Hace pocos días, publiqué en mi blog la primera parte de este artículo llamado “El silencio y la paz”, donde dejé algunas ideas relacionadas con el tema del título y anuncié que para no hacer más largo y quizás torturador el escrito, continuaría en una segunda parte. Esa parte es esta.
Terminé aquel artículo introduciendo una idea que ahora retomo para comenzar a desarrollar en el presente espacio. Puede parecer pedante mencionarse a uno mismo, pero … ¿A quién mejor que a uno mismo? La idea, textualmente, dice:
“La segunda variante, aquella de la paz, me parece el resultado de: algo que decir frente a la imposibilidad de decir algo, una variante “amorosa” ahora que tanto amor hace falta, una línea de pensamiento para retrasar lo inevitable proponiendo variantes que creo que, ni ellos mismos que la proponen como solución, pueden creer.
Al releerlo, me sigue pareciendo así. Es para mí el llamado a la paz, no sé si una hipocresía y demagogia o un llamado real, basado en las más sanas intenciones, porque en todo esto también, como en todo, hay muchas malas personas y para bien, muchas otras buenas personas. Creo que la mejor opción es escuchar los argumentos.
La paz, puede ser esto, el más bello de los sentimientos humanos y por tanto de una sociedad, porque, quizás, permite el surgimiento y desarrollo de otros buenos sentimientos. La paz es lo que todos los vivos hoy, queremos y necesitamos. La paz es además linda, rica, disfrutable, nutritiva, que permite estabilidad desde todos los ángulos, partiendo por el personal, etc., pero, ¿Ella existe, así como con la facilidad con la que se menciona?
Veamos que dice nuestro diccionario.
1. Situación en la que no existe lucha armada en un país o entre países.
2. Relación de armonía entre las personas, sin enfrentamientos ni conflictos.
3. Acuerdo alcanzado entre las naciones por el que se pone fin a una guerra.
4. Ausencia de ruido o ajetreo en un lugar o en un momento.
5. Estado de quien no está perturbado por ningún conflicto o inquietud.
Separándonos de los momentos íntimos
y particulares, aquellos momentos que se viven muy circunstancialmente, ¿Algunas
de estas definiciones es lo que ha ocurrido en Cuba en estas últimas seis
décadas? Pero más, ¿Algunas de ellas se han logrado en nuestra historia desde
siempre?
Veamos por mí memoria, un corto
resumen.
Luego de la llegada de los españoles,
a lo que unos dicen descubrirnos, otros a encontrarse con nosotros, la historia
estuvo marcada por la sangre y la violencia dentro de aquella “noble” acción de
meter a Europa en lo que se llamó América. Baste decir que, desde los propios
inicios de esa presencia o encuentro, el aborigen Hatuey, por sólo venir a Cuba
a traernos, dicen, un recado, fue quemado vivo en una hoguera. Precio o
sanción, visto desde hoy como salvaje y desproporcionado, por sólo traer un
recado. Se dice que, en 1510, a solo pocos años del evento que cambió la
historia, los aborígenes, al menos en Cuba, habían casi desaparecido en su
totalidad. Algunos murieron de muerte natural, otros fueron sencillamente devorados
por el poder.
Nuestra historia colonial, esa que
fue poco a poco haciendo a Cuba importante, deseada y custodiada por España
como pocas veces se custodió algo, se forjó sobre la esclavitud de negros
africanos. Forja repleta de violencia de ambos lados; esclavos que se
escapaban, esclavos que se negaban o no podían trabajar y eran castigados hasta
la muerte, sobre todo españoles que torturaban y cazaban como animales a
humanos, violaban, etc., a los esclavos que poseían. Esclavos que mataron a uno
que otro español, violaron a sus esposas, acabaron con propiedades, etc. Pequeñas
rebeliones de negros, espontáneas y desorganizadas contra sus amos. Violencia,
mucha violencia, edulcorada con nuestro principal producto, la azúcar de caña.
Hasta que todo aquello desembocó en
nuestras llamadas guerras de independencia. 30 años de guerras intermitentes,
pero guerras; muertos, sangre, ajusticiados, de parte de ambos bandos dentro de
las contiendas. La violencia no sólo se desató contra los militares, sino que se
extendió en muchos momentos a la población civil; reconcentración, asesinatos,
presidios, venganzas. Muertos, sangre, familias divididas, dolor. Si, es cierto,
los españoles fueron famosos por la violencia desatada, pero también los fueron,
en aquellos momentos, los ya cubanos independentistas. No se puede combatir en
una guerra con canciones y pastelitos de guayaba. El Capitán General Martínez
Campo fue uno de los españoles violentos más famosos y el cubano Mayor General
Antonio Maceo también. La violencia como agresión y la violencia como
respuesta, fue la tradición que nos acompañó durante los cinco siglos españoles
en Cuba.
Por cierto, Martí, el poeta, el
abogado, el cónsul, el escritor, el “Maestro”, también montó a caballo y por
diferentes razones, además de la independencia de Cuba, salió pistola en mano a
matar españoles. Lamentablemente el muerto fue él, pero estaba metido en una
guerra, la muerte estaba en los planes y consecuencias.
A partir de 1902 llegó la república
“pacificadora” que durante sus años de existencia tuvo poco de paz. A pesar del
innegable desarrollo económico alcanzado, lo que convirtió, por diferentes razones,
a Cuba en una de las primeras joyas de América Latina y el Caribe, la violencia
de los gobernantes y la violencia de los gobernados fue la mejor forma escogida
para coexistir. Leyes, abusos, policías y militares, partidos políticos,
intelectuales, estudiantes, vivieron enfrascados en huelgas, manifestaciones,
golpes, asesinatos, atentados, sangre y muertos también de ambos bandos, los
del poder y sus defensores y los sin poder en busca de espacios donde realizar
sus ideas.
Hasta que, en 1959, triunfó un grupo
de personas, los llamados revolucionarios o también reconocidos como “maumaos”,
palabra traída de la tradición keniana, por vías de la violencia. La república
estaba corrompida, el gobierno de turno llevaba años asesinando y torturando,
creando un estado de miedo, de terror y entonces la avanzada en ideas,
descubriendo el descontento nacional e internacional con la situación
existente, no seleccionó los cantos, no fueron ha hablar con el gobierno, no le
mandaron una cartica de amor pidiéndole que renunciara y colaborara con el
cambio, menos se tomaron una sopita, un cafecito o una cervecita con ellos.
Los avanzados en ideas hicieron una
guerra y utilizaron todos los medios al alcance para ganar. La revolución
cubana de 1956 - 1959, se hizo para derrocar un poder que estaba obcecado con permanecer, por
lo que utilizó el método bélico, donde las tácticas y estrategias eran de guerra,
apoyado desde otro lado por asaltos, atentados, ajustes de cuentas, venganzas,
fusilamientos, guerrillas, combates, desestabilización de la vida civil, etc.
La violencia y no la paz fue lo que asistió. La violencia como método para
luego encontrar la paz que se había prometido como obsequio.
Triunfó la revolución, el gobierno en el poder huyó, entonces
deberíamos suponer que triunfó la tan necesaria y deseada paz. Nada más lejos
de la realidad.
La revolución de Fidel Castro como
líder, se impuso como gobierno por la violencia. herramienta decisiva para existir. Esa revolución se crea sobre el caudillismo, sobre el poder absoluto, sobre el condicionamiento casi feudal, condiciones o premisas que nada tienen que ver con la paz. Cada acción tomada estuvo encaminada
a mantener el poder, no importó lo que hubiera que hacer, no importó el que sufriera
o tuviera que desaparecer.
Continuará ...
No hay comentarios:
Publicar un comentario