Recuerdos.
Recuerdo que cuando fui niño existía
en Cuba la tradición de Arbolitos de Navidad, lucecitas de colores
como adornos, Día de Reyes para los niños, etc. Nací en 1963.
Fue lindo. Primero con los Arbolitos de
Navidad y las bolas de cristal que quedaron de la era capitalista,
luego con los que inventamos cortando un pedazo de pino que
conseguíamos haciendo excursiones a la “loma verde” de mi
reparto, a los cuales adornábamos con creativas figuras de
cartulina.
Al parecer todavía por aquellos años
de mi infancia, la tradición era fuerte. Los arbolitos o pedazos de
pinos se forraban con algodón blanco lo que le daba al asunto
cierto toque invernal. Dos fuertes tradiciones, imitar la nieve que
debió existir en Cuba en el paleolítico y usar desmedidamente
algodón para tapizar el árbol y el piso que lo soportaba.
Navidad, Día de Reyes, capitalismo.
Todo fue desapareciendo de nuestras vidas. A veces poco a poco, otras
de un solo golpe o discurso.
Los nacidos en Cuba, nos descubrimos un
día celebrando otras fechas nuevas: Triunfo de la Revolución, que
podría haberse llamado la huída de Batista, la victoria sobre un
grupo de compotas que intentaron derrocar al gobierno, el día que
Fidel dejó de orinarse en los culeros, su primera Coca Cola o las
gloriosas fechas de eventos tan cercanos a nosotros como la Gloriosa
Revolución de Octubre en Rusia, la creación del CAME, etc.
Los Reyes Magos quitaron de su
recorrido turístico a Cuba y Santa Claus cambio su traje de color rojo por uno de color verde olivo y se tiño de negro su blanca
barba.
Los niños de aquellos años, pasamos
de ilusionarnos con los regalos y juguetes que recibiríamos una
mañana, después de haber escrito tres carticas con deseos y puesto
tres laticas con agua y hierba para los camellos de los magos y tres
tabaco, cosa que tropicalizaba la gestión e indicaba a los
proveedores mágicos que no estaban en cualquier lugar, sino que
estaban en Cuba, a participar en estresantes sorteos para comprar
cada mes de julio los juguetes de tres categorías: básicos, no
básicos y dirigidos.
Caminábamos por las tiendas,
ilusionándonos con las bicicletas de las vidrieras, sin entender
mucho por qué no podíamos comprarlas con nuestro turno del sexto
día por la tarde.
Las luces de Navidad se fueron
apagando, sobreviviendo sólo en pocas casas, que de puertas hacia
adentro, sólo para el consumo y disfrute intimo, se arriesgaron a
mantenerlas encendidas. Grupo de personas que nunca comprendieron el
enorme daño que hacían por el excesivo consumo eléctrico de los
bombillitos. Para muchos, no era justo mantener la alegría a cambio
de dañar a la ya sólida economía de aquellos años.
Mis hijos nacieron también en Cuba 30
años después que yo. Casi no experimentaron nada de lo que al menos
yo pude vivir en mi infancia. Ya no quedaban pinos en la “loma
verde” de mi reparto, la habían convertido en refugio para un inminente ataque del enemigo y el algodón casi ni alcanzaba
dentro de los salones de cirugía. Aquello del sorteo para juguetes
se quitó por ser abusivo para la infancia. Es más, para eliminar el
daño que esto causaba en los niños, se terminó por quitar la venta
equitativa de juguetes, aquella que partía de la noble idea de "de cada cual su trabajo a cada
cual su necesidad".
Como compensación, pues la infancia
estaba protegida, aparecieron los juguetes, en ese momento de
manufactura capitalista, en dólares primero y luego en CUC, para
niños que defendían el Socialismo y sus papás ganaban pesos
cubanos. Entonces comprar una maquinita podría equivaler al salario
de dos meses de trabajo de un papá obrero o tener algún familiar
gusano, por aquellos años convertidos ya en oportunas mariposas.
Contradicciones.
Las niñas comenzaron a soñar con
Barbies, lo sé por la mía y los varones con Batman y transformer,
lo sé por el mío y los papás comenzamos a soñar con leche en
polvo y carne de res compradas en el mercado negro. Se comenzó a
sancionar a 20 años de privación de libertad al que matara a una
vaca, pero como no somos indios, pues nos hacíamos los de la vista
gorda. Públicamente se defendía la opción del Socialismo
“desarrollado y sostenible”, mientras se desayunaba con leche en
polvo española o canadiense comprada de noche bajo la protección de
la oscuridad. Durante todos estos años la idea era la misma,
defender el Socialismo “desarrollado y sostenible” que habíamos
alcanzado, sólo que ahora los héroes de los niños eran el Pato
Donald y el Raton Mickey. Contradicciones.
Ahora vivo en Estados Unidos, entre
norteamericanos y ellos, a pesar del enorme consumo eléctrico de los
bombillitos, mantienen la linda tradición de iluminar hacia fuera sus casas. La Navidad no es una celebración patriótica, no es el
momento de banderas norteamericanas por donde quiera, no existen
consignas y a nadie se le ocurre aquello de defender al capitalismo
desarrollado y sostenible.
Es simplemente un momento de alegría,
de familia, de amigos, de ilusión, de cambio, de risas y futuro.
Aparecen por estos días las luces, casi todo el mundo, hasta yo,
hace un esfuerzo por iluminar y comprar productos socialistas,
chinos, sin ideología. Por estos días los norteamericanos, que
tienen miles de problemas como cualquier otro ciudadano de este
mundo, quieren iluminar.
A mis 51 años he vuelto a retomar
aquella idea que se quedó parada en mi infancia. No dejo pasar el
momento, por aquello de que “nunca es tarde”. Claro ya no pienso
en reyes magos, por suerte tampoco en sorteos para lograr turnos para
comprar juguetes. Ya no compro algodón para imitar la nieve, pues
ella, aquí donde vivo, es real. No cuestiono si la celebración
debía ser o no, si los religiosos están bien o mal, si esto es real
o un invento del marketing religioso.