Si observan con detenimiento la foto tomada por mí
en Febrero del 2013, es fácil concluir que ya no estamos en Miami, tampoco en
República Dominicana y no regresamos a Cuba. En Miami no nieva y en Dominicana
y Cuba no hay ardillas en la calle.
¿Dónde estamos entonces? Pues estamos en Lincoln,
capital del estado de Nebraska, justo en el medio de los Estados Unidos.
¿Por qué? El cuento puede ser largo y complicado o
corto y sencillo, depende desde la posición y ángulo que se cuente y escuche.
Lo cierto es que nuestro paso por Miami terminó
antes de lo que nosotros mismos habíamos planificado y por qué no, deseado. La
familia y amigos que allí todavía tenemos no pudieron hacer por nosotros más de
lo que hicieron, nosotros: Martica, Jonathan y yo, a pesar de nuestra
formación, cultura, inteligencia y deseos, estábamos como ciegos sin saber para
dónde coger, dónde tocar, en fin cómo resolver nuestra permanencia en la ciudad
que hoy constituye como dice un comediante americano, el sur de los Estados
Unidos y el Norte de Cuba. El tiempo
pasaba rápido y su ligereza aumentaba la presión sobre nosotros.
La idea era clara
como la mejor agua, teníamos que resolver trabajos para poder
“independizarnos”. En realidad a eso vinimos a Estados Unidos a trabajar y ser
independientes, pero no solo esta frase resuelve o define esta situación.
Últimos capítulos de la temporada. Reuniones con
familiares y amigos. Todos con muchos años de vida en Miami, todos deseosos de
ayudar, todos con ideas fantásticas, pero en realidad no podíamos permanecer
mucho tiempo más donde estábamos y la única posibilidad era conseguir
urgentemente como mínimo dos trabajos que nos permitieran alquilar un cuarto
donde pudiéramos estar los tres, cosa casi imposible pues somos muy grandes o
un pequeño apartamento muy barato pues los salarios de los trabajos que podíamos
conseguir no darían para mucho más.
Miami es una ciudad cara, los que allí viven dicen
que es porque hay que pagar el sol y las playas ¿??????????. Lo cierto es que
no teníamos esos trabajos. Según algunos no los buscamos lo suficiente, según
otros no podíamos encontrarlos porque no sabíamos dónde y cómo buscar, además esta ciudad hoy está superpoblada, por
lo que aquello de conseguir un trabajo bien pagado acabado de llegar es difícil
o a menos se nos hizo difícil en el tiempo que allí paramos.
Mi amigo el Ruso, en una de nuestras conversaciones
por teléfono nos dijo esa frase que sirve de título a este artículo, frase que
hoy ha devenido en toda una célebre filosofía de vida y que a cada rato cuando
recordamos, nos repetimos alegremente entre nosotros mismos. Dicha idea, le dio
un nuevo enfoque a nuestras vidas. Nos
hizo entender que Estados Unidos no es Miami solamente y que quizás podíamos
cambiar el sol y las playas, por las ardillas y la nieve, nos hizo entender que
existen soluciones al final del túnel oscuro, que aquello de que “siempre que llueve, escampa” y
que “Dios aprieta, pero no ahoga”, es cierto.
Tuvimos entonces tres diferentes propuestas alrededor
de este asunto. Podíamos ir para Oakland en Iowa, pequeño pueblo donde vive
Richard el hermano del Ruso, para Omaha en Nebraska, donde vive Mayincito,
amigo de nuestra infancia y adolescencia o para Lincoln con el Ruso, en
cualquiera de las tres variantes tendríamos seguro casa, comida, carro y lo más
preciado: trabajo bien pagado, además de amigos que siempre nos han querido y
que estaban dispuestos a ayudarnos.
Jonathan no lo pensó dos veces y dijo: “yo me voy ya
y luego van ustedes”. Asistido por el impulso de su juventud, a partir de ese
momento solo pensaba en viajar. Para Martica y para mí, la posibilidad era esa,
pero la idea de que Jonathan se moviera solo, no nos gustaba del todo.
Muchas fueron las conversaciones telefónicas y las
reuniones entre los tres, la realidad de tener que abandonar Miami se volvió
una convicción. Al final, como una manada, decidimos. El lugar escogido fue
Lincoln y nos mudaríamos los tres a la misma vez. El riesgo era grande, pues Lincoln
es una ciudad americana, a diferencia de Miami se habla inglés todo el tiempo y
en el invierno fuerte con nieve dura cuatro o cinco meses.
Era un riesgo, no una locura. Teníamos la garantía
enorme de ser recibidos, acomodados y ayudados para que luego de gatear,
pudiésemos caminar, cosa que, salvo los seres humanos muy aventajados, todos
necesitamos.
“En la calle no se van a quedar. Bajo ningún
concepto”, organizó nuestras vidas y venció al disgusto que se comenzaba a
imponer. Luego de algunos trámites y 45 horas de viaje en guagua, llegamos a la
estación de Lincoln en la mañana del 2 de febrero del 2013, donde nos esperaban Richard y Mayincito, más la nieve y el hielo e imagino que alguna
que otra ardilla que aunque no pudimos ver, siempre están.
De ahí nos dirigimos a la casa del Ruso, ese día él estaba trabajando, pero había dejado todo cuadrado con su mujer Mayelin y su pequeño hijo Raulito para nuestra llegada. Lugar donde podríamos vivir sin apuros, gateando, hasta que pudiéramos mudarnos solos y comenzar poco a poco, paso a paso, a caminar.
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