jueves, 1 de agosto de 2013

El Miami de la familia y los amigos. (Segunda parte)

Casi recién llegados, Jonathan resolvió con el Che un trabajo circunstancial, “por la izquierda”, en una carpintería, lo que hizo que se mudara al menos de lunes a viernes para el apartamento de Tía Ana en Hialeah. A partir de ese momento Tía Ana y el Che se convirtieron en sus mentores, por lo que las primeras ideas sobre Miami las obtuvo de ellos. Ana, más vieja y un “poquito” más gorda, en sentido general sigue siendo la misma Ana que conocimos en Cuba. Clara, directa, objetiva, valiente y con un empuje mayor al de una yunta de bueyes. Amiga incondicional y familia de verdad, para las buenas y las malas, para todas. Poseedora de una forma bien personal de dar cariño y una cierta maldad o experiencia para el bien, obtenidas de la lucha diaria. El Che, apodo heredado por su origen argentino, es un hombre fuerte, de mucho trabajo físico y nada de glamour miamense. Un argentino diferente, o sea, no prepotente, no autosuficiente, no pedante, que no se cree el ombligo del mundo y para colmo no interesado en el fútbol. De poco hablar, siempre que abre la boca con ese ritmo suave y melódico que tiene, bien merece ser escuchado, es un tipo inteligente, con esa sabiduría popular, heredada de haber tenido que luchar solo en la vida desde muy temprano. Argentino al fin, suma además la posibilidad de ser un gran hacedor de las mejores carnes a la barbacoa que alguien puede comerse.

Martica, casi recién llegada a Miami tuvo que regresarse a San Antonio por razones que luego contaré y pasó allí dos meses, por lo que la mayor parte del tiempo estuve solo en la casa de mi hermano Igor, de donde hice muy pocas escapadas. Entonces tuve allí a mi familia. Igor, mi hermano, con el que compartía diariamente largas  jornadas de conversaciones sobre su historia y Miami, tratando él de acelerar mi aprendizaje. Mailyn muy cariñosa, siempre corriendo en las mañanas, encargada muchas veces de llevarnos a las oficinas muy tempranito antes de que el Sol saliera, muy complicada con la computadora y el funcionamiento de la informática.  Mima, la que al día siguiente de nuestra llegada se convirtió también en nuestra mamá, que compartía su tiempo y cerebro entre la conmoción creada por su todavía reciente decisión de haberse quedado en Miami, el casi el 100% de las actividades domésticas incluyendo una gran parte con mi sobrino, o sea, su nieto Steve y una atención desmedida y muy cariñosa hacia todos los que la rodeaban. Mujer sencilla, de pueblo, objetiva, extremadamente familiar, muy trabajadora y con una sonrisa grande, a la que a falta de la cultura que proveen los libros, la vida le ha dado una experiencia y sabiduría muy claras. Mima que extraña a Cuba todos los segundos de esta vida.

Mi sobrino Steve de 4 años, niño al fin, a la mañana  siguiente a nuestra llegada ya era viejo conocido. Por momentos muy temperamental y de mucho genio pero muy inteligente, carismático y sobre todo cariñoso, muy rápido se entregó a querernos sin miramientos de ningún tipo, sin pedirnos nada a cambio. Con  él también compartí largas jornadas hasta llegar a forjar en pocos días una linda relación.  Mi sobrina Shania, ya con 11 años, al principio se mostró medio recogida, no la veíamos desde que era una bebita, pero con el paso de los días se fue abriendo poco a poco, sobre todo con Jonathan, más cercano a ella y a sus intereses en la vida, o sea, música, celulares, computadoras, etc., etc., etc. Shania flaquita, de hablar rápido, hábil para sus asuntos.

Mis escapadas de la casa de mi hermano fueron pocas, por lo que no puedo decir que caminé Miami. Salíamos y yo como niño que va dirigido, me dedicaba a montarme y bajarme del carro o a caminar con destinos prefijados. Tuve luego la posibilidad de sacar la licencia y entonces comencé a ser un poquito útil para aquella familia que por momentos necesitaba de alguien que manejara. Locura el tránsito en Miami. Miles de carros, miles de gente, muchas que ni idea tienen lo que significa el tránsito y sus leyes. Recuerdo que cuando fui a sacar la licencia, delante de mi había tres hombres, todos igualitos de esos típicos guajiros cubanos, de barriga grande y cara redonda y rojiza, que acompañaban a un cuarto que acababa de llegar de su pueblito natal en los adentros de la provincia de Holguín y el tipo, rojo como un tomate cuando reía, declaraba que jamás en su vida había montado ni una bicicleta y allí estaba sacando la licencia para salir a manejar nada más y nada menos que en Miami.

Durante estos meses, tal como si estuviera becado, esperaba los fines de semana con ansiedad porque era el momento en que Tío Migue y Varínia, me recogían para llevarme a su apartamento de Hialeah o a la nueva casita en Miami Garden recién adquirida en ese momento, a la cual asistíamos para compartir y sobre todo para trabajar como constructores. Migue, de seguro el mismo Migue de Víbora Park, sigue siendo un hombre de hablar pausado, a veces irónico, a veces fuerte, pero pausado. Siempre preocupado por los demás, encargado de unir, siempre muy dulce y cariñoso con nosotros, hizo hasta lo imposible por hacernos sentir bien. Tal como si supiera que algún día nos dejaríamos de ver de nuevo, no escatimó en detalles, en horarios, en acciones para relacionarnos y querernos. Empleando muchas horas, incluso después de trabajar salvajemente en la reconstrucción de su nueva casita, en hablar y hablar incansablemente, acompañados de una cervecita fría o para variar, asistidos por algunas copitas de vino. Varínia, siempre dispuesta, siempre trabajando, tratando de ocupar todos los espacios, solución encontrada para mantener la imprescindibilidad. Proveedores ambos de los mejores momentos y recuerdos que  tengo de Miami, solo igualables por los muchos pastelitos de guayaba que comíamos en el apartamento de Tía Ana.

Dina, bella, ahora ya grande, muy dispuesta a recibir a estos tíos postizos a los que había dejado de ver en Cuba cuando era una niña, tal como si los años pasados no hubiera ocurrido. Mezcla de Ana y Migue, ella es portadora de una dulzura y fuerza a la misma vez, que la hacen diferente. Cris, su nueva pareja, Cris está muy enamorado. No es bobo, yo también lo estaría.

Además de Ana y Migue y los ya mencionados y por si fuera poco Pipo, Catalina, Tony, Tonito, Marcial, Amanda, Roselma, tuvimos la posibilidad de reencontrarnos con varios amigos. Cada vez que preguntas por alguien de tu infancia, de la secundaria, del barrio, esa persona está en Miami. De estos encuentros, el más lindo fue con Rebeca y su marido Yorgo. Ambos son poseedores del apartamento más agradable que vimos en Miami, a diferencia de esas casas museos que vi. Gente con mucho swing, gente que se mantiene dentro de un Miami diferente a lo que abunda. Gente buena y cariñosa. Gente desprendida. Un Miami de gente que disfrutan el arte, la música, etc., trabajadores a los que la vida les ha dado la posibilidad de no tener que morir en una factoría y mantienen la idea de cierta espiritualidad o han escogido este como camino. Gente que no quiere parecerse a nadie.

Agradables las visitas dominicales de Miriam, la Doña, pues su existencia está muy mezclada con mi infancia y toda mi juventud, vivíamos uno frente al otro, ella fue varias veces mi profesora de español y literatura en secundaria y para colmo es hermana de mi mejor amigo durante todos aquellos años. La Doña, apodo obtenido de un personaje de una película española, ahora más con arrugas, pero manteniendo los ojos verdes, nos visitaba los domingos como parte de la espiritualidad en la que se encuentra sumergida. Volvimos a ver a algunos de nuestros amigos de República Dominicana que habían viajado antes que nosotros, lo que siempre es muy agradable ya que por algunos años funcionamos como familia, Manolito, Deborah y sus hijos; Jorgito y Yaíma; Rubén, Tania y Cary, personas con las que compartimos muchos antes de llegar a los Estados Unidos.

No puedo hablar mucho de Miami, no lo conocí. Me faltó tiempo y guía. No quiero ser injusto. No me arriesgaría a formular una hipótesis que pudiera abarcar todo el concepto de lo que significa esa ciudad, por mucho que tengo algunas ideas muy claras.

Solo diré ahora, para que no se me olvide, que Miami es un lugar de extremos. Es una ciudad linda y fea a la misma vez. Territorio donde coexisten los “gusanos” de derecha,  los de izquierda e incluso los “gusanos” miembros del Ministerio del Interior cubano. Lugar donde todo el mundo sabe cómo resolver el problema de Cuba por las buenas y por las malas. El Miami de gente con swing y también el de los cheos. El Miami de los campesinos cubanos que aunque están en esa ciudad moderna e iluminada, aún andan en caballos con sombreros de yarey y “pitusas” con brillos. El Miami de los líderes que realmente se han inventado algo nuevo y el de los imitadores, que lamentablemente abundan. El lugar de los cubanos que ya no hablan castellano, pero que tampoco logran hablar inglés, que proponen para comunicarse una mezcla ridícula de donde se obtiene un medio idioma que casi no se entiende. El Miami de los reales empresarios con verdaderos logros económicos y el de los falsos empresarios, dedicados más que todo a estafarse entre ellos mismos. El Miami del Sol y las playas y también el de los mosquitos y los estanques de agua sucia. El Miami de las tarjetas de crédito con que se pagan otras tarjetas de crédito. La ciudad con una vida muy cara y uno de los salarios más bajos del país, donde un pequeño cuarto con un bañito cuesta la increíble cantidad de 500.00 dólares mensualmente. İQué locura! El Miami ahora no solo de los cubanos, sino también de los venezolanos y colombianos, entre otros. El Miami de gente que se viste de lujo para una entrevista de trabajo donde se aspira a un puesto de auxiliar de limpieza o para ir de “paseo” a un mall o tienda. El Miami de todos los inventos.

No puedo definir exactamente, porque viví allí poco tiempo y tuve pocas experiencias. Si recuerdo que me pareció algo muy convulso. Creo que por eso mismo ni los que viven allí desde hace mucho tiempo pueden dar una definición acabada del tema, muchos a pesar de los años no conocen más que la calle donde viven y el supermercado donde compran, por lo que me parece mejor hablar nada más de la familia y los amigos para que no se me olvide.
La ciudad tiene propiedades laberínticas, las personas caen allí y desarrollan su vida en círculos de los que no se puede salir por la presión que se ejerce hacia dentro, muchos se están “comiendo un tanque de marcha atrás”, pero como me dijo mi hermano Igor un día, “hay que estar loco para irse de Miami”.

Una definición exacta de lo que quisiera poder explicar, pero no puedo por mi falta de conocimiento es la que escuché a alguien en uno de esos programas latinos que pone en la TV y que me parece extremadamente genial, “lo mejor que tiene Miami es que es una ciudad que está cerca de los Estados Unidos”.

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