miércoles, 6 de agosto de 2025

618.- La Constitución como servilleta de papel

Me gustó Bukele.

Creo que fue un joven con ganas de cambiar el país desastroso donde vivía. Desastroso, al parecer, en todos los sentidos de formas general. Llegó a la presidencia después de una carrera política y llegó ganando en buena lid.

Creo que, a pesar de críticas, que siempre existen, porque es muy difícil gustar a todos con todo, logró, sobre todo, pacificar a un país que estaba en las listas de los países más inseguros del mundo, donde la población tenía miedo vivir y donde los delincuentes, individuales y peor, organizados en bandas, habían doblegado no sólo a los civiles, sino a los militares y al propio gobierno. Logró pacificar el país por la vía de la fuerza, sin atacar mucho la raíz, lo que significa que por hoy todo está bien, no se sabe mañana que pueda pasar. La violencia crece como las bacterias.

Me gustó Bukele porque, entre otras medidas, declaró la guerra a esos criminales organizados, unió a las fuerzas del gobierno y las erradicó, sino totalmente, al menos en un por ciento muy alto como para que hoy El Salvador sea declarado como un país seguro, haya regresado el turismo internacional y, sobre todo, las personas puedan caminar por las calles sin miedo a ser secuestradas, asesinadas, etc.

Bukele, parece desde aquí, devolvió la tranquilidad a su pueblo, descabezando a las bandas criminales y con eso puede haber pasado a la historia. No importa que pasaran 100 años, habría siempre que contar que un joven presidente combatió a bandas armadas que campeaban por su respeto, las doblegó y las aniquiló.

Me gustó Bukele, su forma de hablar pausada, su lucha contra la corrupción gubernamental que formaba parte estructural histórica de los gobiernos de su país. Parece que, en El Salvador, las bandas de criminales eran formadas y mantenidas por elementos del alto gobierno, quizás como sicarios profesionales, lo que había hecho muy difícil luchar contra ellas.

Ahora no me gusta o gusta menos.

Parece que a las personas se les sube el poder a la cabeza, por un tema de personalidad y seguro por el apoyo o soporte de otras personas y entonces se comienzan a decir: yo sólo lo puedo hacer, más nadie es capaz, si no soy yo, nadie lo hará tan bien, yo soy necesario e imprescindible. De ahí se pasa a soy único e insustituible y de ahí se pasa a crear los mecanismos para permanecer, sino eternamente, por lo menos por el mayor tiempo posible. El poder emborracha más que el dinero.

Eso da miedo, aunque no vivo allí. Es cierto que esto no le puede interesar a muchos y ser una tendencia medio aprobada y aceptada en silencio o en desmedidos entusiasmos, pero desde el alto punto de vista teórico es fatal.

Hitler no llegó por una revolución al poder, no violentó nada al principio, se fue colando y colando bien. Fidel llegó, si por algo que llamaron revolución la cual se le entregó al pueblo de Cuba, que en su mayoría no estaba en ninguna revolución, y se las agenció para prometer que todo regresaría a como estaba antes. La intención era, según dijo, sólo la de mantener el orden “democrático” que Cuba tenía.

Ambos aprovecharon las estructuras existentes para luego cambiar y cambiar, quitar del camino a los oponentes o sencillamente a aquellos que no apoyaron o no entendieron y eternizarse en el trono.

Hitler acabó, pero ojo, recordar, durante muchos años los alemanes lo apoyaron, algunos por comodidad, otros por inocencia, otros por plena conciencia. Fidel acabó, durante muchos años los cubanos lo apoyaron, algunos por comodidad, otros por inocencia, otros por plena conciencia.

Hitler y Fidel, a veces por las aparentemente buenas y otras por las más que visibles malas, fueron transformando lo que se llama gobierno, con tal de permanecer, en su gobierno, desprovistos ambos de otras opciones.

Los logros fueron maximizados e inventados por la propaganda de la cual ambos fueron dueños, sus errores fueron escondidos o echados a otros. Los líderes, o sea, ellos, no se equivocan porque en esos tipos de gobierno, totalitarios, no importa el apellido, adquieren categorías de dioses intocables.

Ahora Bukele, el que repito, estoy convencido de que le sobran méritos para pasar a la historia de los buenos hombres de su país, acaba de tomar una medida súper peligrosa; “reformular” la constitución.

¿Qué es una Constitución, según Wikipedia?

En términos simples, una Constitución es la norma fundamental de carácter estructural que permite organizar a un Estado, siendo la guía que orienta su gobernación. Esta norma es también conocida bajo las expresiones de “Carta Magna”, “Carta Fundamental”, “Ley Suprema”, “Ley Superior” o “Código Político””.

A los simples mortales como yo, lo de las constituciones es algo muy difícil y sobre todo serio desde incluso el primer intento en Atenas, en la antigua Roma.

Siempre se menciona a ella con gran respeto, como algo supra. Una constitución trata de crear un gobierno con suficiente poder sin que esto signifique poner en riesgo los derechos fundamentales de los ciudadanos de un país determinado.

Esto que parece ser una Verdad Perogrullo, no lo es tal, porque por lo que veo, sí, es cierto, las constituciones son susceptibles de cambiarse en la misma medida que hacen falta los cambios, pero nunca deberían ser los cambios por caprichos de cualquiera en cualquier momento. No debería ser una conveniencia, incluso cuando el cambio aparezca como apoyado por grandes masas. La historia demuestra que las masas son, a veces, no pocas veces, fáciles de convencer y mover, incluso con cosas que ellas no ven o entienden.

En los países que gozan de cierta democracia, incluso muy defectuosas, con ciertas divisiones de poder, con cierta participación política de las masas, se llega al poder gracias a la constitución existente, apelando a los más que nombrados derechos democráticos y entonces, muchos, tan pronto están en el poder, se inventan la reformulación a conveniencia de la constitución para mantener el poder.

La constitución entonces es un papel donde se ha gastado tinta e invertido tiempo en construir, que no sirve para nada, en la misma medida que se puede cambiar incluso por caprichos.

Antes era más fácil, los faraones, los emperadoras y reyes no creían en constituciones. La forma de llegar al poder eran las guerras, las conspiraciones, los asesinatos, la herencia, pero al modernizarse la vida, se establecen las constituciones que tratan de organizar y hay que respetar.

No conozco la historia en detalles de El Salvador, pero si tengo algunas ideas sobre la historia de mi país, Cuba, y recuerdo que en su segunda etapa pública Fulgencio Batista se hizo, quizás, tristemente famoso, por liderear un golpe de estado en 1952 contra la democracia cubana. Golpe de estado que cambió la historia de Cuba en un antes y un después. Creo entonces que se ha sido injusto porque Batista escogió eliminar el cocktail de las garantías constitucionales con un “toque militar”, pero a Fidel Castro se le olvidó la promesa con la que ganó apoyo del pueblo cubano de elecciones democráticas en 18 meses y regresar a las condiciones que garantizaba la muy avanzada para la época Constitución de 1940 y estuvo décadas gobernando sin que tan siquiera se mencionara la palabra constitución y ahora Bukele, así como normal, acaba de proponer la reformulación de la constitución de El Salvador para prolongar sin tiempo definido su permanencia en la presidencia.  

La constitución, por tanto, para muchos, tiene menos valor que una servilleta de papel.

Wikipedia sigue diciendo, “Una constitución es un texto codificado de carácter jurídico-político, surgido de un poder constituyente, que tiene el propósito de constituir una separación de poderes, definiendo y creando los poderes constituidos (legislativoejecutivo y judicial), (…)​, y sus respectivos controles y equilibrios, además de ser la ley fundamental de un Estado, con rango superior al resto de las normas jurídicas, fundamentando todo el ordenamiento jurídico, incluyendo el régimen de los derechos y libertades de los ciudadanos, también delimitando los poderes e instituciones de la organización política”.

Sería más fácil, aunque pueda parecer duro, darse un golpe de estado y se acabó, al que no le guste, “tunturumtu”, pero eso entonces ganaría muchos enemigos o al menos interpretadores, sobre todo a nivel internacional donde se dedican a teorizar, entonces el camino “más democrático” es hacerse una constitución como un traje a la medida. Una constitución que mantenga la idea de modernidad para la formalidad, pero que al final sirva para lo mismo que tenían los faraones, emperadores y reyes.

Pero entonces aparece la fórmula mágica, las masas, el pueblo lo quiere y apoya y entonces los líderes se convierten en “esclavos” de esos deseos. Ya pasó en Cuba, cuando un pueblo enardecido y fanatizado, quizás con muchos deseos de venganza, gritaba “Pa´lo que sea Fidel, pa´lo que sea” y entonces Fidel se nombraba sólo obediente con ese deseo. Y bajo ese pa´lo que sea, el máximo líder de la revolución cubana, que se convirtió en gobierno de él y para él, experimentó y experimentó, saliendo ileso de cada invento, hasta convertir y dejar a Cuba en el país extremadamente pobre que es hoy.

En su historia política y campañas electorales Bukele criticó severamente a países como Nicaragua y Venezuela, me llama la atención que no a Cuba, precisamente porque sus gobernantes, aprovechando el poder fueron cambiando las estructuras para asegurarse la permanencia con ilusiones legales y aseguró que no pretendería jamás mantenerse en el poder, más allá de lo que autorizaban las regulaciones constitucionales.

Hoy Bukele, el cual cambió su discurso y ha declarado que no le importa que lo llamen dictador, pretende perpetuarse en el poder, una vez que realiza una reforma constitucional que permite la reelección por tiempo indefinido, pretende presentarse por tercera vez, o sea, una persona puede presentarse y presentarse de por vida para ocupar el cargo de presidente, mientras, dicen, el pueblo lo quiere.

Pa´lo que sea Bukele, pa´lo que sea, terminará gritando el pueblo salvadoreño y terminará más pobre de lo que hoy es. 

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