martes, 18 de julio de 2023

517.- No puede ser que esto me esté pasando.

 Cuidado. Este artículo contiene palabras y contenidos para adultos. 😁😂

Mi madre tiene casi 80 años. Ella está aquí ahora en San Antonio, pasando una linda temporada con nosotros, lo que creo que es una suerte, quizás muchos de mis lectores no tengan ya esta oportunidad. Es una suerte para continuar nuestra relación e inevitablemente, por un asunto, quizás de mi personalidad e interés, pasar análisis sobre nuestros pasados, que quizás para muchos parezca una especie de tortura y no es eso, es sólo un repaso.

Debo aclarar que mi madre ha llegado a esta edad con una salud de hierro, no tiene o padece de ningún problema físico crónico grave y las pastillas que le veo tomar, son esas de mantenimiento, o sea, aspirinas, Omega 3, vitaminas, etc. Por lo que de momento nos estamos ahorrando, en tiempo, preocupaciones y obviamente dinero, el tener que visitar a un médico todos los días o aquellos lamentos de me duele aquí, me duele allá.

Luego para colmo de bienes, su cerebro está intacto, ahora no sé si a pesar del mucho estudio por el poco uso en realidades complicadas, una suerte de la naturaleza o la carne de res últimamente comida. Su cerebro constantemente está en producción, evaluaciones, asombros e inventos. Lo que es también una suerte, porque la idea de luchar con alguien que ha perdido el cerebro es de las cosas más fuertes y tristes que le puede pasar a alguien. Sigo pensando, cosa que hago desde joven, que cuando el cerebro no existe, o sea, la capacidad de pensar abandonó a la persona, lo de la vida es más que todo un egoísmo de los acompañantes.

En esta linda temporada, mi madre, me ha impulsado a visitar diferentes museos, bibliotecas, parques e iglesias, sabiendo de mí apego aún al tema cultural, arquitectónico, social, etc. Soy un buen acompañante para estos temas. Entonces me es obligatorio decir que, medio convencido y medio obligado, medio alegre y medio jodido, me he dispuesto a pasear y visitar, entre otros lugares, algunas iglesias de mí ciudad.

Me gustaría decir que mi madre, para no hablar ahora de otros familiares, fue una de las personas más antirreligiosas de todas las religiones que yo conocí. Crecí entre profesores de historia, marxismo leninismo, militante del partido comunista de Cuba, donde lo único que escuché fue hablar mal, a veces muy mal, de la religión. Crecí en una familia ultra atea, donde además de la religión ser el opio de los pueblos, era un enemigo para combatir diariamente.

Creo que de haberse sólo medio que anunciado hacer desaparecer las iglesias de Cuba, mis dos padres, hubieran sido de aquellos cubanos revolucionarios que hubieran ido a destruir con mandarrias, con las manos, quizás con algo de dinamita, todas las iglesias cubanas. Una petición, un recadito, un deseo o sencillamente una sugerencia, por aquellos años que cuento, era una orden.

Crecí escuchando que todos los curas eran unos descarados, muchos homosexuales, demagogos, aprovechados y que las monjas, además de tener problemas personales que las llevaban a cumplir su misión, eran en realidad muchas, unas descaradas y/o putas. Que los conventos e iglesias estaban llenos de los fetos humanos de los abortos que ellas se hacían. ¿Qué decir de las religiones afrocubanas, aquello de santería, paleros, abakua, etc.? Todo aquello no era más que un retraso, un oscurantismo, religiones de negros incultos, etc.

Tengo el gran recuerdo de que mi padre, gran trabajador con las manos, tan pronto algo le salía mal o se daba una cortada o golpe, se cagaba en Dios, cosa que heredé con mucho orgullo. Orgullo de pararme del lado de la ciencia y considerar todo aquello religioso, de cualquier denominación, como un atraso de gente “inculta”. Orgullo de pertenecer a un grupo familiar de avanzada. Orgullo de imitar a mi padre, de repetir sus enseñanzas teóricas y prácticas, de las cuales hoy todavía tengo muchas. Una de ellas es seguirme cagando en Dios, a pesar de lo que he estudiado y aprendido en el terreno práctico de la vida, valoro y respeto a las religiones y a los religiosos. Creo que lo hago, ya no por estar en contra, sino como homenaje y recuerdo a mi Viejo. Cagándome en Dios, lo traigo a mis días y luego siempre me sonrío, porque lo vuelvo a ver.

Pues entonces en esta vida en San Antonio, hace pocos días, mi madre me confesó seriamente, yo manejaba, que ella había recuperado la fe. Debo reconocer que sentí mareos y tuve que agarrarme fuertemente del timón del auto, para evitar salirme de la calle. Creo que esas confesiones, tal como se dice, que lindo está el día hoy, deben escoger otro momento, algunas personas sensibles, como yo, podemos tener reacciones inesperadas.

Pues sí, mi madre ha recuperado su fe, aquella que siempre viene anunciada, con una justificación casi infantil, de que se estudió en un colegio de monjas, se hizo la primera comunión, etc., eventos ocurridos hace más de 70 años, de los cuales antes nunca se habló. Ahora mismo no sé si se ha recuperado seriamente una fe que lleva a creer en algo como solución para todo en la vida o es que al no tener de dónde agarrarse, cuando ya no hay nada que defender, menos imponer, entonces lo que siempre queda es “recuperar la fe”, tal como se agarra un ser humano en el medio del mar a un pedazo de madera que pasa por el lado. Pudiera ser Dios, precisamente ahora, nunca mejor, esa tabla, aunque en medio de la tierra.

Bueno, visitas a iglesias. Este domingo, o sea, hoy, me dispuse. Tan pronto parqueé y caminé hacia el lugar, me vestí de ese hombre medio culturoso y medio educado y sabiendo lo que me voy a encontrar, comienzo a sonreír, dar los buenos días, desear buenos momentos, etc. Casi arrastro a mi madre, ella con su cerebro intacto, camina lento.

Soy lo suficientemente grande y gordo como para que cree un espacio al trasladarme imposible de obviar, así que, todo el que me queda al frente o me pasa por el lado me saluda. No creo que sea por una distinción especial, sino que el saludo agradable, la amplia sonrisa y el agradecimiento por llegar, es lo típico de estos lugares, en realidad, es lo típico aquí en todos los lugares. Cosa que siempre le digo a mi madre: Ojo, nos están dando las gracias por venir. ¿Esto no te parece extraño para nuestra cultura de estas últimas seis décadas?

He logrado, a golpes de ejemplos, que ella entienda que puedo ir en short, estamos en Estados Unidos y a nadie le llama la atención, el short forma parte de nuestras vidas. Las iglesias no son salones de protocolos de gobierno, donde se evalúan a las personas por su vestir, son lugares para el pueblo común. Nadie va en guayabera.

Para mi gusto, cosa que me ha pasado en otras muchas ocasiones, llevaba puesto en este momento un pullover negro que en letras grandes en color blanco dice “AC/DC. Back in black”, haciendo alusión a un disco del famosísimo grupo de rock, letras que en mi cuerpo inevitablemente aumentan de tamaño, por suerte, la tela estira y cuando hicimos la primera parada dentro de la iglesia, nos dirigimos a la mesita clásica que siempre existe. Yo, con tal de cogerle algo de gratis a la iglesia, para tomar agua, mi madre, enemiga del consumismo, para tomar un vaso lleno de café americano, al que me pidió, por favor, que le agregara crema de leche, puro capitalismo, todo gratis obviamente.

La persona de la iglesia que nos atendió, una mujer joven de unos 40 años, siempre sonriendo, me celebró el pullover, me dijo que le gustaba, lo que me hizo contarle a mi madre, la persona habló en inglés, que esa persona, funcionaria de la iglesia me había celebrado un pullover de rockero, música consideraba por años en Cuba como de herejes y que además, ella, trabajadora de una iglesia, funcionaria en su giro como lo fue mi madre en el suyo, me había comentado que estaba casada con un hombre que tocaba trompeta en una banda de rock fuerte. Mi madre me miró con cara de que aquello rompía con todos sus esquemas.

Paseítos y más paseítos por el gigantesco salón de entrada. Ella, fotos a diestra y siniestra, quedando asombrada por encontrar uno o varios bebederos con agua muy fría, un lugar para niños, regalos, pantallas, luces, etc., hasta que decidimos, en realidad decidí, entrar al salón principal para ocupar nuestros asientos.

Como todos estos actos, la cosa siempre comienza con un grupo de música. Jóvenes, que interpretan música moderna y cantan canciones pegajosas, con letras que hablan de Dios, pero también de la vida, del amor, de la amistad, de que no se está solo, de que existe la paz y la amistad. Canciones que llegan a emocionar, hasta el más duro de los asistentes, o sea, a mí.

Entonces como disfruto de la música, sea cuál sea, me levanto, bailo, aplaudo, trato de repetir los estribillos, me siento cautivado o peseído. Aplaudo como todo el mundo, tal como si estuviera en un concierto de uno de mis grupos preferidos. Disfruto mirando a las personas, a los niños.

Cualquiera que me ve, debe quedar convencido que soy un amante de Dios, pero cuando miro para el lado, ya yo casi en trance por la emoción, mi madre está sentada mirando su celular. Entonces me entran ganas de irme para el carajo, pero me aguanto. Yo que no creo en nada, estoy motivado, cantando, aplaudiendo y mi madre que ha recuperado la fe y me ha “oblimotivado” a asistir a una iglesia, está sentada entretenidísima a esa hora con su celular.

Me mantengo, no creo en Dios, pero soy obstinado. Luego de la música que ha dejado caliente el ambiente, llega el pastor y comienza a meter su “muela”. Es agradable, porque no es la biblia a pulso, sino que muy inteligentemente, estamos en el 2023, vinculan los pasajes bíblicos con cuentos y anécdotas familiares, de amigos, haciendo reflexiones sobre la vida que todos llevamos en el plano práctico.

Yo, imaginen, tratando de entender el inglés y, sobre todo, quizás para justificar mi presencia, tratando de encontrar ideas que me sirvan para mi vida, que no es de esconder, por mi imperfección, que son muchas. Hoy el pastor con varios hijos contó riendo que estaba divorciado, a lo que yo asumí que felizmente divorciado y que justamente ahora estaba desempleado, o sea, no tenía trabajo, más allá que el de predicar, por lo que su vida es muy parecida a la de cualquier mortal.

Yo emocionado con todo aquel ambiente y cuando miro a mi madre, ella con su celular en mano, tiraba fotos, con su dedito índice como un instrumento de laboratorio, las revisaba para ver si habían quedado bien, foto a foto y luego las enviaba a alguien o a algunos por WhatsApp. Todo el tiempo, tirar fotos, revisarlas y enviarlas por WhatsApp a no se quién en ese “escogidísimo” momento. Yo escuchando sobre Dios y sus enseñanzas y mi madre sin parar todo el tiempo tirando fotos y enviándolas por el celular. La miré varias veces, pero ella entretenida, ni cuenta se dio de lo que querían decir mis miradas.

Sé que el idioma es difícil, pero el asistir a una iglesia, es algo más que el discurso. Es un momento de paz que se consume con el solo ambiente, con la sola presencia. Es un momento muy humano cuando se ve a personas aplaudir emocionadas, levantar las manos, cerrar los ojos, más cuando sin conocerte te dan la mano, te abrazan, te desean felicidad. Es un momento donde todo, la música, las letras de las canciones, las luces, las voces que hablan, llevan a ese ambiente, quizás sanador por un corto tiempo, pero sanador, que se sabe se necesita.

Mi madre, que anda recuperando su paz, está aprovechando la tranquilidad de la iglesia, para introducirse en la vida de la guerra de los celulares y la internet, pero introducción furiosa que ha pasado de 0 a 100 en 3,4 segundos como un Ferrari. Fotos, dedito, revisión, dedito, envío por WhatsApp.

Luego, cuando ya estamos en el carro de regreso, "llenos" de paz, pretendió que yo le hiciera un resumen de lo ocurrido, más allá de lo que ella pudo llevar de fotos en su celular, que es muchísimo. Entonces frente a mi sonrisa medio irónica, por no llorar, la escuché hablarme de la paz que se obtiene.

Estoy tratando de ser un buen hijo, no obstante, le dije que la próxima vez podría comprarle un kilogramo de paz en Walmart o sentarla sobre la hierba en medio de la nada, tal como dicen hizo Jesús en medio del desierto durante 40 días. La paz no se consigue tirando fotos en la medida que otros hablan de la paz, a no ser que se sea fotógrafo profesional encargado de captar el momento, que no es el caso de mi madre.

Mi madre tiene casi 80 años, dice que ha recuperado su fe, no puede ser que esto me esté pasando. JAJAJA.

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