El encuentro con Normita, Juan
Carlos y Robertico en México D.F., como todos los encuentros entre viejos
amigos estuvo muy cargado de emotividad.
Normita y Robertico, nos
esperaban en la vieja casita. Tan pronto llegamos, entre abrazos, risas y
llantos, J.C. fue regañado por la demora, mientras él sonriendo pícaramente, se
justificaba por su “genial” idea del primer paseo nocturno por la ciudad.
Normita, caso atípico para
los días que vivimos hoy, no ha cambiado, solo está un poco más vieja
físicamente igual que todos nosotros, lo que es bueno porque demuestra que estamos
vivos aún. Normita sigue siendo la misma. Fuerte de carácter por la vida fuerte
que ha llevado, honesta, transparente, emotiva, explosiva, rápida de
respuestas, peleando todo el tiempo con su hermano Robertico para que éste sea
mejor. Siempre amiga y hermana.
Recuerdo cuando Martica le
comentó por teléfono que pensábamos dejar República Dominicana y que la vía
para llegar a Estados Unidos era México, ella sin titubear respondió, en
realidad casi que ordenó: Mira, acabo de
quedarme sin trabajo, JC casi no gana nada de dinero, acabamos de vender el
carro que teníamos, seguimos en la vieja casita, ahora tenemos aquí a
Robertico, o sea, estamos como tres en un zapato, literalmente estamos medio
embarcados, pero ustedes vienen con nosotros, no importa el tiempo que tengan
que estar aquí, no importa lo que tengamos que hacer para vivir, ustedes vienen
con nosotros. Nos arreglaremos.
Qué garantía!!!!!!!!!!.
Entonces esto se convirtió
en nuestra mejor coartada para pasar por México. Si fuera necesario convencer a
las autoridades mexicanas, no tendríamos problemas pues podríamos hablarle de
Normita semanas o meses enteros. Conocemos su vida tan bien como la nuestra,
sin que de esto quede dudas. Gran parte de la vida la vivimos juntos, todos los
días, incluso todo el tiempo.
Normita y yo somos un caso
raro, bueno como para estudio psicosociológico. Crecimos en el insigne Reparto
Apolo, hoy más conocido por Víbora Park, a pocos metros de distancia, yo en la
calle Roma, ella en la calle Villoldo, aunque estuvimos en diferentes escuelas
primarias, a la hora de ir a la secundaria básica, ambos estudiamos en “Rafael
Carini”, aunque no coincidíamos en grupos, y mucho menos en intereses. En
realidad la conocí personalmente cuando con 15 años me hice novio de Martica.
Ellas dos eran amigas desde siempre, o sea, desde que al dejar de ser bebitas
escogieron a alguien para jugar y compartir, vivían sólo con una casa de por
medio.
Es curioso cuando me hice
novio de Martica y ella se lo comentó a Normita, los comentarios y consejos que
ésta le hizo fueron fatales. Casi le recomendó que no se metiera en eso, que yo
era un pedante, engreído, prepotente, que me creía por encima del resto de las personas, etc. Valoraciones
que vistas desde una perspectiva actual, eran medias verdades, ya saben, la
primera juventud.
Entonces pienso que a Normita
no le quedó más remedio al principio que irme tragando y tragando hasta que con
el paso del tiempo y un gancho descubrió al verdadero yo. JAJAJAJAJAJA. A partir de ese
momento, nos hicimos amigos, y al poco tiempo, hermanos. Martica fue en aquel
momento el eslabón común.
Ya amigos, seguimos juntos en
“Carlos Pérez”, el preuniversitario que se abrió en la Calzada de 10 de Octubre
y María Auxiliadora, cuando nos tocó pasar a 10mo grado. Dicho pre era más
conocido como la “14”, nombre que quedaba en la memoria popular por el número
de estación de la policía de Batista, función que cumplió el edificio hasta
1959. Luego, por increíble que parezca, fuimos a estudiar la misma carrera
universitaria, ahora sí, en la misma aula. Normita había pedido la Licenciatura
en Historia creo que en cuarta opción y yo en segunda, por lo que al no poder
clasificar para nuestros primeros interés, la vida y el Ministerio de Educación
nos unió más. Recuerdo que cuando fuimos a matricular nos pusieron en
diferentes grupos y yo, dispuesto, fui a hablar para que nos cambiaran. Por
suerte, movieron a Normita para el grupo donde yo estaba y eso nos permitió
estudiar inglés, el otro grupo tuvo que aprender nada más y nada menos que ruso,
por lo que evidentemente la pasamos mejor.
Normita y yo siempre fuimos
diferentes. Normita desde muy joven fue revolucionaria, de aquellos estudiantes que participaban en todas las
actividades, era muy responsable, disciplinada y seria. Yo era exactamente lo
contrario. Crecí y llegué a secundaria con un gran gusto por el pelo largo, los
tennis sin medias, los pantalones apretados, la música americana, por lo que
podía haber sido cualquier cosa menos revolucionario al estilo ortodoxo. Me
gustaba contradecir, me gustaba romper las reglas.
Mientras fuimos creciendo
nuestros intereses se fueron separando. A mí me gustaban las fiestas, el baile,
y todo lo que oliera a llevarla contraria a lo que el régimen establecía.
Normita seguía siendo revolucionaria, de esas personas que creyeron en lo que
hacían, de esas personas que se sacrificaron sin buscar ninguna prebenda como
pago. De esas personas que seguían los códigos teóricos del marxismo leninismo,
experimentándolos en carne propia e increíblemente estuvieron de acuerdo con
los resultados del experimento.
Nuestro paso por la
universidad empeoro nuestros objetivos ideológicos. Los mismos conocimientos
que a Normita le servían para defender el socialismo cubano, me eran útiles a mí
para criticarlo. Entonces nuestras discusiones se fueron haciendo cada día más
famosas, podemos tener varios record de discutir sin parar. Podemos además
tener varios records de hablar muchas horas continuas, éramos reconocidos por
empezar a hablar a las 5:00 pm de un día y terminar al otro día a las 7:00 am.
Muchos amigos de los que nos rodeaban, llegaban, participaban un poco y
cansados se retiraban. Martica, la que más aguantaba, siempre acababa dormida a mi lado. Normita y
yo, sin reparar en temas, sin reparar en la complejidad o profundidad que estos
pudieran tener, nos manteníamos hasta el final. Normita y yo analizábamos hasta
el punto del desgarre cualquier idea, lo mismo de la revolución que de nuestras
familias. Y luego dejábamos temas pendientes para nuestro próximo encuentro,
que podía ser a pocas horas.
Visto fríamente, la idea
pudiera parecer media loca. Teníamos muchas cosas diferentes, pensábamos y actuábamos
guiados por objetivos no parecidos, sin embargo, siempre, siempre fuimos amigos
y hermanos. Podíamos discutir casi hasta pelearnos, sin embargo pasado esos
minutos de euforia, volvíamos a querernos profundamente. ¿Caso raro, verdad?
Para este encuentro, nos precedía
el que Normita y yo no nos veíamos desde hacía varios años, pues yo llevaba
viviendo en República Dominicana 5 años, lo que no evito que nuestro encuentro
fuera como los de siempre. Nada había cambiado. Normita es como uno de esos
grandes framboyanes cubanos, debajo del cual siempre se recibe sombra y fresco.
Muy rápido conversaciones a lo cubano, o sea, todos hablamos a la misma vez, a
una velocidad imposibilitada de seguir para otros ciudadanos de este mundo,
muchos temas al mismo tiempo, risas, chistes, cariños, recuerdos de nuestros
años juntos pasados, reguero por nuestros bultos medios abiertos en busca de
regalos, un poquito de alcohol como brindis.
La tierra tembló esa noche
mientras festejábamos, yo que ya conocía lo que era un temblor por el que viví
en República Dominicana me di cuenta, lo comente. Nadie me hizo caso. La tierra
tembló un poquito. México nos daba la bienvenida.
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