Si hay algo que puede sacar muy rápido a los padres
de sus casillas, ponerlos nerviosos hasta el punto de la desesperación, momentos
de un intenso y rápido sufrimiento, son esos segundos donde el hijo, mientras
más pequeño peor, se da un golpe o se cae, se echa para atrás, abre la boca y
cierra los ojos en muestra de dolor y no emite ningún sonido.
Lo vemos buscar aire con grandes bocanadas, a
veces ponerse medio morado y no decir nada. Esos pocos segundos se convierten en
una eternidad, en la cual los padres apenas podemos hacer nada coherente, la
frustración e impotencia es tanta que paraliza. Sólo cuando el pequeño vuelve a
gritar y llorar con sonidos, los padres volvemos a pensar y actuar. Segundos de
una enorme presión, dramatismo y angustia.
Muchos son los recursos que se han utilizado y
pueden utilizar para trasmitir frustración, desespero, dolor, no importa si es
a nivel del arte, de las personas o de los pueblos enteros. Dentro de ellos lo más
común es gritar. Se grita, como parte del dolor, para llamar la atención y
sacar de adentro con fuerza lo que estamos padeciendo. Gritar puede ser la
mayor muestra de desesperación, limítrofe incluso con la violencia, que tenemos
los seres humanos.
Sin embargo, con mucha más fuerza y mayor carga
de dramatismo, aparece el llamado “grito mudo”. Es aquel donde todos los
músculos se tensan y se marcan todas las venas del cuerpo, donde se abre la
boca hasta su máxima capacidad, donde se puede llorar, pero no se emite ningún
sonido.
El grito mudo tiene mucha fuerza, sólo que ella,
en vez de venir con ese gran y alto sonido, conocido por todos, aparece con
silencio. Silencio que se escucha muy alto, silencio que llega a ensordecer a
aquellos que lo miran. El grito mudo, es tan fuerte que puede llegar a
desesperar a aquellos que lo presencian. Es precisamente un muy buen recurso
para transmitir dolor y desesperación, más que el propio llanto.
Existen muchas muestras de esto que describo, se
me ocurren dos.
Quizás una de las más importante en las artes plásticas,
es la mejor obra del pintor noruego Edvard Münch, según se dice antecedente del movimiento
expresionista en la pintura mundial, titulada precisamente “El Grito”.
Es
impresionante la combinación y contraste de colores que se sobreponen deformando
la definición del entorno, del paisaje e incluso de las personas que aparecen
en segundo plano y la imagen que llamaríamos el objetivo central del cuadro,
una figura humana, medio desformada, sin rasgos sexuales ni físicos bien
definidos, que por la forma en que muestra su cara y sus manos, está gritando.
Entonces el grito, que, obviamente no se escucha, se convierte en el centro de
todo lo que se quiere mostrar. Mirando la pintura se puede llegar a sentir el
grito, incluso escucharlo, aunque de hecho no tiene sonido.
En el
cine, como reflejo de la vida real, después que pasamos los años del cine
silente, se nos ha acostumbrados a los sonidos. Los gritos se utilizan mucho,
tanto para demostrar alegría, alerta o dolor, sobre todo con muchos decibeles. Al
grito se le acerca tanto que, a veces, el cineasta nos deja ver hasta la
campanilla del artista.
Sin
embargo, el grito mudo, aunque sabiendo que es sólo parte de un guion, nos
llega a conmover e identificar a la máxima expresión. Uno de los mejores
gritos, sino el mejor, es precisamente la escena de la película El Padrino III,
donde el protagónico, encarnado por el grandísimo Al Pacino, saliendo de un
teatro, es testigo del asesinato de su hija. El antecedente a este momento se
desarrolla bajo una enorme armonía y luego del disparo que le quita la vida a
la hija de Michael Corleone, aparece el enorme, gigantesco, formidable,
abrumador, imponente, doloroso, angustioso, triste, grito mudo.
La escena
se paraliza unos segundos nada más, sin embargo, el dramatismo parece que
demora horas. Cuando uno ve esta escena, si no la han visto aun la recomiendo,
no sólo está mirando, sino que está participando de la vida del tipo, está
compartiendo su dolor, está escuchando el grito con sonido que durante segundos
no existe. Uno se descubre también sufriendo. El grito mudo, silencioso,
ahogado, es la forma más expresiva de trasmitir el gran dolor.
Carlos Varela,
el gran canta autor cubano, quien tituló su último y según él mismo, su mejor
disco, El grito mudo, dijo, “el grito
mudo puede estar muy cerca de ti, a tu lado, pero no lo sabes porque no lo ves,
no lo escuchas”.
Ninguna
idea mejor para definir lo que nos está pasando. Cada pueblo tiene sus características
y tradiciones. Nosotros, los cubanos, aunque nos cuesta trabajo reconocerlo,
somos identificados por hablar alto y por gesticular mucho. Cuando estamos en
grupo, es fácil identificarnos por hablar más alto, a veces muy alto, casi por
gritar, a tal punto que, cuando se nos mira desde afuera, damos la impresión de
que nos estamos fajando. Mientras más nos queremos y más nos estemos divirtiendo,
más nos gritamos.
Los
cubanos somos reconocidos y nos gusta reconocernos como personas alegres, contentas,
sin embargo, a mi entender, paralela e independientemente a nuestra sonrisa,
cada uno de nosotros, durante muchos años ya, sin importar edad, lugar de
residencia, economía, etc., somos portadores, de un grito mudo, un gran grito silencioso.
Las
revoluciones comunistas, no solo la cubana, sino todas, son como las antiguas guerras
de conquistas. En su necesidad por tomar el poder, oprimen, sancionan, matan.
Quitan las pertenencias a los conquistados, destruyen sus instituciones y
tradiciones y al principio reparten el botín conquistado entre los que apoyan.
Luego para mantenerse en el poder, porque es diferente la conquista a la
colonización, tratando de cambiar hasta los aspectos más pequeños de la vida,
reprimen, encarcelan, destierran, desaparecen a los que se manifiestan en contra.
El comunismo
como toda guerra de conquista, al final es únicamente eso. Crea la división
entre malos y buenos, entre los que apoyan y los que disienten y establecen una
barrera entre aquellos para los cuales se hizo la conquista y los que la
hicieron, tratando de perpetuarse los segundos, independientemente de
actuaciones, logros, etc., en el poder.
Son conquistadores a la vieja usanza revestidos
de modernidad. Los colonizadores pocas veces ceden a los colonizados, porque
sólo los primeros son dueños del saber lo que se tiene que hacer. Precisamente
a partir de ahí comienzan en Cuba los gritos silenciosos.
Los
primeros colonizados, por no estar de acuerdo y sentirse afectados, porque alguien
en nombre de una revolución les quitó lo que, a veces, por el trabajo de generaciones
habían logrado, lo dejaron todo atrás y emigraron. Salieron como todo
emigrante, tratando de salvar posesiones económicas, pero sobre todo seguros de
que el adiós sería por poco tiempo. Regresarían y recuperarían sus vidas, que
como todo sabemos, significa y va más allá del dinero y los negocios. Vida
significa familia, historia, imágenes, arboles, animales, música, comidas,
recuerdos, etc.
Comenzaron
a vivir y como muchos eran ricos, vivir bien en otras tierras. Metieron su
dinero, alguno robado, pero otro trabajado mucho, en las economías donde fueron
a parar. Crearon sus nuevas condiciones, aprendieron nuevos idiomas, escucharon
nueva música y se adaptaron a nuevos climas con nuevas imágenes. Siguieron
siendo ricos y se hacían fotos donde aparecían sonriendo, pero paralelamente
comenzaron a vivir con un grito mudo. Silencio que se genera cuando todo aparenta
estar bien, pero en el interior, en la profundidad, en la parte de los
sentimientos, nada lo está. Se vive mejor, puede ser, pero nadie es feliz
cuando tiene que abandonar, por la fuerza o a voluntad defensiva, digamos una
flor, un pajarito, un poema, una casa donde se nació y creció, una novia, unos
amigos, el aire de los amaneceres, etc.
A partir
de ahí, si algo se ha hecho estable en Cuba es la emigración hasta hoy, pero emigración
siempre con dolor, emigración que garantiza o al menos promete mejor vida
económica, pero con tristeza, Emigración como huida desesperada, como escape.
Alegría con gritos mudos, silenciosos, de profunda inconformidad.
Cada
cubano que ha emigrado y los que aún tratan de emigrar sin lograrlo, tiene sus
propias causas, muchas reales y otras fabricadas. Es difícil a veces o no
conveniente otras, reconocer la verdad. Entonces emigramos por amor, emigramos
para reunirnos con los nuestros o salvar a los que dejamos, emigramos por el sueño
de vivir mejor, emigramos porque tuvimos problemas con una persona que nos
tenía el dedo puesto arriba, emigramos porque no entendemos, ni reconocemos los
logros del comunismo y vivíamos en un exilio interno, sin participación, sin
intereses ni motivación, etc. Fuimos mal vistos y mal evaluados incluso por
personas peores a lo que nosotros éramos.
Salimos,
respiramos, muy rápidos nos parece que hemos mejorado y sonreímos frente a las
cámaras fotográficas, pero por dentro llevamos el mismo grito mudo o
silencioso.
Durante todos
estos años, los que se incorporaron y apoyaron a los “nuevos colonizadores
internos” aparentaron alegría. Se mostraban sólidos y convencidos. Mentiras. No
se puede ser alegre, o al menos no resulta muy coherente, viendo a tu familia dividida,
viendo que las promesas, muchas, casi todas, se quedaron en papeles, viendo o
peor participando en la destrucción, donde cada día hay y queda menos. No se
puede estar alegre teniendo prohibido relacionarte con tu familia que emigró o
que se quedó en Cuba sin estar de acuerdo. No se puede ser feliz teniendo que
combatir todos los días contra tus hijos y tus nietos, por algo que sabes que
ellos tienen la razón, pero te es prohibido reconocérselos.
No se puede ser coherentemente
feliz con ninguna ideología, viendo a tus hijos en la cárcel sólo por querer
vivir mejor o tirándose al mar encaramados en una puerta de cuarto sobre dos cámaras
de automóvil o coger un avión para irse a vivir a Guinea Ecuatorial, en un
lugar que nos es tan poco familiar y lejano en África. Esas personas, sonrientes
para las fotos, desde siempre vivieron y, pero, aún viven, sus propios gritos mudos
y silenciosos.
Peor hoy,
esa alegría de colonialistas internos convertida en tristeza ha tenido que ver
regresar a los llamados enemigos, a los que se fueron o echaron violentamente.
Han visto como, para mal vivir o a penas sobrevivir, tienen que caerle atrás a
los dólares norteamericanos, no para eliminarlos sino para poseerlos, lo que
significa tener que darle de comer al “águila imperial” que cada dólar lleva
implícito. Esas personas que, cada día más en silencio, comen comidas y toman
medicamentos enviados desde Estados Unidos. Esos alegres que se han hecho
viejos esperando una llamada telefónica desde el exterior, extrañando y
añorando ver crecer a sus nietos, compartir las alegrías y triunfos de sus
hijos. Enterarse de la muerte de los suyos sin poder estar presente. Esos
aparentes alegres que ya no saben dónde está el enemigo, porque donde antes
estaba el enemigo, ahora está la mitad de su familia y la mitad de sus vecinos
y conocidos.
La mitad
de los que vivimos fuera, lo hacemos con una cuota de grito silencioso con
relación a nuestro país. Vivimos fuera, somos “libres” donde vivimos, pero seguimos
teniendo miedo sobre Cuba. Nos es muy fácil criticar a cualquier gobierno del
mundo, incluso al propio gobierno norteamericano, muchos llegando a morder la
mano del que nos ha permitido y dado la comida. Todo para esconder el dolor.
Todavía viviendo
en el exterior, encontramos cosas buenas en la Cuba comunista, que nos vio salir
y se puso contenta, porque cada cubano que se va es una dosis de alegría para
el gobierno, quien prefiere echarnos o dejarnos salir como liberación de la
presión dentro de la olla y como segura fuente de divisas para, salvando a
nuestra familia, colaborar y permitir la sobrevivencia del propio gobierno.
Vivimos
en silencio por miedo a no poder regresar a ver a los nuestros, sabemos que la
entrada a Cuba sigue estando en las manos de un funcionario del gobierno y no en
las nuestras. Somos cubanos, defendemos a Cuba, sentimos a Cuba, pero su posesión
y disfrute tiene que ser autorizada por un cualquiera vestido de colonizador
interno y de turno. Sentimos miedo al no poder gastar nuestro dinero en el excluyente
sistema turístico del gobierno cubano para hipócritamente demostrarnos y
demostrar que sobrevivimos. Nos da miedo que nuestra familia aún allí deba de tener
miedo. Parecemos valientes, cualquiera que nos ve nos compara con las fieras, todavía
eso puede ser un poquito verdad, pero también vivimos dentro de grandes gritos
silenciosos que nos llevan a la parálisis, tal como dice Varela en una de sus últimas
canciones,
Solo somos peces ciegos
Escondidos detrás del miedo
Sumergidos en un mundo oscuro
Nadie escucha los gritos mudos.
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