cementerios cubanos, muestra de otro desastre.

Sería hasta cierto punto entendible, quizás ridículo de mi parte, que con tantos problemas que existen en Cuba para vivir, hoy se me ocurra escribir sobre los cementerios, porque a quién le podría importar los cementerios.

La explicación resulta entendible del por qué hoy y es que he visto un reportaje sobre un cementerio en la provincia de Guantánamo, que sólo puede ser comparado con un lugar olvidado del planeta Tierra que de seguro está más atrás que, por ejemplo, Haití. 

En el material, los vecinos aledaños al cementerio se quejan de que no pueden vivir dentro de sus casas porque el mal olor que sale del cementerio se lo impide. Las bóvedas están abiertas o mal cerradas porque, entre otras cosas, los trabajadores se roban el cemento y cierran las bóvedas con tierra, los niños juegan dentro del cementerio tal como si fuera un parque de diversiones, cogiendo y rompiendo a su paso lo que les da la gana, los animales se alimentan con los restos que aparecen, y los gusanos procedentes de la descomposición de los cuerpos, caminan por las paredes, mientras que los administradores del lugar, frente a las quejas de los vecinos, responden que no pueden hacer nada con las malas condiciones y el mal olor porque "ese lugar no es una chopi"

En realidad, sería más lógico, quizás práctico y despojado de sentimientos amorosos, coger al fallecido, o sea, al muerto, ponerlo sobre un poco de leña, hierba seca y pedazos de madera y darle candela en el frente de nuestras casas, dejando que el viento se lleve las cenizas después.

Podría parecer algo loco, pero no lo es. Existen muchas culturas en el mundo y muchas formas de “deshacerse” de un fallecido. Hay pueblos que los entierran en tierra o bóvedas, hay quienes por tradición los incineran desde siempre, cuentan que los vikingos, al menos a sus destacados, los incineraban dentro de una embarcación en movimiento que daba comienzo al viaje hacia la otra vida y en la India, en general, se siguen incinerando los cadáveres y las cenizas se siguen tirando a los ríos, hay pueblos donde los dejan viviendo dentro de las casas, les hablan, los visten diariamente, les ponen comida, les muestran respeto y los sacan periódicamente a coger Sol, como una especie de embalsamamiento, hay quien sencillamente los dejan en los bosques o cuevas para que sirvan de alimentos a otras especies animales y como abono al planeta Tierra. Se cuenta que los esquimales en la antigüedad, cuando ya no eran útiles, para aligerar la carga familiar, salían a caminar y caminar hasta morir congelados y luego, pienso que, al menos los osos, hacían su parte.

Cuba, procedente de una cultura tan antigua como la española, con fuerte arraigo cultural que sobrevive hoy, porque, aunque tenemos de negros, no vivimos, ni comemos, ni nos vestimos, menos nos llamamos como los africanos, sigue escogiendo lo de enterrar a sus muertos y quizás, en una pequeña parte, muy limitada por, no sólo la cultura, sino los grandes temas económicos, incinerarlos y llevar las cenizas dentro de un recipiente lindo o menos lindo a un lugar determinado. Lo de conservar las cenizas de un familiar dentro de la casa, tal como si fuera una mata ornamental, a mí al menos, me sigue pareciendo demasiado.

En Cuba, la nuestra, existe, también, como con todo, una historia de las funerarias y los muertos, además de la historia de los cementerios. Historias increíbles para los que vivimos hoy, que cuentan de dos carros fúnebres tirados por caballos, durante la época colonial, tratando de llegar primero, o sea, en franca competencia por las calles de la ciudad, para recoger el cadáver de una persona. El carro que llegara más rápido se llevaba “el premio” y con eso, obviamente, el dinero. Quizás los historiadores más “apasionados” pudieran encontrar aquí el origen de las hoy famosas MIPYMEs de Díaz Canel.

También tuvimos un elevado desarrollo en la profesión de plañideras, o sea, mujeres lloronas, que se buscaban su dinero, siendo contratadas en los funerales para llorar. Como la sociedad evaluaba la importancia del muerto por las personas que lo lloraban, gritaban, se desmayaban, etc. y las familias y lágrimas oficiales, a veces, eran pocas, pues se contrataban los servicios de verdaderas profesionales en el llanto y el sufrimiento.

Muchas de esas personas llegaron a hacerse importantes y reconocidas, incluso llegaron a controlar lo que llamaríamos hoy pequeñas empresas, que manejaban a mujeres y ofrecían servicios de llanto. Posible otro origen de las MIPYMEs cubanas.

La idea de carros fúnebres compitiendo en las calles de la ciudad y mujeres vestidas de negro que lloraban desconsoladamente, sin tan siquiera haber visto una foto del muerto, hoy me da risas, pero esa es la historia. Me imagino que era algo así como, una "citación oficial” para un lugar y hora, la entrega de un expediente del fallecido para poder llorarlo con aquello de: lo bueno que era, lo buen médico que fue, lo que lo querían sus alumnos, etc., muchas lágrimas, algún que otro refrigerio y el cobro de un salario. No estaba tan mal del todo, es mejor, a mi juicio, que la prostitución, porque a nadie le pedían que se acostaran con el cadáver.

Entonces tenemos los cubanos de hoy cierto roce, conciencia, historia y apego con los cementerios desde casi el principio de nuestras existencias como españoles-cubanos, allá por los siglos coloniales.

En Cuba los primeros entierros fueron en los sótanos o catacumbas de las iglesias, tal como en la Europa que nos pobló. Claro los entierros de los vecinos importantes, los que aparecen todavía hoy en los libros; el resto de los vecinos y los esclavos a nadie les importaba dónde eran enterrados, imagino que eran depositados en tierra fueras de las murallas, o sea, fuera de la ciudad y como a nadie les importó, hoy nadie sabe que existieron. Los libros sólo recogen los nombres de los marqueses, los condes, sus inmaculadas esposas y buenísimos hijos, los famosos intelectuales y profesionales y funcionarios de la iglesia católica, los grandes creyentes y por supuesto, los grandes donantes de dinero.

Recuerdo que cuando fui historiador, participé, con cierto interés chismoso investigativo, en excavaciones arqueológicas que se realizaron en la Habana Vieja en las llamadas letrinas de las casas, dentro de las iglesias y sus catacumbas. Mi hermano Iván trabajaba como técnico investigador en el Gabinete de Arqueología del Museo de la Ciudad y entonces yo, que, autorizadamente me paseaba por dentro de las “tumbas”, podía tocar con mis manos huesos, pedazos de metales, cueros y vajillas, que podían tener 200, 300 años, lo que me resultaba extremadamente excitante como profesional.

Así se investigaron, por ejemplo, las catacumbas del hermosísimo Convento de San Francisco, las de la Capilla de la Fortaleza de la Cabaña, etc., lugares que aportaron valiosísimas informaciones para la historia de nuestra ciudad, que es, con el perdón de los de otras ciudades y sin demeritar otras importancias, el lugar más importante del país.

Con el paso del tiempo, los sótanos de las iglesias de la época se fueron quedando pequeños, la población fue creciendo más rápido que las propias iglesias que no se podían construir en semanas y en cada esquina y por tanto los muertos a enterrar y los problemas de higiene también comenzaron a aumentar, por lo que La Habana, se vio obligada a construir un primer cementerio organizado fuera de la ciudad, para aquella época, bastante fuera de la ciudad y cerca del mar, el “Camposanto”, más conocido por los cubanos como Cementerio de Espada, debido que fue el obispo José Díaz de Espada y Landa, el personaje más importante que recibió eterno hospedaje allí.

Camposanto. Cementerio de Espada

Esto me recuerda la dolorosa imagen del entierro de Mozart, donde su mujer e hijo, al parecer únicos cercanos, se quedaron en la puerta que limitaba la entrada y salida a la ciudad y el cadáver del “genio” fue llevado por dos hombres, sobre una vulgar o común carreta de madera y fue depositado fuera de la ciudad, o sea, tirado en una fosa común, especie de hueco en la tierra, donde como única compañía no se le tiró ni una flor, sino sólo un poco de cal. Entonces, para los que hoy andamos rápido, hay que saber que, desde la muralla de la ciudad hasta el Cementerio de Espada, más o menos una milla de camino, podían haber varias horas de traslado a caballo. El Cementerio de Espada, terminado en 1806, fue entonces la primera idea diseñada como tal, para albergar a fallecidos, lo que fue considerado como una modernidad para toda América e incluso la misma España, donde, al parecer, pudieron clasificar más personas de menos rimbombancia.

Otros cementerios fueron apareciendo en La Habana y en otros lugares del país, bajo la misma historia, o sea, población que crece, iglesias que se quedan pequeñas para la función de almacenar, problemas graves de higiene dentro de la población e incluso dentro de los propios cementerios locales, etc., hasta que apareció el gran, diríamos, coloso, el inigualable Cementerio de Colón.

La Necrópolis Cristóbal Colón se terminó de construir en el año 1886, después de 15 años de trabajo. Increíble para la fecha, teniendo en cuenta que cualquier edificio de microbrigada con un elemental diseño y muy pocas complicaciones constructivas, demora mucho más tiempo en hacerse hoy en Cuba.

Tendría o merecería un espacio gigante para poder describir este lugar, porque su diseño y sobre todo su riqueza arquitectónica, escultural y cultural es inmensa, sólo comparada con la de los grandes y más famosos cementerios del mundo, capaz de competir con cualquiera de ellos de tú a tú. Cada bóveda, cada conjunto escultórico, cada escultura independiente, cada jarrón, cada pedazo de mármol o de cerca, posee una belleza inigualable, particular, singular.

He vivido fuera de Cuba en dos países diferentes, uno antigua colonia española, República Dominicana, otro el país más rico y desarrollado del mundo. Al ser yo fanático a los cementerios, he caminado algunos y no existe uno que medianamente se pueda acercar al Cementerio de Colón. No he visto algo que pueda impresionarme, que pueda compararse, que pueda tan siquiera acercarse. Sólo una lápida de mármol negro encajada en la tierra que decía "Torres", inexplicablemente en uno de los cementerios de Lincoln, Nebraska, por supuesto lugar que escogí y dejé indicado para que se echaran mis cenizas si fallecía en aquella ciudad, cosa que, por suerte, no pasó

El Cementerio de Colón, como lo conocemos, increíblemente corrió por muchos años el mismo camino de todo. A pesar de lo que he dicho, que no es nada comparado con lo que se puede ver, cayó en el olvido y la despreocupación y fue durante años víctima del más brutal robo y negocio. Creo yo, sin poder tener una estadística clara, que un porciento muy elevado de las obras de arte, la mayor parte en mármoles de diferentes colores y orígenes, incluyendo el más que codiciado blanco de Carrara, hoy está en casas privadas e incluso fuera de Cuba. El Cementerio de Colón durante años, con aparente enorme impunidad de los bandidos modernos fue saqueado a mansalva.

De él nos quedan también las historias pasadas, pero cada día más actuales de profanación de tumbas en busca de huesos para, según dice la tradición popular, prácticas de algunas de las religiones afrocubanas. Del robo de las obras de arte y de los huesos de los muertos, tengo muchos cuentos, muy vinculados a mí y mi familia, pero ahora no es el momento. La "lucha" de la población cubana también tuvo como campo de batalla el afamado cementerio habanero.

Los cementerios han recorrido un lamentable camino, claro, como muestra del lamentable camino que ha recorrido todo. Si es difícil la vida de los vivos por la incapacidad del gobierno, qué será del lugar de los muertos. La poca economía, pero además la despreocupación, la indolencia llevan a la ruina cualquier cosa. Y digo la indolencia porque existen muchos ejemplos de pueblos que incluso en condiciones más difíciles, incluso bajo las bombas, han tenido la visión de preservar su historia material.

Esto que parece del pasado, hoy está más actual que nunca. Yo me he puesto viejo viéndolo, pero los niños que yo vi nacer y crecer, también hoy lo ven. Mi sobrino Fabio, sobrino de todos los días, ahora como profesional de la fotografía, ha publicado un reportaje ilustrado que habla por sí solo. Cualquier justificación de que eso que cuento ya no pasa, es incierta.

Fabio, en el espacio “Periodismo de Barrio”, hace pocos meses, ha publicado una historia sobre otro cementerio también importante, el Cementerio de Regla, lugar diferente dentro de la Ciudad de la Habana, porque, según mi experiencia, los habitantes de allí, en sentido general, son muy reglanos. Ellos también están viendo morir a su cementerio.

Les recomiendo el trabajo fotográfico de mi sobrino Fabio con mucho orgullo. Las fotos hablan por sí solas, no hace mucha falta un texto. Hablando de Regla y su cementerio, la historia delata un lugar próspero e importante en el pasado, que hoy es punto menos que una ruina, lo que parece que se puede hacer extensivo al resto de Cuba.

Claro, si es difícil la vida de los vivos, a quién se le puede ocurrir ahora pensar en los muertos.





1 comentario:

  1. Este articulo tiene un comentario histórico muy interesante e instructivo pero al mismo tiempo es muy acertado al exponer la triste y dolorosa imagen que tienen esos cementerios .

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