miércoles, 4 de diciembre de 2013

Farmland. The Nightmare. (primera parte)

Como nos había prometido el Ruso, “…, primero empezar a gatear para luego caminar….”, a los 10 días de vivir en Lincoln, Jonathan y yo, estábamos entrando a nuestro primer trabajo oficial en Estados Unidos.

El lugar, Farmland,  una planta de producción de jamón y otros derivados del cerdo, donde nuestro amigo el Ruso es Supervisor desde hace varios años y goza de una buena reputación y relaciones, lo que le permite resolver dos trabajos a la misma vez de la noche a la mañana.
Si fuera a terminar aquí mismo este escrito, sólo diría que el trabajo fue como el representado por Charles Chaplin en la película Tiempos Modernos, sólo que multiplicado por dos, tres o diez veces, pero como ésta experiencia fue muy novedosa para nosotros y quizás para muchos de ustedes, trataré de contar los detalles.  Desde ahora les advierto que ni el mejor escritor podría transmitirles exactamente lo que significa trabajar en una planta procesadora de carne. La experiencia hay que vivirla.

Después de pasar por el trance de salir de la casa a las 6.30 am,  en una mañana helada de Febrero, Jonathan y yo, animados, nos encontramos en un cálido salón de Farmland, junto a otras personas para comenzar nuestro periodo de orientación. Durante varios días nos tuvimos que meter conferencias sobre seguridad laboral, accidentes de trabajo, relaciones interpersonales, etc., al punto de aburrirnos. Aunque de hecho ya estábamos ganando dinero, deseábamos pasar a la acción, lo importante era comenzar a trabajar.

Recuerdo que una de las entrenadoras de origen vietnamita, al observar que el grupo se aburría, nos dijo que aprovecháramos  y disfrutáramos el momento, porque después lo íbamos a desear enormemente.  No entendí el por qué decía eso, me pareció un poco exagerado. Luego, ya trabajando, la sonrisa agradable de la vietnamita me vendría a la mente cada un segundo y medio.

El entrenamiento incluyó un tour por la fábrica. Se veía bien, todo el mundo vestido de blanco o azul, con cascos de diferentes colores, ocupados y sonriendo a nuestro paso, lo que además de organizado, me pareció lindo. Qué bueno pensé yo, nos dan la bienvenida y todo, esto es como en las películas, casi perfecto. Luego descubrí que nada de bienvenida, la sonrisa quería decir: los pobres, no saben lo que les espera. Quizás alguna sonrisa  más grande gritaba: vaya carne fresca, prepárense para lo que les viene para arriba. 

Llegó el momento de decidir y nosotros ingenuos, pero fieles, pedimos ir para la parte que dirige nuestro amigo, justamente donde se trabaja con la carne cruda, el trabajo no podría ser tan complicado y fuerte como no poder hacerlo. Entonces nuestra entrenadora, ahora de origen mexicano, también con una gran sonrisa, nos depositó muy cariñosamente en las manos del Ruso. Hoy cuando miró a ese momento, me parece que con sonrisa y todo, se paró detrás de nosotros y con el pie nos empujó al infierno.

Las plantas de producción son parecidas al ejército. Todo el mundo está vestido igual y la diferencia está en los grados que poseas.  En Farmland, la jerarquía está en el color del casco que tengas puesto. Existen cascos de todos los colores: azules, verdes, carmelitas, rojos, amarillos y blancos, cada uno de ellos con una función y poder bien definidos. En nuestro departamento la mayor graduación es la de los cascos rojos, superintendente y supervisores, que dan órdenes a los cascos amarillos, que son líderes o guías dentro de las líneas de producción, estos para no quedarse con el problema dan órdenes a los cascos blancos, o sea, en la escala jerárquica a los cascos blancos le da órdenes todo el mundo. Nosotros justamente éramos cascos blancos, así que ya pueden imaginar.

La fábrica trabaja a una temperatura estable entre 37º y 40º F, por lo que, a pesar de todo lo que tienes puesto arriba: botas de goma altas, bata de mangas largas, delantal de nylon, guantes de tela, más guantes de goma, espejuelos plásticos protectores, malla para el pelo y la boca y un casco plástico, además de tapones para los oídos, lo primero que uno siente cuando comienza a trabajar es frio. Luego a los pocos minutos de estar en movimiento comienzas a sudar, a veces copiosamente,  y lo que deseas es quitarte todo lo que tienes arriba, incluyendo la ropa que trajiste de tu casa. Por momentos descubres que has sudado tanto como si estuvieras en un gimnasio.

La definición del mi  trabajo era extremadamente sencilla, quizás la más sencilla que he tenido en toda mi vida laboral. En muy pocas palabras, estaba allí para colgar jamones y empujar árboles. Esas son las letras grandes del contrato, las que todo el mundo lee, pero lo que nunca leímos fueron las letricas chiquitas, es ahí donde está la verdadera historia.

Dentro de la planta se habla poco, a veces nada, por varias razones. Primero el ruido creado por las máquinas es enorme, esto hace que lo poco que se dice por la boca, sea gritado, no hay otra manera de hacerlo, lo que a veces da la impresión de que la gente está peleando, o te están regañando. Segundo la planta está llena de personas de diferentes países y por tanto diferentes idiomas, americanos, vietnamitas, tailandeses, africanos, mexicanos, hondureños, peruanos, cubanos, etc., a veces con poco o ningún dominio del idioma inglés, por lo que lo primero que se aprende es el idioma de los gestos. El pulgar hacia arriba, todo está bien; el mismo pulgar hacia abajo, estoy jodido; las dos manos cerradas frente al pecho en movimiento de afuera hacia dentro, receso; la mano abierta pasada por el cuello como un cuchillo, esto se rompió, no sirve, está fuera; las dos manos juntas frente a la pelvis con un ligero movimiento del cuerpo hacia delante, necesito ir al baño, el dedo índice, quiere decir tú, el dedo índice en movimiento quiere decir tú vete para allá o para acá, etc.

En realidad estas fábricas bien pudieran ser representativas de las Naciones Unidas. Existen dos tipos de personal bien diferenciado. El personal de oficina, siempre sonriendo y el personal de producción, donde la risa escasea. En la producción es donde se encuentra la mayor diversidad de nacionalidades, por lo que es divertido, un día trabajas al lado de un americano y otro te puede tocar acompañando a un vietnamita. La mayor parte de las veces no nos entendemos por las palabras, pero a los pocos días de trabajar juntos sientes que los conoces desde toda la vida. La frase aquella de que “subir picos, hermana hombres”, es verdad.

Nuestra área está dividida en dos líneas, la norte y la sur, una más difícil que la otra por la forma en que la máquina pone la funda  a los jamones. Nuestro primer intento fue en la línea norte, yo abajo cogiendo los jamones recién salidos de los cuernos y Jonathan arriba. Yo al lado de un vietnamita, Tian, de esos que pesan menos de 150 libras y no pasan de 5 pies de altura y Jonathan al lado de un americano, Scott, que ni lo miró cuando se paró al lado de él y que a los pocos segundos mi hijo detectó que hablaba animadamente solo.

Podría parecer que Scott está loco, pero con el paso de los días también me encontré hablando solo y muchas veces también de forma animada. Hablar sólo permite darse ánimos, resolver todos los problemas de la vida, hablarle a las piernas de cerdo para que colaboren, y sobre todo decirse, no puede ser que esto me esté pasando.

La estrategia de ponerte al lado de un trabajador habitual es parte del entrenamiento, partiendo de la idea de  “cortando huevos, se aprende a capar”  No obstante, no se veía difícil. La tarea era bien sencilla, coger el jamón que viene encima de la estera y colgarlo en una estructura de hierro a la que se llama árbol. Recuerdo que en esos primeros momentos, yo desde mi posición miraba a Jonathan y con señas le preguntaba cómo estaba y él desde su posición, sonriendo, me levantaba el dedo pulgar para decirme que estaba todo bien. Yo papá orgulloso. No todos los padres tenemos la posibilidad de compartir trabajos con nuestros hijos, por lo que para mí especialmente todo el proceso era muy solemne.

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