Recuerdo haber escrito aquí sobre la muerte y los cementerios en Cuba, pero como estamos casi terminando el 2025 y sigo vivo, es buen momento para retomar el tema, ya no del pasado sino del presente cubano.
Si hay algo para el cubano importante es la muerte, no
por el hecho en sí, la muerte existe y no podemos desconocerla, sino por todo
lo que esto significa para nuestra cultura y tradición. Somos un pueblo, que
parece medio salvaje o ha llegado a manifestar cierto salvajismo, pero en realidad
somos para algunos temas, sentimentales, tradicionales, y, a veces hasta medio
dramáticos, pienso que herencia española en nuestra presencia.
La historia del tratamiento de la muerte, los
velorios, los entierros es muy rica en Cuba, por sus diferentes variantes. Los entierros
en las iglesias, los cementerios adelantados para la época en que surgieron
comparados con otros países del área, el desarrollo y diversidad de los servicios
funerarios, incluyendo la contratación de mujeres lloronas, reconocidas como
plañideras, porque al muerto que más se lloraba era el más importante y
querido, delata la importancia que el tema tuvo para el cubano.
Somos, de forma general, un pueblo que prefiere los
velorios de 24 horas en funerarias o en las casas particulares sobre todo en el
campo cubano, las procesiones hacia y dentro de los cementerios, el entierro
generalmente en bóvedas, nichos, y, sobre todo, las flores, muchas flores. Flores
como símbolo de recuerdo, de admiración, quizás como compañía para el largo viaje
que se dice comienza cuando se muere.
Cuba fue española, africana, antes de ser criolla y
cubana. Cuba es una diversidad grande de religiones, semi religiones, creencias
y en cada una de ellas se le dedica un espacio a venerar la muerte y sus muertos.
Cantos, bailes, música, comidas, discursos, homilías y sobre todo mucho respeto,
sin desconocer que existen casos, sobre todo en esas 24 largas horas de
velorio, que van a las funerarias para enamorarse o hablar de pelota.
Terminamos casi el 2025, que se prometió sería un año
mejor que el anterior y que sólo logró decrecer en un 4%, o sea, después de
mucha “resistencia creativa”, el presente año estuvo cuatro veces más mal que
su predecesor, que ya había sido peor que a su antecesor, que también fue peor
que su antecesor y eso se siente en todos y cada uno de los aspectos de la vida
cubana, incluyendo el tema muerte, velorios, entierros, etc.
Y sé que algunos podrán pensar, bueno, si el muerto ya
está muerto, qué más da. Sin embargo, junto al muerto, que es verdad que está
muerto y, por tanto, ni siente, ni padece, están sus familiares, sus amigos y
una enorme sociedad que observa, piensa y evalúa, por lo que el tema daña a los
que quedan.
No hablaré ahora de los cementerios, ya lo hice aquí mismo en el pasado, sólo diré que, de lugares respetados, cuidados, organizados y hasta cierto punto bellos por sus diseños, arquitecturas, mármoles y muestras de obras de arte, hoy han parado en solares, en basureros, en lugares totalmente descuidados y olvidados, llenos de hierbas, bóvedas abiertas, destruidas, cadáveres expuestos, animales que deambulan transportando huesos, saqueadores de tumbas en busca de ropas viejas y huesos para ritos y “trabajos” religiosos. Cementerios más parecidos a basureros que los propios basureros y de basureros Cuba puede enseñar al mundo, por aquello de “en cada cuadra un Comité” acompañado de un basurero.
Escribiré sobre los muertos, lo que pasan en su nuevo camino y los familiares que tratan de dignificar la muerte. Morirse en Cuba hoy es complicarle la vida, más allá de los sentimientos, a las personas que sobreviven. De ese camino gris, oscuro, no se salva hoy nadie. No se salvó Fidel Castro y sus familiares, en aquel viaje por carretera que trasladó, dicen, las cenizas del "Invicto" desde La Habana hasta la piedra que le sirve de sepultura en Santiago de Cuba, cuando el jeep que tiraba de la carroza fúnebre se rompió en medio de la carretera y todos los militares acompañantes tuvieron que poner pie en tierra para empujarlo, pienso, hasta el taller más cercano. En medio de su traslado carnavalesco, Fidel pasó el susto de parar en un taller de mecánica o al menos soportar el cambio del jeep fúnebre. ¿Qué dejar para el simple pueblo?
Las tradicionales flores y coronas no existen, si se
consiguen hay que pagarlas muy caras en el antiguo llamado mercado negro, hoy,
con esa gran creatividad del gobierno cubano, mercado alternativo o, pienso,
arrancar las flores del jardín de tu casa o de algún vecino amigo. Las flores
no existen debido al “bloqueo” norteamericano.
Las llamadas cajas de muerto, que estoy seguro deben
tener otro nombre oficial, no sirven, porque están hechas de cualquier pedazo
de madera mala, a tal punto de romperse en el traslado o los familiares tener
miedo a meter a su fallecido dentro. La industria de ese tipo de cajas ahora
está, escuché, en manos de las llamadas MyPimes, otro sinónimo del gobierno a instaurar
en la mente del cubano para no reconocerlas públicamente como simples empresas
privadas, aparentemente de mejor calidad, pero entonces el costo de ellas es
siempre mayor que el costo que podría tener el mismísimo fallecido. El costo de
una caja de muerto por esta vía es tan preciado como el de obtener una planta eléctrica
o un automóvil.
Las funerarias, han seguido el camino de todo lo
demás, destrucción total. No agua, no luz eléctrica, no asientos y la indolencia
o imposibilidad de los que allí trabajan. Recuerdo en el comienzo del Período
Especial y los apagones, las funerarias, casi siempre sin ventanas, entregaban
un quinqué de keroseno, a lo que los cubanos llamamos “lubrilante”, por capilla
o lo que es lo mismo por muerto, lo que hacía imposible permanecer dentro de
aquellos lugares. Sólo dentro de las capillas terminaban quedando los
fallecidos, por razones más que evidentes. Lo que llegó a contradecir el refrán
popular de “el muerto adelante y la gritería atrás” para convertirse en el
muerto adentro y la gritería afuera.
Pero todo esto, más bien parecido que es sacado de un guion
de una película hiper satírica o de humor negro, no es nada, la realidad hoy es
peor.
Los familiares de las personas fallecidas tienen que
penar un poco más. A veces el fallecido está en su casa o en algún policlínico u
hospital, 15, 16 horas para ser recogido. No neumáticos, no combustible, no
baterías, o sea, no transporte, debido siempre dicen, al “bloqueo”. Imaginar 15
horas con tu mamá o papá, tu abuela o abuelo, tu esposa o esposo, peor, tu hijo
o hija en la cama o sofá de tu casa, esperando a que aflojen el “bloqueo” y
aparezca un carro para trasladarlo a la funeraria.
Luego la funeraria, aquella misma destruida, sin
electricidad, sólo se responsabiliza en muchos casos con el trámite de
contabilidad, o sea, el registro y la baja, el traslado a los cementerios corre
por parte de los dolientes y entonces aparecen imágenes de transporte de cadáveres
en carros de empresas, camiones, carretones tirados por bueyes o empujados por seres
humanos solidarios.
No tenemos en Cuba de forma general tradición de
llevar a los muertos en hombros, nuestra historia recoge algunos momentos casi
siempre vinculados a manifestaciones sociales, personas que murieron luchando y
fueron reconocidos, etc., ahora los familiares declaran que no se arriesgan a
cargar los cajones de madera, por miedo a que el fallecido se salga por el
camino.
Los funcionarios funerarios, o sea, los llamados antes
funerarios, declaran, con lo que se quitan un gran problema de arriba, que su responsabilidad
llega a la salida de las puertas de la funeraria, de ahí para adelante, que
puede ser una cuadra o mil, es responsabilidad, por sus medios, de los que
insisten en llevar al muerto al Campo Santo, que como sabemos hoy tiene mucho más
de campo, o sea, de potrero, que de santo.
Las historias de las personas que hoy se ven obligadas
a luchar con estos temas, dan miedo, más las imágenes o videos de cadáveres que
se salen de los carros y paran tirados en las calles, por las malas o ningunas
condiciones que tienen hoy los transportes que se dedican al tema o se
resuelven.
A como están las cosas hoy y se perfilan a futuro, será
mejor incinerar a los fallecidos por medios propios, nada absurdo, países como India
lo hacen desde siempre, lo que en el caso cubano serviría al menos esa última vez
para cocinar; enterrarlos en los patios o jardines, nada extraño los primeros
cementerios privados de las familias e incluso todavía hoy, son parte de
terrenos escogidos dentro de las propiedades o hacer lo mismo que hacen los
habitantes de la región cultural de Tana Toraja, en la isla Sulawesi,
Indonesia, donde las familias mantienen a sus fallecidos por meses incluso años, vestidos, en camas o sillones,
sacándolos a coger Sol de vez en cuando, hablándoles y ofreciéndoles comida, en
espera de poder celebrar un funeral.
Ya no agua, electricidad, comida, atención médica,
ropa, zapatos, casas, etc.; sino simplemente, cómo hacer más digna la muerte en
Cuba.


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