A todos los pueblos se le muere alguien querido y pierden algo que valoran, porque forman parte de sus historias.
A Cuba se
le murió José Martí, en realidad no murió, lo mataron y esa desaparición física
fue dolorosa.
No soy un
enamorado de Martí, de esos que hasta para tomar agua, mencionan unas ideas que el
Apóstol seguro dijo sobre el preciado líquido, pero si me hubiera gustado que no
muriera en Dos Ríos. Me hubiera gustado que hubiera sobrevivido a la Guerra del
95, que con tanto amor y esfuerzo organizó y que hubiera disfrutado de la
derrota de España y con eso del colonialismo español en Cuba. Se lo merecía.
Pero sobre
todo, me hubiera gustado que sobreviviera para ver cómo iba a aplicar, entre
otras muchas, esa famosa idea, que todavía hoy nos vuelve locos de “con todos y
para el bien de todos”, porque una cosa es, incluso lo más complicado,
organizar una guerra, al menos, en el caso de Martí desde el punto de vista
teórico, político e ideológico, de las acciones armadas se encargarían otros, y
otra es tratar de organizar una república “moderna”, proveniendo del colonialismo de cinco siglos, donde todos, hasta los
delincuentes, ladrones, borrachos, etc., tuvieran cabida.
Una cosa es
soñar con la democracia en un mitin o una reunión y otra hubiera sido poder organizarla
en la Cuba de los 1900 con proespañoles, pronorteamericanos, procubanos, la
génesis de diferentes partidos o grupos políticos, más antiguos esclavos y sus
descendientes, más una economía devastada por más de 30 años de guerras.
En esta
última etapa a Cuba se le murió Camilo Cienfuegos, joven, cuando no debería
haber muerto. Aunque la realidad es difícil de demostrar porque el queridísimo
Camilo, el hombre de la vanguardia, el hombre de la gran sonrisa, el más
popular de todos los populares, querido incluso por mi abuela Tomasa que nada
sabía de revolución, menos de política y no le gustaba Fidel Castro, jamás
apareció rastro alguno. Los cubanos lo hemos dado por muerto, sin saber tan
siquiera si en realidad murió. La tradición dice que cayó al mar, pero cuándo,
en qué mar, cómo, exactamente no sabemos nada.
A Cuba se
le murió Fidel Castro, de seguro menos querido que su compañero de luchas.
Murió viejo, de muerte natural, dicen que tranquilo acompañado de sus íntimos.
Aunque siempre hay quienes lamentan su muerte, quizás aspirando que pudiera ser
eterno o al menos durar 150 años, para inscribir un nuevo récord Guinness, creo
que ya tenía el del discurso más largo a algo así, rompiendo hasta la propia
existencia de las leyes de la más elemental biología, bastante demoró en morir,
para mi gusto.
A todos los
pueblos se les muere alguien querido y pierden algo que valoran. Cuba acaba de
anunciar que la afamada e importante heladería Coppelia, cierra sus puertas,
banquetas, sillas, mostradores al pueblo por falta de helados, que es el
resultado de la falta de leche, azúcar, frutas, etc., con la que se
confeccionan esos helados que un día, y no es chovinismo barato en este caso,
competían con los mejores helados del mundo.
Coppelia
abrió sus puertas al cubano en el año 1966 y fue reconocida inmediatamente como
la “Catedral del Helado”, su oferta, que establemente sobrevivió mantenida por
algunos años, era de 26 sabores de helados y 24 combinaciones de ellos. Visto
desde hoy, para los más jóvenes asistentes al desastre Cuba, esto puede parecer
mentira. ¿26 sabores???????
El proyecto
se hizo gigante, una manzana entera, por la intención del gobierno de Cuba, para
no repetir el nombre, ya sabemos los cubanos, qué significó el gobierno en
aquella época, por tener una heladería de las más grandes del mundo y poder
competir con los norteamericanos, sueño o mejor, pesadilla constante, del ya
sabemos gobierno cubano, que, por cierto, no lo digo yo, sino su íntimo amigo
García Márquez era un fanático, obsesionado y desquiciado devorador de helados. Su nombre se
le debe a Celia Sánchez, porque, a pesar de lo lejano que estaba de la cultura
cubana, era el nombre de su ballet preferido. Se escogió para su construcción,
diseñada bajo la influencia del modernismo por el importante arquitecto cubano
Mario Girona, el solar donde había existido desde 1886 hasta el 1954, el
Hospital Reina Mercedes, en la esquina de la calle 23 y la calle L, en el lugar
nombrado como La Rampa en el Vedado.
No es de
ocultar que La Habana tenía y tiene otros lugares simbólicos e importantes de
fuerte tradición popular, pero la esquina de 23 y L, y por supuesto, su
Coppelia, se convirtió en el lugar más famoso, conocido y visitado de la
ciudad, me arriesgaría a decir que de toda Cuba. La Plaza Cívica, hoy conocida
como Plaza de la Revolución es el lugar del gobierno, donde se decidieron
muchas cosas de la vida cubana, o al menos se dieron a conocer porque ya
estaban decididas y a donde muchos, casi todos, fuimos al menos una vez
voluntariamente u obligados, Coppelia es el lugar del pueblo, donde nunca hubo
obligación y sí mucho placer. Coppelia fue, incluso pienso que hasta que recién
ha muerto, un lugar alegre.
No voy a
hacer la historia de Coppelia, su destrucción sistemática, sus diferentes
reparaciones parciales y capitales y también sus cierres momentáneos, sus
helados, que de 26 sabores fueron pasando a 20, luego a 14, luego a 5 y al
final a un solo sabor, donde a simple vista la calidad de aquel helado cubano se perdió y en no pocas veces se lograba tomar casi al borde de derretirse sin sabor a nada.
No voy a
contar sobre la Coppelia en dólares, porque fue un momento criminal. Espacios
definidos sólo para turistas extranjeros, a los que pasaban por delante de la
cola de los cubanos que allí permanecíamos estoicamente bajo el Sol para
tomarnos un heladito y teníamos que soportar que un adminsitrador de turno, los administradores duraban poco porque "explotaban" con frecuencia, saliera y dijera a viva voz, se acabó el helado y luego la etapa de helados en moneda convertible, que
ella sola discriminaba, segregaba a un pueblo entero. Etapa que fue una especie de mejor práctica del experimento de Pavlov y las respuestas condicionadas, los que tenían dólares y tomaban, saboreaban los helados, a veces de forma muy orgullosa, con aquello de, yo si puedo y los que no tenian dólares, solo memoria y no podían tomarlo, quedándoles sólo la posibilidad de mirar, segregar saliba y tragar en seco.
No voy a
hablar aquí del negocio negro de los helados, de la venta de tinas de helados
por la izquierda, de los trabajadores que, como en muchos otros lugares en
Cuba, convirtieron a Coppelia en su propiedad privada, o sea, su Coppelia. Hubo momentos que la única forma
de tomar helados era tener un amigo, o un amigo de un amigo, ir por detrás y
pagar mucho dinero para poder comer helado o llevar el más que perseguido
alimento a tu casa para que tus hijos y viejos pudieran, organizada y
planificadamente, degustarlo.
Para qué contar sobre las redadas de la policía, casi siempre, no se por qué, JAJAJA,
orientales, pero del oriente profundo, a los que el pueblo cubano no policía
llama cariñosamente “palestinos” cuando, con enorme impunidad y exceso de
poder, pedían a su antojo “carne d´entidad”, haciendo referencia al documento
de identificación de los cubanos.
No voy a
hablar aquí de las grandes colas para la guagua, más que colas, tumultos de
personas que “disfrutando del eterno verano cubano”, pasaban dos, tres horas
paradas o corriendo de un lado a otro para poder abordar un transporte público.
Tumultos de personas, sólo comparados con los conciertos de rock.
Voy a hablar de la Coppelia de la añoranza, aquella que era casi obligatorio visitar cuando fui niño, no importaba si la salida era para una tienda de zapatos o al médico, donde mientras los padres o abuelos hacían colas, los niños nos subíamos y tirábamos por las columnas que forman parte de la estructura.
La Coppelia
de los universitarios, ya que al estar a muy pocas cuadras de la Universidad de
La Habana y frente a la Facultad de Economía, por años se convirtió en el
punto de encuentro para amigos, enamorados, socios, brothers, etc. La Coppelia
de los amantes de la música, sobre todo del rock, amigos de jeans, pelos
largos, manillas, etc. y la Coppelia de los amigos homosexuales, antes de que se mudaran empujados por las autoridades para
el Parque de G, de donde también un día los corrieron.
La Coppelia
del final de las películas del Yara, donde luego de ver una buena película, no
había nada mejor que irla a comentar o discutir tomándose una Ensalada, un
Tres Gracias o un Jimagua de chocolate y almendra, chocolate y fresa o uno de
los más ricos helados de frutas tropicales, guayaba, mango, coco, naranja, lo
que significaba casi como estarse comiendo una de esas frutas que tanto amámos.
Recuerdo que,
estudiando en la Universidad, en muchas ocasiones, la noticia de determinado
sabor en Coppelia llegaba a mi aula, chocolate almendrado, noticia que hacía
que poco a poco nos fuéramos levantando con cualquier justificación y nos
marcháramos, minutos después casi toda mi aula estaba en la cola, pero además
amigos de otras facultades. Creo que sólo se quedaban en el aula los apáticos,
de esos que siempre existen y los alérgicos a la lactosa. Recuerdo que muchas veces, estando
en Coppelia, se nos unía alguno que otro de nuestros profesores, el chocolate almendrado de Coppelia era único.
Recuerdo
que, a partir de un momento se puso de moda, sobre todo en personas mayores, ir
a Coppelia con un pozuelo plástico, cuando todavía el control de las bolas de
helado no era tan control y entonces las personas además de que comían unas
bolitas, pedían raciones extras para llevar para sus casas. A los niños, al menos
a los cubanos, les gusta mucho el helado.
Recuerdo la
boleadora No.10, famosa por el tamaño grande de las bolas de helado. Número que
fue decreciendo hasta convertir la bola de helado en casi una pelota de ping
pong, pero además que, por la habilidad desarrollada por los trabajadores a la
hora de servir los platos, comenzaron a venir vacías por dentro, o sea, el movimiento
de la mano experta garantizaba que la bolita de helado fuera solamente una cáscara
vacía por dentro.
Cuando
había que cuadrar algo, ponerse de acuerdo para ir a algún bar, cabaret, cine,
cuando había que “ligar” una jevita, no existía otro lugar mejor que Coppelia.
Cuando había que no sólo ligar, sino mantener a esa misma “jevita” con poco
dinero para impresionarla, no había mejor lugar. A las “jevitas cubanas”, les
gusta el helado.
Es triste
escuchar entonces que Coppelia ha cerrado, porque lo que se cierra en Cuba como
último recurso, a los pocos meses comienza a destruirse y la destrucción termina
en derrumbe y desaparición. Si Coppelia
abierto no se ha podido mantener e incluso las reparaciones que se han hecho no
han resulto mucho, cuando lo cierren, habrá que apuntarlo para el próximo
derrumbe. Quizás los bomberos ya tengan la orden de hacer guardia en ese lugar
para estar prestos cuando los muros y techos se vengan abajo.
Dicen personas
informadas que desde hace algunos años existía la propuesta de cerrar el lugar, que ahora se critica porque se considera una "mega" heladería, que existió porque estaba subvencionada
por …, que no se puede mantener, que la leche en polvo está muy cara, que las
frutas tropicales ya no se dan en Cuba, que los sabores son imposibles de
mantener por el alto precio del petróleo, que las no sé cuántas medidas de
Trump afectaron la producción de helados, que la leche fresca no se puede
conseguir porque en Cuba sólo existen toros, etc. A los conocedores les digo
entonces, habría que tumbar la Torre Eiffel, la Estatua de la Libertad, etc., porque
ellas ya no cumplen la misión para lo que fueron edificadas.
Y en realidad esas personas pueden tener razón, no es que hay que cerrarla, pues se deteriorará más y hará sufrir a los que tenemos memoria. Sería mejor dinamitarla y utilizar el solar como basurero municipal o entregárselo a una Mypime para que puedan vender agua, cosas que agradeceran los vecinos de esa parte del Vedado.
Sería mejor poner un gran cartel con
tres caras, que ya no serán las famosas “Tres Gracias”, que diga, aquí existió
un sueño convertido en pesadilla, al cual una amiga cercana de Fidel Castro
llamó Coppelia, donde se vendió helados, hoy la mejor muestra del total
deterioro. A los que solían venir a pasear y reunirse aquí, se les pide
revolucionariamente que se muden de lugar.
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