sábado, 28 de enero de 2023

475.- El Diablo está en los detalles.

El Diablo está en los detalles y en la diferencia también, diría yo.

En uno de los renglones donde los constructores del socialismo y luego de la soñada sociedad comunista, pusieron y aún ponen su mayor esfuerzo es en una propaganda enorme y masiva, que a la vuelta de poco tiempo termina por cansar. En esas sociedades, todo, las hormigas, el deporte, el estudio, la forma de vestir y comer, la música que se escucha, los arcoíris, etc., tienen que ver con el socialismo. Si es bueno, es un éxito, si es malo, obviamente, el enemigo que siempre asecha es el culpable.

Desde los padres teóricos fundadores hasta los que luego trataron de adaptar sus ideas a la práctica, más todos aquellos que apoyaron la idea, por la razón que fuera, se han desgastado en imágenes y promesas, la mayor parte de ellas irrealizables, inalcanzables, por lo que, de aquel famoso beneficio a nivel global, no queda nada.

Todavía hoy, a pesar de la destrucción que se evidencia, un gobierno como el cubano, sigue hablando de socialismo y sigue pidiendo tiempo para realizar ese sueño, a pesar de haber invertido en él más de 60 años, sin llegar a reconocer que los que nacieron a principios de que estas ideas se implantaran, hoy son personas, que, de estar vivas, viajan a la ancianidad y en sentido general, están peor que cuando empezaron. Recuerdo que, en mi juventud, frente a aquella repetida y repetida frase de “Socialismo o Muerte”, siempre decíamos que era una redundancia y ese era el sentimiento de una gran parte del pueblo, o al menos del pueblo con que yo me relacionaba. Existe otro pueblo cubano que vive en Miramar y Siboney, que anda en carros y yates y viaja al extranjero.

En el socialismo, según sus defensores, el obrero, por ejemplo, trabajaría muy contento, porque su labor, fuera cualquiera, da lo mismo un trabajador del campo, como un profesional de un laboratorio, sería muy humana y humanizada. El trabajador además de contar con todo lo necesario y moderno para realizar su actividad, recibiría un salario que le alcanzaría para resolver las necesidades de su vida. El papá Estado Socialista se encargaría de todo lo demás.

Luego, ese obrero trabajaría de Sol a Sol riendo, porque sabía que parte del resultado de su trabajo iría a beneficiar a niños, viejos e incapacitados, que también reirían todo el tiempo. Tratándose, siempre desde la teoría y los largos discursos, de vender la imagen de que todos serían felices y sonreirán despreocupadamente todo el tiempo, al tener todo resuelto. Todo crecería y crecería. Las cosechas serían más grandes, la carne y la leche sobrarían, los edificios y viviendas llegarían a causar envidias internacionales, los médicos los mejores del mundo, los deportistas los mejores del mundo, los científicos los mejores del mundo, los mejores cines, los mejores teatros, los mejores y más codiciados restaurantes y hoteles. Todos serían cultos y preparados y el gobierno quedaría tan cerca y sería tan igual, que casi podría considerarse como un buen amigo o mejor, un dulce hermano.

Históricamente las imágenes que se exportan sobre el sistema socialista son personas que sonríen, en eso los chinos son grandes expertos, propaganda que esconde los verdaderos modos de vida. No sólo se miente, sino que el discurso sirve para nublar las mentes y lograr que las personas, que no descubren tales beneficios en sus vidas reales, no piensen en sus verdaderos problemas. Es una propaganda que promete y promete, pero en realidad con el paso de cada día, puede dar menos. Es un proceso hasta complicado de entender, porque la propaganda llega a convertir a muchas personas en auto parlantes repetidores que no piensan y son capaces de anunciar y con esto defender una realidad que no tienen y no tendrán.  

Ahora vivo en San Antonio, Texas, desde hace un año. Desde que llegué aquí trabajo como obrero en una compañía que se dedica a la detección de incendios, soy, según dice mi posición, un técnico instalador. Entonces nada de oficinas, nada de ambientes lindos, menos conversaciones culturales de alto vuelo.

Mi labor transita todos los días en obras que están en construcción, por lo tanto, rodeado de carpinteros, constructores, electricistas, pintores, polvo, acero, cemento, etc., dentro de los cuales, mi misión es tirar cables de un lugar otro, siempre encaramado en escaleras, para luego instalar los dispositivos que detectan y anuncian el fuego.

También, a veces, tengo que trabajar en escenarios terminados, círculos infantiles, escuelas, bancos, iglesias, pero como mi labor sigue siendo allí, los cables y los dispositivos, generalmente instalados lo más alto posible dentro de los comunes falsos techos, no me salvo del polvo, los pinchazos, las cortadas, etc. No es nada extremadamente complicado de hacer, he hecho aquí en Estados Unidos trabajos más fuertes, pero, repito, nada de oficinas, chicas lindas y conversaciones culturales. Soy, parafraseando a Antonio Machado, “en el buen sentido de la palabra”, un obrero.

El Diablo y la diferencia está en los detalles. Desde que llegué a este trabajo, algo que se repite y repite, siempre me ha llamado la atención y claro, como soy cubano, siento cierta admiración, quizás para los norteamericanos de hoy esto es tan normal como tomar agua o respirar.

En cada obra donde he trabajado, sin que exista un fallo, el contratista, o sea, la compañía que dirige la construcción y es responsable de subcontratar y organizar todos los trabajos, está obligada a poner cabinas para que los obreros hagan sus necesidades fisiológicas

Es una regulación que actúa como una ley. Antes de que se comience el primer movimiento de tierra, antes de que llegue el primer equipo y obrero, se instalan esas cabinas plásticas, generalmente azules, grises o naranjas.

Esas cabinas, a las que los cubanos llamaríamos letrinas, significan la verdadera atención al recurso humano, que tanto y tanto escuché mientras viví en Cuba. Esas cabinas dignifican verdaderamente el trabajo, a pesar de que no recuerdo que Marx las mencionara.

¿Cómo funciona? 

Pues todos los días aparece una pipa de agua, cuyo obrero, a pesar de que trabaja con excrementos y orines, por lo que pudiera parecer que está todo el tiempo sucio y apestoso, pero, sin embargo, viene más limpio que yo, que paso los días lleno de polvo y churre, conecta una manguera y vacía cada cabina. Luego con otra manguera de agua a presión limpia por dentro el lugar y deja en el fondo de la letrina un agua de color azul intenso, que imagino que contenga algún componente químico que ayuda a destruir los desechos y eliminar olores desagradables.

Cuando termina su tarea de higienización, repito, diaria, esparce en el interior un spray como los que se usan en los baños de cualquier otro lugar y deja, siempre, inevitablemente, sin equivocación, cuatro, cinco, seis rollos de papel sanitario.

En dependencia de la obra que sea, se instalan cuatro, cinco, seis de esas lindas cabinas, porque cualquier construcción puede tener 100, 150 hombres y mujeres trabajando como mínimo 8 horas diarias.

Pero para colmo de lo inexplicable para mí que vengo del socialismo y sólo lo que he escuchado es sobre la explotación del hombre por el hombre en los sistemas capitalistas, donde el obrero trabaja triste, apabullado, por lo que su andar es lento, cansado y, sobre todo, nada de risas, junto a esas cabinas, se colocan fuentes de agua limpia para el lavado de manos y caras, a las que además se les deja papel para secarse. Entonces no sólo se puede ir al baño, casi como en casa, sino que alguien ha pensado en que los obreros necesitan lavarse las manos y secárselas con papel.

A veces mi amigo y compañero de trabajo, joven norteamericano, que no sabe lo que es pasar trabajos, piensa que yo estoy loco, porque, sobre todo al principio, cuando me lavaba las manos, me las secaba en el pantalón, que puesto limpio el lunes, a partir del martes y hasta el viernes está sucio, por lo que mis manos limpias se volverían a ensuciar inmediatamente con mi acción de secado. Claro, fue fácil para mí de explicar, soy cubano le dije, cosa que él entendió sin tenerle que explicar mucho.

Entonces, cabinas limpias que alguien limpia diariamente para necesidades que siempre son instaladas, con papel sanitario y aromatizantes, agua limpia con jabón líquido y papel para secarse las manos, que obviamente en Estados Unidos es diferente al papel se usa para limpiarse las partes íntimas y todo esto en obras que están en construcción en medio, muchas veces, de la nada.

Que jodido estaban los padres teóricos y sus seguidores que diseñaron en papel la famosa “sociedad del futuro”, que no pensaron que ese obrero que ellos imaginaron reiría, necesitaba defecar y orinar. Que mentirosos fueron prometiendo “villas y castillos”, cuando se les olvidó algo tan elemental como lavarse las manos, tantas veces como uno quiera.

Estar en contra del socialismo, comunismo, chinismo, fidelismo y todas las variantes que se traten de los mismo, es fácil de justificar. No hacen falta tantos conocimientos para demostrar el fracaso, porque en realidad los pueblos no son expertos en filosofía.

Las fotos que he expuesto, tomadas un día cualquiera, a cualquier hora, no son de un hotel 5 estrellas, no son de un centro científico, ni de la NASA, no están en un parque exclusivo para turistas, menos son objetos museables puestos en una exposición de arte moderno, son sencillamente las cabinas que yo, obrero, uso todos los días, a veces varias veces en el mismo día y se encuentran en todas y cada una de las construcciones donde trabajo. Puedo asegurar que así estaban ayer viernes antes de terminar mí jornada laboral.

¿Dónde orina y defeca el obrero, el constructor, cubano?, ¿Dónde y cómo se lava las manos?

El Diablo sigue estando en los detalles y en las diferencias también, pienso yo. A lo mejor es que el capitalismo se lee y estudia los libros de Marx y sigue al pie de la letra cada discurso de Fidel.

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