jueves, 18 de enero de 2018

Los nietos son especiales

Si, absoluta y definitivamente, la relación entre nietos y abuelos es diferente. Es especial.

La idea de ser papá, o mejor, buen papá, es muy fuerte e infinita. Cuando se es papá joven, se está todavía en franca formación y desde esa perspectiva, a veces, sin saber mucho, se enfrenta uno a la inmensa tarea de formar a otra persona, a la que se le llama hijo, por aquello del espermatozoide que triunfó. Lo bueno sería esperar a ser viejo para practicar lo de papá, pero entonces sobran experiencias, pero faltan las fuerzas, los deseos, el empuje para dedicar las 24 horas del día a tan complicada misión.

Ser papá, entre aciertos y felicidades, es el momento de los errores, de los excesos y extremos, de no poseer tiempo de sobra por tener que compartir lo de papá con el resto de las actividades que existen en nuestras vidas. Es el momento que, generalmente, pasa volando y cuando uno se despierta sin haber descansado, sin haber parado ni un segundo, los hijos se han vuelto grandes y han pasado de niños a tribunal.

He tratado de ser buen papá desde antes de mis hijos nacer, sólo con la idea me sirvió para comenzar el entrenamiento, al que reconozco como agotador, a pesar de que ya venía con alguna experiencia porque tuve la oportunidad de tener dos hermanos menores a los que ayudé a crecer siempre. Buen papá, antes de buen trabajador, buen profesional, buen amigo, buen ciudadano, incluso buen marido y aún no estoy convencido de que fui lo suficientemente bueno.

He hecho mucho por mis hijos y aún dudo si en realidad hice todo lo suficiente o hice, no lo que mi cabeza mejor me orientó, sino lo que ellos necesitaban o querían que hiciera. La idea y responsabilidad de defender, proteger, ayudar, mantener y formar, entre otras cosas, a otro, a veces, no da tiempo a elecciones. Una cosa es la teoría y otra es la práctica. Los mejores padres que existen son aquellos que no han tenido hijos y entonces te repiten de carretilla lo que los libros dicen que hay que hacer. Es fácil ver el toro desde la barrera. Lo difícil es esperar despierto, desesperarse y salir a buscar a un hijo que debía llegar a las 12 de la noche y son las 2:00 am y no aparece, sabiendo que tú también llegaste tarde o presenciar que alguien le grita u ofende, sabiendo que tú también gritaste y ofendiste. Lo difícil es que te digan mentiras, las mismas mentiras que tu dijiste. Lo difícil es ver a ese hijo llorar, enfermarse, fracasar en uno de sus intentos, Lo difícil es no poder dar más, no porque no quieres, sino porque no tienes. Creo que con los hijos uno paga todo lo que le debía a la vida.


También tuve la inigualable oportunidad de crecer con mis dos abuelas en la misma casa de dos plantas, una arriba y la otra abajo, con territorios bien definidos por una placa de concreto que separaba las dos casas, lo que garantizaba cierta armonía y no existe el día en que alguna de ellas, a veces las dos, no aparezcan en mi vida. Todos los días, exactamente todos, recuerdo un refrán, un consejo, una comida, un olor, una canción, una frase de cariño u halago, un respaldo, un apoyo en secreto que terminaba en complicidad y también un regaño, un reclamo, etc., de mis abuelas.


He leído que los niños que crecen con abuelos son diferentes y estoy de acuerdo. No es que seamos diferentes en realidad, sino que recibimos cosas y tiempos de calidad que al final nos marcan para siempre. He logrado entender mucho a mis padres, en la misma medida que me he encontrado ejerciendo esa super profesión y tengo, a pesas de mi edad, muy presente a mis abuelas, que, dicho sea de paso, fueron super profesionales en esa especialidad. Entonces he hecho el pan, he logrado entender a mis padres y estoy tratando de ser como mis abuelas.



 Creo que los abuelos, cuando son buenos, porque también los hay brujos, son importantes, y entonces ahora me encuentro tratando de ser buen abuelo. Me gustaría dejar en mis nietos, la misma huella que dejaron en mí aquellas dos mujeres. Tampoco sé a ciencias ciertas si lo lograré, sólo estoy tratando.



Los abuelos somos más viejos, tenemos más tiempo para pensar y actuar, corremos menos y vivimos más lento. Como ya vimos la película con nuestros hijos, sabemos cuándo el niño se va a caer antes de que comience a andar. Sabemos cuándo tiene o no tiene hambre de verdad.  Conocemos cuando un dolor de cabeza o de barriga es una inocente justificación para no ir a la escuela que se va a pasar tan pronto el reloj marque las 8:30 de la mañana. 


Como no tenemos la gigantesca responsabilidad de luchar la comida y garantizar la ropa, como no peleamos para que se haga la tarea o se recoja el reguero, nos sobra tiempo para jugar, leer libros, hacer cuentos, aparecer siempre con la cara cariñosa y dulce de la vida, para convertirnos en violadores conscientes de las reglas que cuando fuimos papás no permitimos que nadie violara.  Como conclusión, tenemos menos miedo, menos complejo y menos riesgos para volver a ser niños. Situaciones muy rápidas descubiertas que, nuestros nietos, incluso los muy pequeños, aprovechan y nuestros hijos, muchas veces, no entienden.



 Es real, la relación entre nietos y abuelos suele ser diferente.




1 comentario:

  1. Así mismo es Roly, cuando somos padres los hijos vienen sin instrucciones, tenemos que improvisar día a día y auto corregirnos, cuando llegan los nietos ya tenemos un manual que nosotros mismos escribimos. Saludos, Yuri

    ResponderEliminar