martes, 25 de junio de 2013

El México de Normita y Juan Carlos (segunda parte)

México es un lugar conocido por los cubanos. Desde siempre han existido vínculos entre estos dos países, relación que comenzó muy rápido después de la conquista española, precisamente por el movimiento de españoles de aquí para allá, lo que se intensificó luego con la mudada de familias enteras, con sus esclavos, indios primero y luego africanos.

La fundación de México-Tenochtitlan, entre realidad y leyenda, está datada en el año 1325, o sea, hace muchísimo tiempo, mucho antes de que Cuba apareciera mencionada en los primeros diarios de los descubridores como el lugar más bello del nuevo mundo encontrado. Luego los conquistadores metieron las manos en el asunto  y después de una guerra que duró un año, la ciudad se convirtió en española en 1521, lo que se conoce en la historia como la refundación. Con el paso de los años y la importancia que fue ganando este territorio para la Corona de España, la Ciudad de México quedó oficialmente fundada en noviembre de 1824.

Es imposible resumir en pocos párrafos lo que ha pasado desde esas fechas hasta hoy, porque México tiene una historia bien complicada cargada de guerras, sublevaciones internas, nombres extraños de ciudades, pueblos y personas, partidos políticos o politiqueros, vínculos con Estados Unidos, territorios “robados” o comprados, mexicanos de aquí y de allá, etc. Una mezcla enorme que garantiza una historia muy larga. A pesar de ser hoy un estado único, México a mi entender, no es una sola cultura, sino la mezcla de muchas pequeñas culturas, muchas lenguas como idiomas, construcciones, comidas, manifestaciones artísticas, costumbres, morfología humana, etc., bien diferentes. México es obviamente mucho más que sus pirámides.

Con el paso del tiempo, a partir de finales del siglo XIX y durante la primera mitad del siglo XX, el desarrollo mexicano fue escenario para muchos artistas, músicos e intelectuales cubanos, digamos que como primera escala fuera de Cuba para luego experimentar y triunfar en Estados Unidos. Antes de 1959, por los cuentos y alguna que otra película y fotografía, era bastante común que las personas viajaran entre estos dos países. Como hecho relevante de estos viajecitos, basta decir que cuando Fidel Castro necesitó un lugar para rearmar su proyecto revolucionario clandestinamente, escogió al cercano y bondadoso México como destino.

También es cierto que después del triunfo revolucionario, a pesar de la cercanía, la relación y hasta cierto punto dependencia del “enemigo jurado” de Cuba, Estados Unidos, México se mantuvo como amigo de la pequeña isla con comunismo caribeño. Este vínculo histórico ha hecho que los cubanos tengan ese lugar como válvula de escape en la misma medida que se ha permitido escapar. Los primeros empresarios mexicanos en Cuba, los turistas en busca de sexo bueno y barato más que de historia,  la facilidad con que se resolvía una VISA, uno que otro matrimonio de experimentadas chicas cubanas con ingenuos charros mexicanos, han revitalizado en la actualidad este destino para muchos cubanos que, también tratando de experimentar y triunfar, se han asentado allí o lo han convertido en el paso para llegar a la frontera norteamericana.

Para mi familia México es un lugar bien conocido, al Normita vivir allí desde 1994, primero por estudios y luego por voluntad propia, los cuentos buenos y malos de ese lugar han abundado en nuestros encuentros. Nuestra necesidad de aprender y sobre todo también nuestro interés desde hace muchos años por experimentar una nueva vida, hacían de México un destino a siempre tener en cuenta. Ahora, una cosa es hablar sobre México y otra es poderlo vivir. Cuando hablo de México, en realidad me refiero al D.F., o sea, la ciudad capital, que como saben, es una pequeñísima parte del gran territorio que significa ese país, al que creo que es muy difícil conocer completamente dada su gran diversidad.

Siguiendo a Tokio como ciudad más poblada del mundo, la Ciudad de México tiene según el último censo realizado en 2010, la cantidad nada despreciable de 20 137 152 habitantes. Las Naciones Unidas, para complicar un poco las cosas, asegura que en realidad en esa fecha habían 25 460 000 habitantes. Para colmo en cuanto a cantidades, otra institución, la World Gazatteer, publicó que en 2012 habían 27 717 283 personas. Ni idea tengo si esto es real o no, si los números son exactos o aproximados más allá del censo de hace tres años, si incluyen cálculos de la llamada población flotante, de los ilegales, de los clandestinos, de los que pasan por allí unos meses con destino a …., de los cubanos.  Ni idea, pero de una forma u otra, lo de más de 20 millones de personas embutidas dentro de una ciudad, por muy grande que ésta sea, es una locura que se aprecia muy rápido, tan pronto se pone un pie en la primera calle.

Como ya conté llegamos al D.F. a las 10:30 pm del día viernes 28 de septiembre del 2012. La idea era pasar el fin de semana en la casa de Normita, Juan Carlos y Robertico, para el lunes temprano salir camino a Monterrey, uno de los pueblos más cercanos a uno de los pasos fronterizos entre México y Estados Unidos, por lo que no teníamos mucho tiempo para perder.

El sábado amanecimos en la calle muy temprano. ¿Misión? Caminar todo lo que pudiéramos. No necesitábamos explicaciones teóricas, ya las conocíamos, lo importante en ese momento era caminar, ver, compartir, experimentar. Y eso lo logramos, con la segura ayuda de nuestros dos guías, Normita y Juan Carlos. La primera rebosante de alegría más que todo lo demás, que como deben imaginar era mucho. El segundo muy orgulloso de poder mostrarnos lo suyo, su pedazo de tierra, su pedazo de historia, de la que obviamente se siente muy feliz.


El primer lugar a conocer fue el apartamento que recién estrenado, Normita y Juan Carlos habían obtenido por un plan que ahora me es difícil definir, pero que resultaba importante porque a partir de esa fecha se convertiría en el lugar donde vivirían. Llegar nos fue fácil, cogimos una guagua que venía casi vacía, nos bajamos en una parada, caminamos una cuadra, doblamos a la derecha y llegamos. El apartamento muy agradable y cómodo, está en un cuarto piso y como el proyecto es social, ni asomo de elevadores, ni de agua, por lo que casi de desayuno tuvimos que subir por las escaleras. Bueno para mí,  mi corazón hacia ejercicios.


El caminar por el D.F. es sencillamente aplastante. Lo primero que descubre uno es que lo de las estadísticas debe estar bien, a donde quiera que nos dirigimos encontramos miles de personas, literalmente miles de personas. Llega uno a sentirse asfixiado. La idea me remontó a la Ciudad de la Habana y una de aquellas movilizaciones revolucionarias que durante muchos años ocurrieron inundando las calles de la ciudad frente al pedido del “Jefe”. En República Dominicana, jamás vi tantas personas reunidas en un lugar, mucho menos caminando por las calles.

Las fotos podrán parecer muy exclusivas por algún día especial, pero puedo asegurar que no lo son. Son fotos de un sábado y domingo cualquiera y la gente estaba sencillamente haciendo lo que hacen todos los fines de semana. Pasear. Caminamos de un extremo a otro, muchos kilómetros. Parándonos en uno que otro lugar para mirar o comprar alguna artesanía, comer algo de pueblo en un quiosco, preguntar aprovechándonos del idioma común, tirar fotos o sencillamente observar para poder grabar como recuerdo.




¿El metro del D.F.?  Aquí si se cayó el dinero. No tengo ideas de cómo se puede sobrevivir de algo así todos los días. Si mal no recuerdo, me pareció entender que ese medio de transporte movía a cinco millones de personas diariamente. ¿Cinco millones??????, pregunté asombrado. Si, cinco millones, aunque los fines de semanas pueden ser más, fue la respuesta que obtuve junto a una sonrisa de esas que te preguntan, ¿pero …, de qué te asombras? En realidad este número ha ido cambiando, para aquellos que lo de 5 millones de personas diariamente les pueda parecer imposible, acabo de leer en un sitio de internet, que  en sus 19 horas de trabajo, el metro del D.F movió a 7.6 millones de pasajeros diariamente en el 2011. Qué locura. La única ventaja que descubrí es que como los mexicanos son bajitos casi todos, Jonathan y yo teníamos la posibilidad de mirar por encima de las cabezas de todos ellos y ver hacia más adelante. En ese momento para nada nos sirvió esto, pero de vivir allí, nos serviría para enterarnos antes que los demás que el tren viene y entonces esto si se hubiera convertido en una ventaja competitiva para enfrentar la subida a los vagones.

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