Esta historia es real, sin embargo alguno
de los nombres originales y detalles
han sido omitidos o cambiados por cuestión
de seguridad. JAJAJAJAAJ
Para pasar a los Estados Unidos tuvimos que activar un dispositivo que nos garantizara el viaje. La idea de estar en República Dominicana un día y al día siguiente aparecer en “la Yuma” es linda, pero necesita de una coordinación que lograra el éxito. Para eso están los expertos.
Yordán y Jennifer había
hecho el viaje un año antes por esa vía, por lo que los contactos existían con
una relativa cercanía en el tiempo, solo había que activarlos. Para eso
contábamos con el apoyo de familia y amigos en Miami, los que se encargaron,
primero, de darnos ánimo y seguridad, y luego, de restablecer la comunicación con
uno de los expertos, un profesional con más de 20 años de experiencia en el
giro de organizar este tipo de viaje.
El primer contacto
telefónico con el experto, al que llamaré Señor X, fue duro y desalentador, lo
que me tomó de sorpresa. El tipo aunque dispuesto para la gestión, no quería
saber mucho de una de las personas que me recomendaba y que para mí era mi
mejor carta de presentación, lo que me creó cierto ruido en el sistema. Por
suerte vencimos el asunto con una buena negociación y nos pusimos de acuerdo. Él
enunció sus condiciones y yo mal las entendí al principio, pero las acepté sin
reparar mucho. Después de las aclaraciones necesarias, al final, nuestra misión
era llegar a Monterrey, de ahí en adelante la “empresa” se encargaría de todo
hasta la puerta de la frontera.
Al amanecer del lunes 31 de
septiembre, salimos de la casa para el
aeropuerto acompañados por Normita que tenía que viajar para el interior del
país. A esa hora en la mañana había poca
gente en la terminal aérea por lo que los trámites fueron bien sencillos. Despedidas.
Abordamos un pequeño avión con destino a Monterrey, el viaje lo dedicamos a repasar y aprendernos la historia que haríamos si a alguien se le ocurría pararnos cuando pusiéramos los pies en la tierra. Somos cubanos y el cuento de que estábamos de visita en Monterrey, donde además para colmo no hay pirámides, es ya bien difícil de creer. Al no poder cambiar el cuento, el triunfo está en la seguridad con que se dice la historia, eso la hará creíble en caso de que se necesite, por lo que mientras más se la crea uno mismo, mejor es.
El viaje perfecto, todo a
tiempo. Aterrizamos y nos dirigimos a recoger nuestros bultos, que para ser
turistas, eran muchos y muy pesados, gracias a que Martica trató de meter a República
Dominicana en ellos. Mientras esperábamos por nuestros equipajes, observábamos
el lugar tal como en las películas, tratando de descubrir el potencial peligro
y adivinar cuáles de las personas que allí estaban eran simples trabajadores y cuáles
era los posibles agentes o policías encargados de descubrir ese día a tres
cubanos que viajaban a la frontera.
En efecto, en la puerta de
salida, parado justo debajo del marco, estaba un tipo barrigón con tremenda
cara de esbirro, a no ser que el pobre fuera muy feo, que miraba atenta y
abiertamente a todo el que pasaba por delante de él, o sea, discreción cero. Después
de estudiar el lugar, otra vez tal como en las películas, concluimos que no lo
podíamos evadir pues era la única puerta de salida y el tipo estaba bien parado
en el medio, su barriga ocupaba la mitad del espacio destinado para el paso.
Nosotros éramos tres
personas muy difíciles de no llamar la atención. Jonathan y yo pesamos más de
200 libras, yo soy el más bajito de los dos y mido 5 pies y 11 pulgadas y
llevábamos una cantidad de bultos como para estar 5 años en Monterrey, incluyendo
nuestras cuatro raquetas, dos de tenis y dos de racquetball.
A cualquiera de los tres que
detuvieran y llevaran a una oficina para interrogarlo resultaría igual de embarazoso.
Entonces, último repaso de la historia, no estábamos tan nerviosos como para
que se nos viera en la cara o no pudiéramos caminar, por lo que bultos en mano,
echamos hacia fuera.
Increíbleeeeeeeeeee, el tipo
barrigón con cara de esbirro, ni nos miró. Ahora no sé si en realidad era una
persona o un muñeco, pues tampoco lo miré mucho cuando le pasé por el lado. A
lo mejor era un muñeco, ya saben, para el invento, el capitalismo tiene el número
uno.
Pasamos por la puerta e
inmediatamente nuestro contacto, el “Taxista”, al cual no conocíamos, solo sabíamos
que nos esperaría, nos interceptó y tomando una de nuestras maletas para hacer
el trámite más familiar, nos dijo: _ Síganme. Y nos condujo hasta el parqueo,
donde metimos los bultos en el maletero de un taxi y rápidamente salimos a la
carretera. Así de sencillo.
Por el camino, Martica
previsora, dio órdenes de parar en una estación de gasolina para comprar agua y
comida por si en la frontera no había, lo que aumentó considerablemente los
bultos que poseíamos. Galletas, chocolates, agua, refrescos, bocaditos, etc.,
tal como si fuéramos al Everest. El camino tranquilo por una carretera que atravesaba
el desierto. Nuestro Taxista de lo más animado, de buen carácter, tal como si
nos conociéramos desde siempre, nos fue haciendo los cuentos de todos los
cubanos que había conocido en su trabajo. Que por lo que pudimos comprobar no habían
sido pocos.
Casi al final del recorrido teníamos
que pasar por un control, el famoso punto de control donde paran a la gente,
donde muchos cubanos han sido retenidos, interrogados, incluso donde han tenido
que pagar para poder continuar. Instrucciones de qué hacer y decir si nos
paraban. Documentos dominicanos escondidos.
Mientras nos fuimos
acercando detectamos que la garita estaba llena de militares con armas largas. La
impresión no fue buena, estaban parando a algunos carros. El ambiente afuera parecía
tenso. Sin embargo al entrar en la zona de control, un joven soldado que se encontraba allí, nos hizo
señas para que, sin detenernos, continuáramos nuestro camino. Tremenda suerte.
Llegamos a la frontera de Mexico y Estados Unidos por el punto de Nuevo Laredo, dos
horas y media después de haber salido del aeropuerto sin el más mínimo
tropiezo. Nuestro Taxista, para ese momento ya casi nuestro amigo, se bajó del
carro y cargando una de nuestras maletas nos acompañó hasta el inicio del
puente que lleva a las oficinas de control fronterizo. Él mismo depositó el
dinero en el trompo, [i]
unos muy simbólicos 3.00 pesos mexicanos por persona, lo que resulta
extremadamente barato por acceder a la libertad, nos dio las últimas
orientaciones, entró al baño que allí existe, salió, se despidió y sonriendo
como lo había hecho durante todo el viaje, desapareció sin mirar atrás.
Sólo nos quedaba caminar en
línea recta y entregarnos.
[i] Dispositivo que se utiliza para permitir que las personas
entren de una en una a un determinado lugar.
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