martes, 25 de junio de 2013

El México de Normita y Juan Carlos (tercera parte)

Lo otro impresionante son las iglesias. Bien podría llamarse al D.F. la ciudad de las iglesias. Provengo de un país donde hay muchas iglesias y de ellas muchas muy bien construidas, sin embargo lo que pude ver en México es sencillamente impresionante, puede haber zonas donde hay una iglesia en cada cuadra, muchas de ellas con una riqueza extraordinaria desde el punto de vista arquitectónico. Y como era de esperar miles de personas que la visitan todo el tiempo. Unos por puro turismo, la mayor parte como creyentes o al menos por decir eso.
El ejemplo más sobresaliente por supuesto es la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México, ubicada en la Plaza de la Constitución en el Centro Histórico de la Ciudad, considerada el monumento más grande de la cristiandad en América y declarada Patrimonio de la Humanidad a finales de los años 80.

Edificada con 5 naves y 16 capillas laterales es realmente todo un monstruo de la arquitectura hispanoamericana. La Catedral que puede ser uno de los lugares más visitados de México, tiene como todo en nuestros países una historia de siglos, cuentan que la primera idea de una iglesia católica en ese lugar fue ordenada por el mismísimo Hernán Cortés en 1534 aprovechando la existencia allí de un pequeño templo dedicado a un dios indígena y entre derrumbes, nuevas construcciones, nuevos arquitectos, etc., quedó terminada definitivamente en el año 1813.

Sencillamente aplastante. Primero, la construcción, el diseño con tantas naves y capillas dedicadas cada una de ellas a diferentes santos católicos, el trabajo con la piedra, los espacios interiores, la altura de los techos, la riqueza de las imágenes, el oro. Segundo, la escultura de un Jesús crucificado tal como lo conocemos pero de color negro, lo que un poco impresiona o llama la atención cuando uno se para frente a ella. Idea basada en una leyenda muy ocurrente de un tipo malo que quiso envenenar a un tipo bueno y sobre todo muy religioso y el final feliz de la absorción de todo el veneno por la imagen de Jesús que hasta ese momento era blanco y se convirtió en negro para salvar la vida del creyente envenenado. Tercero, la cantidad de gente, turistas, pero sobretodo mexicanos, que constantemente está entrando y saliendo del lugar. En Cuba, si es cierto que hay muchas iglesias, también es cierto, por razones más que conocidas, que esa masividad no existe. Cómico, dentro de la Catedral con toda la solemnidad que imaginan, hay pequeñitas tiendas que venden objetos relacionados con la religión, ya saben, desde velas hasta imágenes de todos los Santos inventados, lo que asegura que además de ser religiosos, están en un mundo democrático y neoliberal, por lo que por encima de todo hay que sobrevivir.

Agradable. En nuestro camino encontramos un restaurante que aunque no conocido, nos resultó muy familiar, La Bodeguita del Medio. No comimos en él, pues la idea era conocer sobre la comida mexicana. No sé si es un restaurante de un mexicano, o un cubano adelantado, o sencillamente es un negocio del gobierno cubano para romper el bloqueo, pero el lugar estaba agradable y lleno de gente lo que me dio a entender que era bueno. No lo puedo negar, el estar parado frente al cartel del lugar me hizo sentir orgulloso y medio nostálgico. No la decoración interna, ni la comida, lo más importante fue el cartel. La Bodeguita del Medio en Cuba, ese pequeño y viejo restaurante en una calle de la Habana Vieja, muy cerca de la Catedral de la Habana, siempre trae buenos recuerdos, claro a los que un día pudimos disfrutar de su comida.

Sábado en la noche, cansados pero contentos, nos fuimos a la casa de un cubano amigo donde había una fiesta en celebración del cumple de Robertico. Velada súper agradable, pues los amigos son de esos cubanos de siempre no importa dónde se encuentren, o sea, dominó, alcohol en sus diferentes variantes, comida, muchos cuentos, risas hasta dolerte el estómago y sobre todo una enorme intensión de pasarla bien a pesar de que nosotros éramos recién llegados y nadie nos conocía. Algunos eran los dueños y otros trabajan en un salón de belleza o estética por lo que el ambiente era muy suave. Toti, la figura central de toda aquella actividad es un cubano, bien cubano, creo que de Pinar del Rio, antes de mudarse para La Habana, extremadamente agradable, con cuentos en Cuba y en México para morir.

Como cosa curiosa tuvimos dos experiencias muy típicas mexicanas. Una, los chapulines y otra, los tacos al pastor.
















Sobre los tacos al pastor habíamos escuchado hablar muy apasionadamente a Normita y en realidad el invento es inmejorable. Ni idea tengo de cuántos de esos tacos nos comimos en uno de esos restauranticos de barrio en una de las tantas calles de la Ciudad que caminamos. La idea de azar la carne de cerdo, puerco para los cubanos, en un pincho que da vueltas de forma vertical y ponerle arriba una piña que va destilando su jugo mientras la carne se cocina, es sencillamente genial. Los mexicanos ya podrían ser famosos nada más que por esos tacos.

Los chapulines son otra cosa, son una especie de saltamontes o grillos no muy grandes típicos de México y Centro América e incluso dicen que los hay también en el desierto de Estados Unidos, que se fríen y se comen como si fueran papas fritas o chicharrones de puerco. Imagino que esto se inventó en etapas de hambre y hoy es más que todo algo bien tradicional. El domingo temprano en la mañana, Juan Carlos y yo decidimos irnos a caminar, mientras el resto del grupo se quedó en la casa organizando el desayuno. Caminamos por una zona bien tranquila y bonita, de esa donde los restaurantes sacan sillas y mesas para las aceras, lo que le da al lugar un toque europeo, completado con la presencia de muchos argentinos lo que termina por asegurarle cierto aire intelectual al lugar. Entonces en un parque donde todo el mundo menos Juan y yo  paseaba con un perro, nos acercamos a un carrito igual a los que en Cuba vendían granizado cuando yo era niño y lo que estaban vendiendo eran chapulines, o sea, saltamontes fritos.  Yo, ávido de experiencias nuevas, propuse comprarlos, con lo que Juan estuvo totalmente de acuerdo porque si eres mexicano, además del picante tienes que comer chapulines. El tipo del carrito muy alegre por mi contentura nos echó en una jaba de nylon una cantidad enorme, la que bañó con sal y mucho limón. Los insectos estaban bien fritos y si uno logra saltarse lo de saltamontes, pues son bien ricos y crujientes. Comí chapulines como para reventar y al final guardé un poquito para compartir la experiencia con Martica y Jonathan, que por supuesto, por mucho que se los ofrecí cuando llegué a la casa,  casi ni los miraron. Para los míos la idea de México estaba buena, pero comer saltamontes era demasiado.

Ese domingo lloviznó un poquito y a nuestro recorrido se sumó Robertico, el que para no variar, siempre estuvo peleando. Se ha puesto viejo. Le gusta México desde siempre, pero le cuesta trabajo desprenderse de Cuba, obviamente tiene intereses más fuertes que los sentimentales allí. Está viejo, pero nunca ha tenido ni un pelo de tonto. Robertico ese día con un paraguas que al final no llegamos a usar porque la lluvia no era tanta y luego lo importante para nosotros si llovía, era mojarnos, se convirtió en nuestro guía, pues no soportaría otro papel. Caminamos mucho y como algo curioso descubrimos y utilizamos baños públicos. No son como los de la casa, pero la idea sola de baños para los de a pie, merece reconocimiento.

En República Dominicana no existen esos baños, aunque uno puede irse a cualquier cafetería, tienda, colmado, etc., y utilizar los que existen sin llegar a ser maltratado. En Cuba, a nadie se la ha ocurrido que las personas puedan necesitar un baño mientras están en la calle, y aunque existen también cafeterías, tiendas, etc, en la puerta de los baños siempre hay personas cuya función es velar por la limpieza y obviamente cobrar por el servicio, así que la posibilidad de orinar de gratis, sin que te miren con mala cara es bien escasa. La figura de la señora con un platico delante de la puerta de los baños en Cuba es toda una institución, incluso dentro de los aeropuertos y hoteles, al menos hasta hace 5 años que salí de allí. La cantidad de papel sanitario que se recibía era proporcional a la cantidad de moneditas que se depositara en el platico, salvo la caridad de alguna de esas personas, que como es lógico siempre existe.

Casualmente, porque la vida es así, ahora donde vivo, tengo dos amigos, Jill y Joaquín, que además de haber vivido en México y estudiado sobre él, gustan mucho de ese lugar, por lo que las conversaciones y cuentos sobre ese país siguen estando presentes a cada rato.

Yo admiro a Normita, considero que México es un gran país con una gran historia. Desde el punto de vista cultural es un monstruo por su diversidad y complejidad, pero no me gusta para vivir, mi influencia de otra cultura es más fuerte, por lo que México fue eso, el paso por donde unos grandes amigos, un poco de historia y cultura. A donde obviamente se puede volver, aunque en realidad me gustaría que esos amigos nos visitaran en el lugar donde vivimos ahora, porque una cosa es hablar sobre México, otra es visitarlo como turista y otra, bien diferente, es poderlo vivir.

Casi sin dormir, el lunes al amanecer, nos fuimos al aeropuerto. Normita junto a nosotros, porque ella viajaba a no sé qué provincia por problemas de trabajo. Nuestro destino, Monterrey. Entonces despedidas. Siempre complicado, pero con el agradecimiento a la vida porque nos permitió vernos y la seguridad de que nos volveríamos a ver un día y para ese entonces seria tal como si el tiempo tampoco hubiera pasado.



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