Normita y Robertico, nos
esperaban en la vieja casita. Tan pronto llegamos, entre abrazos, risas y
llantos, J.C. fue regañado por la demora, mientras él sonriendo pícaramente, se
justificaba por su “genial” idea del primer paseo nocturno por la ciudad.
Recuerdo cuando Martica le
comentó por teléfono que pensábamos dejar República Dominicana y que la vía
para llegar a Estados Unidos era México, ella sin titubear respondió, en
realidad casi que ordenó: Mira, acabo de
quedarme sin trabajo, JC casi no gana nada de dinero, acabamos de vender el
carro que teníamos, seguimos en la vieja casita, ahora tenemos aquí a
Robertico, o sea, estamos como tres en un zapato, literalmente estamos medio
embarcados, pero ustedes vienen con nosotros, no importa el tiempo que tengan
que estar aquí, no importa lo que tengamos que hacer para vivir, ustedes vienen
con nosotros. Nos arreglaremos.
Qué garantía!!!!!!!!!!.
Entonces esto se convirtió
en nuestra mejor coartada para pasar por México. Si fuera necesario convencer a
las autoridades mexicanas, no tendríamos problemas pues podríamos hablarle de
Normita semanas o meses enteros. Conocemos su vida tan bien como la nuestra,
sin que de esto quede dudas. Gran parte de la vida la vivimos juntos, todos los
días, incluso todo el tiempo.
Normita y yo somos un caso
raro, bueno como para estudio psicosociológico. Crecimos en el insigne Reparto
Apolo, hoy más conocido por Víbora Park, a pocos metros de distancia, yo en la
calle Roma, ella en la calle Villoldo, aunque estuvimos en diferentes escuelas
primarias, a la hora de ir a la secundaria básica, ambos estudiamos en “Rafael
Carini”, aunque no coincidíamos en grupos, y mucho menos en intereses. En
realidad la conocí personalmente cuando con 15 años me hice novio de Martica.
Ellas dos eran amigas desde siempre, o sea, desde que al dejar de ser bebitas
escogieron a alguien para jugar y compartir, vivían sólo con una casa de por
medio.
Entonces pienso que a Normita
no le quedó más remedio al principio que irme tragando y tragando hasta que con
el paso del tiempo y un gancho descubrió al verdadero yo. JAJAJAJAJAJA. A partir de ese
momento, nos hicimos amigos, y al poco tiempo, hermanos. Martica fue en aquel
momento el eslabón común.
Mientras fuimos creciendo
nuestros intereses se fueron separando. A mí me gustaban las fiestas, el baile,
y todo lo que oliera a llevarla contraria a lo que el régimen establecía.
Normita seguía siendo revolucionaria, de esas personas que creyeron en lo que
hacían, de esas personas que se sacrificaron sin buscar ninguna prebenda como
pago. De esas personas que seguían los códigos teóricos del marxismo leninismo,
experimentándolos en carne propia e increíblemente estuvieron de acuerdo con
los resultados del experimento.
Visto fríamente, la idea
pudiera parecer media loca. Teníamos muchas cosas diferentes, pensábamos y actuábamos
guiados por objetivos no parecidos, sin embargo, siempre, siempre fuimos amigos
y hermanos. Podíamos discutir casi hasta pelearnos, sin embargo pasado esos
minutos de euforia, volvíamos a querernos profundamente. ¿Caso raro, verdad?
Para este encuentro, nos precedía
el que Normita y yo no nos veíamos desde hacía varios años, pues yo llevaba
viviendo en República Dominicana 5 años, lo que no evito que nuestro encuentro
fuera como los de siempre. Nada había cambiado. Normita es como uno de esos
grandes framboyanes cubanos, debajo del cual siempre se recibe sombra y fresco.
Muy rápido conversaciones a lo cubano, o sea, todos hablamos a la misma vez, a
una velocidad imposibilitada de seguir para otros ciudadanos de este mundo,
muchos temas al mismo tiempo, risas, chistes, cariños, recuerdos de nuestros
años juntos pasados, reguero por nuestros bultos medios abiertos en busca de
regalos, un poquito de alcohol como brindis.
La tierra tembló esa noche
mientras festejábamos, yo que ya conocía lo que era un temblor por el que viví
en República Dominicana me di cuenta, lo comente. Nadie me hizo caso. La tierra
tembló un poquito. México nos daba la bienvenida.
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