miércoles, 31 de julio de 2013

El Miami de la familia y los amigos. (Primera parte)

Hablar de Miami me resulta difícil. Una cosa es soñar desde lejos y otra es vivir la realidad. La Ciudad del Sol, como le llaman los encantadores de cerebros, es una gran mezcla de muchos aspectos, lo que complica cualquier valoración, favoreciendo la aparición del subjetivismo. Creo que para definir a Miami hay que vivir allí mucho tiempo y dedicar muchas horas a su estudio, por lo que en el siguiente recuento me centraré fácil y convenientemente en el Miami de la familia y los amigos y dejaré a que cada persona que por allí pase pueda hacer su propia valoración.


El día 6 de octubre de 2012 nuevamente nos despedimos de Yordán y Jenny después de haber pasado unos lindos días junto a ellos. Salimos de San Antonio montados en Greyhound, línea de ómnibus que luego de 19 paradas, 3 cambios de guaguas y 36 horas de viaje, nos llevaría a Miami, la Ciudad del Sol. Destino donde haríamos los trámites para legalizar nuestra presencia en este país y viviríamos definitivamente. Nuestra emoción era enorme, por fin llegaríamos al lugar geográfico del que una parte grande de los cubanos hablamos y añoramos tal como si fuera nuestro, a veces más que la propia Cuba. Habíamos tenido suerte, hacía muy poco estábamos en República Dominicana y luego, sin grandes tropiezos, nos encontramos  viajando hacia una de las ciudades más famosas del mundo. La ciudad que nosotros mismos nos habíamos prometido.

Llegamos a Miami muy tarde en la noche del domingo,  la adrenalina no nos dejaba sentir el cansancio del largo viaje. La estación de guaguas muy desaliñada, no digna de la ciudad donde se encuentra. Allí ya nos estaban esperando. Mi hermano Igor determinó no ir a recibirnos y esperar a que llegáramos a su casa, pero en la estación estaban nuestros amigos, los de siempre, los de verdad, los que el tiempo transcurrido, Miami con su sol, playas y yates, y las coca colas del olvido, no los había cambiado ni un poquito.

Miguel Ángel, Ana Vilma y su hija Dina, nuestros amigos de Cuba, Varínia, mujer del primero, a la que ya conocíamos desde que nos visitó en Dominicana y el Che, marido de la segunda, con el que ya habíamos entablado amistad vía telefónica. No era un grupo muy grande, de haber avisado que viajábamos de seguro habríamos reunido a muchas más personas, pero sí lo fue en afecto, cariños, alegrías, amor, etc.  

Después de poner los pies en la tierra, los primeros fuertes abrazos, acompañados de chistes y algunas fotos, nos trasladamos a la casa de mi hermano donde viviríamos provisionalmente hasta que nos organizáramos. Casi todo el mundo que llega a Estados Unidos, salvo que lleve mucho dinero, tiene que pasar por el mismo trámite. Llegada alegre, casas de familia o amigos, oficinas para legalizar status, hasta que se consigue la primera independencia.

Ya en la casa donde vive mi hermano, de nuevo recibimientos, abrazos, llantos de alegría y fotos. A Igor y su esposa Mailyn los había visto hacía más menos 4 años cuando me visitaron en Dominicana, no obstante el encuentro siempre fue fuerte desde el punto de vista emotivo. Además para nuestra llegada, la familia de mi hermano había crecido. Descubrimos a Ramona, o como todos la llaman, Mima, la mamá de Mailyn, con poco tiempo de llegada de Cuba y a mi segundo sobrino por esa vía, Steve, pues Shania la primera hija de mi hermano Igor, a la que veríamos días después, no estaba presente en ese momento. 

 Conversaciones interminables, algo de beber, yo un fuerte café a lo cubano, pues durante todo el viaje solo se consigue ese café aguado al que llaman “café americano” imposible de beber. Más chistes, más cariños.

A Miami muy rápido nos acostumbramos los cubanos, porque es como llegar a Cuba y encontrar a las mismas personas, solo que en casas diferentes. Es nuestra forma de hablar, más allá del idioma castellano, nuestra comida, nuestro café, nuestras mismas costumbres, nuestra música y nuestra bulla. Eso hace de ese lugar un hueco seguro y acogedor para los cubanos. Eso convierte a esa ciudad casi en obligatoria. Al día siguiente de la llegada, salvando las diferencias del desarrollo económico, a uno le parece que está en Cuba.


Muy rápido comenzamos los trámites. Oficinas atestadas de personas, agencias, Children and Families, clínicas, Social Security, una y otra vez de forma ininterrumpida para tratar de garantizar los pasos para obtener las ayudas y los papeles. Oficinas donde, según mi experiencia, prima el mal servicio, el tumulto, la falta de organización y lamentablemente el más vulgar “cubaneo”.  No obstante por suerte en esto somos diferentes los cubanos, poco o casi ningún esfuerzo nos toma el legalizar nuestra situación en los Estados Unidos a diferencia del resto de los emigrados que pasan años e incluso décadas para poder lograrlo y viven con la zozobra de ser deportados en cualquier momento. Por esta vía obtuvimos ayuda que sirvió para ayudar.





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