domingo, 10 de mayo de 2015

Residencia Permanente.

Todo en la vida es una cuestión de tiempo. A veces para bien, a veces para mal, tal como dice mi amigo Ruso, el tiempo es la vida, la vida es el tiempo.

Cuesta trabajo esperar. Cuando uno está interesado en algo, cada segundo se convierte es inacabable y cada día demora mucho en ponerse viejo.

Entonces el hombre sabio inventó los refranes, no con ganas de conformarse o consolarse, sino como una transmisión de medicamentos que, visto con cierta experiencia, curan.
  • Al que madruga, Dios lo ayuda.
  • No te apures, la vida se la cobra.
  • No hay nada mejor que un día tras de otro.
  • Detrás de la tormenta, viene la calma.
  • Si tu mal tiene cura, para que te apuras. Si tu mal no tiene cura, para que te apuras.
Pues es así. Ayer, después de alguna espera, un año exactamente después de haber presentado los papeles, recibí por correo la Residencia Permanente  en los Estados Unidos. Estaba yo trabajando cuando Martica me llamó para darme la noticia. Ella lloraba. “Cada cual sabe sus cosas y Dios la de todo el mundo”, decía mi abuela Tomasa.

Los cubanos sabemos que, gracias al “acuerdo” de Fidel Castro con los gobiernos americanos, una vez que pisamos territorio norteamericano, tenemos derecho a quedarnos legalmente. Sobre esto y cómo lo hemos conseguido existen historias que de escribirse, podrían superar a las ediciones de las obras completas de Martí. Este debe y deberá ser proclamado el mejor logro de nuestro Comandante y su revolución. Sólo por haber conseguido que nos acepten legalmente, puede pasar a la inmortalidad.

Así de fácil resulta, después de pasar por miles de trabajos para llegar a tierra norteamericana, anuncias tu procedencia y horas más, horas menos, te dan un permiso válido por dos años para residir legalmente en Estados Unidos. El “parole” asegura que puedas conseguir ayuda gubernamental, permiso de trabajo, permiso para conducir, etc. Es, como dicen los viejos, toda una bendición.

Sin embargo, a los efectos prácticos, no deja de ser una jodienda. A lo mejor en Miami, más acostumbrada a la presencia cubana, todo es más fácil. Pero al salir de allí, cualquier trámite que necesites hacer, se complica. Hay que andar con unos cuantos papeles arriba para cualquier cosa, muchos americanos no entienden esto del “parole”. Como estás en un proceso intermedio, no puedes viajar fuera del país y tus documentos de identificación, permiso de trabajo, licencia de conducción, etc., se vencen anualmente, por lo que tienes que renovarlos y renovarlos, lo que cuesta además de dinero, tiempo.

La espera desespera. Para muchos de nosotros, que salimos de Cuba hace hay algunos años, aunque no tengamos la posibilidad exacta de salir ahora mismo corriendo para la Isla, lo de no tener la residencia se convierte en una imposibilidad casi palpable.

Pero, como la vida es tiempo y el tiempo es la vida, y gracias, repito al memorable “acuerdo”, un día recibes la “famosa” tarjetica plástica de color verde que dice que eres RESIDENTE PERMANENTE en los Estados Unidos. No creo que ahora mismo podamos valorar lo que significa, pero debe ser mucho, sólo habría que pensar en los millones de personas de todos los rincones del mundo que aspiran a lograr esta categoría.

Ya había sido residente en República Dominicana, país que recuerdo con agrado. Entonces esto de obtener residencias no me es nuevo, la diferencia exacta está en que con la residencia dominicana no podía venir a Estados Unidos, pero con la residencia americana puedo viajar a República Dominicana, sólo tengo que buscar quién me pague el pasaje. JAJAJA

En primera instancia, la condición permite salir y entrar libremente del país, por lo que para mí, se hace más real y cercana la posibilidad de ir a Cuba. No tengo que explicar, soy cubano y más que destino turístico, cosa que no es,  tengo allí parte de mi familia y amigos, parte de mi historia, recuerdos, etc.

Luego con la Green Card se acabaron las explicaciones, las renovaciones, las pequeñas trabas. No hay nada más que hablar, es claro e inequívoco, soy residente.

Más allá de esto, que puede ser igual para todo el mundo, para mí tiene un extra. Soy de los que siempre quiso vivir en Estados Unidos. No de aquellos que fueron comunistas hasta montar en el avión que los trajo, y jugaron hasta el último día con el sistema que jugaba con ellos, no de aquellos que vinieron porque esto es la “yuma”, sin conocer exactamente ni la ubicación geográfica. Sencillamente soy de los que nunca le cayó bien el súper sistema comunista y entonces puso su timón cerebral para el norte. Dirección cerebral que mucho me costó, sufrimiento en silencio y público, discusiones, rechazos, años de gestiones, años de espera. Así que la idea de hoy ser residente permanente, como primer paso para lograr la ciudadanía americana, reviste un gran triunfo. Podría ser mi Everest.


Estoy contento, no porque ya pueda viajar, pues tampoco soy Marco Polo, sencillamente ya no soy en Estados Unidos un simple “aliem number” y eso es mucho

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