Antes me parecía que a esta edad las personas eran ya
viejas, pero hoy me doy cuenta de que estaba equivocado, que recién a los 56
años estoy empezando y a no ser por las canas, me siento aún muy joven, quizás
mucho más joven que muchos veinte y treintañeros que me rodean.
Siguiendo los pasos de José Martí, por aquello de
“viví en el monstruo y le conozco las entrañas” vivo en Estados Unidos, el
monstruo, en realidad en un pedacito de este gran país y también estoy
conociéndole las interioridades. A diferencia de nuestro Apóstol, vivo aquí
voluntaria, consciente y alegremente y creo que no me iría a vivir a otro
ningún lugar; a pesar de que a cada rato leo que existen otros países “mejores”
para pasar la vida, considero que Estados Unidos es el mejor país del mundo
para vivir muchos años y luego morir.
Siguiendo también a Martí, por aquello que dicen que
dijo o escribió, que lo importante en la vida era, tener un hijo, sembrar un
árbol y escribir un libro, puedo decir sin temor a equivocarme que lo he
superado, desde mi modesto vivir como un simple mortal.
Supero a Pepe, como debieron llamarle cuando chiquito,
porque he vivido más años que los que él vivió, donde para llegar hasta aquí he
tenido que navegar, a veces con viento a favor, y muchas otras veces con vientos
huracanados en contra.
Martí solo tuvo 1 hijo, por cuya ausencia, al parecer
sufrió mucho, pero al que atendió poco, o sea, no hospitales, no pañales, no
diarreas y vómitos, no reuniones de padres y tareas, etc. Yo tengo dos hijos a
los que me he dedicado, y aunque parezca pretensioso de mi parte tal
definición, pues sí, me he dedicado 100%, desde que nacieron hasta este mismo
momento en que escribo, con los cuales, por suerte, hoy me une una relación
espectacular, lo que no quiere decir que sea babosa y ciega, pero sí creo que
digna de imitarse por cualquier papá.
Martí, simbólicamente habló o escribió lo de sembrar
un árbol, no creo que haya abierto nunca un hueco en la tierra, pero define con
esto el trabajo creativo, el amor por la obra, etc. En eso también lo supero,
he sembrado y cortado muchos árboles, he tumbado y construido paredes, he
mecaniqueado como un loco, he destupido cientos de tuberías, cocinas, he
cambiado muchos bombillos y echo muchos muebles, he cocinado y fregado como el
mejor de los chef. He trabajado mucho con la cabeza y las manos, por esa
extraña habilidad de combinar las dos tareas, cosa a veces poco común. Muchas
veces quien sabe freírse un huevo, no puede leer o escribir dos páginas
seguidas y no son pocos los grandes científicos e intelectuales que mueren de
hambre por no poder cortar un pedazo de pan.
Por último, importante es escribir un libro. Bueno, yo
libros completos he escrito dos, de principio a fin, coma por coma, punto por
punto, pero además he escrito miles de papeles, cientos de clases para mis
alumnos, resúmenes, noticas al margen de los libros, recortes de papelitos, mensajitos,
papeles que dejo en la cocina para avisar a donde me he ido cuando los míos duermen
o no han llegado, tantos que creo que el propio Martí, genio de las letras, se
sentiría orgulloso de lo que he hecho. Disfruto conversar y entonces escribo
conversando. Sigo manteniendo una relación amorosa, en medio de tanto desarrollo
tecnológico, con el lápiz y el papel, tal como los escribanos del medioevo.
Entonces, he llegado a los 56 años, joven, activo,
sano, con una relación profunda con la vida. No estoy viejo aún, no estoy al
margen, todo lo contrario, claro que en esto me ayuda el mantenerme vinculado a
los jóvenes y beber de sus ideas, de su música, de sus momentos, de sus
experiencias y fracasos.
La vejez es buena, porque, si miras el vaso medio
lleno, te dices, lo he o lo estoy logrando, nada más pensar en los que has
visto morir, incluso más jóvenes, para agradecer y sonreír cada día que te
despiertas en la mañana. La vejez es buena, cuando se enfrenta sin miedo, sin
complejos, porque vives más y más profundo cada momento, cada éxito o fracaso,
porque lo que va a pasar, muchas veces ya lo ves venir, porque cuando alguien
se va a caer lo puedes agarrar antes de que se caiga, no porque eres mago, ni
adivino, sino sencillamente porque también y de igual forma muchas veces te
caíste.
¿Qué más se puede pedir? Tener salud, una buena familia,
amigos que te quieren de verdad, haber ayudado a alguien que te necesitaba,
haber dejado una huella en alguna persona y mirar a tu alrededor y reconocer tu
obra, o sea, aquello que hiciste con tus manos para ti o para algunos de los
que te rodea.
El marketing dice que hay dos momentos diferentes de
satisfacción. Uno, la satisfacción que trae el haber resuelto un problema o una
necesidad por la compra, adquisición o posesión de un bien o un servicio. Otro,
la satisfacción que se siente mientras se está resolviendo el problema.
Y yo creo en eso. Lo primero queda claro, por eso
compramos, pero lo segundo es a veces más importante, o sea, la satisfacción
que se siente cuando estás haciendo algo que te gusta, que necesitas para ti o
cuando estás ayudando, sin esperar ninguna recompensa a otra persona, quizás
para los más desarrollados sentimentalmente a un animal, a una planta, etc.
Entonces, como estoy convencido de que a la juventud
no podré regresar, me dedico a disfrutar el momento que vivo. Disfruté todo lo que
pude los 55 años y a partir de hoy me dedicaré a disfrutar los 56. Digo a los
míos, no me hagan planes para dentro de 5 años, más allá de la teoría de la
planificación estratégica, no me sirve de nada. Mis planes son cada día más
cortos, más ejecutables, más reales.
Como dicen los americanos de pueblo, si del cielo te
caen limones, … pide un tequila o un vodka. Esa experiencia popular es cierta también.
A veces no hay tiempo para pasar un curso y aprender a hacer limonada. Como
dice mi amigo Ruso siempre, no me hables del futuro, el futuro es hoy. Y creo
que eso se aprende con los años. Es cierto, cuando uno es joven, primero piensa
que el tiempo no pasa y casi siempre que siempre habrá tiempo. Luego cuando
comienzas a caminar por la vida, descubres, si es que lo descubres, aquel
refrán popular muy certero de, no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy.
Y como si del cielo te caen limones, pide un tequila,
hoy, después de casi 40 años de tradición personal, he cambiado y he ido a
trabajar el día de mi cumpleaños. Y esto, que obviamente puede ser la cosa más
tonta del mundo, demuestra que todo cambia, incluso a mí, a pesar de que muchos
piensan que soy incambiable.
Desde que fui joven, al final de la secundaria básica,
convencí a mis padres de que el 12 de marzo era mi día y que ese día no quería
ir a la escuela. Mis padres, que además eran ambos profesores, primero se
resistieron a entender, pero al final, debo reconocer, cedieron y desde ese
momento nunca he ido ni a escuela, ni a centro de trabajo el día de mi
cumpleaños. Ese es mi día, y aunque no haga nada y mire para el techo, no se lo
concedo a nadie fuera de familia y algunos escogidos amigos.
Es mi día y así lo logré mientras estudié y trabajé en
Cuba, luego en República Dominicana y en el primer trabajo que tuve en los
Estados Unidos. No me enfermo, no mato a nadie de mi familia, no digo mentiras
al respecto. Explico que como mismo se celebran días que no tienen que ver
conmigo, pues el día de mi cumpleaños es el más importante para mí y he tenido
suerte, hasta ahora todas las personas me han entendido, o al menos me han
aceptado sin que yo me haya enterado de consecuencias negativas. Por el
contrario, en esta idea mía de compartir, he enseñado a algunas personas a
tomarse también ese día como símbolo de que yo me importo.
Pues ahora, hace tres meses transito en un trabajo
nuevo y estoy en una fase de entrenamiento, y como acabo de cumplir 56 años, la
razón me dijo que no debía faltar para quedarme en mi casa mirando al techo.
Hoy me levanté, no tan contento, porque estaba un poco jodido con haber
cambiado mi tradición, pero me fui a trabajar. No la pasé mal del todo, aunque
los que me conocen pueden saber que por momentos estuve preguntándome a mí
mismo, qué hacía sentado detrás de una computadora, habiendo en mi casa tanto
techo por mirar.
Nada, cada año es diferente. Espero de continuar en el
mismo trabajo, como para el año que viene ya no seré nuevo, poderme echar el
día con la justificación orgullosa de que es mi cumple, para lo cual mantendré
en caliente la tradición.
He recibido muchos regalos no materiales, muchas
llamadas por teléfonos y mensajes de familia y amigos y eso es para mí muy
importante. He recibido cariño, reconocimiento y aceptación a pesar de todos
los pesares. Esos mensajes más allá del simple feliz cumpleaños para cumplir y
quedar bien me han dado sorpresas y me han hecho sentirme querido.
Si el futuro es hoy, además de ganar la Lotería, qué
más se le puede pedir a la vida.
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