No soy
homosexual; aún. JAJAJA. He aprendido a no decir asegurar tanto por lo “de esa
agua no beberé” JAJAJA. Creo que, de haberlo sido, lo hubiera hecho público y
lo hubiera defendido a capa y espada tal como defendí otras ideas, lo que de
seguro me hubiera traído más problemas en el país donde crecí, más de los que
en realidad tuve.
Nací en una
familia que, como muchas otras, vivió muy intensamente las exigencias de los
años 60 y 70. Mi padre fue de esos hombres, que además o primero que
revolucionario fue muy masculino y para colmo oriental, era un santiaguero
clásico. Recuerdo con agrado que le gustaba el ron, las fiestas, los bailes y,
sobre todo, las mujeres, para las cuales, tenía, al parecer, algunas características
especiales.
Siempre fue
delgado, bien parecido cuando joven, muy enérgico, muy trabajador, muy
conversador y, sobre todo, cuando no estaba bravo, muy jodedor. Para mí,
apartándome de sus posibles miles de errores, fue un tipo genial con el que
siempre daba gusto compartir, daba igual un trabajo o una festividad. Mi padre,
enamorado de sus primeros tres hijos varones, después en busca de la hembra
tuvo dos varones más, de los que yo fui el primogénito, trató de transmitirnos
sus experiencias e historias de forma anónima sobre las mujeres. Cuando fui
grande comprendí que muchos de aquellos cuentos eran historias reales de su
propia vida. Lo disfrutaba.
La vida de
mi padre encontró entonces precisamente en la Revolución Cubana, un buen
espacio para desarrollarse plenamente. El gobierno cubano fue desde siempre un
gobierno machista, donde por muchos años, los hombres, muchos antiguos
guerrilleros, eran los que llevaban la voz cantante. Tan machista fue el
gobierno que, durante muchísimos años, Fidel Castro, a pesar de tener familia,
esposa e hijos, exhibía a su cuñada Vilma Espín, desde los inicios por
casualidad presidenta de la Federación de Mujeres Cubanas, en la función de
Primera Dama, cosa, aunque enormemente deformada, todos en Cuba veían bien. La
mayoría, por mucho que hoy nos duela, entendían y apoyaba a su macho Alfa.
La
Revolución, que muy rápido no encontró la pintura color verde de las palmas con
que pintar su actuación y tuvo que utilizar el color rojo importado de la URSS,
fue desde siempre un proceso para hombres y, además, por excelencia pública,
extremadamente machista. Mientras más macho, más tosco, más salvaje, más
cercano al animal, mejor revolucionario se era. Desde los primeros momentos se
trató de abolir aquella figura refinada del hombre capitalista y se trocó por
la de un hombre a medio afeitar o barbudo, en ropa y calzado de trabajo o
uniforme militar. Mientras más sudado, más cerca se estaba del proletariado.
La
revolución necesitaba macheteros, combatientes, constructores, militares y para
eso había que tener una sola condición, ser hombre probado. Para nada hacían
falta artistas, bailarines, poetas, arquitectos, diseñadores, mucho menos
homosexuales.
Ser
homosexual, por aquellos años no se mencionaban otras denominaciones más
conocidas hoy, era punto menos que un suicidio como grupo social o como
individuo. Los homosexuales fueron declarados como lacra o lumpen de la
sociedad, enemigos del proceso revolucionario. No importaba lo que pensaras, no
importaba lo que hicieras, no importaba incluso que te nombraras a favor de la
Revolución, si eras homosexual estabas condenado a sufrir, a ser apartado, mal
visto, maltratado. No sólo los homosexuales digamos confesos, sino, increíblemente,
aquellas personas que pudieran presentar, si eran hombres ciertos rasgos finos,
delicados o de simple amaneramiento y si eran mujeres algo de poco feminismo.
En la
locura por sobrevivir de los primeros años, la Revolución llegó a poner presos,
en aquellos campamentos llamados UMAP, parecidos a los GULAG soviéticos,
parecidos a los campos de concentración de la Alemania Nazi sin cámaras de gas,
entre otros, a los que eran acusados de homosexualidad, muchas veces sin la más
mínima prueba. Alguien se levantaba en una reunión y decía, creemos que Rolando
es homosexual y entonces la fuerza de la masa reunida, como en las jaurías, se
te venía encima. No hacía falta pruebas, no tenías que salir a la calle vestido
del sexo opuesto, no te tenían que coger haciendo el amor con alguien parecido
a ti, la Revolución dio el pie forzado y los revolucionarios se encargaron.
Entonces, crecí
en un medio machista, donde era extremadamente bien visto y valorado tener
varias novias, muchas novias y donde la mayor ofensa que se le podía provocar a
alguien era gritarle muy fuerte, maricónnnnn.
Los
homosexuales o los parecidos a ellos fueron sacado de las aulas universitarias
y de muchos centros de trabajo por no ser confiables. Fueron repudiados en
secreto y peor, públicamente. Fueron mal vistos por sus familias, las que se
lamentaban, al menos públicamente, de que Rolandito hubiera nacido con “ese
defecto”. Fueron marginados por amigos, tal como si la homosexualidad se pegara
por el simple beso o apretón de manos. Los homosexuales, casi todos, se
quedaron solos.
Y entonces,
muchos se escondieron, disimularon su verdadero interés para no ser reprimidos,
para poder progresar dentro del progreso prometido. Muchos se casaron,
formulando matrimonios revolucionarios sólidos que darían hijos fuertes a la
Patria. Otros, obstinados de la represión y marginación por lo menos
silenciosa, entonces se declararon en contra de la Revolución, convirtiéndose parte
de ellos en lo que en Cuba llamamos “de carroza”, o sea, problemáticos,
chismosos, excéntricos, de malos sentimientos. Su actuación, sabiendo que no
podían aspirar a mucho, fue llamar la atención.
Crecí en
medio de todo este panorama tratando de imitar a mi padre como macho, lo que me
aseguraba ser bien visto, y a la misma vez, tratando de entender el fenómeno de
la homosexualidad como algo normal, que existió desde siempre y continuará
existiendo. ¿Le grité maricón a alguien o lo evalué en secreto como con
problemas? No recuerdo, pero lo más seguro es que si, siguiendo la tendencia
del momento que viví, del cual cuesta trabajo y años de pensamiento apartarse.
Pero como
la vida es sabia, enseña. Me gradué en la Universidad y en mi primer trabajo yo
con 23 años, mi primera jefa directa fue una homosexual pública que mantenía un
amor total dentro de las paredes del museo y en las calles de la Habana Colonial.
Ella, buena profesional, me enseñó a trabajar, me enseñó a pensar y a escribir
como un historiador, aguantó mis problemas como joven recién graduado, me
quiso. Llegamos a hacernos amigos y dentro del gran trabajo que hicimos juntos,
me defendió, creo hoy más de la cuenta. Muchas veces puso su nombre como
garantía frente al gran poder político. Primera gran experiencia.
Después de
varios años y cansado de los problemas “ideológicos” en mi primer trabajo, me fui
a trabajar al Ministerio de Cultura, donde a pesar de la dirección machista de
aquellos años, los homosexuales tenían mejor cabida. Mi jefe directo fue un
homosexual público con pareja incluida dentro del Ministerio. Incansable trabajador,
buen profesional en todo lo que hacía. Como estaba más allá del bien y el mal,
lo respetaban, pienso que muchos le temían. Fue muy bueno conmigo, yo
subordinado constantemente insubordinado. También me enseñó, me dio
responsabilidades que me hicieron crecer. Paramos en amigos, más allá de las 8
horas de trabajo obligatorias.
Estando
allí, apareció en Cuba la hoy famosa película Fresa y Chocolate, no sé si fue
el primer intento franco por darle valor a lo que hasta ese momento fue
considerado un problema, la homosexualidad, o fue algo que definitivamente se
les fue de las manos. Le conseguí a mi amigo las entradas para la premier y como
pago al día siguiente no trabajamos, mi amigo se dedicó todo el santo día a
contarme segundo a segundo la película, los diálogos, la música, el ambiente,
las caras, etc. Él estaba muy feliz, probablemente presenció en la pantalla grande
parte de su vida. Pasaron años para que yo pudiera ver la película
directamente, ya la había visto, mi amigo no sólo me la contó, sino que la actuó
para mí.
Con él
conseguí mi primer viaje al exterior para quedarme, él lo sabía, él me apoyo
desde su posición de mi jefe directo, cosa que pudiera parecer fácil, pero para
los que conocen Cuba saben que es una acción y apoyo más que arriesgado, podría
mi amigo haber perdido su credibilidad y más, su trabajo.
La vida
enseña. Uno de mis últimos trabajos en Cuba fue en un restaurante de los
llamados de lujo por aquellos años, no sólo de lujo, sino con una gran historia
dentro del mundo gastronómico estatal, por muchos años, antes de construirse el
Palacio de las Convecciones fue el restaurante del Gobierno, entonces el propio
Fidel había comido varias veces allí con sus invitados extranjeros.
Cuando
llegué, para mí un mundo totalmente desconocido, descubrí que el maître y los
tres capitales de salón, o sea, los que realmente conocían y dirigían la
gastronomía, eran homosexuales y eso no era lo complicado, sino que como habían
sido muy maltratados desde el punto de vista administrativo por jefes machistas
revolucionarios, ellos, cansados de ofensas y burlas, habían creado, tal como
los húngaros, un idioma, unas señas y unas estrategias que sólo ellos conocían.
La gerencia de aquel lugar, dentro de la que me encontraba, estaba ciega, ellos,
en realidad, controlaban el restaurante.
Mi trabajo
era directamente con ellos y muy rápido me enteré de que me estaban escondiendo
no sólo la pelota, sino los guantes, los bates, las bases y el reglamento del
juego. Tenía que dirigirlos y no sabía qué, ni a quién dirigir. Duro, porque mi
labor se veía afectada diariamente por acciones que no se veían. Entonces descubrí
que tenía que abrazarlos, besarlos en las mañanas, preguntarles por sus parejas,
conversar de cómo se habían metido en el chorizo de la homosexualidad,
compartir sus alegrías y sus frustraciones, y poco a poco los cielos se fueron
abriendo. Me reconocieron como uno de ellos y me entregaron las mieles. Eran
buenos profesionales en sus especialidades, sabían muchísimo más que yo de las
diferencias entre una langosta y un bistec de carne de res.
Esa es mi experiencia,
con personas que fueron maltratadas, marginadas, quizás repudiadas, no sólo por
la sociedad, sino, aunque resulte increíble de creer, por sus familias. Fueron
considerados defectuosos y como tal, el gobierno y sus seguidores, que decían
que construían un espacio y tiempo diferente, “0 defecto” al estilo japonés, los
apartaron.
Los homosexuales
e incluso algunos que no lo eran, pero filmaron bien, fueron expulsados por el
Mariel. Al menos en ese momento ganaron. El gobierno, utilizó la salida del
país para sacarse de arriba a todos los que no convenían. Las cárceles fueron
vaciadas, los delincuentes sancionados, incluso por asesinatos, fueron enviados
en aquellos barcos que vinieron a buscar a sus familiares. Junto a aquellos
delincuentes, llamados popularmente “escorias” fueron sacados de Cuba todos los
homosexuales que quisieran irse porque, como he dicho anteriormente y se ha
dicho mucho, fueron considerados enemigos de la machirevolución.
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