Es sabido que con las migraciones humanas se trasladan muchas cosas más que los propios migrantes. Al principio imagino que el hombre caminó medio vestido o medio desnudo, con algún que otro objeto, quizás arma y algún recuerdo de su familia. Hoy lo de trasladarse significa toda una ciencia. Vivimos apegados a cosas e ideas de las que, a veces, nos cuesta trabajo desprendernos. La idea de empezar desde cero no es posible, nunca es desde cero, porque en realidad no nacemos, sólo continuamos la vida en otro u otros lugares.
Esto ha hecho que a lo largo de la historia aparezcan
aquí huesos, objetos y posesiones que eran de allá y que se haga difícil
entender bien qué, por qué y cuándo fue lo que pasó para que llegaran aquí. El
humano, de cualquier sexo, color, edad, desde siempre, ha llevado para el viaje
lo que tenía y luego al asentarse en algún lugar de forma temporal y permanente
esas cosas han dejado registros.
Luego también los humanos cargamos, además de con
nuestras más importantes posesiones materiales, a nosotros mismos, lo que
significa ideas, tradiciones, comidas, músicas, religiones, etc., por lo que
cada cual, independientemente de lo heredado de su grupo social, lleva su
propio bulto.
Es difícil cuando se es uno solo, pero, cuando
aparecen dos, tres, cien, mil personas parecidas en gustos y tradiciones, es
fácil entender que aparezcan hoy tiendas, restaurantes, mercados, determinados
servicios, etc., que mantengan a esas personas unidas, pero que además le
permitan, al menos un poco, vivir en un nuevo lugar con sus cosas, gustos y tradiciones
viejas.
El emigrado es entonces esa mezcla, a veces curiosa,
de lo nuevo, lo que se adquiere y se acepta y lo viejo, lo que traemos y no
queremos olvidar, dejar o desprendernos. Mezcla curiosa, en sentido general, de
una rápida, a veces muy rápida y necesaria adaptación al nuevo lugar y una
resistencia a mantener lo que fuimos. Es fácil sustituir un televisor, una
casa, un carro y comenzar desde cero, sin embargo, es muy difícil reiniciar una
memoria humana y dejarla en blanco. No se nace, aunque parezca que sí, sólo se
cambia de lugar.
Yo que he vivido ya en varios lugares fuera de Cuba, países
y ciudades, estoy medio acostumbrado a ver restaurantes chinos, italianos,
griegos, mexicanos, coreanos, incluso algunos llamados de comida cubana, más
las tiendas y mercados que apoyan estas variantes, por supuesto iglesias de
muchas denominaciones y países de origen, etc., todo lo que delata la
existencia de una presencia humana en número e intereses, sino importante, por
lo menos suficientemente grande.
Ahora en San Antonio, por ejemplo, debido a la enorme
presencia de mexicanos, ya sean originales o sus descendencias, alrededor del
64% de la población, a cada paso que se da se encuentra una tienda,
restaurante, cafetería, taller, etc., de mexicanos, donde incluso el idioma
español es casi tan obligatorio como el inglés. Aquí, ni los chinos, que lo
pueden todo en cuanto a presencia, han logrado desplazar a los “aztecas”. Los
chinos aquí están recogidos.
Entonces hace algunas semanas en mi caminar como
mongol del ejército Spectrum, halagándome a mí mismo después de una venta, de
regreso a mi carro, me llamó la atención una bandera. Como no estaba preparado,
en milisegundos me confundí y me hice la idea de que era puertorriqueña, sin
embargo, al afinar la vista, me dije, coño, es una bandera cubana. No es que
sea totalmente extraña la bandera cubana aquí, pero de ese tamaño y sobre todo
como insignia de lo que parecía una tienda, no me era muy familiar.
Sigue siendo más fácil entender de lo de un pequeño mercado de los llamados “alimentos cubanos”, que son todos, por razones obvias, fabricados fuera de Cuba y que muchos de ellos, sólo conocemos por la memoria de nuestros abuelos, pero el apellido cubano atrae. En mis visitas al supermercado cubano que tenemos en San Antonio, tomo malta parecida a la cubana de fabricación alemana y guarapo de una caña traída desde Miami, las galletas “cubanas” son hechas en Houston y la inigualable pasta de guayaba es de origen brasileño, por lo que, de cubano, cubano, tienen poco.
Como soy un mongol de Spectrum con ciertos
privilegios, pues olvidé mi trabajo y me dirigí a la tienda. Estaba cerrada,
pero por los cristales puede ver de qué se trataba y entonces entender o tratar
de imaginarme los por qué.
Mi curiosidad es grande, entonces varias veces pasé,
la tienda seguía cerrada, hasta que un día, gracias a mi gran perseverancia que
me llevó a convertir ese camino en obligatorio, no importa si iba para el norte
o para el sur, descubrí que había abierto. Mongol al fin, paré, me bajé, entré
y esbocé la frase mágica, “hola, soy cubano”.
Encontré a un solo empleado que además es el dueño, Ariel, cubano, mulato, con dos brillantes dientes de oro, más joven que yo, entonces
relativamente joven, al cual muy rápido me pareció que conocía desde siempre.
Los primeros acercamientos entre cubanos, imagino que entre personas de otro
cualquier origen, generalmente son agradables. A pesar de cualquier diferencia
o de miles de diferencias, siempre existen razones comunes que unen y
facilitan. Al estar fuera de Cuba, lo de cubano, si no une, por lo menos acerca.
Funciona como un extra, como un documento de identidad para los que estamos
fuera. Es más poco común siempre que ser cubano dentro de Cuba, o al menos, eso
pensamos.
La tienda “Botánica
Religiosa. El Santo Niño” es eso, un lugar donde comprar productos
relacionados con nuestras religiones de origen africano, pienso que con mayor
presencia la Regla de Osha o santería y para consultarse, hacerse trabajos,
iniciaciones, conservar o mantener santos, averiguar por el futuro, imagino que
atraer o apartar a una pareja, sacarse de arriba a un determinado jefe laboral
o a la presidenta del CDR que todavía aquí nos persigue, quizás cómo
arreglárselas con el dinero que se tiene o no se tiene, etc. Más o menos lo de siempre, porque es más que
obvio, nos traemos nuestras religiones para que nos ayuden.
Después de la idea de soy cubano, que me sirvió de
presentación, como el lugar es una tienda-templo y las personas entran a
comprar productos o servicios, lo que justifica el tiempo del empleado dueño,
me vi obligado a aclarar que no compraría nada, ni buscaba un “trabajo”, mi
acercamiento, amparado por la curiosidad, tenía sólo intenciones culturales.
El dueño, entendiendo bien que yo no era religioso, se
relajó en su función de profesional y caímos en una conversación agradable, sin
la más mínima pretensión reli-económica. Entonces vinieron las historias, cómo,
cuándo, por qué habíamos llegado y cómo nos había ido la vida en estos nuevos
lugares.
Cuba, como todo pueblo, exhibe un enorme mosaico de
religiones y religiosidades, de ellas las más conocidas, por su antigüedad,
quizás por su resistencia son la católica y las religiones proveniente de la
tradición africana, la Regla de Osha o Santería, el Palo Monte y los Abakua o
Ñañigos. Todas ellas, caprichosamente vinculadas entre sí, toda vez que no son
excluyentes.
Las religiones de origen africano, pero cubanas ya, siempre
resultan llamativas para muchas personas por muchas razones, para mí, por
ejemplo, pero para otras todavía hoy son algo medio oscuro, medio tenebroso,
que pudiera escaparse de lo que para la sociedad cubana fue lo “correcto”. Son
religiones o creencias injustamente reconocidas de personas muy pobres, de poca
o baja cultura, con procesos vinculados a sacrificios de animales y otras prácticas
más complicadas, que a las personas también injustificadamente llamadas “de
bien”, les queda muy complicado.
El tema de las religiones en Cuba, como todo lo demás,
en estas últimas décadas recorrió un camino, sino extraño, por lo menos,
distinto.
Cuba es un país religioso oficialmente católico, al
menos de esa religiosidad que lleva a rezar, tener una imagen, quizás un
crucifijo, etc., que durante décadas escogió el camino de abandonar las
iglesias. Por años entrar a una iglesia era considerado casi como un suicidio. Las
iglesias y conventos quedaron casi vacíos, no sólo de creyentes, sino de curas,
monaguillos y monjas.
Nuestras abuelas, convertidas en “revolucionarias”, al
menos de forma pública, encargadas de criar a sus nietos “pioneros por el
comunismo” se vieron “obligadas” a ocultar sus creencias o al menos bajar el
tono de ellas. Muy rápido entendieron que no podían competir con una sociedad
que gritaba que la religión era el “opio de los pueblos”, donde los religiosos
convencidos pasaron a formar parte de ese ejército de personas a mantener
vigiladas, controladas, a las que se les dio poco acceso a lo que estaba ocurriendo.
Ser religioso público fue uno de los tantos problemas que la revolución tenía
que combatir. Tuve, por parte de padre, dos tías abuelas y una prima segunda
monjas, que según cuentan, pasaron muchos trabajos para hacer el bien,
simplemente el bien. Tuve, por parte de madre, una tía abuela reconocidísima
espiritista, que siempre en mi familia “revolucionaria” fue como una especie de
tabú.
No haré la historia de la religión en Cuba y los
religiosos o al menos mi historia, sólo diré que hoy, tal como decía una frase
de un cuadrito que mi cuñada Lourdes tenía, “las reservas impuestas al placer
incitan el placer de vivir sin reservas”, me parece que, frente al descalabro
existente, mejor, para utilizar un término acuñado por el mismísimo Fidel Castro
cuando trataba de definir lo ocurrido con el socialismo mundial, el “desmerengamiento”,
igual que se han retomado miles de cosas, Navidad, Dia de Reyes, Dia de Acción
de Gracias, etc., hoy todos hemos parado en religiosos.
Creo que es bueno que las personas tengan la
posibilidad de creer en algo que de fuerzas, que inspire al bien, para mí da igual
un santo blanco, negro, una rana o una piedra, pero también creo que hoy es
parte de una gran moda. Conozco que estamos organizados en todas las religiones
y denominaciones religiosas que existen, incluyendo los musulmanes con hiyab y
todo, algo tan alejado de la tradición cubana, que imagino que como el árabe es
tan difícil como idioma, la Meca nos queda tan lejos y la historia de Ala es un
poco complicada, pues tengan como líder de inspiración al gran boxeador norteamericano
Cassius Clay, quien renunció según él a su “nombre de esclavo” convirtiendose
en Muhammad Ali bajo el Islam y la religión musulmana.
Hoy somos Adventistas del Séptimo Día, Masones, Santeros,
Paleros, Ñáñigos, Espiritistas, Cartománticos, Musulmanes, Protestantes, Católicos,
Espiritistas, Brujeros, Rosa Cruces, etc., de forma individual y como buenos
cubanos, por aquello de que no llegamos o nos pasamos, de forma colectiva,
conozco casos de personas que tienen más religiones que años. En Cuba hoy deben
existir más babalawos que creyentes. Casi si queremos trabajar en una tienda, en
una firma extranjera, si queremos viajar, si queremos mudarnos de oriente a
occidente, si queremos “tumbarle” el jevito a una muchacha, obvio, si queremos
curar un cáncer o hacer desaparecer a un jefe, primero tenemos que ser
religiosos. Mi madre dice a sus 80 años que ha recuperado la fe, lo que me
resulta, por resultarme algo, divertido.
Así es la religión, la religiosidad, la fe, la
creencia, uno puede vestirse con ella cuando uno lo decida y hacer de ello, tal
como con la ropa, una combinación a conveniencia. A veces, la experiencia, no
es más que un simple “divertimento”.
Crecí en Víbora Park, alejado de públicas
manifestaciones religiosas, donde existían algunas familias católicas muy bien
señaladas, que no hicieron el “crossover” o cambio a revolucionarios, pero no
mucho más. Se conocían a los muy poquitos que, en mucho silencio, practicaban alguna
religión afrocubana, pero nada de manifestaciones, sin embargo con el paso del tiempo
todo esto se desbordó a limites antes insospechados. Recuerdo que antes de salir
del país en el 2007, en el edificio que
está en la esquina de Roma y Lourdes, un pequeño cajón, feo, mal construido en
el espacio donde debió haber una casa, con apartamentos muy pequeños, un día
pasaba y en uno de los apartamentos se celebraba un tremendo toque de santo,
con tambores y cantos incluidos, imagino decenas de personas apiñadas, muy
sudadas, tratando de bailar y rendir homenaje y al otro día en otro de los
apartamentos se estaba dando una misa protestante, con cantos a toda voz y
panderetas, que alababan al Señor, con aquello de ”protégeme señor con tu espíritu”,
imagino que con decenas de personas apiñadas. Pobre vecinos.
Bueno, entonces, como buen cubano, estuve una segunda
vez en la tienda, su dueño, babalow, siempre agradable, me confesó que todo lo
que está allí se vende, pero que en realidad su verdadero trabajo está en las personas
que viene a “atenderse”, lo que me sigue diciendo que necesitamos que alguien
nos diga o ayude a resolver los problemas, las necesidades, las angustias o las
ansiedades que tenemos. A veces es más fácil escuchar lo que otros piensan, que
pensar por nosotros mismos.
Fue una buena experiencia, para mí vista desde el
plano cultural, un cubano más conocido, que ejerce la noble tarea de orientar,
ayudar, en la misma medida que quizás inteligentemente se busca honestamente su
dinero. Yo como mongol de Spectrum tengo que trabajar como mínimo 8 horas
diarias.
Como había advertido en mi presentación que no era
religioso, no tuve que comprar nada, ni fui a “registrarme”. No tuve que pagar por
los minutos de relación. Hablamos un poco de religión, donde yo con mucho respeto me dediqué mayormente
a escuchar y aprender. No era el momento para delatar mis conocimientos, menos para competir.
Momento para confirmar, sobre todo, quizás con cierto orgullo, que
hasta aquí hemos llegado y entonces, aquí estamos.
Interesantísimo articulo con muy buena información del tema en cuestión, que es muy sensible y significativo para cualquier persona y también para los cubanos. Por la buena narrativa y las fotos es como si hubiera visitado esa tienda.
ResponderEliminar