Leyendo y leyendo encuentro este
artículo que escribí hace más de 10 años mientras vivía en República Dominicana
y al releerlo con calma, descubro que no solamente estoy de acuerdo con lo que
pensé en aquel momento, sino que estoy muy de acuerdo, por eso me arriesgo a
reproducirlo ahora bajo el esquema de Recapitulación.
Claro, todo tiene matices y
la idea de tratar de resumir ideas como estas en poco espacio, puede llevar a
pensar que se trata de algo fácil y además absoluto. Nada es absoluto, entonces
cada caso, específicamente cuando se trata de seres humanos, puede o de hecho
tiene una explicación particular.
Lo recomendado sigue siendo
pensar y evaluar antes de tomar decisiones o crear definiciones generales, que
es cierto que pueden ayudar a entender, pero también es cierto que complican el
tema, porque no sólo ninguna persona es idéntica a otra, sino que ningún día,
mes o año, ningún entorno con el paso del tiempo, se parece incluso al de ayer,
por lo que aquello de 2 + 2 es igual a 4, para nada siempre funciona.
Hablo con muchas personas
todos los días, me gusta hablar, sin embargo, hoy he desarrollado, no con pocos
trabajos, mi capacidad de escucha, por lo que por momentos me descubro en
silencio, dejando respetuosamente que el otro se explique, cosa que reconozco,
antes me costaba más trabajo.
Descubro personas locas, atormentadas,
al borde del alcoholismo como “solución”, con una carga enorme de problemas que
no saben que tienen, no pueden o no quieren resolver. Personas que se auto
diagnostican estresadas, confundiendo la presión que siempre impone la vida con
otra enfermedad más compleja. Personas que imitan hasta el infinito, tanto que
en realidad se les olvida quiénes son. Personas para las que la vida se
convierte en una carrera loca sin una dirección mínima, sin un camino. Personas
que tienen muchos problemas imaginarios.
Entonces, sin saber nada, me
place recomendar un poema que me gusta y él mismo delata las complejidades de
la vida. Por muchos años, la obra que en nuestro idioma se conoce como “Instantes”
o “Momentos”, fue atribuida a Jorge Luis Borges en su versión en
castellano, sin embargo, otras fuentes aseguran que la autora es Nadine Stair,
norteamericana y que lo escribió a sus 85 años. Al parecer la primera publicación
apareció en inglés bajo el título de “If i had my life to live over”. El
poema es lindo lo escribiera uno u otro, pues habla precisamente de ese viaje
que es la vida y cómo se ve cuando se mira para atrás, cuando se está casi al
borde de la muerte.
El poema lindo, además enseña,
podríamos leerlo todos los días en la mañana. ¿Para qué esperar a la muerte
para entonces querer comenzar a vivir? Aquí se los dejo como aporte a mi
artículo del 2012.
“If i had my life to live over”. “Instantes”. “Momentos”.
Si pudiera vivir nuevamente mi vida,
en la próxima trataría de cometer más errores.
No intentaría ser tan perfecto, me relajaría más.
Sería más tonto de lo que he sido,
de hecho tomaría muy pocas cosas con seriedad.
Sería menos higiénico.
Correría más riesgos,
haría más viajes,
contemplaría más atardeceres,
subiría más montañas, nadaría más ríos.
Iría a más lugares a donde nunca he ido,
comería más helados y menos habas,
tendría más problemas reales y menos imaginarios.
Yo fui una de esas personas que vivió sensata
y prolíficamente cada minuto de su vida;
claro que tuve momentos de alegría.
Pero si pudiera volver atrás trataría
de tener solamente buenos momentos.
Por si no lo saben, de eso está hecha la vida,
sólo de momentos; no te pierdas el ahora.
Yo era uno de esos que nunca
iban a ninguna parte sin un termómetro,
una bolsa de agua caliente,
un paraguas y un paracaídas;
si pudiera volver a vivir, viajaría más liviano.
Si pudiera volver a vivir
comenzaría a andar descalzo a principios
de la primavera
y seguiría descalzo hasta concluir el otoño.
Daría más vueltas en calesita,
contemplaría más amaneceres,
y jugaría con más niños,
si tuviera otra vez vida por delante.
Pero ya ven, tengo 85 años...
y sé que me estoy muriendo.
VIERNES,
29 DE JUNIO DE 2012
LA VIDA ES UN GRAN VIAJE.
Hace
dos días estaba sentado frente al televisor mirando, nada y de repente escuché
una frase, me llamó la atención, me levanté y la escribí en un pedazo de papel
para que no se me olvidara. Podría averiguar quién, cuándo y por qué la dijo,
hoy resulta relativamente fácil, pero no es tan importante el origen sino su
contenido, por lo que prefiero reflexionar sobre ella.
“La vida no se trata de
llegar a un destino, sino de disfrutar el viaje”
La idea, de seguro hija
de algún sabio de una cultura antigua como la china o la griega, es una de esas
verdades que a pesar de su claridad a muchos nos cuesta trabajo reconocer. La
vida es eso, un viaje. Camino del cual sabemos muy poco.
Nuestro viaje comienza
con la famosa concepción, donde de forma planificada o por accidente, el óvulo
queda fecundado por el espermatozoide. Héroe dentro de millones que después de
vencer miles de obstáculos logra sobrevivir y cumplir con su objetivo. De ahí
en adelante comienza ese viaje sin rumbo definido, sin tiempo exacto para
llegar al final, sin un destino previamente seleccionado. Unos mueren al nacer,
incluso antes, otros permanecen sobre La Tierra más de 100 años. No existe
esquema.
Tal como dice el programa
de TV “1000 Maneras de Morir”, nacemos y tenemos que enfrentar diariamente
miles de posibilidades de morir. Mal funcionamiento de nuestro cuerpo,
enfermedades, bacterias y parásitos asesinos, accidentes, envejecimiento,
guerras, catástrofes y uno que otro semejante que trata de agredirnos, a veces
para quitarnos lo poco que poseemos, a veces por el sólo hecho de agredirnos,
por lo que mantenernos vivos y llegar al final de cada día, es todo un mérito.
Quizás el mayor de los méritos que podamos alcanzar. Al igual que hacen las
escuelas para reconocer los estudios que terminamos, sería bueno que, al
terminar de vivir cada año, se nos entregara un título o diploma como
reconocimiento al haber logrado ese objetivo que está presente
independientemente de todo lo otro que podamos o tengamos que hacer.
Entonces, luego de vivir
9 meses en un medio líquido como dentro de una pecera, salimos y pasamos los
primeros años de nuestra vida, dentro de nuestra familia de origen, nuestro
primer grupo. Otra pecera, ahora sin agua. Ahí aprendemos, ahí nos domesticamos.
Consumimos lo bueno, lo aceptable, lo permitido y también somos víctimas de lo
malo, los vicios y las deformaciones. Consumo de lo bueno y lo malo que luego
arrastramos toda la vida sin pensar mucho, como una marca que no se ve, pero
existe. Experiencia que muchas veces termina por conformar nuestra mejor y más
sólida tesis: “yo soy así, así me enseñaron, no tengo por qué cambiar”
Un buen día nos enteramos
de que somos grandes y tenemos que continuar solos, comenzando la segunda etapa
de nuestro viaje, quizás la más difícil. Traemos inevitablemente lo que
aprendimos y fuimos cuando niños y al enfrentarnos al grupo más grande llamado
sociedad, agregamos otras enfermedades que hacen del viaje un infierno. Sólo
los mejores se salvarán. Tal como los espermatozoides, sólo los que tomen
conciencia de la importancia de la vida y busquen solucionar las deformaciones,
saldrán ilesos.
Nuestro paso por la
sociedad de hoy nos introduce en temas bien complejos. ¿Lo importante es lo que
soy verdaderamente o lo que tengo?, ¿El éxito significa acumular y acumular y
tratar de parecerme a alguien que tiene muchas más cosas que yo? Si,
lamentablemente a veces es así. Los que tratan de romper con esto aparecerán
como anormales o locos.
La sociedad actual, o
sea, la mayor parte de las personas que dentro de ella existen, valoran el
éxito por las cosas materiales que se logran acumular. No importa si sirven
para algo, no importa si son funcionales, lo importante es tener, sobre todo
poder mostrar que tenemos. Eso es haber alcanzado el éxito. Nos convertimos
entonces en vitrinas, que terminamos consumiendo lo que otros consumen, nos
convertimos en imitadores con tal de ser aceptados por el medio donde nos
desenvolvemos. Llegamos no sólo a comprar y consumir igual, sino a caminar,
posar e incluso hablar igual que otras personas. Es una pena, habernos
esforzado tanto para sobrevivir y terminar imitando a las hermanas Kardashian,
Paris Hilton o Shakira; o terminar comprando una camisa o un pantalón por una
etiqueta; o aspirar a un automóvil o un celular por lo que otras personas
puedan pensar del éxito. Peor, ir a un gimnasio con la única explicación de
parecer inteligente.
La vida moderna, asesina
de la individualidad y la creatividad, termina creando en los descerebrados,
imágenes a imitar y por supuesto introduciendo enfermedades mayores, tales como
la ansiedad, la irritabilidad, la insatisfacción insana o enfermiza, en resumen,
el estrés. No estamos contentos con lo logrado. Nada nos llena. Siempre
queremos más.
Y entonces convertimos
nuestro camino en algo tormentoso e infernal, dedicándonos a llenar nuestro
deseo de tener y acumular, lo que nos impide disfrutar el viaje. Es raro y
tonto, pero penosamente es así, al menos para una gran mayoría.
Vivo en República
Dominicana desde hace 4 años. Trato de reflexionar todos los días sobre lo que
me rodea y descubro que, muchos ricos están jodidos como personas, y
precisamente la causa de sus males personales y familiares está precisamente en
lo que el dinero los ha deformado y entonces los pobres están también jodidos,
pero a mi criterio están peor, no por no tener dinero, sino sencillamente por
querer a brazo partido imitar a los ricos. Gran problema, la gente ha perdido
la capacidad de pensar y valorar y se dedica sólo a imitar.
Por pensar en alguien
ahora, pienso en Michael Jackson. ¿Quién podría haber pensado que, a esta hora,
joven aún, estaría muerto y que lo que más dejó fue deudas?, ¿Michael Jackson
con deudas? Creo que nadie. Pero en realidad, ni la famosa casa donde vivía,
con parque infantil incorporado sueño de todo niño, era de él. Horrible forma
de terminar su viaje.
Deberíamos urgentemente
pagarle a alguien para que nos enseñe a ser felices. Antes de que sea tarde
deberíamos aprender el valor del éxito y su significado. Esa es la disyuntiva
que tenemos para enfrentar y poder disfrutar nuestro viaje. Entonces: ¿es mejor
el que escribe un poema o el que tiene una jeepeta?, ¿es mejor el que salva una
vida o el que tiene una majestuosa casa?, ¿qué es mejor ser un buen profesional
o un maniquí que exhibe ropa, carros, casas?, ¿qué es mejor tener un hermano y
compartir con él el único pan que se tiene o tener un hermano rico con el que
no se pueda contar para nada?
De la definición que
demos a estas preguntas y a otras más, dependerá la calidad de nuestro viaje.
En sentido general podemos escoger entre la insatisfacción insana de no
conformarnos con nada y querer más y más, lo que terminará por distorsionar el
objetivo y convertir la vida en una guerra o tratar de disfrutar el viaje, descubriendo
los detalles mínimos que existen durante el trayecto.
¿El viaje hasta cuándo
durará? No lo sabemos. Yo particularmente ya a mis casi 50 años soy un
sobreviviente, entonces valoro cada día cuando abro los ojos y veo el Sol.
Siempre he tenido una convicción, trato de disfrutar el viaje sin pensar mucho
en el destino y sobre todo trato de no convertirme en un maniquí.