A pesar del eclipse y su importancia, otro eclipse ocurrió en Lincoln paralelamente al pronosticado y que igualmente logró ocultar, y por qué no, apagar la luz del Sol, no sólo por minutos, sino por varios días, al menos para nuestra familia.
Martica cumplió años el 19 de agosto, no digo cuántos, no estoy autorizado por escrito para hacerlo y como siempre, nos dispusimos a celebrar. Jonathan, a pesar de que habíamos organizado determinadas actividades, nos dijo que tenía una sorpresa para ese día, pero que tenía que ser por la noche.
A nosotros nos pareció extraño
porque no estamos acostumbrados a demorar mucho las sorpresas y como no
somos mexicanos, no podíamos pensar en mariachis, cosa que siempre ocurre en
las películas y telenovelas. Entonces salimos por el día, paseamos, comimos,
disfrutamos lo que nos tocaba y regresamos a la casa. Jonathan se fue para su
lugar.
Alrededor de las 8:30 de la noche,
Jonathan apareció, apagó las luces y nos pidió que nos pusiéramos de pie y
cerráramos los ojos, cosa que a mí me pareció un exceso y no pude evitar una
pequeña protesta. Me parecía demasiado tanto protocolo para una
sorpresa, no obstante, como ya soy disciplinado, me levanté y cerré los ojos.
Entonces como de la nada, se
encendió la luz y aparecieron frente a nosotros, muertos de risas, Jennifer,
Yordan y Mia. Hoy lo recuerdo como si hubiera ocurrido una explosión. La
sorpresa se venía organizando desde hacía días antes, todos nuestros amigos
conocían que los nuestros venían por carretera desde San Antonio, pero Martica
y yo ni idea tuvimos de lo que pasaba. Grandioso.
El abrazar y besar a los nuestros
fuera de plan, por supuesto, eclipsó al programado eclipse y rápidamente generó
unas vacaciones laborales que hasta ese momento no estaban planificadas, cosa
que, generalmente, resultan las mejores vacaciones que uno se puede tomar.
Martica no sólo celebró su
cumpleaños, sino que tuvo una extensa e intensa jornada de celebraciones. Yo,
indescriptible, no tocaba a mi hija y nieta desde hacía casi año y medio y
aunque existen los teléfonos y las cámaras, nada es igual al contacto físico y
a las largas jornadas de conversaciones sobre todos los temas juntos y a la
misma vez.
Mia, ojos bellos como suelo llamarla, entonces, linda, inteligente y muy graciosa, no sólo eclipsó al eclipse, sino que eclipsó al mismísimo Sol. Su presencia entre nosotros endulza la vida hasta los límites de la diabetes. Conversadora, ahora con esa mezcla más amplia de su cómico castellano y su inglés natal.
Todo lo entiende, para todo tiene
una respuesta. Siempre se le ocurre una idea cuando de irse a dormir, a bañar o
dejar de ver la televisión se trata. Al final, negociadora, pero obediente,
casi al nivel de un adulto.
Tiene además la mejor de las
características, es extremadamente sociable, cosa que ya he contado que heredó
de su papá. Con todo el mundo se mete, a todo el mundo atiende y responde, a
todo el que se le ofrece besa, tal como si se hubiera criado aquí y viera a
estas personas todos los días.
Ahora Raulito y Layla, los niños de
Ruso y Mayelin más grandes, por lo que rápidamente formaron un equipo sólido
para juegos y risas, sólido a tal punto que siempre costaba trabajo separarlos
cuando la hora de dormir llegaba.
Mia es rápida, a pocas cosas le tiene miedo, cosa buena pero extraña para su edad. Es dispuesta, solidaria, desprendida, conversadora con los otros y sobre todo con ella misma. Juega mucho sola en inglés, se entretiene, pero está pendiente de todo lo que pasa a su alrededor y siempre está presta a intervenir coherentemente. Los que la conocen y la han visto con frecuencia, estarán de acuerdo conmigo, los que no, pueden confiar, puedo estar enamorado de mi nieta, pero no soy aún un viejo chocho como para inventarme cosas.
Los que en Lincoln se reunieron para ver el eclipse, no sabían de la presencia de Mia en la ciudad por esos días, de haberlo sabido, seguro lo del evento astronómico hubiera tenido menos importancia.
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