Los ricos se aburren, fue una de aquellas ideas que más nos dijeron y que, inocentemente, muchos repetimos cuando niños, para tratar de criticar al sistema capitalista en la misma medida que se trataba de salvar e imponer la llamada sociedad nueva, la socialista, como paso definitivo y unidireccional para la sociedad superior y perfecta de la vida humana, el comunismo.
Creo que el capitalismo, cuando se vive y se piensa dentro de él, tiene muchas cosas por hacer aún, muchas cosas por mejorar y por qué no, muchas cosas que podrían ser catalogadas de complicadas; para los más extremistas críticos, complicadísimas, pero lo del aburrimiento en las clases sociales poseedoras de riquezas, es una tontería.
En realidad, la alegría y la tristeza, el aburrimiento y el entretenimiento, el enfoque o desenfoque, el alcohol, las drogas, la vida y la muerte no tienen clases sociales, no pertenecen a un determinado tipo de personas, a no ser las que presentan alguna enfermedad crónica, quizás hereditaria. Todos tenemos días aburridos, largos, desenfocados y todos tenemos momentos y períodos, alegres y entretenidos.
Me gustaría ser millonario, solo para poder contarles mi experiencia con elementos. No lo soy, aún, aunque vivo en el lugar exacto donde, al menos teóricamente, esa categoría se puede alcanzar, vía honestidad, trabajo y sacrificio, sin embargo, puedo y he podido hacer algunos experimentos, a nivel de estudio personal, para ver si esto de que los ricos se aburren y terminan suicidándose, puede ser una ley, que además sirva para concluir que el sistema que crea y permite a esos ricos, debe desaparecer para dar lugar a otro, donde todos los seres humanos sean pobres, probablemente eternamente pobres, pero divertidos.
Entonces como el fin de semana fue largo, o sea, sábado, domingo y lunes libres, pensé que era buen momento para experimentar. La prueba podía dar falsos resultados, porque ya dije que no soy rico, sin embargo, no sin riesgos, mi tarjetica verde de débito y mis tarjeticas rojitas, azulitas y verdecitas de crédito, para tres días, me podrían dar la posibilidad del experimento bastante cercano a la realidad.
Quisiera decir, además, que, al experimento humano, Jonathan, Naty, Martica y yo, como en este país las mascotas son tan importantes y en todas las ciudades existen cafeterías, restaurantes, parques y hoteles donde admiten a los animales, a nuestro viaje, tal como los ricos, sumamos a los dos perros, Luna y Aslan, que viven todos los días con nosotros. Entonces no éramos cuatro, sino seis a ser felices y divertirnos o a regresar aburridos de lo que vivimos.
- Primer destino: Kansas City, Missouri.
Kansas City, Missouri, que no tiene que ver con
Kansas, es una ciudad donde desde que se llega se respira el dinero. Su down town,
o sea, el Centro, cuatro veces más grande y cuatrocientas veces más lindo que
el que tenemos aquí en Lincoln, Nebraska, es una muestra caprichosa de
arquitecturas diferentes, esculturas, diseños urbanísticos, etc.
Podrían llamar a esta ciudad, la “ciudad del agua”, porque en cada esquina, en muchos portales de edificios y en muchos patios, existen fuentes y esculturas, que, como la ciudad mantiene una vida muy activa durante día y noche, deben estar funcionando las 24 horas del día, pero además “curiosamente” todas, unas pequeñas, unas grandes y otras enormes, tenían agua. Cosa que para mí, cubano, que vi a las fuentes de mi país secarse, no deja de ser un enorme éxito.
Tejas coloniales, balcones, arcos de medio punto, columnas, madera expuesta, filigranas para puertas y ventanas, patios interiores, como capricho en la zona central de los Estados Unidos, donde si es cierto que España tuvo representación legal y administrativa teórica, pero no influencia como para que quedaran sus rasgos. Arquitectura y diseños que se deben a una familia norteamericana con dinero, mucho dinero, que por gusto a España recreó en la construcción de Kansas City, Missouri la cultura española de la época colonial.
Caminando por una de las calles, de pronto detrás de mí, un auto trataba de parquearse, el sonido del motor, único e inconfundible, hizo que me detuviera y girara sobre mis pies y ahí estaba, discreto entre otros muchos carros, un Ferrari.
Si claro, puedo imaginar que muchos dirán: _ bueno, era solo un Ferrari. Es cierto, era solo eso y con eso sobra todo lo demás. Las personas que venían dentro, una pareja de un poquito más de 60 años, se comenzaron a bajar y me llamó la atención que, no sé por qué exactamente, pero sonreían, no parecían ni tristes, ni aburridos.
Ella, la señora me quedaba más cerca y al verme paralizado por muchos intentos que hice para mover mis pies, me saludo muy agradablemente: hola, ¿cómo estás? y me miró como diciéndome: _ ¿qué te pasa? Entonces yo le respondí, tan contento como ella: _ Es que soy cubano y estos carros sólo los vemos en las películas de la TV. Ella sonrió y diciéndome: _ Si yo lo sé, agregó, puedes tocarlo y tirarte fotos con él. Esto me pareció genial, porque además de contentos y felices, fueron agradables y sociables. Vestían igual que yo, un jean, unos tenis y un pullover, cosa que ya me habían advertido sobre la sencillez de los millonarios de esta zona del país que no es parecida a New York, California o Miami. Lo de tocarlo me pareció mucho, tampoco era un lingote de oro que dejaban en la acera y yo no provengo de un quimbo africano, pero como el experimento trataba de la felicidad y el aburrimiento en los ricos, no perdí la posibilidad de retratarme junto a él.
Los dueños probablemente se habían bajado a tomarse un café en el mismo Starbucks donde nosotros habíamos estado minutos antes por nuestros expresos. Ellos con sus tarjeticas negra y doradas ilimitadas, nosotros con las nuestras, verdecitas, rojitas, azulitas. Al entrar a un Starbucks, sea cual sea, esté donde esté, no se puede sentir otra sensación que no sea una enorme felicidad.
¿Qué vimos de Kansas City, Missouri? Creo que, con mucha corredera, logramos ver sólo un 10%. Hubiéramos necesitados una semana entera, aprovechando como mínimo 12 horas diarias para poder recorrer museos, teatros, iglesias, parques y plazas, restaurantes y bares. Para poder en vez de tirar una foto y continuar, pararnos frente a una fachada o caminar por dentro de una iglesia o sencillamente sentarnos en un parque a disfrutar del diseño de las esculturas y del siempre agradable sonido del agua cuando corre.
- Segundo destino: Springfield.
Springfield es una ciudad típica norteamericana que tiene la ventaja de estar en medio de varias ciudades turísticas, lo que le genera muchas personas de paso.
Allí nos hospedamos. Claro a diferencia de los ricos, que necesitan el nombre del hotel para encontrarse con otros amigos ricos y donde pagan 200 dólares por cualquier plato de poca comida, o sea, un pedacito de pescado azul sobre una hoja de lechuga y una salsa que dicen se utilizaba por los griegos antes de Cristo, nos hospedamos en un agradable hotel que admitían a nuestros perros. Dos camas cameras, baño, agua fría y caliente, TV, refrigerador, secador de pelo, una tabla de planchar y una plancha y aire acondicionado.
El hospedaje incluía una piscina y un yacusi, un desayuno americano sencillo, de esos donde puedes comer todo el puré de papa, salchichas, bacon, jugos y café que quieras y un elevador. Al final para nosotros era un lugar para dormir, no para tener sesiones de juego de póker o reuniones de negocios. No estábamos trabajando, estábamos de paso.
La ciudad plana, con todos los restaurantes, super mercados, farmacias, cafeterías y Starbucks conocidos. Se sintió bien, como nuestros bancos funcionaban y nuestras tarjetas pasaban, nos sentimos como en casa.Restaurante donde aceptan perros, increíbles. Los perros son atendidos primero que las personas. Llegas y entonces, los trabajadores que evidentemente aman a los perros como casi todos los norteamericanos, sacan cacharros con agua para los perros y galleticas especiales, ricas, porque inspirado en Mel Gibson, siempre las pruebo y nunca me han hecho mal efecto. Luego que los perros están instalados y atendidos, comienza la atención a los seres humanos. Esto está al revés, claro, pero para los amantes de los perros y los propietarios, tiene un gran valor y entonces vuelven y vuelven.
Llega a ser agradable, en cada mesa puede haber uno o dos perros, que además de tratar de conocerse, les permite a los humanos interactuar. Las conversaciones que comienzan con temas perros suelen ser más agradables e incuestionablemente une incluso hasta las personas más solitarias y amargadas.
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