jueves, 11 de julio de 2013

Frontier

Luego de pasar por el torno, nuestra misión era caminar recto a través de un puente para llegar a las oficinas y entregarnos. A nuestra derecha dos jóvenes mexicanos vestidos de uniforme y armas de combate, hacían guardia detrás de una larga mesa, donde evidentemente revisan las maletas a aquellas personas que les interesaba. Era 1 de octubre de 2012, aproximadamente a las 11 de la mañana.


No debíamos mirarlos, salvo que ellos nos llamaran. Sin embargo, Martica, pensando todavía no sé en qué, les fue para arriba, tal como si tuviera que reportarse ante ellos y dale un parte. Por suerte uno de esos jóvenes, le hizo seña para que continuara, imagino que pensando, sé que eres cubana y no me interesa ahora atenderte, sigue tu camino a USA. Fue regañada por el resto del equipo, que a esa altura no entendía como se le había ocurrido irse a entregar voluntariamente a esos guardias, lo que podía haber complicado nuestra misión.

Entramos en el puente, donde tuvimos que hacer una gran cola. El avance fue muy lento, o al menos eso nos pareció en aquel momento. El puente está todo el tiempo lleno de personas, mexicanos en su mayoría, que cruzan a los Estados Unidos por diferentes causas, por lo que la idea de llegar a las oficinas tuvo su proceso, que para aquel momento transitó en cámara muy lenta. Aprovechamos el puente para fumar, pues no sabíamos lo que nos depararía el futuro y para repasar una vez más el cuento que teníamos que hacer.

Casi al llegar a la primera escalera de acceso a las oficinas, descubrimos a una joven pareja, que a todas luces eran cubanos. El joven estaba luchando con una cantidad de bultos enorme, incluyendo un coche de niños, lo que nos hizo entender que estábamos en buen camino. El joven resultó ser un cubano que venía con su esposa y una niña de menos de dos años desde Españaaaaaaaaaaa.

Primer contacto con oficial americano, una mujer de origen latino, de esas que no quieres ver nunca más en tu vida. Yo con los tres pasaportes en la mano. La mujer ni me miró, nada de risas, nada de bienvenido, sólo me dijo, continúe la fila hacia otro oficial que se encontraban metros más adelante sentado detrás de un mostrador. Ya estábamos en el lugar. Fila hasta el oficial, ahora un americano, el que sentado en su cómoda silla, decidía quiénes pasaban y quiénes no. Yo con los tres pasaportes en la mano.

Nuestro turno. Somos ciudadanos cubanos y venimos a … Sin levantar la cabeza, el tipo nos dijo:
 _ Vayan a la oficina y pidan que les entreguen unas planillas que tienes que llenar.

Todo lo que habíamos ensayado quedó a medias, el joven oficial no nos miró. Hoy comprendo que para nosotros era extremadamente nuevo y stresante el asunto, pero para él no era más que parte de su día de trabajo y de cubanos que quieren pasar a los Estados Unidos estaría hasta la coronilla.

Oficina, que en  realidad no es tal cosa, sino un local con unas cuantas sillas parecidas a las de las guaguas que llamábamos aspirinas en Cuba y una mesa arrimada a una de las paredes. Tan pronto entramos, nuestras preocupaciones y el posible stress que en realidad no era mucho, desaparecieron. Estábamos en Cuba. Aquel local estaba lleno de cubanos, que inmediatamente nos enfocaron y nos orientaron hacia cuál de las ventanillas debíamos ir. Yo con los tres pasaportes en la mano.

En la ventanilla número …, nos atendió un oficial americano, de unos pasados cincuenta años, calvo y con cara de buena gente, que hacía el intento por hablar español. Yo, con los tres pasaportes en la mano y con voz segura, le dije:
_ Somos ciudadanos cubanos
Y el tipo con una sonrisa de oreja a oreja, lo que hizo el momento menos tenso, me respondió:
_ Y qué, yo soy ciudadano americano. Y esperó con cara de maldito unos segundos por mi reacción.
_ Si, pero nosotros venimos a pedir asilo político, dije yo.
El tipo muerto de la risa, tal como si estuviera divirtiéndose con una muy buena comedia me dijo:
_ Ahora sí, esas son las palabras. Me recogió los dichosos pasaportes y me entregó tres planillas de esas de cuéntame tu vida que teníamos que llenar y devolverle

Nos viramos tratando de ubicarnos e inmediatamente la solidaridad cubana. ¿De dónde vienen?, ¿Cómo les fue el viaje?, ¿Tuvieron algún problema?, Cojan un bolígrafo para que llenen las planillas, etc.

Planillas llenas, de nuevo a la ventanilla número …. El mismo oficial, con la misma cara de risa, me preguntó: _ ¿Tienen algún documento cubano? y entonces nada más y nada menos que entregamos nuestros simbólicos carnet de identidad y nuestras licencias de conducción, que habían sido sacados de Cuba para cuando hicieran falta.

A partir de ahí es que comenzó a correr el reloj. Acomodémonos que el viaje es largo. Bultos en el piso. Jonathan rápidamente descubrió que debajo de la mesa se podía estar bien y allí con mochila y laptop fue a instalarse, convirtiendo aquel lugar en su guarida fronteriza.

Cubanos de todos lados. Unos venían de España como ya dije, otros venían de México, Ecuador, El Salvador. Nosotros, que muy rápido nos integramos al grupo, pues casi de inmediato dejamos de ser los últimos que habíamos llegado, veníamos de República Dominicana y un cubano, el que tuvo el record ese día, había viajado solito desde Bulgaria.

Al poco rato de estar en aquel lugar, donde ya estábamos como en casa, Jonathan se vira y nos pregunta:
_ ¿Ese que está ahí no es sagitario?
_ ¿Sagitario? Pregunté yo sin mirar, no sabía de qué me estaba hablando.
_ Si sagitario, me respondió. En efecto, cuando logré enfocar para donde Jonathan me señalaba, descubrí al mismísimo Alfredito Rodríguez, que cansado de vivir en México estaba en el mismo trámite nuestro, un poquito más adelantado en la fila. ¿Qué decir? Recuerdo que en un momento el oficial calvo que nos recibió me preguntó si era verdad que había allí entre nosotros un cantante de fama internacional. Bueno, tanto como famoso internacionalmente no creo, pero lo cierto es que Alfredito, al que yo en lo personal no soporto y del que no escucharía una canción, se la buscaba en Cuba desde que yo era un niño. Famoso a lo mejor no era, pero sí que había vivido bien con sus cancioncitas.

El mismo calvo en un momento de nuestra estancia, a través de la ventanilla me entregó unas páginas donde venía impreso un menú de restaurant y me dijo que podíamos llamar para que nos trajeran comida. ¿Llamar por comida? Aquello era demasiado, estaba bueno para quedarse a vivir allí. JAJAJAJAJAJA. Claro que llamamos y nos trajeron la comida. Cara, nada del otro mundo, pero comida caliente.

¿Qué se hace allí adentro? Nada. Conversar, comer, hacer y escuchar historias de los viajes, mirar a los que van llegando, tratar de orientar a algún cubano de esos que llega totalmente perdido y que ni una planilla puede llenar, salir, bajar las escaleritas y caminar hasta el puente para fumar, ir al baño y sobre todo esperar. Esperar pacientemente a que te llegue tu turno. En nuestro caso, no fue tenso para nada. Fue como estar en Cuba en un policlínico, las oficinas de la vivienda, emigración, la OFICODA, o sea, los mismos cubanos, los mismos cuentos, la misma demora.

A cada rato, entraba un oficial con ganas de jugar y preguntaba en alta voz: ¿Dónde están los cubanos?  Y todos, a coro, respondíamos levantando las manos: Aquííííííí

Entrevista. Martica y Jonathan fueron llamados a las 9:00 pm del mismo día en que llegamos para ser entrevistados juntos pero no revueltos, o sea, cada uno con un oficial diferente. Jonathan tuvo que desprenderse de todas las gangarrias que llevaba puesta, pues un oficial joven con mucha paciencia le exigió y esperó a que se despojara hasta del último arete. A Martica la presionaron un poco, le tocó un tipo que estaba o tenía mal carácter. Jonathan divertidísimo. Cuando ellos salieron pasada las 12 de la noche, fue que me llamaron a mí. Primero varios oficiales muy profesionales me llevaron a un cuarto para revisarme tal como en las películas, o sea, sube los brazos, abre las piernas, pégate a la pared, etc. Y me dijeron: _No te pongas tenso, te tenemos que registrar, es parte del proceso. Yo, cuando la violación es inminente, relájate y goza.

Mi oficial, un hombre bajito, joven, con la cara mala por un fuerte acné juvenil, de apellido González, por sus ancestros mexicanos, pero que hablaba mal el español, me preguntó si entendía el inglés. Al responderle que sí, se puso muy contento, pues podía hacerme la entrevista en ese idioma lo que le facilitaría las cosas.

_ Negativo, le dije yo. Prefiero hablar en español pues necesito entender bien lo que me pregunta y sobre todo saber bien lo que voy a responder. Aceptación, pues no era requisito indispensable hablar en inglés. Así empezó la entrevista que duró hasta pasadas las 4:00 am del 2 de octubre.

El proceso es engorroso. El oficial tiene que leer lo que está en la computadora en inglés, luego tiene que traducirlo al español para decírtelo o preguntarte. Uno responde en el español que puede y entonces él tiene que traducirlo al inglés para teclearlo en el sistema. Todo un infierno. Luego miles de preguntas, o las mismas preguntas  hechas miles de veces. Pero además se demoran porque para ellos ese es su trabajo y evidentemente no le pagan por sobrecumplimiento, así que como en todas las oficinas, los tipos se viran, hablan de pelota, ven las fotos del niño de la oficial de al lado, hablan con el que acaba de entrar. Cogen el teléfono y meten una muela de media hora con una chica, etc, etc, etc., y uno ahí, esperando.
Yo entré a la frontera con un pullover de Journey, ya me conocen todo muy simbólico. En un momento de la entrevista mi oficial me preguntó si tenía algún tatuaje, al decirle que sí,  tuve que mostrárselos porque tienen que describirlo en el sistema. Al descubrir que tengo tatuada la misma imagen del pullover y el tipo ser fanático a Journey y Steve Perry, estuvimos casi 45 minutos hablando de música americana, conversación a la que se incorporó muy agradablemente el jefe de la oficina. Ese tiempo, para los que están afuera, es un largo tiempo de espera.

Casi a las 5 de la mañana salí de la oficina, después de haber respondido las mismas preguntas muchas veces. Alfredito Rodríguez fue entrevistado a mi lado. El tipo es muy malo como cantante, pero es buena gente en realidad. Al preguntarle el oficial si había viajado anteriormente respondió que sí y estuvo 15 minutos mencionando países, Polonia, Hungría, Bulgaria, Alemania Democrática, URSS, etc., a lo que el oficial no dejó de ponerle cara de risa como diciéndole, pillo no la pasaste mal del todo en Cuba.

Espera. A las 8:00 am del día 2 de octubre de 2012 una oficial nueva para nosotros, rubia de casi unas 200 libras, me llamó y a través de la ventanilla me entregó un bulto de papeles, acompañados de la frase de:
_Estos son sus papeles.
Yo estiré la mano y cogí aquello sin mucho tiempo para revisar, y tratando de darle al momento cierta importancia, le pregunté:
_ Con estos documentos podemos entrar ya al territorio norteamericano sin problemas.
Ella, caminando y de muy mala gana, me respondió categóricamente:
_Ya no pueden estar aquí.

Pues para luego es tarde. “Vamo’ echando” antes de que se arrepientan. Recogida de bultos, despedida de los compañeros de causa, papeles en mano, caminatica hasta el oficial que se encontraba en la silla cómoda detrás del mostrador. Última revisión de papeles, fotos y caras. Autorización para pasar.

Sensación indescriptible, casi sin habla. La mejor imagen que se me ocurre es la misma de la película, Fuimos Soldados, cuando el protagonista, Mel Gibson se tira del helicóptero y pone un pie en el territorio vietnamita, o la del video de Neil Armstrong cuando dicen que puso el pie en la Luna, incluso con cámara lenta y todo. Al poner un pie en el verdadero territorio norteamericano, estuvimos unos minutos parados como sin saber qué hacer, ni para dónde coger, como si estuviéramos medio mareados. Llamadas por teléfono a Jenny que esperaba desesperada. Mucha alegría, Yordán nos iría a recoger en tres horas. Caminata arrastrando las maletas por las calles de Laredo, que ya están acostumbradas a estas imágenes. Llegada al Burguer King más cercano para nuestro primer desayuno norteamericano, mientras yo recorría la zona en busca de un café fuerte, negro, parecido al cubano, que dé más está decir que jamás encontré.

Ya estábamos en Estados Unidos, Martica, Jonathan y yo. ¿Terminamos? JAJAJAJAJA. Todo lo contrario, acabábamos de empezar.





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