miércoles, 21 de junio de 2017

Diferente Día de los Padres. 2017.

Las experiencias son la vida, la vida es las experiencias. Esta podría ser una profunda frase apta sólo para filósofos o sencillamente la mejor definición de un borracho como resultado de su buena borrachera.

Lo cierto es que ella algo de verdad encierra y uno se va dando cuenta con el paso del tiempo, o para seguir en la misma cuerda, con la acumulación de experiencias.

Muchas historias he escuchado sobre los “homes” que existen en Miami. Algunas malas, otras buenas, sin embargo, nunca he visitado uno de ellos, por lo que me es muy difícil hablar de ese tema directo. La mayor parte de las historias, digamos en Cuba sobre este tipo de servicio, es que la gente mete a los viejos en esos lugares y se olvida de ellos, cosa que no creo que sea cien por ciento cierta.

Pero como la vida es un día tras de otro, ayer, Día de los Padres aquí, aprovechando o como consecuencia de que Martica está en San Antonio con nuestra nieta, tuve la oportunidad de ir con mi hijo y Victoria, su novia, a visitar al abuelito de ella en un pueblo grande o pequeña ciudad que se llama Colombus, que está como a hora y media de camino de Lincoln, por lo que estuve parte del día, con almuerzo incluido, en medio de una familia norteamericana de origen alemán, que podría considerarse una típica familia del midwest norteamericano.

Lo de la familia, que no será el centro de mi historia ahora, es como todas las familias clásicas. El abuelo, un hombre más grande que yo, con cerca de 300 libras, cuyo cuerpo todavía anuncia el haber trabajado muchísimo físicamente, un hombre compacto que podría compararse solo con una de aquellas antiguas cajas fuertes de las películas americanas. La abuela, anciana linda de pelo totalmente blanco, que todavía hoy se preocupa por todos los detalles de todos los que la rodean y cuya cara declara el no haber contradicho mucho al abuelo en toda su vida. El resto, hijos, uno de ellos la madre de Victoria, mujer luchadora que parece que ha heredado la bandera de la unidad familiar, nietos, una pequeña y juguetona bisnieta rubita, un perro, Jonathan y yo. 


La actividad y de ahí mí nueva experiencia, no se desarrolló en la casa privada de los abuelos, pues no la tienen hoy, sino que estuvimos en el lugar donde ellos viven, que es como especié de un asilo u hogar de ancianos, pero que tiene la peculiaridad de que no son cuartos o salas abiertas, sino que es un complejo de apartamentos independientes dentro de una edificación común. En el caso de los abuelos de Victoria, el apartamento tiene una sala amplia, comedor, una cocina pantry, un cuarto grande, otro más pequeño y dos baños.

Este complejo de apartamentos está situado, junto a otros complejos similares, alrededor de un hospital, al que tienen derecho y acceso los residentes de los complejos, lo que forma como una especie de pequeña ciudad para ancianos dentro de la gran comunidad de Colombus y entonces a esto quisiera dedicarle unas letricas.

Precisamente ahora, por aquello de que las experiencias son la vida y la vida …, el tema anciano, enfermedades, asilos u hogares para ancianos, atención médica especializada, etc., me toca muy de cerca, voy dejando de ser joven joven y además hoy, Máximo, el esposo de mi madre en estos últimos 20 años, desde hace 6 está enfermo de nada más y nada menos que la muy famosa enfermedad de Alzheimer, por lo que más allá de que conserva, a pesar de sus 73 años, un buen aspecto físico, su cerebro casi ha dejado de existir.

Mi familia, sobre todo mi madre, vienen tratando de hacer lo que más pueden porque Máximo esté bien, pero cada día se hace más difícil conseguir o mantener ese objetivo y entonces ahora, 
justamente ahora necesitamos que existiera, con alguna facilidad, la solución para todos ellos. Para Máximo enfermo, demandante de cuidados especializados y para los que más cerca de él están, aún sanos, pero con muchas posibilidades de enfermarse o descompensarse como consecuencia de luchar con alguien 
que día a día nos está dejando y todo lo que eso implica.

Y entonces, pensando y pensando, me he dado cuenta de que he estado vinculado a la idea de asilos para ancianos mucho más de lo que me parecía.

Los viejos en nuestra cultura mueren junto a sus familiares, esto es cierto, pero en realidad no todos tienen esa suerte, porque muchos o no tienen familia, o la familia no puede encargarse, o sencillamente, también hay, como en todos los lugares, familias a las que no le importa.

Recuerdo que cuando mi padre se separó de mi madre, fue a parar a un pequeño apartamentico en el Cerro junto a su nueva pareja. El apartamento no es que sólo tuviera un cuarto, sino que los espacios son de reducido tamaño. Para ellos dos estaba fantástico, pero mi Abuela Tomasa, madre de mi padre, que siempre vivió con nosotros en Víbora Park, a pesar de la insistencia nuestra y de mi madre de que se quedara donde ella siempre había estado, se empeñó en que nada de eso, mi padre era su único hijo y ella, sin saber definirlo teóricamente, fue de esas madres compulsivas que vivió con un único objetivo, mi papá. Estuviera él dónde estuviera, allí estaría ella y entonces, un buen día, sin más remedio, mi abuela fue trasladada por nosotros para aquel apartamentico del Cerro, y como nada más que tenía un cuarto, fue a parar a la pequeña sala. Ella contenta, estaba donde tenía que estar. Mi padre, pues manejando todo aquello, teniendo que ver a su madre durmiendo en una camita semi inventada adaptada escaso espacio.


Pero la historia no quedó ahí, sino que la pareja de mi padre era joven por aquellos años y no tenía hijos, por lo que primero vino mi hermano Roly y poco después llegó mi hermano Alejando, ambos al mismo apartamentico pequeño del Cerro. Mi abuela no sólo tuvo que restringir su espacio a niveles incalculables, sino que paró durmiendo en un butacón con las piernas puestas sobre una banqueta de madera, frente a la litera que ocupaban en mis hermanos.  Todo esto a finales de los 80, principios de los 90, exactamente cuando inauguramos en Cuba aquello que se llamó período especial, porque a un hijo de puta no se le pudo ocurrir otro nombre más irónico para definir los años horribles que vivimos.


Y entonces un día, nuestro padre, medio apenado pero decidido, nos comunicó que metería a nuestra abuela en un asilo. A nosotros, cubanos acostumbrados a que los viejos mueren en sus casas con sus familias, nos pareció todo punto menos que un crimen. La respuesta de mi padre en forma de pregunta fue muy clara, alguno de ustedes puede ocuparse. Respuestas nuestras, no, porque ni siquiera en esos momentos vivíamos en nuestra casa materna, cada uno, por diferentes causas, habíamos salido y nos habíamos instalados en las casas de nuestras respectivas parejas, por lo que teníamos casas prestadas y ya nuestra madre, aquella que ofreció a mi abuela que se quedara, había organizado su vida, donde mi abuela Tomasa no tenía cabida.

Nuestra abuela entonces fue a parar a un asilo que quedaba en la rotonda que está pasando la entrada de Ciudad Libertad en Marianao y allí, para ser sincero, a veces la visitábamos, digo a veces porque sería falso decir que nos desvivíamos visitándola todos los días o incluso todos los fines de semana. Recuerdo que la visitábamos en aquel lugar, que por aquel entonces parecía ser uno de los mejores asilos de la ciudad, que en realidad no pasaba de ser un almacén de viejos, muchos allí olvidados y mi abuela, pobrecita, se pasaba todo el tiempo llorando. Era agradable irla a ver y al mismo tiempo muy desagradable.

Recuerdo también el famoso hogar de anciano, llamado de los Veteranos de la Guerra de Independencia, que quedaba en San Miguel, muy cerca de la famosa intercepción de las avenidas Acosta y 10 de Octubre en la Víbora Habanera. Horrible, pero muy horrible. Aquello durante mi infancia y juventud era menos que un almacén, era entonces una especie de rastro, donde los viejos estaban tirados, en muy malas condiciones, con mala atención, tanto que, a veces daba miedo y otras repugnancias pasar por la acera de ese lugar.

Creíblemente, he estado en Cuba hace dos meses y por la ubicación que tiene dicho asilo de ancianos, pasé frente a él unas cuantas veces. La imagen, la misma o peor. El deterioro, el mismo o peor. Ya no quedan veteranos, sólo el busto de Antonio Maceo que no se ha caído no sé ni cómo. Sucio, destruido, repugnante. Y ésta es más o menos la imagen que tengo de los hogares de ancianos que pertenecen al gobierno. Es lamentable, porque lamentablemente este tipo de institución no fue desarrollada y atendida a la par que otras actividades, como por ejemplo las escuelas o los círculos infantiles, que no es que fueran nada excepcionales, pero si estuvieron mucho más priorizados.

Podría ser que se pensó que la población cubana nunca envejecería, que los viejos serían eternos o la población iría muriendo antes de llegar a ponerse vieja, que las familias los mantendrían hasta momentos antes de llevarlos a la funeraria o el cementerio, que las familias siempre existirían, o sencillamente a nadie le importó este tema, porque no formaba parte de la información que se envía a Naciones Unidas para clasificar en el listado que organiza a los países por los logros alcanzados.

Claro no todo era tan desastroso en este aspecto. Ya más grande, durante años tuve la posibilidad de visitar el hogar para ancianas que se encuentra en la calle Mayía Rodríguez, muy cerca de dos lugares célebres en la Víbora, a la derecha del Mónaco y a la izquierda Villa Marista, porque acompañaba a mi vecino Raúl a llevar o a recoger a su suegra que pasaba el día en ese lugar y luego Tía Angelita, la muy buena tía de Martica, también fue puesta allí. Para no hacer el cuento largo. Allí se podía comer sobre el piso, la atención era inmejorable, humana, profesional y el lugar, era modesto pero bello. Los ancianos eran respetados, queridos, incluso mal criados por todos los trabajadores de aquella institución.

Ahora en mi reciente visita a Cuba y ocupado del tema Máximo tuve la oportunidad de visitar a un amigo que se encuentra semi interno en un asilo para ancianos que se encuentra en la avenida 51, cerca de la avenida 100. La misma conclusión, aquel lugar es una finca con una enorme extensión de tierra, donde también observé que se podía comer en el piso y donde los ancianos disfrutan de servicios básicos como dentista, barbería, lavandería, comedor con tres comidas diarias, en dos de ellas con proteínas, etc. El lugar incluye hasta una pequeña capilla donde el muerto de ocasión puede ser velado antes de irse al “Campo Santo”

Ambos lugares, ideales para pasar los últimos años de la vida, tienen un pequeño problema para personas como mi madre y Máximo. Ellos son administrados por la iglesia católica, por lo que para clasificar y estar dentro, tienes que haber sido católico probado y muy bien relacionado con alguien del clero cubano, o tener una gran palanca dentro de ese entorno, o al menos tener algo que puedas donar para despertar el estímulo de los que dirigen y pretenden ayudar a otros, tal como una casa, un terreno, etc. Ambos lugares son, en definitiva, una muestra de lo que debería ser, pero el espacio es reducidísimo para una población como la cubana donde el promedio de vida está por encima de los 76 años y la población envejece.

Máximo fue de aquellos jóvenes orientales que el gobierno cubano trasladó a la capital del país para formarlos como profesores debido a la inexistencia de ellos a partir de 1959. Por lo que lo único que ha hecho es trabajar como profesor toda su vida. Mi madre, comenzó a trabajar en el proyecto a los 17 años y aún a sus 74 sigue trabajando. No fueron católicos probados, no conocieron y practicaron el mecanismo de “la palanca”, no tienen recursos para vivir en la Cuba de hoy media demagógica, media agresiva, media capitalista y feudalista a la misma vez. La Cuba que es media de todo menos del proyecto que se pretendió y prometió que se haría. Por lo que a ambos no les queda más remedio que vivir y esperar por el ritmo y camino oficial.

Mi madre sólo puede llevar a Máximo al policlínico Grimau, para que lo evalúen y una trabajadora social lo apunte en un listado oficial que existe. La respuesta de esa trabajadora social fue y es todavía, que por la lista que ella controla, a Máximo le viene tocando conseguir un hogar de ancianos, o sea, uno de esos almacenes para viejos, dentro de dos años y medio o tres.

Imaginen, una persona con Alzheimer, que no envejece, sino que muere un poquito todos los días, más todos los que lo rodean que enferman también, tiene que esperar 3 años para encontrar un lugar donde ser atendido adecuadamente. Los que vivimos en Cuba sabemos que ese mecanismo de la lista, que es el oficial, puede ser dentro de 3 años o 30 años e incluso 300 años. Nadie sabe cómo se mueve la lista, nadie sabe cuándo será analizado tu caso, nadie puede asegurar que no exista otra lista.

Entonces en medio de todas estas ideas, algunas viejas, otras muy actuales, en medio de la impotencia que genera el no poder resolver, pues a veces la jugada no está en los dólares, tuve la grata experiencia de ir y ver cómo viven los abuelitos de Victoria que, voluntariamente dejaron su casa para ir a vivir en un lugar como el que visité.

Los hijos están contentos, pues tienen acceso durante las 24 horas del día durante los 365 días del año. Los abuelitos tienen un super hospital al frente de la institución donde viven, que además tiene servicios de atención médica de urgencia dentro, más un personal, muchachas jóvenes, que agradablemente ayudan a los viejitos todo el tiempo.

La propiedad, que repito no son cuartos, sino apartamentos, podría competir a mi consideración con cualquier hotel cubano de esos llamados de 5 estrellas. Es impresionante la limpieza y decoración de cada metro cuadrado de pared o piso. Tienen un comedor, más que eso, un restaurante, donde pueden escoger dentro de una variada dieta diaria, lo que desean comer. Tienen un teatro donde ponen películas, dan conferencias, etc. El lugar posee una pequeña biblioteca para los abuelos que quieran leer y una cafetería con servicio de té, café americano, y helado todo el día, tantas veces como quieras pasar y consumir. Botones de emergencia por donde quiera, un patio central con estanque y peces incluidos y para deleite de todos, un lobbie con un piano de cola donde los viejitos, tu o yo, podemos tocar cuando se nos ocurra. Y para colmo de bienes, el lugar permite tener mascotas, o sea, hasta donde pude ver gatos y perros, sabiendo lo que ellas significan para las personas mayores, por lo que los abuelos tienen además de las comodidades y garantías antes descritas, a su perro blanco y peludo al lado de ellos. ¿Se le podrá pedir algo más a la vida?


He pensado entonces en Máximo y su vida dedicada a un proyecto, del que ahora no puede recibir oficialmente servicio, ni respuesta, más allá de tener la esperanza de esperar tres años donde lamentablemente tienen que morir muchos viejitos, para poder ocupar una cama en un asilo, almacén o rastro para ancianos. Dura la vida, y más duro el proyecto.

Claro, donde los abuelitos de la novia de mi hijo están, hay que pagar, no es de gratis, pero de gratis sólo está quedando un poco de aire y agua de mar contaminados y la luz y el calor del Sol, lo demás ….

Hay que pagar, para eso se trabajó toda la vida. Hay que pagar, para eso los viejitos guardaron dinero. Hay que pagar, para eso están los hijos. Pero se paga por el bienestar, la tranquilidad, la seguridad, el confort con helado y piano de cola incluidos, se paga para poder exigir. A propósito, Máximo también tendrá que pagar cuando podamos resolver el asunto y para nada es poco con relación a lo que se gana o se tiene como jubilación en el lugar donde él vive y lo que va recibir no está garantizado.

El día de los padres de este año fue diferente. Compartí con una familia norteamericana clásica del Nebraska y sobre todo conocí un lindo e importante lugar para las personas, que, como yo, vamos en camino a ponernos viejos. No vi, claro que aclaro que estuve allí poco tiempo, nada de soledad, nada de aislamiento, nada de sufrimiento. Lo que vi fue a muchas familias que visitaban a sus padres y abuelos, que comían o merendaban juntos. Lo que compartí fue muchas risas y alegrías en un ambiente extremada e impresionantemente higiénico, con además detalles decorativos hermosos.


No vi a nadie llorar como mi abuela Tomasa, lo que me hace desear que, si me llego a poner viejo, viejo y mi familia aunque quisiera no pueda, pues me toque un lugar como este, donde no sea una carga para nadie, donde no sea un problema como lamentablemente lo es Máximo, donde mis hijos puedan estar tranquilos porque estoy bien, tengo libros para leer y café ilimitado, hasta que La Parca decida venir a buscarme.

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