sábado, 19 de diciembre de 2015

Aquellas pequeñas cosas

La emigración de un país pobre a otro rico, o más exacto, muy rico, tiene sus consecuencias positivas y negativas. No todo es tan lindo como parece desde afuera, y no todo es tan feo como lo pintan.

Los simples mortales como yo, estamos hechos de pequeñas cosas, que se van uniendo para formar lo que llamamos nuestra vida. Pienso que aquellos que esperan y valoran sólo las grandes cosas, están perdidos, pues dejan pasar y de disfrutar los pedacitos pequeños o las piezas aparentemente insignificantes, que crean el gran rompecabezas.

Recuerdo que cuando yo hablaba de marketing, tiempos gloriosos aquellos, alguien me explicó que las empresas de éxito real comienzan a ajustar sus estrategias por aquellas cosas pequeñas, a diferencia de otras que se enfocan sólo en lo que está a la cara del cliente y su dinero obviamente, aunque de puertas para adentro todo esté patas arriba.

Ejemplo, las escuelas, los teatros, los estadios, las tiendas, los aeropuertos, hablan bien de si por algo tan sencillo como que sus baños estén las 24 horas del día impecables. En estos lugares donde transitan muchas personas, muchas de ellas altamente erosivas, si los baños están limpios y organizados siempre, significa que hay alguien que pasa cada 10 ó 15 minutos a revisar y que sobre ese alguien hay otra persona que chequea, controla, repasa, mejora y casi seguro en las importantes reuniones de la alta dirección, hay alguien responsable de responder por el buen funcionamiento de algo tan terrenal como los baños.
La idea de mantener un baño limpio, con papel higiénico y papel para las manos, que por supuesto son diferentes, agua fría y agua caliente, jabón, buen olor, etc., pudiera parecer fácil, pero no lo es.

Digamos, aquí, en un lugar como Walmart, mega tienda, que está abierta las 24 horas del día y que al ser un establecimiento principalmente dirigido al “pueblo”, recibe miles, inequívocamente, miles de personas cada día, es súper meritorio que los baños se parezcan a los de mi casa. Cómo lo logran? Son magos? Pues para nada, es sólo que atienden a las pequeñas cosas y los baños son tan importante como los Departamentos de Atención a Clientes. Las personas que limpian y arreglan los baños no son disminuidas físicamente, menos anormales, no son menos que los que reponen los productos en los lineales. Su responsabilidad es muy valorada.

Imaginen un concierto en medio de la calle, actividad que atrae a miles de personas que orina, vomitan y cagan todo el tiempo y no ver, ni sentir los desechos rodando por las calles y las aceras, es fantástico. Y en realidad no es gran cosa, sólo que hay alguien encargado de que los desechos humanos vayan a parar donde tienen que parar. El concierto termina a las 2:00 am, pero a las 6:00 am, sólo cuatro horas después las personas salen a trabajar y a estudiar, y no resulta agradable, ni justificable caminar sobre los restos de los que fiestaron la noche anterior. Entonces es que alguien se preocupa y encarga de que funcione y funcione bien, todo el tiempo.

Cuando comencé a trabajare aquí noté que mis compañeros se ponían espejuelos para cortar una madera, usaban guantes para destupir un baño y máscaras para trabajar en lugares donde había polvo. Me parecía excesivo tanta protección y sobre todo la acción de lavarse las manos constantemente. Consumen más guantes y jabón que un salón de operaciones. Ellos, al verme desprovisto de todos estos cuidados, pensarían que soy punto menos que un salvaje, un sobreviviente de alguna tribu aborigen o simplemente un antiguo esclavo que comía carne cruda.

Mi taller. Productos para limpiar, desengrasar, pulir, etc
Todo esto ahora me viene a la mente, porque estamos preparando, quizás soñando con nuestro viaje a Cuba y todo el mundo aquí me dice que el choque va a ser brutal. Es quizás fácil la película hacia delante, pero cuando se trata de darle hacia atrás la cosa puede complicarse. Yo no estoy muy convencido de esto, al menos no lo veo desde esa óptica tan terrorífica. Conozco a dónde voy, y estoy operado, además del corazón, de los nervios. Ya nada me asusta, a no ser enfermedades de algunos de los míos.

Es cierto, a todo se acostumbra o se adapta uno, no sólo al frío, sino a casi todos los aspectos con cierta estabilidad de los que está compuesta nuestra vida. Llevo aquí tres años y ya visito los baños de los lugares donde transito sin miedo, sin tener que llevar un periódico o un poco de servilletas en el bolsillo, sin tener que pensar en que no tengo menudo para pagar en la puerta y poder entrar. No pienso en qué pasará si tengo que lavarme las manos.

Recuerdo que cuando Jennifer nació en noviembre de 1986, no había agua en el Hospital Ginecostétrico “Hijas de Galicia” y para bañar a mi mujer recién parida teníamos que cargar el agua que estaba almacenada en los clásicos tanques de 55 galones. Claro lo más importante era la niña y ella en aquel momento no murió, lo del agua para bañarse podía ser considerado un asunto menos serio. Estoy convencido de que eso ahora ya no pasa, porque Jenny tiene ya 29 años.

Recuerdo que varios de mis compañeros de trabajo andaban con grandes bolsos llenos de utensilios para poder pasar el día. Un jarrito metálico por si había que tomar algo en el camino; una cuchara por si se conseguía algo de comer y el problema eran los cubiertos; una fosforera o pequeña linterna para alumbrarse y poder llegar a sus apartamentos en medio de aquellos históricos apagones que sufrimos, papel, a veces sanitario o servilletas, celosamente doblados y guardados dentro de sobrecitos de nylon. Algún pedacito de jabón, muchas veces construido con otros pedacitos de jabón, etc.

Si, visto desde aquí, somos medios salvajes, peor porque somos unos salvajes equivocados, a partir de algunas estadísticas y la historia de una vaca que daba más de 100 litros de leche cada día, que nos hizo creer que vivíamos en un país altamente desarrollado.



Recuerdo y todavía me río, que un día tuve que remplazar uno de los lavamanos de mi casa y un amigo fue a su trabajo y arrancó uno de los que había en el baño, con dos criterios muy sólidos. Primero, todos éramos revolucionarios, pero los amigos siempre están primero. Segundo, él aseguraba que daba igual, porque en el baño de su trabajo hacía muchos años que no había agua.

Recuerdo y entristezco, pues tuve un compañero de universidad, que aseguraba muy seriamente que nunca había visto caer el agua en la ducha de su casa en Santiago de las Vegas.

Recuerdo y mientras escribo me rio, lo que hace que disfrute lo que hago, que siendo yo niño, pasábamos las vacaciones en la casa de mi tío José Antonio en Santiago de Cuba y un día el baño se tupió de forma total porque la tubería de barro se había roto en el exterior y algo la tenía bloqueada. Mi abuelo, gran maestro, estuvo metiendo su brazo hasta el hombro para lograr sacar lo que había dentro. Era gordo y sus brazos eran fuertes pero cortos. Después de sacar varias libras de excremento y no resolver, miró a mi padre que hasta ese momento lo ayudaba sin embarrarse  mucho y éste lo entendió. Era lo contrario a mi abuelo, o sea, un tipo muy delgado de brazos largos. Entonces después de sacar otras varias libras de excremento, mi papá, casi un héroe, logro sacar la lata que estaba obstruyendo el camino y la tubería fue reparada. La acción fue casi como haber ganado una gran batalla. No hizo falta guantes, ni cámaras, mucho  menos aparatos especiales, al final de la historia, la mierda, es sólo eso, mierda.


No llego a ser un metrosexual, pero estoy combatiendo el salvajismo, 
ahora uso Charmin, Ultra Strong. 
No hacía falta guantes para trabajar. Las manos tenían que ponerse fuertes como la de los macheteros. Mientras más golpes, más heridas y callos, más varones éramos.
Recuerdo que nuestros padres, frente a una herida o golpe, siempre nos comparaban con Antonio Maceo, al que al parecer los historiadores le sumaron a sus heridas, las de un medio hermano que tenía su mismo nombre, por lo que si no tenías más de 27 heridas en tu cuerpo, estabas bien y lo mejor, sano para seguir enfrentando las tareas diarias.

Así me crié y si, puede ser cierto, éramos medio salvajes, y nos creímos, o algunos se creyeron que ese salvajismo era el futuro, o sea, aquello de lavarse las manos, utilizar papel sanitario, y pretender tener agua corriente las 24 horas del día, eran rezagos de una sociedad pasada y sobre todo inferior.

Menos mal que esas pequeñas cosas pasaron hace ya  muchos años, tantos que a veces puede costar algún trabajo recordarlas. JAJAJA

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