Escribir sobre la realidad de Cuba hoy siempre es
doloroso. No es lo mismo, mientras se vive allí, por lo menos el acto de
criticar, gritar, discutir, está avalado por la idea de: _” coño, lo estoy
sufriendo, por lo menos eso me da ese derecho”. Cuando se escribe sobre Cuba
desde afuera, aunque pueda parecer más fácil, el dolor se multiplica, porque no
se vive cómo se está viviendo allí, no se puede olvidar a los que allí aún
están, a gusto o no, luchando contra lo absurdo y, sobre todo, existe un
sentimiento de, quizás culpabilidad o impotencia, que te imposibilita resolver o
desconectarte de una vez y para todas de todo y de todos. OJO. A mi entender no
estamos hablando de arreglar algo torcido, algo que quedó mal, algo que puede
ser modificado en poco tiempo con algunos arreglitos, con pocos recursos y
pocos riesgos, estamos hablando de la necesidad de replantearse todos y cada
uno de los pasos y procesos que ocurren en la vida de ese país y sus personas a
nivel político, económico, religioso, social, etc. Creo que, lo que puede ser
lamentable, no existe otra forma. Cuba no está para reparar, Cuba está para
reparir.
Estoy consciente, no existen los cambios que traigan
sólo buenas cosas, no existe una acción que no tenga riesgo, no existe el
“éxito sin el dolor”, por lo que es entendible y conocido que, frente a
cualquier movimiento social, como no es un acto de magia, existirán cosas que
cambiaran para bien y otras que afectaran a una parte y tendrán que ser
revisadas, corregidas, cambiadas con el paso del tiempo e incluso otras que
aparecerán nuevas de las que nadie, ni los más genios podían imaginar o prever.
Ninguna sociedad es perfecta, no existe ese país
ideal, no existe la posibilidad de crear algo “con todos y para el bien de
todos” desde la primera vez, sin errores, sin trabas, sin cosas a probar y
luego cambiar. Los países que hoy nos deslumbran tienen, muchos de ellos, 5,
10, 15 siglos de pruebas. Una vez leí un libro de un profesor cubano
autorizado, con el que se puede estar de acuerdo o no, que aseguraba toda una
teoría sobre que lo que viajó a lo que luego se llamó América en español, no
eran los viejos sustentos del feudalismo, sino los gérmenes de ese sistema
nuevo sustituto que hoy conocemos como capitalismo y estamos hablando de
finales del siglo XV.
Habría que haber visto a Martí, el más que conocido autor
de esta linda idea que, al menos teóricamente trata de anunciar la
incorporación de todas las fuerzas políticas y económicas, todos los colores,
todos los sexos y edades, etc., participando en lo que fue la creación de la
República de Cuba a partir de 1902 y tener que enfrentar todos los problemas
generados en una colonia española por más de 400 años, que decidía caminar sola
e independiente. La idea es linda para medio interpretar el pensamiento
martiano como máxima civil para vivir, pero estoy seguro de que no hubiera sido
tan fácil llevarla a la práctica ni por el mismísimo Apóstol. Martí, por
cierto, interesado primero en la independencia, sólo nos dejó la idea linda,
pero jamás describió los pasos en un plan coherente a lograr en un tiempo
determinado. La muerte, muchas veces productiva, lo salvó para la historia.
Siendo sincero, me resulta más fácil hablar,
intercambiar e incluso discutir con cualquier que esté fuera de Cuba y defienda
cualquier idea, sin embargo, ese sentimiento, en mi caso, cambia cuando mi
interlocutor está en la isla, incluso cuando desde posiciones sinceras,
ingenuas, intelectuales o intelectualoides, obstinadas o hipócritas defiende
absurdamente día a día, todo lo que día a día se inventa. Viví en Cuba muchos
años, tanto para conocer cada una de las conductas que existieron y existen.
Conozco lo que significa vivir en una casa “vigilada”, trabajar en un lugar
bajo la mirada del “Gran Hermano”, decir sin decir, criticar por no reventar
con esa crítica disfrazada de construcción, etc. Conozco aquello de sobrevivir
a cualquier costo, mantenerse y obtener, aunque sea un mínimo beneficio, tratar
de salvar y proteger a la familia, etc. Todo lo que hace que culpar a los cubanos
“de adentro”, sea extremadamente fácil, sobre todo, por los “cubanos de
afuera”.
A pesar de mi memoria y estudio sobre Cuba, no me siento
capaz de definir el momento exacto del comienzo del desastre irreversible. Es
cierto, desde los primeros momentos, se puede recolectar información de
caprichos, oportunismos, mentiras, jugadas sucias, pero en medio de todo
aquello, a mi entender, el pueblo cubano, el que a partir de 1959 no fue
ejemplo de bonanzas materiales, como autos, casas, equipos electrodomésticos,
ropas de lujo, negocios privados florecientes y estables, dinero en bancos,
etc., disfrutó de algo muy importante como la esperanza en que el futuro
existiría mejor. Esa esperanza, o quizás ilusión irreal, pero ilusión,
incorporó y movilizó a millones, encargados luego de motivar y movilizar a
otros millones. Nuestros abuelos y padres participaron, pero además
participaron efusivamente y primero con su ejemplo y efusividad, trataron de
convencernos a nosotros. Mi padre, santiaguero, tintorero, se hizo universitario
en La Habana. A la familia de mi amigo Ruso, orientales de Oriente, le dieron,
si le dieron, una casa de dos plantas más garaje cerrado y una piscina en el Reparto
Apolo por aquellos años, hoy Víbora Park. A la muchacha a la que los
revolucionarios le arrancaron un brazo con un petardo, luego la revolución la
envió a Alemania Democrática a operarse.
No es de negar, siempre hubo división, siempre hubo
diferencias, siempre hubo cabronadas. Muy rápido los jefes se mudaron para
Miramar y Siboney, lugares muy diferentes a la Habana Vieja, Párraga, Mantilla,
San Miguel del Padrón u otro cualquier pueblo del interior del país. Muy rápido
se construyeron sus propios hospitales, diferentes al Calixto García, La Dependiente,
Hijas de Galicia, etc. Muy rápido fueron obteniendo privilegios y entonces unos
puestos tuvieron más ventajas que otros, unos apellidos fueron más famosos que
otros. Se fue armando la Corte, el señor feudal al mismo tiempo que repartía
títulos nobiliarios a cambio de apoyo incondicional, fue sacando del saco a “aquellas
papas podridas”. Dentro de aquella idea de igualdad y beneficios para todos, se
construyeron sus propias playas, sus propias casas de descanso, escogieron sus
propios autos, los lugares donde querían viajar e incluso se rifaban entre ellos
mismos a sus propias jóvenes parejas, diferente todo esto a las playas de Guanabo,
Marianao, que visitaba el pueblo, a las guaguas destinadas para el uso popular, etc.
Visto desde hoy, el proceso desde sus comienzos nunca fue limpio, nunca fue transparente,
nunca fue tan lindo, dulce y bondadoso como se quizo hacer ver. Al mismo momento que las cosas dejaban de funcionar, la propaganda ideológica “equilibraba” el
faltante. Mientras menos realidad diaria, más propaganda a fututo.
No obstante, durante todos aquellos años, cierto,
apoyados o mejor, subvencionados por el llamado Campo Socialista y la URSS, los
cubanos vivíamos con alguna esperanza. “Estudia y tendrás un buen trabajo,
mejor remunerado”, “Hazte de un título universitario y luego de una maestría y
luego de un doctorado, aprende un idioma extranjero y serás reconocido”, Aspira
a una beca en el exterior y vendrás con un buen título”, Veta a una
micro brigada y a las dos años tendrás tu propio apartamento”, “Trabaja,
esfuérzate y te darán un televisor, una lavadora, un carro”, eran de aquellas
frases que, imagino que los que tienen más o menos mi edad, recuerden se escuchaban
con frecuencia. Visto desde hoy, el modelo era fatal, se hizo al hombre depender
del gobierno, se le cortó las alas a la propia inspiración, pero para muchos
funcionó. Creo que muchos llegaron a creer de verdad que la religión y la
homosexualidad eran malas. Muchos culparon a la música en inglés, a los pelos
largos, a los pantalones apretados como fuerzas del mal. Muchos hablaban de
patria, de patriotismo, pintaron una raya amarilla y dividieron a los cubanos
en dos grandes bandos pensando en que eso era lo que había que hacer para estar mejor.
¿No sé cuándo fue que todo se jodió totalmente? Si, es
cierto, venía jodido, venía escondido, se veía venir, pero cuándo, qué día, a
qué hora, es difícil, al menos para mí, definir.
Lo cierto que un buen día el gobierno dejó de
gobernar, dejó de pensar en todos, dejó de tratar y se convirtió en un grupo de
viejos rodeando un caldero, echando huesos, pedazos de piedras, manzanas podridas,
tal como la bruja de Blanca Nieves, tratando de que la magia desde el mal funcionara para el bien y, sobre todo, olvidando todo, permanecer en el poder.
A partir de ahí, cada medida es peor, cada paso es más
absurdo, menos coherente. A partir de ahí los buenos pararon en malos, en
inservibles, y los malos capitalistas, imperialistas, gusanos e incluso los “escorias”
reaparecieron y compraron el país. Se les construyó tiendas, se les construyó
hoteles, se les reabrió el país, restaurantes, bares, destinos turísticos,
mientras los buenos, los que trabajaron, los que confiaron, los que
permanecieron, se miraban asombrados sin poder participar, menos disfrutar.
Fidel, el más malo de los malos, murió tranquilo de
muerte natural, murió cuando él quizo morirse, después de descojonar un país. Ese,
de todos los que tuvo, reales e inventados, es el mayor mérito que se
llevó. Fidel encontró en 1959 con un país que funcionaba, con problemas, pero
funcionaba, que comía, que vestía, que trabajaba, que exportaba e incluso
tomaba ron y bailaba y a la vuelta de varias décadas bajo su estricto y monopólico, absoluto liderazgo y dirección, lo dejó metido en un hueco profundo, no sólo
económico, sino moral, del que no se regresará jamás. Fidel murió y gracias a la
vida, muchos de sus planes, dicen, se quedaron en ideas, porque hubiera sido peor
y entonces lo sustituyó su hermano, Raúl, el tipo más gris, incapaz e impopular
que ha tenido Cuba en estos últimos 60 años, que continuó con una sola misión,
mantener los beneficios para su pequeño grupo de acólitos, militarizando al gobierno,
poniendo a sus generales, no a los generales del país, sino a sus generales y familia frente a todo en Cuba y, a todo costo, "escapar" a la cubana, aunque para lograr
eso tuviera que descojonar más el país de lo que ya lo había hecho su hermano,
cosa difícil pero a la luz de los hechos, conseguible.
Raúl vengativo, indeseable, vulgar, se inventó una
nueva estructura, esa de presidente, vicepresidente, primer ministro, nueva constitución,
etc., bajo lo que ellos siguen llamando partido comunista, que ya tampoco se
sabe de qué se trata, pero, que en realidad, realidad, de comunista tiene poco.
No sé cuándo comenzó la destrucción en caída libre. No
sé cuándo se cayó en ese hueco oscuro, profundo, sin regreso. No sé cuáles son las
próximas medidas para continuar el viaje hacia abajo. Lo que sí puedo asegurar
es que el hueco no tiene fondo, los dirigentes engordan aceleradamente, las
estructuras se destruyen, no sólo las físicas sino las personas pierden el impulso,
nadie entiende mucho, los disgustos aumentan, los jóvenes, ahora con celulares
e internet, sueñan más que nunca con emigrar. Hoy no sólo la idea del futuro y la esperanza,
sino la de comer, se hace dolorosa.
Mas allá de las tiendas en dólares, abarrotadas de comida
de un viernes para un lunes, con lo que el gobierno llama productos de “elite”,
o sea, champú, queso, espaguetis, pasta de tomate, etc., que se van a vender en
DOLARES AMERICANOS a un pueblo que sigue trabajando en pesos cubanos, más allá de
la idea de que ahora los particulares, o sea, los cubanos que ha estado paralizados
como simples espectadores, puedan exportar sus producciones artesanales medioevales
a países altamente desarrollados, más allá de que las caras siguen siendo de
melancolías y dolor y sobre todo, más que nunca se habla de pueblo, el pueblo,
para el pueblo, etc., ya los brujos actuales frente al caldero en ebullición,
no saben ni lo que van a tirar, ya no encuentran ni los pedazos de huesos, ni
las manzanas podridas para preparar su mejunje. El Brujito de Gulugú, no les
dejó las últimas fórmulas, sólo viejos discursos. Sus mágicas fórmulas se las
llevó en su inigualable memoria. Los que hoy están frente al caldero, nerviosos,
con miedo visible, no sólo siguen el viaje dentro del pozo profundo, sino que
no satisfechos, continúan cavando hacia abajo para tener más espacio para la
caída libre.
Caída libre al vacío dentro de un pozo oscuro sin
fondo, debe de ser horrible. Debe ser de esas pesadillas de las que uno se
despierta violentamente, sudado, con el corazón latiendo a 150 pulsaciones por
minuto. Caída, no sólo libre, sino irreversible, que, si no fuera por lo
peligrosas, arriesgadas, suicidas y, sobre todo, lastrante para millones de
personas, podrían ser señaladas como una epopeya heroica.
Los limones cubanos se pueden comprar en Montreal, Canadá,
las langostas cubanas pueden comprarse en Cataluña, España, nada nuevo, eso
pasa desde hace décadas. Se promocionan los maravillosos cayos del norte de Cuba y
hoteles 6 estrellas para el turismo internacional, capitalista e imperialista.
Se han puesto de moda los autos antiguos y aquellos lugares de la Cuba de antes
del 59, los bares, los restaurantes, las putas y los chulos. Se sigue hablando
de “logros” que ya no existen, que nadie ve, que nadie disfruta, incluyendo la
potencia educacional, médica, deportiva, mientras un pomo de espárragos se
vende a 68.10 dólares en esas tiendas recién inauguradas para parte de los
cubanos, precisamente esa parte que tiene familia escoria en el exterior o que
ha pasado la vida delinquiendo dentro de Cuba. Mientras el cubano “revolucionario”,
trabajador, maestro, médico, constructor, chofer, sigue ganando 250 pesos
cubanos al mes para “resolver” todos sus problemas, ese gobierno, esos brujos
que ya ni de brujería saben, venden en dólares norteamericanos, un pomo de
espárragos a 1702.50 pesos, si los dólares pudieran ser cambiados. Un cubano
promedio tendría que trabajar casi 7 meses para acceder al pomo “élite”. La heladería Coppelia en el medio del Vedado, la más prestigiosa de toda Cuba, recién reabierta después de la tercera reparación capital, casi no tiene helados, paralelamente se reabre la heladería Bim Bom, donde dos bolitas de helados cuestan 13.00 CUC, o sea, 325.00 pesos cubanos.
A veces cuando hablo con los cubanos de adentro, yo siendo
cubano de afuera, con dolor o preocupación, descubro que no sólo no entienden,
ni pueden explicar, sino que no pueden estar de acuerdo, porque esas tiendas
como ejemplo de últimas medidas económicas, las últimas después de las últimas
que ya habían sido las últimas, anunciadas como salvadoras para 11 millones de
cubanos, premian precisamente a una parte de cubanos, por demás minoría, mientras
que la gran mayoría sigue olvidada. Cuba no es Ciudad de la Habana. El pueblo cubano todo no es aquel que tiene familia afuera. Varadero no
es la playa de los cubanos. La Bodeguita del Medio no es el lugar donde se
puede ir a celebrar un cumpleaños o un joven invitar su novia. Los cubanos no
se pasean por las ciudades en convertibles rosados del año 56. Ni tan siquiera
acceden a una cerveza fría de producción nacional, menos importada. ¿Dónde ha
quedado aquellas ideas de igualdad que todavía hoy pregonan como domingueros guerreros adventistas?, ¿Dónde han quedado aquellas ideas de
equilibrio que trataba de sustentar cada acción?, Peor, ¿dónde están aquellas
nobles estrategias de proteger a los más desposeídos y los más necesitados, que
ya existían antes del 59 y que increíble y paradójicamente, después de 60 años de trabajo, sacrificios, muertes, han aumentado?
¿Los del gobierno, son brutos o hijos de puta? Escoja
usted la respuesta. Para mí, la salida es la misma. Si son brutos no deberían
estar, no deberían dirigir, no deberían seguir lastrando a un pueblo con ideas
de hace 50 años, no deberían seguir estimulando el odio entre los de afuera y
los de adentro, no deberían seguir fajados con el único país, ya se ha probado
con la mitad del mundo y no ha dado resultados, que puede contribuir a la recuperación
y mejor, al desarrollo. Si son hijos de putas no deberían estar, no deberían
insistir en fórmulas que tratan de hacer pasar como nuevas, pero que ya han sido
probadas y probadas en diferentes momentos, sin resultados estables. ¿Dónde está
el boniato? No deberían seguir tratando de engañar a todos. No deberían obligar
más a la prostitución de los cubanos, prostitución inevitable al tener que “luchar”
el dólar norteamericano para comprar lo que ellos han llamado productos de “élite”,
o sea, un champú, un pedazo de queso, un paquete de espaguetis. Prostitución necesaria
para conseguir lo que en otros lugares no existe, un poco de salsa de tomate,
un jugo de mango. Prostitución que, en silencio, a la sombra, a escondidas, hace
preguntar: ¿Mi dinero, mi trabajo, mi sacrificio, para qué sirve?; ¿Podré
seguir motivando a mis hijos a que se queden, a que estudien y trabajen?; ¿Podré
seguir enfrentando a los que viven o vienen de afuera y decirles que se
equivocaron en tomar la decisión de marcharse un día?
Es difícil mirar a los jefes de hoy y compararlos con
aquellos jóvenes rebeldes, con sus barbas largas, sus uniformes verde olivos, sus
collares en el cuello, que, muchos semi analfabetos, ocuparon cargos motivados
porque construirían una patria nueva. Es difícil hablar hoy de ingenuidad. Es
difícil, porque ellos manejan, como mínimo, la misma información que yo desde
mi computadora, creerles que están tratando de desarrollar un país “con todos y
para el bien de todos”.
Los de hoy, sin dejar de culpar a los antiguos, son
todos unos delincuentes políticos, que nada tienen de comunistas, menos de
marxistas. Los de hoy son una mafia apropiada del poder, que nada tienen ya de
demócratas. Los de hoy no son defensores de otros que no sean ellos mismos,
cosa que ratifica cada una de las malas medidas, mal tomadas, sobre las malas
medidas que ya habían tomado.
Los de hoy son unos oportunistas de libro que,
descaradamente ya, siguen hablando de pueblo, de socialismo, cuando los caminos
para ellos son diferentes. Los de hoy, como nunca, son los responsables
conscientes de la enorme corrupción, robo, tráfico de influencia, por no decir de otras cosas, que se vive
dentro de Cuba.
Los de hoy, no deberían estar, sólo por la razón de
que se están robando, ya no lo poco que queda, sino porque se están robando a los
cubanos.
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