miércoles, 10 de junio de 2020

La muerte no es graciosa para nadie.

La muerte no es graciosa para nadie. Vivimos rodeado de ella todos los días, escuchamos de su existencia, cuando muere alguien, nos detenemos segundos, pero seguimos andando. Sólo cuando la ves frente a ti, poseyendo totalmente a un cuerpo querido, es que nos detenemos a reflexionar. El cuerpo hasta hace poco vivo, en movimiento, caliente, con expresiones de disgusto, amor, regaño, comprensión, ahora inerte, frío, con ese color característico blanco azuloso que delata la falta de corazón, nos paraliza.

Y entonces viene la reflexión clásica, que por evitar hacer más daño o hacernos daño a nosotros mismos, sólo hacemos para nuestro interior, eso es lo que somos al final de nuestras vidas. Idea acompañada de las miles de preguntas que, también a veces, sólo nos hacemos en silencio, ¿Para qué tanta lucha?, ¿Para qué fajarnos entre nosotros mismos?, ¿Por qué tanta y tanta guerra por poseer carros, casas, aparatos, dinero, olvidando lo más importante, a nosotros?, ¿Por qué mentir, aparentar, vivir de imágenes inventadas e irreales, copiar, si al final todos nos parecemos?

La muerte se parece a ella misma. A mi edad he visto morir a muchas personas ya, no me asusta. He tocado cadáveres, los he vestido, los he llevado al “campo santo” y luego siempre me queda por días, ese sentimiento de vacío. No soporto las funerarias y los velorios, desde hace años me niego a asistir a ellos, a no ser por una condición de compromiso super obligado. Me parece un lugar y acción para torturar o increíblemente para divertir a los que sobreviven. Prefiero el camino al cementerio, donde al parecer las personas tomamos más conciencia de la realidad al meter a alguien en un hueco de concreto o en la tierra, al que nunca volveremos a ver. Al caminar por las calles de un cementerio, sin fines turísticos, estamos caminando el camino que sabemos vamos a recorrer en nuestro último viaje. Nunca he visto a nadie sonreír en ese momento.

Los cubanos procedemos de una cultura feudal española, donde el sufrimiento, a veces en exceso y el drama, forma parte de nuestras vidas diarias. Si, somos dramáticos. Recuerdo, mientras trabajé como historiador, haber leído un libro sobre la historia de las funerarias en Cuba y cómo el autor narraba de forma muy ilustrada, que, durante años, existió incluso competencia de carruajes en busca de un fallecido, o sea, la noticia de un muerto llegaba, las funerarias salían a buscarlo y la que llegaba primero se llevaba al muerto, que con todo el respeto que merecía era una mercancía. ¿Imaginan dos carruajes tirados por caballos, moviéndose acelerada y alocadamente en las calles de cualquier ciudad cubana en busca de un difunto?

La plañidera, es una de las funciones más antiguas vinculadas a la muerte, velorios y entierros. Se dice que aparecieron en Egipto, entonces es una función muy antigua. España las utilizaba y a través de ella, llegó a toda América, donde según he leído aún existen. Entonces llegaron también a Cuba y su función fue la misma, llorar en un velorio o entierro, sólo que cobrando por ello.

La sociedad imponía que mientras más querido era el fallecido, las familias tenían que llorar más, pero como lo de llorar todo el tiempo, como mínimo 24 horas seguidas, se hace difícil, pues se contrataban a coros de mujeres “especialistas” en llantos sentidos. Ellas venían, se instalaban y lloraban. No sé si puedan verlas, yo sí. Mujeres maduras, entraditas en carnes, vestidas de negro completamente, muchas con velos, que lloraban doloridas, apenadas, apesadumbradas y gritaban desconsoladas y angustiadas por la desaparición de alguien, al que en realidad no conocían.

Las causas de su existencia, todas sociales, eran algunas las siguientes:
  • ·         el muerto no era muy popular y buena persona.
  • ·         el fallecido se había instalado hacía poco tiempo en determinado lugar y no era muy conocido
  • ·         acudían pocas personas al velorio y la familia quería que el evento fuera famoso, reconocido, recordado, etc.
  • ·         el fallecido estaba acompañado de una mala imagen, como, por ejemplo, mal marido, mal familiar, rico pero ladrón, vulgar, etc., y había que lavarla antes del entierro.
Dicen que las mejores plañideras, no sólo lloraban desconsoladamente, sino que, después de recibir alguna información sobre el fallecido, se dedicaban a mostrar que eran amigas cercanas, conversando con las personas y haciendo anécdotas “limpias” con las que se trataba de aumentar la importancia que tuvo en vida, el muerto. Fue tan importante durante la etapa colonial, que muchas plañideras se convirtieron en personas influyentes, que llegaron a ganar mcho dinero, lo que les permitió a algunas llegar a manejar su propio negocio de “mujeres lloronas”.

Tengo muchas imágenes desagradables del servicio de funerales en Cuba. Mi primer funeral fue el de una compañera de escuela cuando yo estaba en 7mo grado, 11 años. Recuerdo su nombre y su cara, ahora no es importante nombrarla. Ella decidió darse un tiro con la pistola de su padre y entonces la escuela completa fue movilizada a la Funeraria Mauline. Desastre. Creo que entre lo de nuevo para muchos, más los nervios, más el tener que estar sentados unos frente a otros fingiendo que aquello nos interesaba, pues comenzamos a reír, con esa risa nerviosa sin explicación o causa, pero sin frenos. Nos reíamos y reíamos y mientras más tratábamos de aguantar, más nos reíamos. Fin del cuento. Fuimos sacados con regaños de allí, a lo mejor, a dónde nunca debimos ser llevados.

Luego he visto a muchas personas participar en velorios por ser movilizadas o por quedar bien, por lo que el muerto está tendido, unas poquitas personas están dañadas y el resto habla de cualquier cosa, se burla, hace chistes y pregunta constantemente cuándo nos vamos. Los velorios, como parte de nuestra historia medioeval española, existen muchas veces sólo por la tradición y el qué dirán si no lo hacemos, hoy en realidad, cuando la ciencia te declara muerto, incluso te hacen una autopsia, es muy difícil que puedas sobrevivir, levantarte de la caja y salir caminando después de saludar a todos. La ciencia bien aplicada no deja espacio a la casualidad.

Lo de las funerarias en Cuba durante aquel mal llamado “Período Especial” fue horrible. Recuerdo la misma Funeraria Mauline en plenos apagones, donde las capillas, lugares cerrados sin ventanas preparadas para aire acondicionado, eran alumbradas todas las noches por los tradicionales quinqués de keroseno, cuya emisión de gas dejaba adentro solo al fallecido. Recuerdo las capillas sin bombillos, oscuras, sin asientos, donde había que cazar a alguien que se levantara para poderse sentar, la poca existencia o inexistencia de flores, lo que complicaba la tradición cubana de poner muchas flores a los muertos, las cajas de muertos, a las que se les quitaba el cristal delante de los familiares para poderlo usar en otro féretro y sobre todo, desagradable, el negocio que se creó alrededor de todo aquello, pues si querías más flores, una mejor capilla, sillones, etc., tenías que “ayudar” a la administración, especializada en ponértela bien difícil, para luego resolverte y hacértelo un poquito más fácil.

Los velorios y entierros de niños o jóvenes, he participado en dos, altamente impresionantes, porque al morir un anciano, le queda a uno el consuelo de que vivió, mal o bien, pero vivió. Frente a la muerte de un niño o joven, la primera pregunta, antes de todas las otras preguntas, muchas veces sin respuesta, es, por qué.

A veces somos muy dramáticos, nos cuesta trabajo cambiar y peor, pensamos que nuestro drama es el mejor y el único válido. Muchas veces seguimos un camino sin saber por qué, sin tan siquiera preguntarnos existirá otra vía o método. Muchas veces la presión social nos condena. Cuando uno trata de hacerlo diferente, como en muchas otras cosas, aparecen casi siempre las caras de asombro, incomprensión o negativa, por supuesto, las críticas. No sólo somos dramáticos, a mi parecer, sino que creemos que de la forma que lo hacemos es la única que está bien hecho.  

Recuerdo cuando joven leí dos bellos libros, “El país de las sombras largas” y “El regreso al país de las sombras largas” Allí descubrí que los esquimales cuando se ponían viejos, cuando ya no tenían dientes para masticar, cuando ya no eran útiles, salían a caminar por el hielo para morir. Una boca menos a alimentar favorecía que el alimento alcanzara para otros más necesitados. En aquel momento aquello me pareció extraño, hoy lo entiendo. Luego he aprendido que existen comunidades que dejan a sus muertos en el bosque para que sirvan de alimentos a los animales y de fertilizante a las tierras y otras que conviven con sus muertos embalsamados por muchos meses, los mantienen en sus camas o sillones, le ofrecen comidas, lo tocan para saludarlos y les hablan. Una vez al año, lo sacan a coger Sol y le cambian las ropas. Menos drama.

He visto una super empresa en Europa, super moderna, que ofrece convertir las cenizas de tu familiar muerto, luego de un proceso de alta presión y temperatura, en una piedra que puede tener diferentes colores, parecida a un diamante, con la que te hacen un bellísimo anillo. He leído de cementerios y entierros ecológicos, donde las cenizas de una persona son voluntariamente por sus familiares y amigos ofrecidas para acompañar la siembra de determinados árboles en determinados lugares necesitados de reforestar. Menos drama.

Ahora ha muerto la mamá de mis amigos aquí, una persona que conocía hace más de 50 años, cuyo balance general de vida es que fue una buena persona. Murió viejita, con casi 88 años, pero muy tranquila, porque así fue su vida. Murió como siempre se dice, tal como una vela que se fue apagando día a día, hora a hora, minuto a minuto, hasta que su corazón, fue disminuyendo su ritmo de forma arrítmica y paró. Murió limpia, atendida y querida, cuando incluso ya ella no conocía a nadie, ni a nada. Todos aquí vimos a la muerte, ella llegó despacio, sin ruidos, sin “daños colaterales”, pero segura de sí misma.

Entonces una vez más, ahora gracias a ella, volví a ver a la muerte, con su color blanco azuloso y en esos minutos frente a su cuerpo ya inerte e inmóvil, me volví a hacer las mismas preguntas: ¿Para qué tanta guerra entre nosotros mismos?, ¿Por qué tanto olvido de nosotros mismos, los vivos?

La muerte no es graciosa para nadie, pero como no podemos quedarnos eternamente y todos iremos por ese camino, tenemos que mirarla y entenderla. Hay que tenerle respeto, no miedo. No podemos morir para pretender luego empezar a vivir, tenemos que vivir antes y hacerlo lo mejor posible. Los vikingos guerreros pedían morir en combate con un arma en la mano, lo que les permitiría entrar en el Valhalla. Es el combate y todo su significado lo que define y nos defiende de la muerte, la condiciona, la hace buena y bien llegada cuando llega, lo otro es morir.










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