sábado, 21 de diciembre de 2013

Invierno

Sigo escribiendo, no quiero que se me olvide.

Hay que estar loco para irse de Miami, fue una de las ideas que mi hermano Igor me dejó de tarea en los últimos días de mi paso por la Ciudad del Sol. Tarea que me ha acompañado durante todo este tiempo de vivir en Lincoln, ya casi un año.

Y creo que hasta cierto punto tiene razón. Hay que estar loco, no solo para dejar Miami, sino para vivir. Los muy cuerdos pasan mucho trabajo.

La primera locura es abandonar tu país de origen, independientemente de dónde esté y de cuáles sean las condiciones. Dejar atrás tu historia, tus pocas o muchas pertenencias, aquellas que lograste con sacrificio y disfrute, renunciar a la parte buena de tu familia y amigos y sobre todo, lo más importante para mí, prescindir de lo que conoces y de lo que te conocen. Entonces en busca de un “futuro mejor”, meter tu vida en una maleta y salir a “tumbar monte”.

Hay que estar medio loco para llegar a un país desconocido, donde alguien te puede esperar o sencillamente nadie te espera y pretender no solo tumbar monte, sino, de forma acelerada edificar una vida en él. Nuevos idiomas, nuevas costumbres, nuevas caras y sobre todo el tiempo diciéndote constantemente, casi no tienes tiempo.

Al principio sientes que has mejorado, que te has quitado de arriba las presiones de un socialismo deforme, caprichoso, absurdo. Tu vida estaba tan deteriorada, sobre todo en el plano espiritual,  que la sola idea de respirar otro oxigeno te parece un gran logro. Luego con el paso de los días, a pesar de las reales mejorías, lo de estar medio loco comienza a aparecer con intermitencia frente al lente de tus ojos.

Das vueltas tratando de acomodarte, de hacerte del pedazo de tierra que pisas, como diríamos en buen cubano, de aplatanarte. Te mueves. Nuevos trabajos, nuevas casas, nuevos amigos. Vives pensando en el futuro mejor, sin poderte desprender definitivamente de tu pasado, el cual, bueno o malo, lo arrastras todo el tiempo.

Para muchos comienzan a pasar diferentes escenarios, diferentes países, para otros el camino puede ser más corto, hasta que llegamos a la “tierra prometida”, cuya fertilidad, no importa cómo y cuándo llegamos, no importa lo que somos y sabemos, pensamos nos permitirá cosechar y sobre todo nos permitirá cosechar mucho y en corto tiempo. Equivocados. La idea de cosechar cada día se hace más difícil. Lo del corto tiempo, por el buen camino, sencillamente no existe. Estamos en el 2013.

En mi caso, la locura me dio por venir a Lincoln, capital del Estado de Nebraska. Nada de lo anterior que viví, se parece. Es totalmente diferente a toda experiencia precedente. Es lindo, agradable, organizado, pero cuesta trabajo penetrarlo para poderse sentar a descansar.

Es tan diferente para nosotros los cubanos, que tenemos invierno definido, tal como en los libros y el invierno es con mucha nieve y hielo, por tanto muy frio. Lo que hasta ahora llamamos invierno cubano, nada tiene que ver con lo que se vive en este lugar. El invierno suele ser un buen profesor. Tienes que aprender rápido o lo que te espera es el sufrimiento.

Primero necesitas cambiar tus ropas. De short y pullover, pasamos a pantalones largos, quizás calzoncillos térmicos, ropa de mangas largas, abrigos, gorros, guantes e incluso algunos, mascaras. Luego necesitas aprender a vestirte. La idea no es meterte un gran abrigo arriba y salir del tema. La idea es vestirte como si fueras una cebolla, o sea, por capas, partiendo de adentro hacia fuera, de lo más fino a lo más gordo.

Lo otro es aprender a caminar. Si sales y hay nieve solamente, no hay problemas, pero si hay hielo debajo de ti, tienes que caminar como si estuvieras pisando huevos, porque de que resbalas y te caes, resbalas y te caes. ¿Zapatos lindos, de esos de flores y hebillas doradas y taconcitos? Nada de eso, todo el mundo anda en botas. Algunos en botas de 20 dólares, otros en botas de 200 dólares, pero todo el mundo anda en botas. Genial temporada para las mujeres de patas flacas. Adoran el invierno.

Manejar se convierte en un pequeño problema, pues tienes casi que pasar un nuevo curso de manejo, sobre todo cuando nieva y llueve a la misma vez, o la nieve se ha congelado sobre la calle. Hay que reducir drásticamente la velocidad, a veces no puedes subir de 20 millas por hora y sobre todo cambiar absolutamente la forma de frenar. Si pones el pie sobre el pedal del freno y lo aprietas tal como lo hacemos por costumbre de una sola vez, el patinazo no te lo quita nadie de arriba. El freno hay que tocarlo poquito a poquito, con la puntica del pie para lograr parar sin que se forme la desagradable. Si el carro patina, pues déjalo patinar y que pare cuando él quiera, si te fajas con el timón tratando de controlarlo, el problema es peor.

La primera misión es salir de tu casa y quitar la nieve o el hielo que esta sobre tu carro. Es agradable la primera vez. La segunda deja de ser cómico y después de la tercera ya no puedo contar lo que puede venir a la cabeza. Ya pueden imaginar, guantes, gorros, palitas plásticas para raspar cristales, liquido anticongelante, torpeza en las primeras pruebas, tiempo antes de salida, porque en la bobería de la nieve se te van minutos y entonces llegas tarde a donde tienes que ir.

Una de las cosas más desagradables según mi hijo Jonathan, es orinar. La tarea de sacar lo que en los libros llaman pene de su cálido y acogedor lugar con las manos frías, con temperaturas por debajo de 0ºC es una tortura. Lamentablemente no se puede hacer con guantes, se necesitarían guantes de cirujanos y esos no sirven para el invierno, por lo que tienes que quitarte los guantes, buscar y buscar dentro de la portañuela y obligar a salir a alguien que se niega rotundamente a abandonar su lugar. Estamos pensando en fabricar unas pinzas térmicas para enfrentar la acción.

Para los que quieran venir a vivir aquí, les aseguro que serán bien recibidos, tendrán casa y comida caliente y el cariño del trópico, que es diferente al cariño americano, solo les aconsejo, estén donde estén, pasar antes un curso intensivo de locura. 

Para que vean que todo esto es verdad, les dejo unas imagenes. Les cuento, hay que estar medio loco para ponerse a tirar fotos con tanto frio, cosa que como pueden imaginar tampoco se puede hacer con guantes. Los que aquí viven desde hace años, dicen que aún no es nada, que recién está comenzando el invierno.















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