Las experiencias son la vida, la vida es las experiencias.
Esta podría ser una profunda frase apta sólo para filósofos o sencillamente la mejor
definición de un borracho como resultado de su buena borrachera.
Lo cierto es que ella algo de verdad encierra y uno se va
dando cuenta con el paso del tiempo, o para seguir en la misma cuerda, con la
acumulación de experiencias.
Muchas historias he escuchado sobre los “homes” que existen
en Miami. Algunas malas, otras buenas, sin embargo, nunca he visitado uno de
ellos, por lo que me es muy difícil hablar de ese tema directo. La mayor parte
de las historias, digamos en Cuba sobre este tipo de servicio, es que la gente
mete a los viejos en esos lugares y se olvida de ellos, cosa que no creo que
sea cien por ciento cierta.
Pero como la vida es un día tras de otro, ayer, Día de los
Padres aquí, aprovechando o como consecuencia de que Martica está en San
Antonio con nuestra nieta, tuve la oportunidad de ir con mi hijo y Victoria, su
novia, a visitar al abuelito de ella en un pueblo grande o pequeña ciudad que
se llama Colombus, que está como a hora y media de camino de Lincoln, por lo
que estuve parte del día, con almuerzo incluido, en medio de una familia
norteamericana de origen alemán, que podría considerarse una típica familia del
midwest norteamericano.
Lo de la familia, que no será el centro de mi historia
ahora, es como todas las familias clásicas. El abuelo, un hombre más grande que
yo, con cerca de 300 libras, cuyo cuerpo todavía anuncia el haber trabajado
muchísimo físicamente, un hombre compacto que podría compararse solo con una de
aquellas antiguas cajas fuertes de las películas americanas. La abuela, anciana
linda de pelo totalmente blanco, que todavía hoy se preocupa por todos los
detalles de todos los que la rodean y cuya cara declara el no haber contradicho
mucho al abuelo en toda su vida. El resto, hijos, uno de ellos la madre de
Victoria, mujer luchadora que parece que ha heredado la bandera de la unidad
familiar, nietos, una pequeña y juguetona bisnieta rubita, un perro, Jonathan y
yo.
La actividad y de ahí mí nueva experiencia, no se desarrolló
en la casa privada de los abuelos, pues no la tienen hoy, sino que estuvimos en
el lugar donde ellos viven, que es como especié de un asilo u hogar de
ancianos, pero que tiene la peculiaridad de que no son cuartos o salas abiertas,
sino que es un complejo de apartamentos independientes dentro de una edificación
común. En el caso de los abuelos de Victoria, el apartamento tiene una sala
amplia, comedor, una cocina pantry, un cuarto grande, otro más pequeño y dos
baños.
Este complejo de apartamentos está situado, junto a otros
complejos similares, alrededor de un hospital, al que tienen derecho y acceso
los residentes de los complejos, lo que forma como una especie de pequeña
ciudad para ancianos dentro de la gran comunidad de Colombus y entonces a esto
quisiera dedicarle unas letricas.
Precisamente ahora, por aquello de que las experiencias son
la vida y la vida …, el tema anciano, enfermedades, asilos u hogares para
ancianos, atención médica especializada, etc., me toca muy de cerca, voy
dejando de ser joven joven y además hoy, Máximo, el esposo de mi madre en estos
últimos 20 años, desde hace 6 está enfermo de nada más y nada menos que la muy famosa
enfermedad de Alzheimer, por lo que más allá de que conserva, a pesar de sus 73
años, un buen aspecto físico, su cerebro casi ha dejado de existir.
Mi familia, sobre todo mi madre, vienen tratando de hacer lo
que más pueden porque Máximo esté bien, pero cada día se hace más difícil conseguir
o mantener ese objetivo y entonces ahora,
justamente ahora necesitamos que existiera,
con alguna facilidad, la solución para todos ellos. Para Máximo enfermo,
demandante de cuidados especializados y para los que más cerca de él están, aún
sanos, pero con muchas posibilidades de enfermarse o descompensarse como
consecuencia de luchar con alguien
que día a día nos está dejando y todo lo que
eso implica.
Y entonces, pensando y pensando, me he dado cuenta de que he
estado vinculado a la idea de asilos para ancianos mucho más de lo que me
parecía.
Los viejos en nuestra cultura mueren junto a sus familiares,
esto es cierto, pero en realidad no todos tienen esa suerte, porque muchos o no
tienen familia, o la familia no puede encargarse, o sencillamente, también hay,
como en todos los lugares, familias a las que no le importa.
Recuerdo que cuando mi padre se separó de mi madre, fue a
parar a un pequeño apartamentico en el Cerro junto a su nueva pareja. El
apartamento no es que sólo tuviera un cuarto, sino que los espacios son de
reducido tamaño. Para ellos dos estaba fantástico, pero mi Abuela Tomasa, madre
de mi padre, que siempre vivió con nosotros en Víbora Park, a pesar de la
insistencia nuestra y de mi madre de que se quedara donde ella siempre había
estado, se empeñó en que nada de eso, mi padre era su único hijo y ella, sin
saber definirlo teóricamente, fue de esas madres compulsivas que vivió con un
único objetivo, mi papá. Estuviera él dónde estuviera, allí estaría ella y
entonces, un buen día, sin más remedio, mi abuela fue trasladada por nosotros
para aquel apartamentico del Cerro, y como nada más que tenía un cuarto, fue a
parar a la pequeña sala. Ella contenta, estaba donde tenía que estar. Mi padre,
pues manejando todo aquello, teniendo que ver a su madre durmiendo en una
camita semi inventada adaptada escaso espacio.
Pero la historia no quedó ahí, sino que la pareja de mi
padre era joven por aquellos años y no tenía hijos, por lo que primero vino mi
hermano Roly y poco después llegó mi hermano Alejando, ambos al mismo
apartamentico pequeño del Cerro. Mi abuela no sólo tuvo que restringir su
espacio a niveles incalculables, sino que paró durmiendo en un butacón con las
piernas puestas sobre una banqueta de madera, frente a la litera que ocupaban
en mis hermanos. Todo esto a finales de los
80, principios de los 90, exactamente cuando inauguramos en Cuba aquello que se
llamó período especial, porque a un hijo de puta no se le pudo ocurrir otro
nombre más irónico para definir los años horribles que vivimos.
Y entonces un día, nuestro padre, medio apenado pero decidido, nos comunicó que metería a nuestra abuela en un asilo. A nosotros, cubanos acostumbrados a que los viejos mueren en sus casas con sus familias, nos pareció todo punto menos que un crimen. La respuesta de mi padre en forma de pregunta fue muy clara, alguno de ustedes puede ocuparse. Respuestas nuestras, no, porque ni siquiera en esos momentos vivíamos en nuestra casa materna, cada uno, por diferentes causas, habíamos salido y nos habíamos instalados en las casas de nuestras respectivas parejas, por lo que teníamos casas prestadas y ya nuestra madre, aquella que ofreció a mi abuela que se quedara, había organizado su vida, donde mi abuela Tomasa no tenía cabida.
Nuestra abuela entonces fue a parar a un asilo que quedaba
en la rotonda que está pasando la entrada de Ciudad Libertad en Marianao y
allí, para ser sincero, a veces la visitábamos, digo a veces porque sería falso
decir que nos desvivíamos visitándola todos los días o incluso todos los fines
de semana. Recuerdo que la visitábamos en aquel lugar, que por aquel entonces
parecía ser uno de los mejores asilos de la ciudad, que en realidad no pasaba
de ser un almacén de viejos, muchos allí olvidados y mi abuela, pobrecita, se
pasaba todo el tiempo llorando. Era agradable irla a ver y al mismo tiempo muy
desagradable.
Recuerdo también el famoso hogar de anciano, llamado de los
Veteranos de la Guerra de Independencia, que quedaba en San Miguel, muy cerca
de la famosa intercepción de las avenidas Acosta y 10 de Octubre en la Víbora
Habanera. Horrible, pero muy horrible. Aquello durante mi infancia y juventud era
menos que un almacén, era entonces una especie de rastro, donde los viejos
estaban tirados, en muy malas condiciones, con mala atención, tanto que, a
veces daba miedo y otras repugnancias pasar por la acera de ese lugar.
Creíblemente, he estado en Cuba hace dos meses y por la
ubicación que tiene dicho asilo de ancianos, pasé frente a él unas cuantas
veces. La imagen, la misma o peor. El deterioro, el mismo o peor. Ya no quedan
veteranos, sólo el busto de Antonio Maceo que no se ha caído no sé ni cómo.
Sucio, destruido, repugnante. Y ésta es más o menos la imagen que tengo de los
hogares de ancianos que pertenecen al gobierno. Es lamentable, porque lamentablemente
este tipo de institución no fue desarrollada y atendida a la par que otras
actividades, como por ejemplo las escuelas o los círculos infantiles, que no es
que fueran nada excepcionales, pero si estuvieron mucho más priorizados.
Podría ser que se pensó que la población cubana nunca
envejecería, que los viejos serían eternos o la población iría muriendo antes
de llegar a ponerse vieja, que las familias los mantendrían hasta momentos
antes de llevarlos a la funeraria o el cementerio, que las familias siempre
existirían, o sencillamente a nadie le importó este tema, porque no formaba
parte de la información que se envía a Naciones Unidas para clasificar en el
listado que organiza a los países por los logros alcanzados.
Claro no todo era tan desastroso en este aspecto. Ya más
grande, durante años tuve la posibilidad de visitar el hogar para ancianas que
se encuentra en la calle Mayía Rodríguez, muy cerca de dos lugares célebres en
la Víbora, a la derecha del Mónaco y a la izquierda Villa Marista, porque
acompañaba a mi vecino Raúl a llevar o a recoger a su suegra que pasaba el día
en ese lugar y luego Tía Angelita, la muy buena tía de Martica, también fue
puesta allí. Para no hacer el cuento largo. Allí se podía comer sobre el piso,
la atención era inmejorable, humana, profesional y el lugar, era modesto pero
bello. Los ancianos eran respetados, queridos, incluso mal criados por todos
los trabajadores de aquella institución.
Ahora en mi reciente visita a Cuba y ocupado del tema Máximo
tuve la oportunidad de visitar a un amigo que se encuentra semi interno en un
asilo para ancianos que se encuentra en la avenida 51, cerca de la avenida 100.
La misma conclusión, aquel lugar es una finca con una enorme extensión de
tierra, donde también observé que se podía comer en el piso y donde los
ancianos disfrutan de servicios básicos como dentista, barbería, lavandería,
comedor con tres comidas diarias, en dos de ellas con proteínas, etc. El lugar
incluye hasta una pequeña capilla donde el muerto de ocasión puede ser velado
antes de irse al “Campo Santo”
Ambos lugares, ideales para pasar los últimos años de la
vida, tienen un pequeño problema para personas como mi madre y Máximo. Ellos son
administrados por la iglesia católica, por lo que para clasificar y estar
dentro, tienes que haber sido católico probado y muy bien relacionado con
alguien del clero cubano, o tener una gran palanca dentro de ese entorno, o al
menos tener algo que puedas donar para despertar el estímulo de los que dirigen
y pretenden ayudar a otros, tal como una casa, un terreno, etc. Ambos lugares
son, en definitiva, una muestra de lo que debería ser, pero el espacio es reducidísimo
para una población como la cubana donde el promedio de vida está por encima de
los 76 años y la población envejece.
Máximo fue de aquellos jóvenes orientales que el gobierno
cubano trasladó a la capital del país para formarlos como profesores debido a
la inexistencia de ellos a partir de 1959. Por lo que lo único que ha hecho es
trabajar como profesor toda su vida. Mi madre, comenzó a trabajar en el
proyecto a los 17 años y aún a sus 74 sigue trabajando. No fueron católicos
probados, no conocieron y practicaron el mecanismo de “la palanca”, no tienen
recursos para vivir en la Cuba de hoy media demagógica, media agresiva, media
capitalista y feudalista a la misma vez. La Cuba que es media de todo menos del
proyecto que se pretendió y prometió que se haría. Por lo que a ambos no les
queda más remedio que vivir y esperar por el ritmo y camino oficial.
Mi madre sólo puede llevar a Máximo al policlínico Grimau, para
que lo evalúen y una trabajadora social lo apunte en un listado oficial que
existe. La respuesta de esa trabajadora social fue y es todavía, que por la
lista que ella controla, a Máximo le viene tocando conseguir un hogar de
ancianos, o sea, uno de esos almacenes para viejos, dentro de dos años y medio
o tres.
Imaginen, una persona con Alzheimer, que no envejece, sino
que muere un poquito todos los días, más todos los que lo rodean que enferman
también, tiene que esperar 3 años para encontrar un lugar donde ser atendido
adecuadamente. Los que vivimos en Cuba sabemos que ese mecanismo de la lista,
que es el oficial, puede ser dentro de 3 años o 30 años e incluso 300 años. Nadie
sabe cómo se mueve la lista, nadie sabe cuándo será analizado tu caso, nadie
puede asegurar que no exista otra lista.
Entonces en medio de todas estas ideas, algunas viejas,
otras muy actuales, en medio de la impotencia que genera el no poder resolver,
pues a veces la jugada no está en los dólares, tuve la grata experiencia de ir
y ver cómo viven los abuelitos de Victoria que, voluntariamente dejaron su casa
para ir a vivir en un lugar como el que visité.
Los hijos están contentos, pues tienen acceso durante las 24
horas del día durante los 365 días del año. Los abuelitos tienen un super
hospital al frente de la institución donde viven, que además tiene servicios de
atención médica de urgencia dentro, más un personal, muchachas jóvenes, que
agradablemente ayudan a los viejitos todo el tiempo.
La propiedad, que repito no son cuartos, sino apartamentos,
podría competir a mi consideración con cualquier hotel cubano de esos llamados
de 5 estrellas. Es impresionante la limpieza y decoración de cada metro
cuadrado de pared o piso. Tienen un comedor, más que eso, un restaurante, donde
pueden escoger dentro de una variada dieta diaria, lo que desean comer. Tienen
un teatro donde ponen películas, dan conferencias, etc. El lugar posee una
pequeña biblioteca para los abuelos que quieran leer y una cafetería con
servicio de té, café americano, y helado todo el día, tantas veces como quieras
pasar y consumir. Botones de emergencia por donde quiera, un patio central con
estanque y peces incluidos y para deleite de todos, un lobbie con un piano de
cola donde los viejitos, tu o yo, podemos tocar cuando se nos ocurra. Y para
colmo de bienes, el lugar permite tener mascotas, o sea, hasta donde pude ver
gatos y perros, sabiendo lo que ellas significan para las personas mayores, por
lo que los abuelos tienen además de las comodidades y garantías antes
descritas, a su perro blanco y peludo al lado de ellos. ¿Se le podrá pedir algo
más a la vida?
He pensado entonces en Máximo y su vida dedicada a un
proyecto, del que ahora no puede recibir oficialmente servicio, ni respuesta,
más allá de tener la esperanza de esperar tres años donde lamentablemente
tienen que morir muchos viejitos, para poder ocupar una cama en un asilo,
almacén o rastro para ancianos. Dura la vida, y más duro el proyecto.
Claro, donde los abuelitos de la novia de mi hijo están, hay
que pagar, no es de gratis, pero de gratis sólo está quedando un poco de aire y
agua de mar contaminados y la luz y el calor del Sol, lo demás ….
Hay que pagar, para eso se trabajó toda la vida. Hay que
pagar, para eso los viejitos guardaron dinero. Hay que pagar, para eso están
los hijos. Pero se paga por el bienestar, la tranquilidad, la seguridad, el
confort con helado y piano de cola incluidos, se paga para poder exigir. A
propósito, Máximo también tendrá que pagar cuando podamos resolver el asunto y
para nada es poco con relación a lo que se gana o se tiene como jubilación en
el lugar donde él vive y lo que va recibir no está garantizado.
El día de los padres de este año fue diferente. Compartí con
una familia norteamericana clásica del Nebraska y sobre todo conocí un lindo e
importante lugar para las personas, que, como yo, vamos en camino a ponernos
viejos. No vi, claro que aclaro que estuve allí poco tiempo, nada de soledad,
nada de aislamiento, nada de sufrimiento. Lo que vi fue a muchas familias que
visitaban a sus padres y abuelos, que comían o merendaban juntos. Lo que
compartí fue muchas risas y alegrías en un ambiente extremada e
impresionantemente higiénico, con además detalles decorativos hermosos.
No vi a nadie llorar como mi abuela Tomasa, lo que me hace
desear que, si me llego a poner viejo, viejo y mi familia aunque quisiera no
pueda, pues me toque un lugar como este, donde no sea una carga para nadie,
donde no sea un problema como lamentablemente lo es Máximo, donde mis hijos
puedan estar tranquilos porque estoy bien, tengo libros para leer y café
ilimitado, hasta que La Parca decida venir a buscarme.
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