Soy un tipo afortunado. Estoy vivo.
Como sabemos lo de la fortuna es un asunto muy
relativo en los seres humanos. Hay personas que se sienten realizadas cuando
comprueban que el dinero que poseen no cabe en los bancos, otras cuando recogen
un tomate de una planta que han sembrado en una maceta o el gato que tienen se
les enreda en las piernas todas las mañanas, otros, no pocos, cuando reciben la
bendición personalmente de manos del Dalai Lama, y otros, lamentablemente pocos, cuando ayudan
a algún semejante.
Yo, después de un análisis exhaustivo, JAJAJA, creo
ser una mezcla de todo lo anterior, lo que me hace complicado y fácil a la
misma vez, por lo menos para mí mismo.
Recién he realizado un viaje a San Antonio,
Texas, para reunirme con la otra parte de mi familia cercana que allí vive y
esto me ha hecho pensar mucho y me ha dado motivos para escribir.
Comenzaré entonces ahora por el tema familiar y
dejaré los pensamientos y la experiencia del viaje para otro escrito. Tengo que
superar a José Martí al menos en la cantidad. JAJAJA
Por razones varias vivo en Lincoln y mi hija
Jennifer, mi yerno Yordan y mi pequeña nietecita viven lejos de mí. Entonces
aunque la tecnología nos permite hablar todos los días y vernos con frecuencia, a veces mucho más que
muchas personas que viven juntas, la realidad de
estar frente a frente, tocarnos, sentir la respiración del otro, sonreír,
compartir y decirnos verdades, sigue siendo incomparable.
A este viaje se sumó la felicidad de que mi
hijo Jonathan, que no veía a su hermana, cuñado y sobrina desde hacía un año y
medio, se incorporó acompañado de su “girl friend” Victoria. La posibilidad,
fraguada medio de corredera, era linda, pero así y todo, Martica y yo, más
viejos, teníamos un pequeño miedo, la incógnita más importante era Mía. Cómo
nos recibirá?
Para la mayoría de los niños, es siempre algo
difícil ver y dejar de ver a las personas y si me guiaba por los antecedentes
de Jennifer y su niñez, la historia nos costaría mucho, mucho más tiempo del que
teníamos para estar allí.
Llegamos a San Antonio como a las 9:00 pm y para nuestra sorpresa, Mía, junto a sus papás, salió a recibirnos. Sólo segundos de incertidumbre, pues para nuestro asombro y beneficio, el recibimiento de nuestra nieta, fue tal como si nos hubiera visto ese mismo día por la mañana. Cosa que me dice que a Jenny no se parece en ese aspecto, con mi hija la idea de romper el hielo hubiera costado horas e incluso días. Ellos dicen que Mía salió a Yordan, yo sé que es mentira, pues en realidad salió a mí. JAJAJA.
A partir de ahí, los días se desencadenaron con
gran felicidad. No importó que una parte tuviera que dormir en la sala o hacer colas para bañarnos. La idea de estar juntos y sobre todo interactuar fue fabulosa.
Como estábamos de paseo, pues paseamos. Yo,
para no perder el contacto con la realidad, pedí, los que me conocen sabrán que
casi impuse, ir una vez más a la fortaleza el Álamo, cosa que Yordan y Jennifer
acataron con placer. Dicho lugar, quizás lo más importante que tiene la ciudad desde el punto de vista histórico, es hoy un pedacito de lo que fue, pero sigue guardando en sus viejas y erosionadas paredes de piedra, las voces de los que allí vivieron y sobre todo combatieron.
Recorrimos con más tiempo parte del centro de
la ciudad, cuya caracteristica de ser cruzada por un río, la hace diferente al resto de las ciudades que he visitado aquí. Pasamos un día distinto en un río acondicionado para turismo, lindo, pero frío.
Piscinas. Cocinamos juntos y sobre todo realizamos la acción que tanto nos
gusta, conversamos y conversamos mucho, todo el tiempo, todas las noches casi hasta el
amanecer. Los que me conocen saben que esto es posible.
Como pueden imaginar, en el centro de todo
estuvo Mía. A Martica le dice abuela, mami y a veces “cusi”, palabra que
Martica se inventó para hacerla reír a través del teléfono. A mí a veces me
dice abuelo, otras veces papi, repitiendo la forma en que mi hija Jenny me
llama.
Y entonces se repite en mí lo de la fortuna. Lo
de abuelo y más allá lo de papi, se convierte en una fuente de satisfacción
enorme, incomparable, inmedible, a tal punto que no me hace falta el Dalai Lama.
Podría yo pagarle un millón de dólares cada vez que escucho a esa pequeñita
criatura llamarme de esa forma. Lástima que no los tenga. JAJAJA, ni para ella,
ni para mí.
No estoy falta de cariño, todo lo contrario.
Recibo afecto todos los días de los que me rodean, ya saben, soy un tipo fácil
de querer. Lo de papi tampoco me ha faltado, tengo dos hijos que se han
desgastado en mostrarme su cariño. Sin embargo, el papi de Mía suena y se
siente muy diferente. Es el papi de la madurez, es el papi de la dulzura dulce,
es el papi que me confirma que he actuado bien, que mis errores han sido
subsanados y que comienzo a recoger los frutos en plena capacidad, lo que me
permite disfrutarlos.
Mía, como casi todos los niños, es linda,
graciosa, ocurrente, inteligente. Pero además es linda, sus ojos azules
resaltan escandalosamente de sus finas y muy bien definidas facciones. No sin
falta de carácter, es dulce y sobre todo muy, muy sociable. Llegas, la miras y
a los muy pocos segundos parece que la conoces de toda la vida. Ella te hace
fácil el tránsito.
Su capacidad para interactuar es llamativa. Tiene
además un don, como es mi nieta digo yo que especial, pues puede hablar,
entender y sobre todo relacionarse al mismo tiempo en dos idiomas. Está
hablando conmigo o su mamá en español y de pronto para conectar con Victoria,
de forma muy natural cambia el canal para el inglés, tan natural como cuando se
respira. Ese don que por desgracia no tenemos nosotros los ya adultos, pues
necesitamos un tiempo para acostumbrarnos a lo que tenemos o queremos hacer.
La experiencia siempre resulta
inigualable. Mis hijos aunque se parecen no son idénticos, entonces disfruto
verlos relacionarse. Por momentos Jennifer, desde su posición de hermana mayor "trata" de “recomendar” lo que Jonathan tiene que hacer, entonces justo en ese
momento, Jonathan, desde su posición de hermano menor, escoge exactamente la
variante contraria. JAJAJA. Es divertido. No tenemos mucho dinero, pero en el campo de las ideas, no hay quién nos gane.
Los días se fueron corriendo, lo que
significa que la pasamos muy bien, cuando uno se siente torturado, la tortura
lo hace todo lento. Es bueno, como dije anteriormente, tocarse, compartir
tareas, hablar, no dormir, etc., pero como todo lo que comienza se acaba, así
de rápido tuvimos que regresar. Martica y yo somos abuelos, pero todavía
tenemos que trabajar para mantenernos. Ya dije que de millones, nada.
Salimos para Lincoln a las 12:30 am. Por supuesto, Mía nos despidió en la acera sin saber exactamente para dónde nos marchábamos. Estaba riendo. Quizás pensó que como en las noches anteriores nos íbamos a dormir, sólo que habíamos escogido el carro como dormitorio. Nosotros, después de ojos medio mojados, nos marchamos contentos. No fue mucho tiempo el que estuvimos, nunca lo es, pero lo importante es que estuvimos.
Al amanecer, nuestra nieta nos buscó y al ver que no estábamos, según nos contó Jennifer, se echó a llorar. Cuando escuchamos la historia, de ojos mojados pasamos a ojos empapados. Uno nunca sabe lo que se puede llegar a querer. Ahora escribo y no puedo dejar de emocionarme. Me estoy poniendo viejo.
Nuevamente esperamos otro encuentro, no sabemos
si en San Antonio o en Lincoln, es muy pronto para hacer planes. Lo cierto es
que haremos todo lo posible para que se repita.
Para ese entonces, Mía estará más grande, ya
nos conocerá mejor. Quizás para ese momento aprenderá que no soy su papi y se
mantendrá en lo de abuelo. No importa, estoy seguro, que al menos para mí, lo
de abuelo también seguirá sonando diferente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario