Todos comentemos errores. De ahí lo de “el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Cuando hoy miro hacia mi pasado, puedo recordar las miles de veces que, incluso teniendo la razón o pensé que actuaba bien, metí la pata, luego metí la otra y de seguro no metí más ninguna porque no la tuve.
Discusiones, palabras fuertes, malas actuaciones para
mi buenas, arranques violentos y poco pensados e incluso una que otra nalgada a
alguno de mis hijos o fuertes reflexiones, llamándolos a lo que, según mi
cerebro y tradición familiar, se debía hacer.
La “Parca”, la fría muerte, me ha dado la oportunidad
de estar vivo aún, entonces desde hace algunos años, primero, trato de
equivocarme menos, pienso más antes de actuar y segundo, me he propuesto
resolver mi pasado y entonces a los más cercanos, a los que siguen viajando
conmigo en el tren, a veces con actos, otras con palabras, he tratado de
explicar y pedir disculpas.
A veces, incluso con la razón, la forma escogida no es
buena, entonces terminamos dañando a personas que queremos y queremos mucho.
Como dicen algunos poetas y escritores, lo que sabemos que resulta imposible,
primero deberíamos ser viejos y luego caminar hacia la niñez.
En esto de pedir disculpas o perdón, quizás cosa que
se ha puesto de moda, algunos políticos, presidentes de países y Papas han dado
ejemplos y han reconocido errores históricos, actuaciones indebidas, masacres y
guerras innecesarias y por ello han pedido perdón. Perdón simbólico, porque no
se puede devolver la vida a millones de personas, pero perdón.
Puede sonar hipócrita, quizás oportunista, pero no; es
responsable, honesto y necesario el reconocimiento de errores, que, a la luz de
hoy, fueron actuaciones amparadas por determinadas circunstancias, ocurridas
incluso hace muchos siglos atrás.
Cuba, en esta última etapa de seis largas décadas,
acumula una enorme cantidad de “errores” y malas actuaciones en todas las
direcciones y en todos los sentidos. Al ser cubano me parece que en eso de los
“errores” Cuba podría al menos competir por un lugar en el pódium. Daños a
personas, familias e incluso instituciones que sin explicación fueron cerradas,
desestimadas, saqueadas, etc. Una gran parte de ellos, tantos como para
descubrir una forma de actuar sistemática, promovidas desde el gobierno y el
partido comunista, que durante muchos años estuvo representado por la misma
persona, que cuando se cansó, le pasó el batón a su hermano y este, ya viejito,
le ha entregado el mismo batón en la misma pista de carrera a un elegido, que
por sus méritos y posibilidades mejor debería participar en una carrera en unos
juegos paralímpicos.
Hasta hoy, que yo recuerde, jamás se ha pedido perdón
o disculpa. Ya nadie quiere hablar de esas cosas, tal como si nunca hubieran
pasado y los que las recuerdan, pues son fácilmente acusados de rencorosos.
Maltrato a personas, profesionales, intelectuales,
artistas, músicos. Discriminación, censura, maltrato y cárcel a los
homosexuales. Censura y separación de los trabajos, escuelas, a las personas que
piensan y se manifiestan diferente, a veces sólo con dudas. Personas de pueblo
que sólo trataban de sobrevivir.
Los cubanos hemos sido testigos de fusilamientos sin
juicios o juicios amañados, reconcentración de familias enteras que fueron
sacadas de sus tierras y depositadas en pueblos lejanos y apartados como
cárceles, sanciones bajo argumentos a todas luces fabricados desde el poder,
derribo en aguas internacionales de avionetas civiles, hundimiento de
embarcaciones con personas e incluso niños dentro, etc. Por todo esto y más,
jamás se ha pedido disculpas.
Cuba, los cubanos, hemos sido testigos de los más
abusivos, agresivos, denigrantes y antihumanos, actos contra las personas, los tristemente
famosos “mítines de repudio”.
Mítines de repudio a cualquier cosa, a cualquier
persona, dirigidos, organizados, permitidos y alentados por el partido
comunista y el gobierno cubanos, haciéndolos pasar como una manifestación espontánea
de un pueblo ofendido que se defiende.
En los ochenta, durante semanas se ajustició a
personas sin juicios, sin delitos. Tanto hubo de eso que se convirtió en una
fiesta de la chusma vestida de revolucionaria, donde incluso se ventilaban y
resolvían problemas personales. La furia fue tanta, que se convirtió en una
histeria colectiva. Poco faltó para que las personas echaran espuma por la
boca.
Las personas, hombres, mujeres, jóvenes y viejos, adolescentes
y niños fueron torturados durante semanas. Fue una fiesta para dar golpes,
tirar piedras, huevos, frutas podridas, confinar a familias enteras dentro de
sus casas, a los que se les cortaba la electricidad, el agua, el gas y día por
día, noche por noche, los apostados afuera gritaban, ofendían, destruían
ventanas y puertas. Jamás la policía, ni los revolucionarios más
revolucionarios pararon aquellos choques cuya acción era sólo desde un lado y
en una dirección.
Todos fuimos culpables. Los agredidos por no salir con
una vieja escopeta. Los agresores por agredir salvajemente y divertirse. Los
inactivos testigos, incluso los que estábamos en contra, por no salir y
combatir o al menos detener a los agresores. Unos tiraban piedras y daban
golpes, otros se refugiaban dentro de sus casas y los muchos, sólo mirábamos
celebrarse aquellos horrorosos espectáculos.
Pueblo contra pueblo. Sanciones sin delito, sin
juicios. Humillación como respuesta llamada “revolucionaria”. Personas,
familias, antiguos buenos compañeros de trabajo, antiguos buenos compañeros de
estudio, buenos vecinos casi familia, fueron todos convertidos en objetos de
prácticas salvajes. Jamás, que yo recuerde, nadie ha pedido perdón. Jamás se ha
hecho una evaluación justa. Jamás se prometió que no volvería a pasar.
Sé de lo que hablo. He visto muchos videos y además
fui testigo de cuatro de esos mítines. De ellos, el mayor, contra unos muy
buenos vecinos, personas decentes que toda la vida habían vivido en la misma
casa. Profesionales, intelectuales, músicos, miembros de la lucha clandestina
antes de que el joven Fidel Castro se hiciera famoso como pistolero vinculado a
las pandillas de La Habana.
Días y noches, grupos de personas apostadas frente a
una casa, ya sin luz, sin agua, sin comunicación con el exterior, sin
posibilidades de obtener alimentos, donde lo más suave que se hizo fue gritar
ofensas. Por aquellos meses, las noches de Víbora Park, se convirtieron en una
arena romana donde el gladiador “enemigo” estaba desarmado, hambriento,
mortalmente herido y los otros gladiadores convertidos en una turba salvaje y
chusma, no estaban interesados en matarlo de una vez, preferían disfrutar de la
tortura lenta.
Jamás se ha pedido disculpa, pero muchos pensaron, yo incluido,
que aquellas escenas jamás se repetirían. Fue tan desagradable a lo largo de
toda la isla, tantas personas fueron dañadas, incluso familias divididas, unos
represores y otros reprimidos, que los cubanos deberíamos al menos por
decencia, nunca repetir aquello.
Sin embargo, hoy 2020, no satisfechos con lo que se
hizo, no repugnados de los golpes, de la sangre, de los traumas que todo
aquello logró, aparecen nuevamente, contra todo pronóstico, los repudiables
mítines de repudio y han regresado bajo el mismo lema, el pueblo indignado
responde voluntariamente, sin previa movilización, a los enemigos.
Y entonces, lo que se pensó que jamás volvería a suceder, hoy está de nuevo de moda, pero con más fuerza, con más odio, con más planificación y aceptación del gobierno, que ha puesto a las llamadas fuerzas del orden, más a las tropas especiales del ministerio del interior, más trabajadores y estudiantes que son movilizados de forma obligatoria desde los trabajos y escuelas, más aquellas personas escogidas, entrenadas por el gobierno, que asisten, a pesar de su preparación en armas y artes marciales, vestidos de civiles para pasar inadvertidos. Pueblo indignado movilizado espontáneamente que portan armas debajo de las camisas y que son especialistas en karate y judo japoneses, taekwondo coreano, krav maga israelita, más kung fu y wushu chinos. Pueblo indignado que entra a cualquier lugar, a veces disfrazado de constructores, otras de médicos, pone llaves inmovilizadoras, carga en peso a personas y las meten magistralmente en carros de policía. ¿Pueblo indignado?
A veces estos mítines se convierten en unos carnavales
histéricos, otras, más sofisticados y nuevos, se dedican a aportar agentes de
la seguridad las 24 horas, día y noche, frente a las casas de los “señalados”
para evitar que salgan a la calle o que alguien entre, o sea, personas que
están presas sin juicio, sin delito, sólo bajo la orden de “tú sabes que no
puedes salir”, o sea, en buen cubano, no puedes salir porque a mí, oficial de
la seguridad enviado aquí por el gobierno, no me da la gana.
Registros sin órdenes, decomisos de cualquier cosa,
hoy lo primero a decomisar son los celulares, señalamiento de enemigos, carros
de policías, calabozos, sanciones expeditas, cárceles.
El gobierno, entendible para el gobierno, no quiere
soltar, entonces evita cualquier manifestación que por pequeña pueda
convertirse en la chispa que explote el polvorín.
La policía y los miembros de la seguridad del estado
actúan en la oscuridad, con apagones provocados porque es fácil coordinar con
los que proveen la electricidad, entran rompen puertas y ventanas, carga con
todo a su antojo y se llevan detenido a cualquiera sin orden de captura.
Yo pensé que los cubanos nunca volveríamos a ver
aquellos desagradables mítines. Me equivoque. Volvieron.
Y volvieron frente a un pueblo con hambre, con miles y
miles de necesidades acumuladas, sin solución. Volvieron frente personas que cada
día creen menos. Ya no pueden creer.
Muchos de estos mítines, que no se pueden ocultar
porque están documentados por los cubanos que actúan como periodistas
independientes con sus celulares como única arma, se pueden ver hoy en las redes
sociales. Personas movilizadas por el gobierno y partido comunista cubanos para
gritarle y darle golpes a personas que ni tan siquiera conocen, pero que
alguien las ha etiquetado con la estrella de enemigo, tal como se etiquetó a
los judíos con aquella obligatoria estrella de seis picos amarilla.
He visto muchos mítines de repudio, cada uno de ellos
más desagradable que el anterior. El que más me indigna es uno que se repite
mucho, donde una mujer cubana, de las llamadas “Damas de Blanco”, está tirada
en la calle boca arriba, mientras varias personas la agarran por los pies y las
manos tratando de trasladarla. En ese momento, cuando la mujer estaba
inmovilizada por sus cuatro miembros, otra mujer cubana, vestida de civil, en la foto con tenis blancos, short oscuro y pullover blanco, quizás madre, abuela e hija, con un objeto largo en sus manos le pega
furiosamente, con odio, saña, por la barriga, por sus partes íntimas, por los
senos. Golpes fuertes como se le daría a una serpiente o a un cocodrilo fuera de
control o como según dicen y muy criticado ha sido, se les daba a los esclavos.
¿Qué ideología justifica esto?, ¿Qué revolución de
cualquier tipo tiene que ser defendida por una mujer que golpea salvajemente a
otra mujer que está tirada en el piso, agarrada, sin posibilidad tan siquiera
de cubrirse?, ¿Qué diferencia tiene esto con lo que se les hizo a los negros
por el KKK, lo que se les hizo a los judíos de Europa por los alemanes nazistas,
con lo que se les hizo a los indios americanos, con lo que se le hizo a los
chilenos durante la dictadura de Pinochet, lo que le hizo un policía norteamericano a Floyd?, ¿Cómo es posible que no se sea capaz de salir a buscar a esa mujer, esbirro, torturadora, asesina en
potencia y dialogando con ella pacíficamente, colgarla de una mata de guásima,
tal como decían que ejecutaban a los campesinos los de la Guardia Rural en nuestro pasado.
Cuba es un país y nosotros los cubanos somos especiales en nuestras soluciones. Si no fuera por lo dramático que es, podría dar risas, aunque de cómico tiene poco. Vemos bien
que un Papa pida perdón por las personas que fueron quemadas en hogueras por la
Iglesia, nos solidarizamos y exigimos una ley para proteger a los animales, le y que evite el abuso. Nos mueven los temas del cambio climático. Pero vemos a una mujer
cubana, golpeando salvajemente a otra mujer cubana, por tener una forma
diferente de pensar y querer expresarlo y viramos la espalda y nuestra mejor
respuesta es el silencio, la callada por estrategia. Nos entretenemos y entretenemos a otros con temas filosóficos.
Como se puede defender a un gato para que yo, con
hambre, no me lo coma y no salir a la calle a por lo menos detener estos
mítines de repudio, donde no sólo se ofende de palabras, sino que se da golpes
y se ataca físicamente a las personas, a otros cubanos, incluso a personas mayores. El enemigo ha dejado de
ser el externo, porque se ha comprobado que nunca ha atacado y nunca nos va a
atacar y entonces el enemigo es aquella parte del pueblo que está pidiendo
justicia y cambios, que pueden ser perfectamente una compañera de trabajo o de
escuela, una vecina, una familia de un amigo e incluso el propio amigo.
El gobierno tiene miedo y entonces aparece la palabra
dialogo, pero, ¿Se dialoga de esta forma?, ¿Esto de darle golpes a las personas,
de trancarlas a la fuerza en sus casas, de ponerlos en calabozos o sancionarlos
a privación de libertad, es dialogar? El gobierno tiene miedo y entonces, tal
como las ratas cuando se les acorralan en una esquina, salta.
¿Dialogo? En realidad, lo que necesitan es ganar
tiempo, para ver si se hace “el milagro”.
¿Podrá existir el dialogo con los que hoy están siendo
golpeados frente a sus familiares, frente a sus hijos pequeños? Mañana, porque
el mañana llegará, ¿Se le podrá pedir a esa mujer que fue golpeada mientras
estaba amarrada de pies y manos, que dialogue y perdone a su torturadora? Dicen
que Mandela lo hizo con su carcelero y lo perdonó. El Papa Juan Pablo visitó en
la cárcel, al árabe que le disparó e hirió casi mortalmente y lo perdonó. Se
puede hacer entonces, sólo que hay que ser muy grande como ser humano. Cuando
se trata con odio, no se puede esperar al amor como respuesta.
La represión no es buena, ni tan siquiera para los animales,
sin embargo, cuando ella se hace sistemática, termina por solidarizar a los
reprimidos, termina por destruir el miedo, por lo que creo que el gobierno y su
partido único o el partido único con su gobierno, es lo mismo, están cavando su
propia tumba. El mañana llegará. Luego, como dice el estribillo de una canción popular cubana: "no quiero llanto, mamá, no quiero llanto"
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