sábado, 4 de junio de 2022

450.- Estoy aprendiendo a ser abuelo.

Recuerdo mucho a mi papá Rolando, al que todos conocían por Tito, pienso en él y siempre me río.

Fue el típico hombre cubano, de la época donde existían sólo dos categorías de orientación sexual, heterosexuales hombres y mujeres y homosexuales de ambos sexos y como buen representante de la primera, disfrutó la vida a plenitud.

Tito gustaba de la música y el baile, del ron y el café, sobre todo el buen ron y café y de las mujeres. Fumaba mucho. Tenía un peculiar dominio de la palabra y gustaba de mantener el protagónico hablando por horas seguidas, habilidad desarrollada por sus muchos años de trabajo como profesor. Siempre fue un tipo muy delgado, pero fuerte, de esa fortaleza muscular ganada con el trabajo físico y un cerebro vigoroso. Fue un tipo muy activo, de esa actividad que lo llevó siempre a ser de los primeros. Buen amigo, agradable para con las mujeres. Llamativo a pesar de no ser un Brad Pitt y no tener riqueza material alguna.

Mi padre fue un enamorado de la mujer en todos sus aspectos. En busca de la hija hembra, tuvo tres hijos varones con mi madre. Luego, muchos años después, continuo su búsqueda en los brazos de otra esposa y la vida lo premió con dos hijos varones más. De ahí su apasionada relación con mi novia y luego esposa Martica y con su primera nieta, mi hija Jennifer.

Al no haber hembras en mi familia, nosotros los tres varones, enseñados sobre todo por mi padre y abuelas, porque las actividades domésticas no eran el fuerte de mi madre, aprendimos a limpiar casa y baño, tanques de agua y cisternas, a fregar, a sacar la basura, a cocinar, a limpiar lámparas y copas, a trabajar en el jardín y el patio, todo esto de forma sistemática y planificada. Luego aprendimos como varones a cargar y poner ladrillos y bloques, hacer mezclas para hormigón, a trabajar con cinceles y mandarrias, a cortar tubos y hacer conexiones para agua, a trabajar con la electricidad, tumbar y levantar paredes, a “correr lavaderos”, a usar machetes y azadones, etc. Se podía salir a jugar, pero también había que ayudar en la casa, muchas veces primero había que trabajar para luego salir a la calle.

Recuerdo con mucho agrado que los domingos cuando terminábamos de hacer las tareas, Papá Tito, me enviaba a la bodega a comprar una botella de ron y a la casa de algunos vecinos para que nos prestaran algunos de sus discos de vinil favoritos, Serrat, Tom Jones, Barry White y a golpes de tirar los dados del cubilete, su juego de mesa preferido y probar algunos rones, nos contaba sobre la vida. Sonreía.

Escucharlo hablar y reír era un enorme placer que te atrapaba, daba lo mismo que se tratara de contarte una película que había visto o algún pasaje de la historia de Cuba. A través de sus conversaciones se vivía, se sentía la música de la escena o se veía la pólvora de los disparos en cualquier combate de los mambises, se podía descubrir las curvas de una mujer. Era fanático a su Santiago de Cuba, sus calles, sus bares, sus congas.

A pesar de su buen carácter, era una persona de respeto y cuando se encabronaba había que cogerle miedo. Era una de aquellas personas a las que había que respetar porque era hombre y en la calle lo respetaban. Era el “jefe” de una familia y hasta cuando mi madre se atravesaba, Papá Tito respondía como todo un macho, cosa que yo admiraba. Era por supuesto, un clásico tipo machista, agradable, simpático, solidario, acogedor, pero machista de la época donde los hombres debían tener una sola conducta siguiendo a los manuales clásicos, la de hombre.

Yo, quizás por ser el primer hijo lo disfruté mucho, lo estudié, compartí con él millones de horas de conversaciones y trabajos con más conversaciones y por qué no, traté de imitarlo. Con mi padre, mirándolo y escuchándolo aprendí a afeitarme y a orinar dentro de la taza del baño, aprendí a ser amigo, aprendí a hablar y a discutir hasta ver la sangre correr sin morirme, aprendí sobre las mujeres con sus historias anónimas, que luego entendí que eran sus historias, lo que me permitió cuando empecé muy joven en el giro, saber lo que tenía que decir y sobre todo dónde tenía que tocar.

Podría escribir un libro con tres tomos sobre Tito, mi padre, soy de todos mis hermanos, el privilegiado que más compartió con él y más lo conoció, por lo que tengo muchas historias, anécdotas, cuentos, recuerdos, análisis e interpretaciones.

Mi padre era un tipo que no creía en fantasmas y me enseñó, yo aún niño, con los miedos típicos de cualquier niño, que detrás de la oscuridad solo había oscuridad y que la mierda o el vómito y la sangre, sólo eran eso, mierda, vómito y sangre, a las que no había que temer.

Recuerdo que cuando empecé a presumir, andaba con el pelito largo y con un peine en el bolsillo para peinarme constantemente frente a cada espejo que me encontraba. Todavía hoy recuerdo la voz de mi padre diciéndome: _ “Roly, los hombres no se están peinando tanto y no se miran tanto en el espejo”. Hoy cada vez que me miro en un espejo, lo que hago muy pocas veces al día, escucho la voz de mi Viejo. Recuerdo que no soportaba las chancletas, decía que los hombres no salían a la calle con ellas y cada vez que me veía tratando de escurrirme con ellas puestas, me decía: _ “¿A dónde vas?, Quítate las chancletas, si no tienes zapatos, ve descalzo”. Hoy a mis 59 años, no sé caminar, menos manejar con chancletas, se me traban en los pies, lo que me lleva a casi no tenerlas o usarlas. Recuerdo que cuando me veía con las manos en la cintura, me decía: _ “Roly, quítate las manos de la cintura, los hombres no se paran así”. Hoy mi postura más cómoda mientras estoy parado, es cruzar los brazos sobre el pecho y si soy sincero, no me gustan mucho los hombres cuando para hablar se llevan las manos a la cintura.

Trabajando con él, cuando me cortaba o me salían ampollas en las manos y se las enseñaba, lo recuerdo decir, llamando a mi madre: _ “Alicita, trae un poco de mercurocromo” y a continuación me decía: _ “Métele Roly, detrás de la ampolla, viene el callo en las manos”. Hoy soy un tipo poco impresionable, los golpes y cortadas que me doy constantemente, son para crecer.

Recuerdo que cuando Jennifer nació, mi madre esperaba tranquila en su casa a que le dijeran que la madre y la niña habían salido bien. No era doctora. Mi padre, sin que yo se lo pidiera, apareció en el hospital y me acompañó todo el tiempo, con viajes a la funeraria de Luyanó para café y cigarros, hasta que vio nacer a su nieta. Conociendo entonces lo complicado del momento, probablemente de él heredé esa afición de asistir a partos de amigos y familiares. Además de los dos míos, sumo 7 más, apostado en una acera o escalera, dentro del cuarto de espera, a tiempo completo como una buena comadrona, a veces para conversar y apoyar, a veces para aguantarle la cabeza a la embarazada mientras vomita.

Errores aparte y problemas que siempre existen, mi padre fue un buen papá y lo mejor que tuvo nuestro final fue que cuando lo acompañé en su último viaje al cementerio, sabía exactamente a quién estaba enterrando. Estuve tranquilo, no excesivamente triste, porque ya conocía que la muerte existía. Nadie me tuvo que hacer un cuento, nadie me tuvo que explicar a quién enterrábamos. Asumí el protagónico tal como era esperado de un primer hijo varón machista y le dediqué buen viaje. Por lo menos a mí, no me escondió nada, podríamos estar de acuerdo o no en algo, pero siempre, a partir de nuestras largas conversaciones y discusiones, nos dijimos la verdad. A pesar de errores y problemas, me gustaría volver a tener un papá como él.

Proveniente y graduado yo de esa escuela de papá y al mirar a mis dos hijos, otra vez, a pesar de errores y desaciertos, considerar que fui bien graduado con algunos resultados notables, aunque mi especialización en ese tema aún no ha terminado ni mucho menos, ahora, a mis 59 años, me encuentro en otro nuevo curso de la vida, la escuela de cómo ser buen abuelo y desde ahora adelanto que el nuevo estudio, para nada es jamón, aunque así pueda parecerlo.

Ser abuelo es un poquito fácil y un poquito difícil a la misma vez.

Fácil, porque salvo en aquellos casos donde los abuelos sustituyen totalmente a los padres que no existen o no les interesa, por lo que dejan de ser abuelos para convertirse en padres, la responsabilidad sobre el niño no es del abuelo. El niño tiene padres que son para el caso los absolutos y únicos responsables de todo, o sea, no sólo de proveer, sino de educar, corregir, amparar, enseñar, acompañar, sancionar, homenajear, reconocer, curar, entender, etc., no importa el momento y el orden en que se necesiten estas y otras definiciones.

Los papás son los que tienen que garantizar la salud económica, la salud física y sobre todo la salud mental de sus hijos que luego les permitirán, cuando la vida los haga caminar solos, caminar bien.

Leyendo y leyendo, una vez aprendí, cosa que declaro me costó mucho trabajo, que existe o debe existir una incondicionalidad de los padres hacia los hijos y esto no tiene por qué darse al revés, o sea, de los hijos a los padres. Incondicionalidad que no quiere decir miedo, subordinación, aprobación absurda, etc. Una vez escuché a alguien decir que “el hombre es joven, mientras vive su madre” a lo que yo agregaría también mientras existe su buen padre y eso me dio ideas del papel que le tocaba a los padres con relación a sus hijos. Hoy conozco una bellísima canción de Ricardo Arjona, “Mi novia se me está poniendo veja”, que puedo retar a cualquiera que la escuche y no termine con lágrimas en sus ojos. De ahí que la madre de un asesino en serie declare que no está de acuerdo con lo que ha hecho, pero lo vaya a visitar a la cárcel, bajo la simple justificación de que “es mi hijo”.

Es fácil porque aparentemente los abuelos tenemos más tiempo, lo que no es cierto, el tiempo es el mismo para todos, sólo que los abuelos ya no tenemos la presión que el tiempo ejerce. Entonces nos enfrentamos a la vida con más calma y por qué no, con más conocimientos.

Cuando somos abuelos ya vimos la película antes, quizás varias veces en dependencia de los hijos que tuvimos, entonces podemos adelantar los acontecimientos, los hechos, los problemas, resultados y consecuencias. Es fácil de saber, sólo por ver cómo nuestro nieto se ha levantado y ha echado a correr, que luego de pocos pasos se va a caer. Es fácil de descubrir cuándo se siente mal de verdad o es una justificación para no ir a la escuela, no hacer una tarea, etc.

Difícil porque, como ya dije, no eres el máximo responsable, tienes que aprender a callar, pedir permiso, esperar, entender, sin disgustarte. Difícil porque, como ya dije, ya viste la película como mínimo una vez y entonces puedes adelantar las consecuencias, que los papás por estar metidos en medio de la candela, no es que no quieran, sino que no pueden ver.

Incluso, lo de ser abuelo tiene su parte más difícil y es, no estar de acuerdo con lo que se está haciendo y no poder cambiarlo o pasar a una fase muy dulce, madura, y sobre todo oportuna de recomendaciones. Los abuelos debemos respetar incluso aquellas cosas con las que no estamos de acuerdo y sabemos que no funciona, dejando entonces para luego la muy respetuosa recomendación.

Es increíble cómo los niños descubren desde muy pequeños a desestabilizar a una familia, quizás no lo hagan con conocimiento de causas, claro está, pero lo hacen con conocimiento aprendidos de la vida, a veces por instintos, para lograr lo que ellos quieren y lo sé, primero que todo, porque crecí y viví mientras fui soltero con mis dos abuelas.

Los niños aprendemos muy rápido a escondernos detrás de la falda de nuestra abuela cuando el cinturón o la chancleta aparece en escena, de decirle sólo a ella que mañana tiene que ir a la escuela a reunirse con el director, a conseguir que la abuela interceda frente a nuestros padres para lograr algo, siempre los abuelos son portadores de un dinerito extra para salir con nuestra novia, son imprescindibles para lograr a última hora quien te cosa un pantalón, te lave una camisa o te haga de corredera para matar un antojo un flan o una tortilla de papa y esto o algunas de estas cosas, al menos en la familia cubana, que es la que conozco, termina por enfrentar a los padres y a los abuelos, mientras que los nietos se ríen, disfrutan y se salen con las suyas.

Los abuelos estamos llamados a mantener la paz, lo que no significa apatía. Estamos interesados a mediar casi siempre, pero sin violar las disposiciones que emanan del alto mando, o sea, los papas. Tenemos que ayudar y entender a nuestros nietos, sin convertirlos en mentirosos, o sea, permitir o enseñar que mientan a sus padres y luego al mundo o peor, convertirlos en unos monstruos a partir de nuestras malacrianzas y permisibilidades. Los abuelos estamos llamados a respetar a nuestros hijos con sus decisiones y más allá de recomendaciones y consejos, sobre todo cuando se nos piden, admitir que ellos necesitan probar y obtener sus propios resultados, muchas veces, sería lo mejor, mejorar lo que nosotros hicimos como padres.

A los abuelos se nos exige cierta inteligencia a la hora de acercarnos y relacionarnos con nuestros nietos. No podemos competir con sus papas y obviamente no podemos competir con nuestros nietos. Tenemos que poseer o crear una enorme capacidad de adaptación. De ahí que me encuentro nuevamente como alumno en la escuela de cómo ser un buen abuelo.

Mia, mi nieta, es una niña normal, como cualquier otro niño, pero posee sus propias cosas que la diferencian. Ella puede a sus nueve años, coser a mano y hacerse un vestido, tocar guitarra o practicar taekwondo y caerle a patadas a un saco de arena y combatir sin miedo con cualquiera, sexo y edad, que le caiga al frente en sus clases. Es una niña interesada en las piedras que dice que va a ser geóloga y que paralelamente se mueve a la velocidad de un lince dentro de todos los aparatos electrónicos que se han inventado. Gusta de ayudar a cocinar, hacer pizzas junto a su padre es su predilección.


Entonces es una nieta que merece una especial atención. Los abuelos tenemos que hablar mucho, tenemos que leer, tenemos que trasmitir valores e ideas que puedan servir para ayudar a formar una persona fuerte. La debilidad y la fragilidad es una de las características que más se aprecian hoy en los jóvenes, me arriesgaría a decir que, en muchos países del mundo, sobre todo los más desarrollados, entonces no podemos esperar; la infancia es precisamente el momento para construir la base de esa fortaleza, lo que no significa, para nada, destruir la sensibilidad.

Los abuelos aparentemente tenemos más tiempo, lo que es incierto, en realidad cada día nos queda menos de ese tiempo, entonces cada acción debe ser de campeonato.

Para mis amigos abuelos, que hoy deben estar rondando como mínimo los 50 años y para aquellos que aún no han llegado, pero llegaran, la idea siempre es la misma, colaboremos sana e inteligentemente con el sano e inteligente desarrollo de nuestros nietos, que tal como nos pasó con nuestros hijos, no son para nosotros, no los podremos tener dentro de una urna de cristal, no podemos lograr que la vida y sus avatares los impacten.

Hace unas semanas vi que mi nieta saltaba una “suiza”, se divertía y sonreía y para demostrarle que su abuelo era aún joven y vigoroso y que sobre todo también podía saltar recordando su niñez, le pedí el pedazo de cuerda y comencé a dar saltos. Al quinto o sexto salto, donde pensé que el corazón se me saldría por la boca, tuve que parar. A pesar de mi fortaleza física, experto yo en bailar “suiza”, mis rodillas no soportan ya saltar con mis 270 libras de peso.

Entonces he pensado, como compartir momentos exclusivos de calidad con Mía, más allá de conversaciones y entendimientos y he descubierto en internet, algo que, recomiendo a mis amigos abuelos, unos sitios que venden una especie de rompecabezas en 3D, (tercera dimensión) diseñados con pequeñas piezas de madera, armables, con temas muy variados: construcciones modernas y antiguas, autos, motocicletas y trenes, armamentos antiguos, relojes, etc.

Son diseños que vienen impresos en madera para ser cortados y armados, con un nivel de detalle y precisión impresionante. Mia y yo escogimos la arquitectura para empezar, a ambos nos gustan sobre todo las construcciones antiguas y dentro de ellas, para probar escogimos armar una pagoda japonesa. 

El “juego” resulta en varias horas de trabajo juntos, lo que se traduce con un niño en varias y diferentes jornadas, porque la pagoda japonesa está diseñada a partir de 250 piezas muy pequeñas de madera a las que hay que ir enlazando, armando, paso a paso para no romperlas. El trabajo en equipo necesita de leer y entender unas instrucciones y tener algunas habilidades con las manos para seguirlas. 

El trabajo en este caso nos permitió hablar de pagodas, de Japón, de los samuráis y por qué del sushi. El diseño acabado, además de un bello adorno y recuerdo, se convierte en una nueva experiencia que puedo adelantar, será inolvidable. 

Ahora, satisfechos y enamorados, proyectamos meternos en un nuevo diseño, la Torre de Londres y el edificio del Big Ben. Menos celulares y menos fotos para Facebook y más juegos y trabajos inteligentes, sobre todo en equipos.

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