Se comienzan a acelerar las elecciones y ya tenemos el primer debate.
Repito que
no soy politólogo, creo que es un esfuerzo profesional demasiado fuerte, sobre
todo en conocer y poder explicar el movimiento de la política en este país. Me
acerco a la política quizás como mismo me acerco a una operación
de un bebé dentro del útero de su madre, los fenómenos de los tsunamis o la creación
de un microchip para teléfonos y computadoras super inteligentes. Puro
observador.
Acaba de
pasar el primer encuentro-debate entre el presidente en cuestión Biden, que
aspira a reelegirse y un candidato, Trump, que ya fue presidente de la Unión y
quiere nuevamente ocupar la Casa Blanca con todo lo que le cuelga.
Me gustaría
decir, como observador, que, en la política, al menos a este nivel, pasa lo
mismo que en los deportes, por más que puedan parecer dos cosas alejadas y
diferentes. El campeón anterior, o sea, para este caso el que ocupa la presidencia
del país, debería salir con un enorme por ciento a su favor, a decir de
expertos como mínimo el 60 % de aprobación y respaldo, por lo que el retador o
aspirante tiene que demostrar bien demostrado que ganó. Sólo en excepciones
esto cambia, cuando el poseedor del campeonato es extremadamente malo y su
gestión ha sido desastrosa. A veces, en la vida real, los títulos de campeones
se ganan sin reales méritos, casualidades de la vida, circunstancias
transitorias a favor, etc.
Por ejemplo,
en los deportes de contacto, como en la UFC, del cual soy casi fanático, el
retador tiene casi siempre que derrotar físicamente, o sea, tumbar o hacer
rendir al campeón, para convertir su victoria en incuestionable. Si se deja el
asunto a la votación de los jueces, el título de campeón pesa y en no pocas
oportunidades, a pesar de la victoria del retador, el título es mantenido por
su poseedor. El retador tiene que salir a matar.
Para el
caso del recién pasado debate, Biden debería haber salido con el mayor por ciento
de los adeptos, sencillamente porque lleva casi cuatro años en el poder y tiene
a su favor el mayor dominio de los hilos reales y compromisos que mueven la
política, que muchas veces no son los hilos que se ven y que los simples
mortales seguimos, o sea, caras, discursos, intervenciones en la TV, etc. En la
política real, a mí me parece que casi todo transita como una “noble y aceptada”
conspiración.
Si se me
preguntará, me hubiera gustado ver un debate entre dos políticos jóvenes, o
sea, cuarentones o cincuentones, de más menos 20 años de experiencia en la
política, que hayan venido desde abajo, o sea, desde simples tareas, enérgicos,
inteligentes y, sobre todo, con un programa o al menos ideas claras, definidas,
que pudieran dejar ver su futuro gobierno en el caso de salir electo.
No podemos
soñar, eso no lo tenemos y es la primera preocupación para futuro. Los dos peleadores
de la UFC, campeones en el pasado, están montados en las ocho décadas de vida. Es
como poner a dos personas hablando por teléfonos de casa, aquellos de discos, frente
a un público que exhibe atómicos celulares. Pero, aprovechando una frase que
dicen dijo Obama en una recepción que organizó cuando estaba de presidente: Eso
es lo que tenemos para el entrante, pollo o pescado, pero, preguntó alguien: ¿no
tenemos bistec de res?, Respuesta: No, sólo pollo y pescado. Cosa que me
recuerda una anécdota de mi juventud, con Pipo Roberto, el padre de Normita y
Robertico, mis más que amigos, cuando alguien afanado buscaba helado de
chocolate en Coppelia, que no había.
Esto de los
debates, es un show, porque a los americanos le gustan los shows de televisión,
donde a veces mientras más tontos, improductivos y poco inteligentes más rating
logran. Ahí nuestros campeones antiguos son diferentes. Biden, a decir de sus
propios seguidores, no es experto en debates, dicen que nunca se le han dado
bien a pesar de la super experiencia que tiene en la política. Trump es un hombre
de éxito en el plano económico, para lo cual además de inteligencia y buena
asesoría y alguna que otra trampita, se ha desarrollado como gran actor, hoy consagrado,
que disfruta las cámaras, tenga o no algo que decir. El primero es experto,
dicen, en elevar políticas, discutir temas en reuniones y pasillos, en unir a personas.
Trump es un guerrero que gusta de llamar la atención y recibir aplausos. Biden,
bueno o malo, no es un líder, quizás sea bueno como segundo. Trump es un
liderazo, bueno, malo, con razón, sin ella, alocado, calmado, tranquilo o
provocador, se roba el show. Biden puede ser un buen Toyota, Trump es un Ferrari.
No pretendo
hacer el cuento completo, para eso están los videos y los que luego ya se han
dedicado a desarticular cada segundo del evento, incluyendo los ritmos de respiración
de los dos contrincantes. Sólo pretendo ser un observador que se inicia en su
oficio.
Reconocimientos.
El retador
Trump, se portó muy bien, lo que ha sido destacado incluso por sus más feroces adversarios.
Teniendo en cuenta el pasado, al parecer todos, incluso yo observador, pensábamos
que el amigo saldría de forma prepotente a burlarse de su adversario, a hacer
muecas, a interrumpir, etc. Nada de eso, todo lo contrario. Tiempo de escucha,
pocas o casi ninguna mueca, poca agresión personal, no he dicho ninguna, sólo
poca. Quizás muchos quedaron con las ganas de ver la sangre.
Trump se
vio enérgico, solo, sin necesidad de custodia, nadie lo ayudó a llegar o irse, más
delgado, cosa que lo favorece, equilibrado emocionalmente quizás como pocos,
nada más ver la campaña de descrédito, acoso de la prensa, noticias reales y
falsas, juicios, etc., a los que ha sido sometido en estos últimos meses, para entender
el gran esfuerzo que tiene que hacer para mantenerse en pie, no tener un tic
nervioso, andar sin problemas estomacales al menos de formas pública, no tener
que tomar constantemente pastillas o respirar un trapo con alcohol, etc.
Para el incumbente Biden, doble mérito, ha regresado de los muertos. Ya no está, ya se nos fue, por lo que el esfuerzo es doble. Su imagen es la de un abuelo que fue lindo cuando joven, que mantiene su delgadez envidiable a pesar de las papas fritas, pizzas y hamburguesas, pero que su acelerada carrera a la próxima vida, quizás como católico que es, está más que avanzada. Viejito, acompañado de su esposa como lazarillo, que lo trae y lleva como un niño al círculo infantil, al que casi ya ni se le entiende lo que dice, porque lo más que puede hacer es balbucear algunas ideas. Es difícil entender si está respondiendo a una pregunta específica o tarareando una canción de cuna. Puede incluso que tenga razón, pero si no la puede expresar o nadie lo entiende, de nada sirve.
Lo mejor que
tuvo este show, como show, es que Trump, magníficamente con gran equilibrio y
seguridad, respondió lo que le dio la gana, cuando le dio la gana. Maestría para
un espectáculo, quizás si le pudiéramos preguntar nos dijera que lo copio del "exitoso" Fidel Castro, haciendo en este caso que los presentadores, a los que todos han visto
como buenos en su oficio, quizás no sea así tanto, tuvieran que repetir la
misma pregunta hasta tres veces para arrancarle la respuesta que buscaban. A
diferencia, Biden, que fue más concreto que su oponente, no respondió nada, pero
además lo que dijo poco se entendió, había que estar casi pegado a él en
posición de trabajador social o interprete, para entender lo que quería
decir que no dijo. Momento crucial del debate, frente a dicen 40 millones de personas
que lo vieron en vivo, no lo digo yo, sino que el mismo Trump, muy respetuoso
en un momento, dejó claro que no podía entender lo que Biden había dicho, porque
estaba seguro de que ni el mismo Biden podía haberlo entendido.
A veces los
debates se convierten en momentos para sacarnos los trapos sucios, que no deja
de ser un show perseguido y gustado, pero que deja un mal sabor de los
políticos y, sobre todo, de lo que la política significa. Poco de ideas a
futuro, mucho de chismes. Es una pena que para probar que se está bien física y
mentalmente, se saquen habilidades en el juego de golf. ¿A quién en este país,
con el precio de la carne, la gasolina, las rentas, los seguros de todos tipos, etc., por los cielos, le interesa si el futuro cabrón presidente sea un experto en meter
pelotas de golf en huecos en la hierba?
Consecuencias.
A pesar de
Biden ser el poseedor de título de campeón, lo que le hubiera garantizado el
mayor por ciento, inmediatamente terminado el debate – encuentro, aparecen las
encuestas. En casi todas las que he podido acceder, más del 60% de los
encuestados dieron por ganador a Trump, incluyendo aquellos medios que llevan
años tirándole tierra arriba al expresidente y que para nada son ni tan siquiera
cercanos a él. El fracaso del demócrata fue tan evidente, aunque su oponente no
hubiera tirado a matar, que los expertos, amigos y enemigos, por supuesto, no
han podido tirarle un cabo. Trump respondió lo que le dio la gana, Biden no
respondió nada.
Si Trump
respondiendo cuándo y cómo le dio la gana, si Trump mintió como dicen muchos, sobre todo sus detractores, si se mostró menos agresivo y lo perdonó, si
tiene un historial de delincuente, abusador, con delitos ahora considerado de
culpable, es considerado como ganador del evento, bien jodido está Biden o bien
jodido está el pueblo norteamericano, con la real desventaja de que ese jodido
pueblo norteamericano es el que vota, saca y pone a presidentes.
Cuestionamientos.
Ahora hay que culpar a alguien.
La campaña
de Biden ha dicho que llevaba meses preparando al presidente para un evento
como este, lo que creo una enorme expectativa. ¿Preparándolo?
La campaña
de Biden pidió adelantar el evento a junio, con lo que daba la idea de la
seguridad en la victoria. ¿Victoria?
La campaña
de Biden ahora dice que el presidente tenía catarro o gripe y todos sabemos que
un buen o fuerte catarro puede bloquear el cerebro. ¿Catarro?
Pobre
Biden, a no ser que sea demasiado irracional y que se esté empeñando en algo
casi imposible, debería dejar sin trabajo a todos los que participaron. Dicen
los más cercanos, ahora no sé de dónde lo sacan, que es su esposa, la Primera
Dama, Dra Jill Biden, la que está obsecada con la idea de la permanencia,
puede ser que le haya cogido el gusto al color blanco de la “Casa”.
Bueno, el próximo
debate creo que es en septiembre, dos meses antes de las elecciones. Dicen que
Biden tiene que asistir obligado para lavar, más que su honor, su imagen. Dicen
que Trump puede rechazar la nueva experiencia y así dejar este debate como
recuerdo.
Los
republicanos contentos, dicen que Trump ganó y es cierto, al menos dejó una
mejor imagen, más allá de lo que dijo, se vio fuerte. Todas las encuestas lo
confirman. Los demócratas divididos en dos grandes bandos, los que dicen que
Biden tiene que apartarse “voluntariamente”, hacerse a un lado “patrióticamente”
y dejar el camino para que otro demócrata pueda correr por la presidencia y los
que dicen que no hay tiempo para una candidatura nueva y que Biden tiene que
mantenerse, confían en que, pienso yo, con un poco de pastillas, masajes,
descargas eléctricas, pueda mejorar.
Los demócratas han comenzado a patinar entre ellos mismos, se deben estar fajando. Los republicanos, dentro de ellos, los que apoyan incondicionalmente a Trump, más decididos. Yo observador, ya dije que me hubiera gustado ver a dos jóvenes profesionales, pero como lo que tenemos es sólo pollo y pescado, al decir de Obama, estoy pensando en volver orgullosamente a votar por Donald Trump. Aspiro a que un día no muy lejano, mi mujer deje de quejarse del alto precio de la carne de res en Texas, aunque para eso tengamos que cerrar todos los campos de golf.
Curiosidad.
Ahora los
que quieren de todas formas mantener el poder, están sacando nada más y nada
menos que a Michelle Obama, como posible candidata para barrer con el aspirante
Trump. Idea a mi parecer loca.
Primero. Michelle a dicho en varias ocasiones que no le interesa, una y otra vez ha dejado claro que por ahí no van sus aspiraciones en la vida. Aunque dicen que en política nada está escrito en piedra, si hasta ahora era que no y mañana aparece que si, entonces algunos podrían llamarla patriota, otros mentirosa.
Segundo. Si
yo fuera su esposo, o sea, Barack, deseoso de seguir en la fiesta, pero
conocedor de lo que la política significa y el desgaste que provoca, casi se lo
prohibiría. Por muy patriota que fuera, no expondría a mi esposa, única madre
de mis hijos a eso.
Tercero. Si
es cierto la Michelle, es inteligente, yo también lo soy, está bien preparada
profesionalmente, lo también lo estoy, tiene muchos amigos, yo también, puede
influir en muchas personas, yo también, muchas personas la pueden escuchar, a mí
también, pero todo esto no quiere decir que yo pueda ser mañana, de la noche a
la mañana, presidente, nada más y nada menos de los Estados Unidos de América.
Una cosa es ser Primera Dama, incluso honorablemente buena y otra es sentarse
en el Trono de Hierro.
Cuarto. Si
por casualidad aparece la Michelle, pasándole por arriba a todos los políticos
del Partido Demócrata, como única posible opción, bien embarcado está el
partido que no tiene a otra figura. Michelle puede ser una muy buena muestra
de las oportunidades en este país. Negra y no linda como para modelo, de ascendencia pobre, buena profesional
con esfuerzos propios, buena persona, agradable, buena escritora, buena madre y
esposa, a la que no se le ha podido sacar un chisme muy malo, amiga de Oprah,
Whoopi, Alicia Keys, Patty, etc., pero no tiene la más mínima idea de lo que
significan los pasillos de la política. Primera Dama y Presidencia, pudiera
parecer lo mismo, pero no lo es. A la hora de los mameyes, era Barack el que se
tenía que embarrar.
Si el Partido
Demócrata logra, primero que Biden se baje voluntaria y patrióticamente, luego
logra que Michelle Obama con varias veces que no, ahora diga voluntaria y patrióticamente
que sí y que se pueda cumplir lo que muchos demócratas vaticinan, o sea, que
ella a pocos meses de las elecciones pueda unir a los votantes para barrer con
Trump, entonces si veremos al Ferrari en acción.