Casi
recién llegados, Jonathan resolvió con el Che un trabajo circunstancial, “por
la izquierda”, en una carpintería, lo que hizo que se mudara al menos de lunes
a viernes para el apartamento de Tía Ana en Hialeah. A partir de ese momento
Tía Ana y el Che se convirtieron en sus mentores, por lo que las primeras ideas
sobre Miami las obtuvo de ellos. Ana, más vieja y un “poquito” más gorda, en
sentido general sigue siendo la misma Ana que conocimos en Cuba. Clara,
directa, objetiva, valiente y con un empuje mayor al de una yunta de bueyes.
Amiga incondicional y familia de verdad, para las buenas y las malas, para
todas. Poseedora de una forma bien personal de dar cariño y una cierta maldad o
experiencia para el bien, obtenidas de la lucha diaria. El Che, apodo heredado
por su origen argentino, es un hombre fuerte, de mucho trabajo físico y nada de
glamour miamense. Un argentino diferente, o sea, no prepotente, no
autosuficiente, no pedante, que no se cree el ombligo del mundo y para colmo no
interesado en el fútbol. De poco hablar, siempre que abre la boca con ese ritmo
suave y melódico que tiene, bien merece ser escuchado, es un tipo inteligente,
con esa sabiduría popular, heredada de haber tenido que luchar solo en la vida
desde muy temprano. Argentino al fin, suma además la posibilidad de ser un gran
hacedor de las mejores carnes a la barbacoa que alguien puede comerse.
Martica,
casi recién llegada a Miami tuvo que regresarse a San Antonio por razones que
luego contaré y pasó allí dos meses, por lo que la mayor parte del tiempo
estuve solo en la casa de mi hermano Igor, de donde hice muy pocas escapadas. Entonces
tuve allí a mi familia. Igor, mi hermano, con el que compartía diariamente
largas jornadas de conversaciones sobre
su historia y Miami, tratando él de acelerar mi aprendizaje. Mailyn muy cariñosa,
siempre corriendo en las mañanas, encargada muchas veces de llevarnos a las
oficinas muy tempranito antes de que el Sol saliera, muy complicada con la
computadora y el funcionamiento de la informática. Mima, la que al día siguiente de nuestra
llegada se convirtió también en nuestra mamá, que compartía su tiempo y cerebro
entre la conmoción creada por su todavía reciente decisión de haberse quedado
en Miami, el casi el 100% de las actividades domésticas incluyendo una gran parte
con mi sobrino, o sea, su nieto Steve y una atención desmedida y muy cariñosa
hacia todos los que la rodeaban. Mujer sencilla, de pueblo, objetiva,
extremadamente familiar, muy trabajadora y con una sonrisa grande, a la que a
falta de la cultura que proveen los libros, la vida le ha dado una experiencia
y sabiduría muy claras. Mima que extraña a Cuba todos los segundos de esta
vida.
Mi
sobrino Steve de 4 años, niño al fin, a la mañana siguiente a nuestra llegada ya era viejo
conocido. Por momentos muy temperamental y de mucho genio pero muy inteligente,
carismático y sobre todo cariñoso, muy rápido se entregó a querernos sin
miramientos de ningún tipo, sin pedirnos nada a cambio. Con él también compartí largas jornadas hasta
llegar a forjar en pocos días una linda relación. Mi sobrina Shania, ya con 11 años, al
principio se mostró medio recogida, no la veíamos desde que era una bebita,
pero con el paso de los días se fue abriendo poco a poco, sobre todo con
Jonathan, más cercano a ella y a sus intereses en la vida, o sea, música,
celulares, computadoras, etc., etc., etc. Shania flaquita, de hablar rápido, hábil
para sus asuntos.
Mis
escapadas de la casa de mi hermano fueron pocas, por lo que no puedo decir que
caminé Miami. Salíamos y yo como niño que va dirigido, me dedicaba a montarme y
bajarme del carro o a caminar con destinos prefijados. Tuve luego la
posibilidad de sacar la licencia y entonces comencé a ser un poquito útil para
aquella familia que por momentos necesitaba de alguien que manejara. Locura el tránsito
en Miami. Miles de carros, miles de gente, muchas que ni idea tienen lo que
significa el tránsito y sus leyes. Recuerdo que cuando fui a sacar la licencia,
delante de mi había tres hombres, todos igualitos de esos típicos guajiros
cubanos, de barriga grande y cara redonda y rojiza, que acompañaban a un cuarto
que acababa de llegar de su pueblito natal en los adentros de la provincia de Holguín
y el tipo, rojo como un tomate cuando reía, declaraba que jamás en su vida había
montado ni una bicicleta y allí estaba sacando la licencia para salir a manejar
nada más y nada menos que en Miami.
Durante
estos meses, tal como si estuviera becado, esperaba los fines de semana con
ansiedad porque era el momento en que Tío Migue y Varínia, me recogían para llevarme
a su apartamento de Hialeah o a la nueva casita en Miami Garden recién
adquirida en ese momento, a la cual asistíamos para compartir y sobre todo para
trabajar como constructores. Migue, de seguro el mismo Migue de Víbora Park, sigue
siendo un hombre de hablar pausado, a veces irónico, a veces fuerte, pero
pausado. Siempre preocupado por los demás, encargado de unir, siempre muy dulce
y cariñoso con nosotros, hizo hasta lo imposible por hacernos sentir bien. Tal
como si supiera que algún día nos dejaríamos de ver de nuevo, no escatimó en detalles,
en horarios, en acciones para relacionarnos y querernos. Empleando muchas
horas, incluso después de trabajar salvajemente en la reconstrucción de su
nueva casita, en hablar y hablar incansablemente, acompañados de una cervecita
fría o para variar, asistidos por algunas copitas de vino. Varínia, siempre
dispuesta, siempre trabajando, tratando de ocupar todos los espacios, solución
encontrada para mantener la imprescindibilidad. Proveedores ambos de los
mejores momentos y recuerdos que tengo
de Miami, solo igualables por los muchos pastelitos de guayaba que comíamos en
el apartamento de Tía Ana.
Dina,
bella, ahora ya grande, muy dispuesta a recibir a estos tíos postizos a los que
había dejado de ver en Cuba cuando era una niña, tal como si los años pasados no
hubiera ocurrido. Mezcla de Ana y Migue, ella es portadora de una dulzura y
fuerza a la misma vez, que la hacen diferente. Cris, su nueva pareja, Cris está
muy enamorado. No es bobo, yo también lo estaría.
Además
de Ana y Migue y los ya mencionados y por si fuera poco Pipo, Catalina, Tony,
Tonito, Marcial, Amanda, Roselma, tuvimos la posibilidad de reencontrarnos con
varios amigos. Cada vez que preguntas por alguien de tu infancia, de la secundaria,
del barrio, esa persona está en Miami. De estos encuentros, el más lindo fue
con Rebeca y su marido Yorgo. Ambos son poseedores del apartamento más
agradable que vimos en Miami, a diferencia de esas casas museos que vi. Gente
con mucho swing, gente que se mantiene dentro de un Miami diferente a lo que
abunda. Gente buena y cariñosa. Gente desprendida. Un Miami de gente que
disfrutan el arte, la música, etc., trabajadores a los que la vida les ha dado
la posibilidad de no tener que morir en una factoría y mantienen la idea de
cierta espiritualidad o han escogido este como camino. Gente que no quiere
parecerse a nadie.
Agradables
las visitas dominicales de Miriam, la Doña, pues su existencia está muy mezclada
con mi infancia y toda mi juventud, vivíamos uno frente al otro, ella fue
varias veces mi profesora de español y literatura en secundaria y para colmo es
hermana de mi mejor amigo durante todos aquellos años. La Doña, apodo obtenido
de un personaje de una película española, ahora más con arrugas, pero
manteniendo los ojos verdes, nos visitaba los domingos como parte de la
espiritualidad en la que se encuentra sumergida. Volvimos a ver a algunos de
nuestros amigos de República Dominicana que habían viajado antes que nosotros, lo
que siempre es muy agradable ya que por algunos años funcionamos como familia, Manolito,
Deborah y sus hijos; Jorgito y Yaíma; Rubén, Tania y Cary, personas con las que
compartimos muchos antes de llegar a los Estados Unidos.
No
puedo hablar mucho de Miami, no lo conocí. Me faltó tiempo y guía. No quiero
ser injusto. No me arriesgaría a formular una hipótesis que pudiera abarcar
todo el concepto de lo que significa esa ciudad, por mucho que tengo algunas
ideas muy claras.
Solo
diré ahora, para que no se me olvide, que Miami es un lugar de extremos. Es una
ciudad linda y fea a la misma vez. Territorio donde coexisten los “gusanos” de
derecha, los de izquierda e incluso los
“gusanos” miembros del Ministerio del Interior cubano. Lugar donde todo el
mundo sabe cómo resolver el problema de Cuba por las buenas y por las malas. El
Miami de gente con swing y también el de los cheos. El Miami de los campesinos
cubanos que aunque están en esa ciudad moderna e iluminada, aún andan en
caballos con sombreros de yarey y “pitusas” con brillos. El Miami de los
líderes que realmente se han inventado algo nuevo y el de los imitadores, que
lamentablemente abundan. El lugar de los cubanos que ya no hablan castellano,
pero que tampoco logran hablar inglés, que proponen para comunicarse una mezcla
ridícula de donde se obtiene un medio idioma que casi no se entiende. El Miami
de los reales empresarios con verdaderos logros económicos y el de los falsos
empresarios, dedicados más que todo a estafarse entre ellos mismos. El Miami
del Sol y las playas y también el de los mosquitos y los estanques de agua sucia.
El Miami de las tarjetas de crédito con que se pagan otras tarjetas de crédito.
La ciudad con una vida muy cara y uno de los salarios más bajos del país, donde
un pequeño cuarto con un bañito cuesta la increíble cantidad de 500.00 dólares
mensualmente. İQué locura! El Miami ahora no solo de los cubanos, sino también
de los venezolanos y colombianos, entre otros. El Miami de gente que se viste
de lujo para una entrevista de trabajo donde se aspira a un puesto de auxiliar
de limpieza o para ir de “paseo” a un mall o tienda. El Miami de todos los
inventos.
No
puedo definir exactamente, porque viví allí poco tiempo y tuve pocas
experiencias. Si recuerdo que me pareció algo muy convulso. Creo que por eso
mismo ni los que viven allí desde hace mucho tiempo pueden dar una definición
acabada del tema, muchos a pesar de los años no conocen más que la calle donde
viven y el supermercado donde compran, por lo que me parece mejor hablar nada
más de la familia y los amigos para que no se me olvide.
La
ciudad tiene propiedades laberínticas, las personas caen allí y desarrollan su
vida en círculos de los que no se puede salir por la presión que se ejerce
hacia dentro, muchos se están “comiendo un tanque de marcha atrás”, pero como
me dijo mi hermano Igor un día, “hay que estar loco para irse de Miami”.
Una definición exacta de lo que quisiera poder explicar, pero no puedo por mi falta de conocimiento es la que escuché a alguien en uno de esos programas latinos que pone en la TV y que me parece extremadamente genial, “lo mejor que tiene Miami es que es una ciudad que está cerca de los Estados Unidos”.
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