martes, 2 de julio de 2013

Monterrey. Camino a la frontera.

Esta historia es real, sin embargo alguno de los nombres originales y detalles 
han sido omitidos o cambiados por cuestión de seguridad. JAJAJAJAAJ

Para pasar a los Estados Unidos tuvimos que activar un dispositivo que nos garantizara el viaje. La idea de estar en República Dominicana un día y al día siguiente aparecer en “la Yuma” es linda, pero necesita de una coordinación que lograra el éxito. Para eso están los expertos.

Yordán y Jennifer había hecho el viaje un año antes por esa vía, por lo que los contactos existían con una relativa cercanía en el tiempo, solo había que activarlos. Para eso contábamos con el apoyo de familia y amigos en Miami, los que se encargaron, primero, de darnos ánimo y seguridad, y luego, de restablecer la comunicación con uno de los expertos, un profesional con más de 20 años de experiencia en el giro de organizar este tipo de viaje.

El primer contacto telefónico con el experto, al que llamaré Señor X, fue duro y desalentador, lo que me tomó de sorpresa. El tipo aunque dispuesto para la gestión, no quería saber mucho de una de las personas que me recomendaba y que para mí era mi mejor carta de presentación, lo que me creó cierto ruido en el sistema. Por suerte vencimos el asunto con una buena negociación y nos pusimos de acuerdo. Él enunció sus condiciones y yo mal las entendí al principio, pero las acepté sin reparar mucho. Después de las aclaraciones necesarias, al final, nuestra misión era llegar a Monterrey, de ahí en adelante la “empresa” se encargaría de todo hasta la puerta de la frontera.

Al amanecer del lunes 31 de septiembre,  salimos de la casa para el aeropuerto acompañados por Normita que tenía que viajar para el interior del país.  A esa hora en la mañana había poca gente en la terminal aérea por lo que los trámites fueron bien sencillos. Despedidas.




Abordamos un pequeño avión con destino a Monterrey, el viaje lo dedicamos a repasar y aprendernos la historia que haríamos si a alguien se le ocurría pararnos cuando pusiéramos los pies en la tierra. Somos cubanos y el cuento de que estábamos de visita en Monterrey, donde además para colmo no hay pirámides, es ya bien difícil de creer. Al no poder cambiar el cuento, el triunfo está en la seguridad con que se dice la historia, eso la hará creíble en caso de que se necesite, por lo que mientras más se la crea uno mismo, mejor es.

El viaje perfecto, todo a tiempo. Aterrizamos y nos dirigimos a recoger nuestros bultos, que para ser turistas, eran muchos y muy pesados, gracias a que Martica trató de meter a República Dominicana en ellos. Mientras esperábamos por nuestros equipajes, observábamos el lugar tal como en las películas, tratando de descubrir el potencial peligro y adivinar cuáles de las personas que allí estaban eran simples trabajadores y cuáles era los posibles agentes o policías encargados de descubrir ese día a tres cubanos que viajaban a la frontera.

En efecto, en la puerta de salida, parado justo debajo del marco, estaba un tipo barrigón con tremenda cara de esbirro, a no ser que el pobre fuera muy feo, que miraba atenta y abiertamente a todo el que pasaba por delante de él, o sea, discreción cero. Después de estudiar el lugar, otra vez tal como en las películas, concluimos que no lo podíamos evadir pues era la única puerta de salida y el tipo estaba bien parado en el medio, su barriga ocupaba la mitad del espacio destinado para el paso.

Nosotros éramos tres personas muy difíciles de no llamar la atención. Jonathan y yo pesamos más de 200 libras, yo soy el más bajito de los dos y mido 5 pies y 11 pulgadas y llevábamos una cantidad de bultos como para estar 5 años en Monterrey, incluyendo nuestras cuatro raquetas, dos de tenis y dos de racquetball.

A cualquiera de los tres que detuvieran y llevaran a una oficina para interrogarlo resultaría igual de embarazoso. Entonces, último repaso de la historia, no estábamos tan nerviosos como para que se nos viera en la cara o no pudiéramos caminar, por lo que bultos en mano, echamos hacia fuera.

Increíbleeeeeeeeeee, el tipo barrigón con cara de esbirro, ni nos miró. Ahora no sé si en realidad era una persona o un muñeco, pues tampoco lo miré mucho cuando le pasé por el lado. A lo mejor era un muñeco, ya saben, para el invento, el capitalismo tiene el número uno.
Pasamos por la puerta e inmediatamente nuestro contacto, el “Taxista”, al cual no conocíamos, solo sabíamos que nos esperaría, nos interceptó y tomando una de nuestras maletas para hacer el trámite más familiar, nos dijo: _ Síganme. Y nos condujo hasta el parqueo, donde metimos los bultos en el maletero de un taxi y rápidamente salimos a la carretera. Así de sencillo.

Por el camino, Martica previsora, dio órdenes de parar en una estación de gasolina para comprar agua y comida por si en la frontera no había, lo que aumentó considerablemente los bultos que poseíamos. Galletas, chocolates, agua, refrescos, bocaditos, etc., tal como si fuéramos al Everest. El camino tranquilo por una carretera que atravesaba el desierto. Nuestro Taxista de lo más animado, de buen carácter, tal como si nos conociéramos desde siempre, nos fue haciendo los cuentos de todos los cubanos que había conocido en su trabajo. Que por lo que pudimos comprobar no habían sido pocos.

Casi al final del recorrido teníamos que pasar por un control, el famoso punto de control donde paran a la gente, donde muchos cubanos han sido retenidos, interrogados, incluso donde han tenido que pagar para poder continuar. Instrucciones de qué hacer y decir si nos paraban. Documentos dominicanos escondidos.

Mientras nos fuimos acercando detectamos que la garita estaba llena de militares con armas largas. La impresión no fue buena, estaban parando a algunos carros. El ambiente afuera parecía tenso. Sin embargo al entrar en la zona de control, un  joven soldado que se encontraba allí, nos hizo señas para que, sin detenernos, continuáramos nuestro camino. Tremenda suerte.

Llegamos a la frontera de Mexico y Estados Unidos por el punto de Nuevo Laredo, dos horas y media después de haber salido del aeropuerto sin el más mínimo tropiezo. Nuestro Taxista, para ese momento ya casi nuestro amigo, se bajó del carro y cargando una de nuestras maletas nos acompañó hasta el inicio del puente que lleva a las oficinas de control fronterizo. Él mismo depositó el dinero en el trompo, [i] unos muy simbólicos 3.00 pesos mexicanos por persona, lo que resulta extremadamente barato por acceder a la libertad, nos dio las últimas orientaciones, entró al baño que allí existe, salió, se despidió y sonriendo como lo había hecho durante todo el viaje, desapareció sin mirar atrás.

Sólo nos quedaba caminar en línea recta y entregarnos.






[i] Dispositivo que se utiliza para permitir que las personas entren de una en una a un determinado lugar.

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