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Martica,
casi recién llegada a Miami tuvo que regresarse a San Antonio por razones que
luego contaré y pasó allí dos meses, por lo que la mayor parte del tiempo
estuve solo en la casa de mi hermano Igor, de donde hice muy pocas escapadas. Entonces
tuve allí a mi familia. Igor, mi hermano, con el que compartía diariamente
largas jornadas de conversaciones sobre
su historia y Miami, tratando él de acelerar mi aprendizaje. Mailyn muy cariñosa,
siempre corriendo en las mañanas, encargada muchas veces de llevarnos a las
oficinas muy tempranito antes de que el Sol saliera, muy complicada con la
computadora y el funcionamiento de la informática. Mima, la que al día siguiente de nuestra
llegada se convirtió también en nuestra mamá, que compartía su tiempo y cerebro
entre la conmoción creada por su todavía reciente decisión de haberse quedado
en Miami, el casi el 100% de las actividades domésticas incluyendo una gran parte
con mi sobrino, o sea, su nieto Steve y una atención desmedida y muy cariñosa
hacia todos los que la rodeaban. Mujer sencilla, de pueblo, objetiva,
extremadamente familiar, muy trabajadora y con una sonrisa grande, a la que a
falta de la cultura que proveen los libros, la vida le ha dado una experiencia
y sabiduría muy claras. Mima que extraña a Cuba todos los segundos de esta
vida.
Mi
sobrino Steve de 4 años, niño al fin, a la mañana siguiente a nuestra llegada ya era viejo
conocido. Por momentos muy temperamental y de mucho genio pero muy inteligente,
carismático y sobre todo cariñoso, muy rápido se entregó a querernos sin
miramientos de ningún tipo, sin pedirnos nada a cambio. Con él también compartí largas jornadas hasta
llegar a forjar en pocos días una linda relación. Mi sobrina Shania, ya con 11 años, al
principio se mostró medio recogida, no la veíamos desde que era una bebita,
pero con el paso de los días se fue abriendo poco a poco, sobre todo con
Jonathan, más cercano a ella y a sus intereses en la vida, o sea, música,
celulares, computadoras, etc., etc., etc. Shania flaquita, de hablar rápido, hábil
para sus asuntos.
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Dina,
bella, ahora ya grande, muy dispuesta a recibir a estos tíos postizos a los que
había dejado de ver en Cuba cuando era una niña, tal como si los años pasados no
hubiera ocurrido. Mezcla de Ana y Migue, ella es portadora de una dulzura y
fuerza a la misma vez, que la hacen diferente. Cris, su nueva pareja, Cris está
muy enamorado. No es bobo, yo también lo estaría.
Además
de Ana y Migue y los ya mencionados y por si fuera poco Pipo, Catalina, Tony,
Tonito, Marcial, Amanda, Roselma, tuvimos la posibilidad de reencontrarnos con
varios amigos. Cada vez que preguntas por alguien de tu infancia, de la secundaria,
del barrio, esa persona está en Miami. De estos encuentros, el más lindo fue
con Rebeca y su marido Yorgo. Ambos son poseedores del apartamento más
agradable que vimos en Miami, a diferencia de esas casas museos que vi. Gente
con mucho swing, gente que se mantiene dentro de un Miami diferente a lo que
abunda. Gente buena y cariñosa. Gente desprendida. Un Miami de gente que
disfrutan el arte, la música, etc., trabajadores a los que la vida les ha dado
la posibilidad de no tener que morir en una factoría y mantienen la idea de
cierta espiritualidad o han escogido este como camino. Gente que no quiere
parecerse a nadie.
Agradables
las visitas dominicales de Miriam, la Doña, pues su existencia está muy mezclada
con mi infancia y toda mi juventud, vivíamos uno frente al otro, ella fue
varias veces mi profesora de español y literatura en secundaria y para colmo es
hermana de mi mejor amigo durante todos aquellos años. La Doña, apodo obtenido
de un personaje de una película española, ahora más con arrugas, pero
manteniendo los ojos verdes, nos visitaba los domingos como parte de la
espiritualidad en la que se encuentra sumergida. Volvimos a ver a algunos de
nuestros amigos de República Dominicana que habían viajado antes que nosotros, lo
que siempre es muy agradable ya que por algunos años funcionamos como familia, Manolito,
Deborah y sus hijos; Jorgito y Yaíma; Rubén, Tania y Cary, personas con las que
compartimos muchos antes de llegar a los Estados Unidos.
No
puedo hablar mucho de Miami, no lo conocí. Me faltó tiempo y guía. No quiero
ser injusto. No me arriesgaría a formular una hipótesis que pudiera abarcar
todo el concepto de lo que significa esa ciudad, por mucho que tengo algunas
ideas muy claras.
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No
puedo definir exactamente, porque viví allí poco tiempo y tuve pocas
experiencias. Si recuerdo que me pareció algo muy convulso. Creo que por eso
mismo ni los que viven allí desde hace mucho tiempo pueden dar una definición
acabada del tema, muchos a pesar de los años no conocen más que la calle donde
viven y el supermercado donde compran, por lo que me parece mejor hablar nada
más de la familia y los amigos para que no se me olvide.
La
ciudad tiene propiedades laberínticas, las personas caen allí y desarrollan su
vida en círculos de los que no se puede salir por la presión que se ejerce
hacia dentro, muchos se están “comiendo un tanque de marcha atrás”, pero como
me dijo mi hermano Igor un día, “hay que estar loco para irse de Miami”.
Una definición exacta de lo que quisiera poder explicar, pero no puedo por mi falta de conocimiento es la que escuché a alguien en uno de esos programas latinos que pone en la TV y que me parece extremadamente genial, “lo mejor que tiene Miami es que es una ciudad que está cerca de los Estados Unidos”.
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