jueves, 22 de agosto de 2019

Cosas que puedo entender y cosas que no puedo entender.

Hoy, en el 2019, puedo entender parte de las actuaciones de mis padres y junto a ellos, la de miles o en realidad más, millones de cubanos que muy rápido apoyaron un proyecto nuevo, joven, apasionado y apasionante, que triunfó en enero de 1959 y que durante toda la década del 60 se anunció abiertamente ya desde el poder, prometiendo cambios en la sociedad que beneficiarían a todos los cubanos. Se habló de toda Cuba, de democracia, de pueblo y del color verde de las palmas.

Yo. Agosto 2019.
Puedo entender, porque si revisamos la historia fríamente, sin pertenecer a un bando u otro, los finales de la década del 50, independientemente del glamour, el lindo modo de vida de la élite cubana, la solidez de una clase media, la buena vida de los intelectuales y profesionales, el incuestionable desarrollo económico de ciudades y algunos puntos de la geografía cubana, la influencia palpable del modo de vida norteamericano en la sociedad cubana, etc., fueron también agresivos, torturantes, dictatoriales, criminales, etc., lo que garantizó el descontento en parte de la sociedad, descontento que no sólo tocó a los sectores más pobres, sino a todos aquellos que, de una forma u otra, vieron sus ideas democráticas pisoteadas por los militares en el poder.

Batista fue la figura protagónica, aunque no se conoce que él saliera a la calle a matar a nadie. Lo que, si es cierto, es que, bajo la última etapa de su gobierno, con tal de controlar y mantener el poder, muchos, con órdenes directas o no, torturaron y asesinaron, abusaron, utilizaron el soborno y la corrupción para vivir bien. Se hicieron ricos y más ricos. Sembraron el terror en una sociedad que hasta esos años había vivido, con todos los males de la Cuba republicana, una vida tranquila y hasta cierto punto próspera.

Los militares y algunos políticos de Batista no sólo afectaron a la juventud “revolucionaria”, a aquellos intelectuales y pequeños propietarios con ansias de reconquistar la democracia, sino que, al arreciar con terror, afectaron la estabilidad de casi todos los estratos cubanos. La inseguridad se hizo parte de la vida. La gente tuvo miedo porque las balas, las cárceles, las torturas, los crímenes, en realidad, no llevaban nombres. El propio gobierno norteamericano comenzó a mirar con recelo a aquel grupo que enlutaba a casi toda Cuba.

Mis padres, ambos santiagueros, muy jóvenes, aunque provenientes de diferentes posiciones económicas y sociales, aun sin conocerse, presenciaron en el Parque Céspedes el primer discurso del joven Fidel Castro desde uno de los balcones del Ayuntamiento de la gran ciudad.  Fidel, joven intelectual, dueño de la palabra, había consolidado su fama en esa misma ciudad por el asalto al Cuartel Moncada, por haber regresado en un yate y luchado en la Sierra Maestra, cordillera montañosa de propiedad exclusiva de los orientales y al final, por las miles de razones que conocemos, más las que no conocemos, las que son verdad y las que están infladas, logró que el dictador, el militar golpista, el presidente, el general, recogiera sus cheles y se escapara de Cuba, dejando el poder acéfalo. Fidel pasó de joven intelectual, de guerrillero, para algunos de loco y egocéntrico a héroe.

Mis padres, santiagueros, se enamoraron, quedaron boquiabiertos, se apasionaron, se entusiasmaron, se excitaron, se quedaron obnubilados con aquella figura, con aquellos hombres, con aquellos héroes parecidos a los de las novelas y películas, con aquellas ideas de libertad, igualdad, fraternidad, ayuda y casi inmediatamente, aún sin conocerse, se entregaron. Se entregaron como se entrega la joven inocente y super enamorada a su primer idílico amor, incluyendo lo de los ojos cerrados.

Entonces no se convirtieron en revolucionarios consientes y sólidos de forma académica, sino que se enamoraron de su momento histórico y como sabemos el amor y la pasión son ciegos. Mis padres, en la ciudad más revolucionaria de Cuba, por méritos propios y un poco de chovinismo, se conocieron. Él, obrero, con una instrucción básica, pero inteligente y muchas millas recorridas en la vida; ella estudiante, inocente, proveniente de una familia de reconocidos intelectuales y profesionales de la abogacía, lo que le había garantizado una buena vida. Entonces la unión, el noviazgo y finalmente el feliz matrimonio “proletario”, se desarrolló muy fuerte. Los unía el gusto, los sentimientos de pareja, el sexo, pero además el amor a la patria, a su revolución, a los cambios prometidos, a Fidel y sus combatientes y todo esto se mezcló en una sola y misma cosa.

¿Estuvieron equivocados? Creo que no, ellos, como otros millones, reaccionaron a los resortes de su momento histórico. Se necesitaba cambiar un poco, se necesitaba retomar las garantías constitucionales, organizar a Cuba, dar soluciones a los problemas más grandes de pobreza y miseria que existía y los jóvenes que habían logrado expulsar a Batista se postulaban como la solución ideal a seguir. No eran corruptos, aún, no pertenecían a los partidos políticos tradicionales, no tenían compromisos con la historia de maltratos, crímenes, etc., por el contrario, se presentaban como pueblo, o sea, campesinos, obreros, jóvenes religiosos, estudiantes, de buenas familias, etc.

En medio de ese fervor revolucionario santiaguero o santiaguero revolucionario, nací yo. Estoy convencido de que soy producto de la unión biológica de un espermatozoide y un ovulo revolucionarios, y aunque nadie me lo contó, puedo casi asegurar que, en los orgasmos de mis jóvenes padres, en vez de gritar, gemir y/o llorar de alegría, se entonaban las notas del Himno Nacional o de la gloriosa Marcha del 26 de julio. Esa forma de hacer el amor significaba también hacer patria y revolución. En una de las paredes del comedor de mi casa, ya en La Habana a donde se movió mi familia, mi padre, reprodujo en madera un mapa de la Isla, lo pintó de verde y recreó en él a relieve con óleo carmelita la Sierra Maestra, donde colocó una banderita roja y negra del 26 de julio. Éramos cubanos, éramos patriotas, éramos revolucionarios y no equivocarse, sobre todo, éramos santiagueros.

Entonces crecí junto a otros dos hermanos. Crecimos con Martí, Maceo, Máximo Gómez sentados a nuestra mesa. Crecimos, por qué no con Fidel ocupando parte de los libreros de nuestra casa o muchas horas en los dos únicos canales de TV que teníamos. Crecimos viendo a nuestros padres amando aquel proceso que había comenzado para ellos un día en el Parque Céspedes de Santiago de Cuba, por lo que abundaban en mi familia, los trabajos voluntarios, las guardias, las grandes jornadas de trabajo ideológico, la incorporación al trabajo en el campo, las zafras, el internacionalismo, el estudio, etc., pero crecimos también pensando y lo que nos tocó vivir poco se parecía a aquellos discursos que cautivaban y engatusaban a todos. Crecimos pensando y sintiendo que todo aquello era mentira, que todo lo prometido se había olvidado y lo que se estaba jugando era la permanencia en el poder, los soviéticos, el enemigo imperialista que nos atacaría en cualquier momento, las familias divididas, la emigración, etc.

Aunque me convertí desde muy joven en el tribunal de mis padres y viví como el más riguroso fiscal, librando con ellos batallas diarias, porque cualquier cosa se llevaba por aquellos años a un campo de batalla, hoy quizás los pueda entender. Me gustaría decir para la historia que ellos, ambos, fueron famosos por revolucionarios, por trabajar todo el día todos los días, por entregar esa cuota adicional que se les pidió durante todos aquellos años, por esforzarse a ser cada día mejor, pero no los conozco por torturadores, violentos represores, ni chivatos. ¿Visto hoy, llegaron a actuar de forma extremista? 
Creo que sí, muchas veces el centralismo democrático al que pertenecían y habían jurado defender, lo exigió. Pero no recuerdo cuentos de apoyo a represiones físicas, de golpizas en las calles, de preferir torturar en vez de hablar. Recuerdo conflictos ideológicos, pero pacíficos. Recuerdo el respeto que sentían mis vecinos por mis padres, por su ejemplo de entrega a la Revolución, pero no recuerdo el miedo hacia ellos, o peor, el odio. Mis padres, profesores siempre, fueron queridos y respetados.

Mi padre, ya dije, santiaguero, con muchas millas recorridas y el estudio que le permitió la revolución y él aprovechó, poco a poco se fue bajando del carro. Se dio cuenta, fue descubriendo que todo se volvió polvo y ceniza y que primó el engaño. Terminó en Cuba manifestando públicamente su desacuerdo con todo por lo que tanto había mostrado su apoyo muchos años antes. Ya murió, para mí orgullo, reconociendo que había estado equivocado, que sus hijos habían tenido la razón. Mi madre, santiaguera, aún está viva, cansada se ha retirado voluntariamente de su vida política e ideológica. Quiere hablar poco del hoy cubano, aunque aún trabaja porque le gusta lo que hace. Ella, bueno, ella sigue en Cuba.

Entonces un poco los entiendo y con esto a millones de cubanos. Se enamoraron y el amor es ciego. Se incorporaron a un proyecto que teóricamente era lindo, dejaron de ver los defectos para pensar, añorar, defender, prometer las virtudes, pensaron que dejarían a sus hijos y nietos un mundo mejor llamado Cuba. Se ilusionaron con que estaban haciendo cambios positivos y pasarían a la historia como parte de los que edificaron un paraíso en la Tierra. Vivieron el embarazo y luego el parto de una criatura que, aunque pudieron ver que venía sin manos, con los ojos bizcos, con una enorme cabeza cuadrada, sin dientes, que no podía hablar ni caminar, era su criatura, esa su creación, era como su hijo y entonces en medio de todo, con todo en contra, lo amaron.

Sin embargo, de eso que cuento ha pasado mucho tiempo y han existido muchos descalabros. No existe un proyecto que hoy sea o tenga éxito. El mundo mejor, el paraíso en la Tierra, poco a poco se fue transformando en un infierno, donde cuesta trabajo llegar al final de cada día. Por aquello que nuestros padres lucharon, y repito entiendo que defendieran, hoy no queda nada, ni el más mínimo detalle.

Peor, igual que los últimos años de la dictadura de Batista, con tal de mantener el poder político, aparece en Cuba, sin tapujos, sin esconderse, sin sutileza, la represión en las calles. Aparecen los mismos batistianos con otros uniformes, dando golpe, arrastrando, torturando, si torturando física y por supuesto, psicológicamente a eso que se llama PUEBLO. No sé si autorizados, orientados, o por pura voluntad e iniciativa, es común ver a grupos de policías, agentes del Ministerio del Interior e incluso personas vestidos de paisanos, reprimir bajo el mismo uso de la fuerza que la policía de Batista a todos aquellos que no quieran continuar.

Se han acabado los límites, se han acabado las garantías de aquella policía que trataba de imponer el orden bajo algunas normas de no violencia, se han quitado el disfraz y les importa poco lo que se diga o piense. Se está reprimiendo bajo la permisión de actuar impunemente. Nadie los controla, por lo que creo que alguien los manda. Aparecen los batistianos nuevamente que disfrutan de dar golpes y doblegar por la fuerza. Aparecen aquellos que inyectados enfermizamente están defendiendo algo que muchos no ven y no quieren y eso no lo entiendo.

Acabo de ver un video que les adjunto aquí la dirección para los que puedan acceder lo puedan ver, que ilustra muy bien lo que trato de decir. Lo describo además para aquellos que no tienen acceso. Dicen que el hecho ocurrió en Pinar del Río y como podrán ver no está filmado, ni editado, ni manipulado por una agencia extranjera enemiga, es un video tomado con un celular cualquiera, por un cubano cualquiera, por lo que resultaría muy difícil decir que no pasó exactamente así.

https://www.facebook.com/felix.llerena.54/videos/363936377831191/

Unos policías están tratando de llamar al orden a un joven que para nada está violento, no se está fajando con nadie y menos está respondiendo agresivamente. Su actuación está muy lejos de parecerse a la de un delincuente común, menos a la de un terrorista al que hay que someter al control. La policía de uniforme está tratando de llamar al orden y recomendarle que estuviera tranquilo. El joven no ha levantado ni las manos para hablar. No gesticula.

Entonces otro joven igual que él, pero en este caso vestido de uniforme del Ministerio del Interior, de esos que usan una boina negra, viene y lo agrede, lo empuja. Sabemos cómo funciona, el joven del MININT tiene que hacer mérito, tiene que destacarse, tiene que demostrar frente a sus compañeros que está actuando con solidez. El joven del MININT lleva muchos días en un aula y luego en un gimnasio siendo entrenado para ese momento. Lo han inyectado con aquello de la defensa de la revolución y entonces su misión es salir y darle golpes a el primero que se encuentre. La adrenalina también funciona para los represores.

Los policías de uniforme tratan de aconsejarle al joven reprimido que se esté tranquilo, no lo tocan, no lo empujan. El joven del MININT es llevado hacia atrás donde estaban sus compañeros, a pesar de que su mirada de odio, de histeria seguía sobre el joven y su boca casi expulsaba una espuma blanca como resultado de no haber podido acabar con su víctima.

Entonces de la nada, porque no estaba en el plano donde transcurría hasta esos momentos la acción, sale una joven cubana, de piel negra, un poquito gordita y bastante poco femenina, vestida también del MININT, pasa por delante de los dos policías que están frente al caso y sin aviso, ni previo contacto, le cae a golpes al joven. Golpes brutales, garnatones no sólo violentos, sino con una gran carga de odio. La joven cubana, pienso también entrenada durante semanas en un aula y gimnasio, sin hablar salió del fondo de la escena y en medio de la calle, delante de un pueblo congregado mirando la escena, no duda en caerle a golpes a un joven que no estaba alterado, no estaba violento, no estaba tan siquiera dando gritos. Golpes de odio reprimidos, golpes de enorme inyección chovinista, golpes de miedo transformado en violencia. Golpes de alguien que ha orientado dar golpes, aunque no aparezca en la escena dándolos.

Lo llamativo de esta historia no es el golpe, el golpe siempre ha existido desde que el hombre es hombre. Lo llamativo de esta historia es el odio.

Esto no lo entiendo y creo que mis padres tampoco lo entenderían y apoyarían. ¿Llegarán estos jóvenes de uniforme a torturar dentro de un calabozo o a matar al pueblo que pertenecen en las calles? Creo que sí, la persona que sale a dar golpes sin mucho pudor está dispuesta a sacar un arma y matar, al final siempre existirá la idea de la defensa de la revolución o la defensa propia. ¿Cuál es la diferencia entre caerle a golpes violentamente a una persona y sacar un arma para tirar? A veces ninguna.

Es asombroso, porque parece que estas escenas se repiten y se repiten a lo largo de Cuba, frente a un pueblo que sólo filma para poner en la red. Es asombroso porque cada día son mayores los actos de violencia, golpizas, represiones físicas, etc., frente a personas que no se conmueven, que no protestan, frente a personas que ni al menos tratan de interceder. ¿Compromiso, miedo, desinterés?

¿Cómo explicarle a los batistianos, muchos acusados y condenados de asesinos y brutales represores, de que ahora, la policía y fuerzas especiales del poder de la revolución que los sancionó, están haciendo lo mismo que ellos, quizás siguiendo los mismos manuales de estudios que ellos utilizaron? Que irónica suele ser la vida, para defender los intereses del pueblo, hay que salir y caerle a golpes a ese mismo pueblo. Irónica la vida pues son los mismos cubanos, sobre todo jóvenes, no fuerzas traídas desde el exterior, quienes están en la calle cayendo a golpes a sus propios jóvenes.  
¿En nombre de quién se está dando golpes en las calles? En nombre del pueblo, pero de cuál pueblo, si es a ese pueblo o al menos a parte de él al que se está reprimiendo. ¿Hasta dónde se puede seguir flexibilizando el término pueblo a conveniencia? Sólo una ideología venenosa inyectada directamente en vena sobre cuerpos sin cerebro o sobre cuerpos comprados y/o chantajeados puede lograr que pueblo salga a reprimir a pueblo.

Hace meses hablaba aquí con nuestra amiga Lissy sobre el perdón que necesita Cuba, perdón que debe ir y venir de todas y hacia todas las direcciones y quizás, sobre todos los aspectos de la vida. Creo que sí, hoy estoy en condiciones de perdonar a mis padres y a muchos padres que se enamoraron y, sobre todo, trabajaron incansablemente por echar para adelante un proyecto que parecía ser lindo a cambio de nada, sin pedir ni recibir prebendas. Mi padre, un obrero de la mano cuando joven, me confesó que cuando estuvo escuchando a Fidel, aquel día glorioso de la entrada de los rebeldes a Santiago de Cuba, tenía 7 pares de zapatos, crédito en tres buenas tiendas de ropa y en varios bares de su ciudad natal, el mismo padre que al final de sus días llegó a tener para caminar solo unas chancletas mete dedo que odiaba usar y que pude ver un día en medio del llamado Periodo Especial comiendo arroz blanco con azúcar. Hay cosas que entiendo y cosas que no entiendo.

¿Cómo perdonar hoy en el 2019, con todo lo que ha pasado y todo lo que hemos perdido, a un joven, muy joven incluso, que sale a la calle a golpear violentamente a otro joven igual a él? ¿Qué perdón puede tener defender la violencia que defiende un absurdo ya histórico? ¿Podrá mañana esta violencia ser perdonada? ¿Podrán mañana los represores pedir perdón diciendo que no sabían lo que estaban haciendo? Es difícil de predecir. Hay cosas que puedo entender, pero también hay muchas cosas que no puedo entender.

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