No hace falta ser un gran historiador o un experto en determinados hechos históricos, sólo hace falta leer un poco, ver una buena película o un buen documental, para poder llegar a determinadas conclusiones, por lo que el conocimiento de la historia pasada está a la mano de todos.
Muchas veces los acontecimientos actuales, tienen sus orígenes en el pasado o al menos aspectos a estudiar para poder entenderlos, otras, son acontecimientos nuevos, tan nuevos que hay que dejar que pasen, para un poco desde la distancia poder analizarlos. Los análisis de hoy sobre el hoy mismo, son siempre arriesgados, no pocas veces, son sólo pronósticos para cambiar con el paso del tiempo, la aparición de informaciones, etc.
Pensemos en el feudalismo, para no ir más atrás. Las imágenes más conocidas pueden ser las europeas, aquellas de los castillos, los reyes, los ejércitos, las guerras y sus batallas y los duelos, a veces por venganza, otras por el poder y el inigualable argumento del amor.
El feudalismo presenta una estructura piramidal sencilla, donde los principales actores son: reyes, los nobles, generalmente familias del primero y/o asociados políticos y económicos, los religiosos en todas sus denominaciones en dependencia de cada lugar, el ejército con los soldados, los campesinos y artesanos.
Si cerramos los ojos es fácil reconstruir un set clásico, incluso su atmosfera. Castillo, casi siempre lúgubre, reyes, cortesanos, intrigas. Fuera del castillo ciudad amurallada, dentro de la cual vivían los artesanos, los religiosos, las prostitutas y hasta los bandidos. Mercados diarios, totalmente desprovistos de la mínima higiene, donde los de adentro y los que entraban bajo permiso todos los días una vez abierta las puertas de las murallas, vendían o intercambiaban sus productos y mercancías, etc.
Fuera de las murallas, a veces cerca, pequeños poblados y hombres “libres”, que trabajaban la tierra, pescaban, se entrenaban para futuros soldados, etc. Hombres y mujeres que a todo costo trababan de sobrevivir en uno de los períodos más oscuros de la humanidad hasta esos momentos, pero cuya sobrevivencia pasaba por las manos de los dueños. Se era libre, pero no tan libre.
Cada castillo y ciudad era un estado, por lo que era muy común que cada cuatro cuadras o cuatro kilómetros, existiera un rey, acompañado de los nobles vagos, improductivos que vivían el día entero sin hacer mucho, los monjes o curas, tratando de imponer el respeto a la religión por encima incluso de la política, lo que generó guerras y más guerras y alianzas constantes por poseer más tierras y más poder.
El señor feudal, generalmente era el dueño absoluto de todo, incluyendo las tierras, los ríos, las costas de mar que rodeaban su ciudad amurallada y castillo y los productos que de allí se derivaban. Entonces los campesinos “libres” tenían bajo decreto, que entregar parte de sus ganancias, como pago a la posibilidad de estar, vivir, producir. Los porcientos para contribuir podrían variar en dependencia de la época del año y las necesidades del poder, era casi siempre seguro que en momentos de guerra, epidemias o hambrunas fueran despojados de mayores cantidades. Si algunos tuviesen que morir, esos no eran el rey y sus acólitos, por lo menos en un primer momento.
La tierra, el río, el pedazo de mar, la ciudad, el mercado, eran propiedad del señor feudal. Los artesanos, los religiosos, los campesinos, los soldados, generalmente podía ser utilizados a su conveniencia. Era interesante, siendo rey, porque cobraba impuestos, la iglesia también lo hizo, cosa que obligaba a producir más o a pasar necesidades, para mantener a los nobles. Sencillamente se hablaba de una libertad, pero totalmente coartada y limitada, donde incluso la vida no le pertenecía a cada persona, sino que era utilizada a conveniencia del poder, quizás como rezago de la sociedad esclavista anterior.
Esto, como todo, fue evolucionando con el tiempo y aunque se fue dejando atrás la crudeza, la suciedad, el abuso, el feudalismo se mantuvo con una casta superior, reyes y nobleza, altos dignatarios religiosos y militares, que vivían “suave” de lo que otros producían. El mensaje era sencillo: todo es mío, por lo que tienes que pagarme para que te permita vivir. Hoy, por increíble que pueda parecer, se está de acuerdo o no, todavía esa estructura de reyes, nobles, iglesias, existe insertada dentro de la vida moderna de algunos países, pero tiene otras explicaciones.
“En la comarca de su majestad, todos repiten lo que dice el Rey. Él les da el agua, él les da el vino y el pan, pero más tarde las cobra la ley”. Carlos Varela.
Luego, estas fómulas se repiten y repiten durante todo el proceso de desarrollo humano, no importa el nombre de los actores y los países. En Cuba, historia más reciente, cuentan que los dueños de los ingenios azucareros experimentaron algo parecido.
Después de 1902, ya república, ya sin esclavos, cuentan que los campesinos “libres” que podían, sembraban su caña en las tierras que eran propiedades del dueño de los ingenios y luego de cosecharlas, tenían que pagar al capitalista para molerla y hacer el azúcar, producto por el que muchas veces se le pagaba bien poco, porque el campesino “libre”, pero aún pobre no tenía los contactos y mecanismos para poder vender internamente, menos exportar de forma individual esa azúcar. Gran negocio.
Luego, con la desmovilización del ejército y el crecimiento de la población ya en paz, aparece una enorme cantidad de hombres sin trabajo, que como única solución encontraron la de convertirse en “obreros” cortadores de caña, recogedores de café y tabaco. Dicha fuerza de trabajo comenzó a vivir directamente en los bateyes o pequeños poblados cerca de los cultivos, que no en pocos casos, eran propiedad de los mismos dueños de los ingenios, cafetales, campos de tabaco, etc.
Los productos mencionados, caña de azúcar, café, tabaco, que fueron por décadas nuestras principales producciones, son productos de estación, que demandan mucha fuerza de trabajo humana durante algunos meses al año, pero luego esa necesidad disminuye y deja a miles sin trabajo, lo que quiere decir sin salarios. La vida, para muchos, se convertía en una pesadilla de vueltas y vueltas tratando de vender lo único que tenían, dos brazos.
Los hombres se fueron nucleando alrededor de sus actividades económicas y esto dio pie a la aparición de los pequeños poblados, conocidos sobre todo como bateyes, donde se les permitía a estos trabajadores vivir en instalaciones prefabricadas, construirse sus modestas casitas, etc. Los bateyes también eran propiedades de estos que eran dueños de los cañaverales, los cafetales, los ingenios o fábricas de azúcar, que para “ayudar” se inventaron o desarrollaron la idea de las tiendas donde no se compraba con dinero, sino con bonos, o sea, papeles con colores y números, que utilizaban para pagar.
Era todo un negocio redondo. El obrero cortaba la caña, su trabajo era valorado y se le pagaba con estos bonos, que luego le permitían a él y a su familia comprar en la tienda del batey o poblado, que era propiedad del mismo tipo que era dueño de la caña, del ingenio y de los bonos. Las tiendas eran surtidas en dependencia de lugares y épocas, esas famosas tiendas de pueblo que tenían lo mismo azúcar, sal, arroz, etc., que ron, velas, machetes, hilos para coser, chancleta, coladores, etc., y los clientes eran cautivos, o sea, estaban obligados a comprar en ellas, porque no había dinero, solo bonos. Los bonos bien marcados, de forma general, no permitían comprar en otro lugar.
Esta creatividad ya capitalista, desde un punto de vista, fue buena, los cortadores de caña y sus familias, que no tenían otra forma cómo buscársela, trabajaban para un mismo dueño, que les pagaba en bonos, pero les pagaba y luego tenían un lugar cercano, conocido, donde satisfacer sus necesidades comprado los productos incluso por adelantado, lo que establecía más compromiso con el dueño pagador cobrador; pero, al final y largo plazo, era malo, los cortadores estaban agarrados por el cuello, porque con sus bonos, que no era dinero, no podían comprar en otro lugar, no podían invertir, ni moverse mucho fuera de los límites del batey y el ingenio, que aparentemente les permitía vivir. Esto, como muchas otras cosas, permitió sobrevivir a muchos, en la misma medida que lo amarraba al no desarrollo y crecimiento. El terreno de pelota, los guantes, los bates, las pelotas y el reglamento del juego, eran del mismo dueño.
“En la comarca de su majestad, todos repiten lo que dice el Rey. Él les da el agua, él les da el vino y el pan, pero más tarde las cobra la ley”. Carlos Varela.
Según cuentan los libros escritos por encargo en esta última etapa, para elimina aquel abuso, aquella explotación, para lograr que aquel campesino y aquel obrero fueran libres realmente, dignos y valorados, se hizo una revolución en 1959, primero democrática y popular, verde como las palmas, luego, al poco tiempo, comunista, de color rojo. Se nacionalizaron los centrales azucareros, los campos de caña, los cafetales, los cultivos de tabaco, más, todo lo demás y los campesinos y obreros fueron llamados dueños, propuesta romántica que convenció, no se puede negar, a la mayor parte de la población en Cuba.
Los trovadores, los poetas, los políticos, al estilo de los juglares a la usanza feudal, contaron sus historias agradeciendo todo lo hecho. Se hicieron poemas, canciones, himnos, películas, discursos para resaltar a personas y acciones, porque incluso el “rey” no puede solo y necesita de apoyo. Ideas románticas de buena fe o mentiras planificadas, ya no vale la pena averiguar, porque muchos de todos aquellos que decían que todo cambiaría, hoy están muertos.
Con la pérdida del apoyo y presencia diaria del campo socialista sobre 1990, que actuó como una moderna forma de entreguismo edulcorado, Cuba ha llegado a lo que es hoy, un país sin muchas posibilidades reales para nada.
El mago Fidel y sus cortesanos, para sobrevivir y permanecer, sabiendo que desde el punto de vista económico todo aquello “ideal”, había parado en un desastre, prohibió la circulación del dólar que se venía experimentando dentro del país, en 1994 un dólar norteamericano valía 150 pesos cubanos, lo penalizaron a cambio de años de prisión, hasta 4 años por el código penal cubano y se inventaron una moneda, los CUC, para que los cubanos pudieran comprar dentro de Cuba. Si revisamos la historia, nada nuevo. Papeles en colores, con números, emitidos, valorados y controlados por el gobierno, que sirven para comprar en las tiendas que el propio gobierno es dueño y administra. ¿Diferencia con aquel sistema explotador, injusto e injustificado de bonos y tiendas de los bateyes? Ninguna.
Los CUC, papeles, colores y números, tienen que ser conseguidos fuera del trabajo, porque el salario sigue siendo en lo que todo país tiene y se conoce como moneda nacional. Los CUC se valoran por el gobierno, por lo que el precio oficial en las casas de cambio, también del gobierno, está clavado, o sea, es inamovible. A partir de ese momento, casi todo lo que se necesita para vivir, se tiene que conseguir en esas tiendas, la oferta en moneda nacional, el dinero que se gana por trabajar es casi inexistente. El CUC dentro de Cuba tiene más valor que el dólar americano y el cubano tiene que pagar 25 pesos de su salario para conseguir uno de ellos, salario promedio en 300 pesos cubanos.
A diferencia de aquellas tiendas de los bateyes, los precios dentro de esas tiendas en CUC, todas del gobierno, están super valorados, porque se aplica de forma general mecánica un 210 o 240 por ciento por arriba del precio de costo, entonces no sólo el cubano tiene que luchar a su forma y posibilidad una moneda que no produce, el CUC, sino tiene que pagar un precio monopólico, explotador, abusivo, que multiplica varias veces de forma fría los precios, haciendo que lo que se pueda comprar dentro de esas tiendas, siempre sea mucho más caro que en cualquier país del mundo capitalista que rodea a Cuba, haciendo posible la existencia y consolidación del mercado negro, donde todos los cubanos, o al menos la mayor mayoría transita con felicidad. Es mejor robar y vender y comprar lo robado en ese tipo de economía, más cerca de la realidad de cada poblador.
Los CUC, desgraciaron a los cubanos, que ya veníamos desgraciados. Ya no importaba ser lindo o feo, ser un buen profesional, un reconocido científico, un buen trabajador, si no se posee CUC no puedes levarte los dientes con pasta dental o adquirir un par de tenis para que tu hijo pueda ir a la escuela. Los CUC nos prostituyeron a todos, a muchos los puso a retomar las relaciones con sus familiares y amigos “gusanos”. Nos convirtieron en ciudadanos de primera, segunda, tercera, décimo cuarta categoría.
Pero como la maldición o en cubano, la brujería, es muy fuerte y obviamente el gobierno no ha encontrado un palero que pueda resolverle el tema, las tiendas en CUC también dejaron de funcionar, hoy están vacías, hoy no se vende nada dentro de ellas. El gobierno, agotado, cuya producción nacional es casi inexistente y los proveedores internacionales huyen, se esconden, de un gobierno comprador mal pagador, ha tenido, con el mismo objetivo de continuar permaneciendo, que reinventar las tiendas en dólares americanos, no sólo moneda del enemigo, no sólo moneda cuya posesión estuvo sancionada con privación de libertad, no sólo moneda con la que no paga, por lo tanto, estimula el trabajo, sino con una moneda que no existe.
Ahora el gobierno, en su infinita creatividad maléfica, se ha inventado, de nuevo para seguir existiendo a todo costo, tiendas de su propiedad y administración, para vender en dólares americanos metidos dentro de una tarjeta plástica, como casi la única solución para sobrevivir. Los cubanos, económicamente ya partidos en dos, moneda nacional y CUC, ahora tienen una tercera partición, la tarjeta plástica con dólares norteamericanos, para comprar la misma pasta de diente que antes se compraba en CUC y antes en pesos cubanos. Sólo que ahora la misma pasta de dientes puede costar el triple. Tiendas para cubanos dentro de Cuba, donde un paquete de café cubano “Cubita” vale 14.45 dólares, el mismo café que se exporta y se encuentra en un supermercado de otro país en 0.98 centavos, del mismo dólar norteamericano.
¿Diferencia con aquel sistema explotador, injusto e injustificado de bonos y tiendas de los bateyes? Ninguna. Es más, creo que aquel era mejor, trabajabas, te pagaban en bonos y con esos bonos, no con otros, podías comprar directamente todo lo que quisieras o pudieras a un precio más justo de mercado. No nos engañemos o no dejemos que nos engañen, si todo aquello hubiera sido tan, pero tan malo, nuestros abuelos todos hubieran muerto y entonces nosotros no hubiéramos nacidos. Cuba fuera una isla salvaje, de vegetación exuberante, poblada de cocodrilos, iguanas, jabalíes y un gobierno de gordos come vacas, sin población alguna.
Ahora un gobierno comunista, con más de 60 años en el poder absoluto, que debe haber manejado miles y miles de millones de dólares como presupuestos, tiene como única solución la creación de tiendas en dólares americanos, para que ese pueblo al que dice representar y que sigue devengando su salario en moneda nacional, tenga que comprar según ellos mismos a “precios de alta gama” los alimentos que necesita y además que se sienta feliz.
Algo parecido pasaba en el feudalismo, a donde a mi parecer ha regresado en mucho el gobierno de la isla. El señor feudal, el mismo que era dueño del río, las tierras, las casas y las vidas, tenía lo que se conocía como “derecho de pernada”, o sea, la posibilidad de pasar la primera noche de bodas con la novia de uno de sus vasallos, lo que incluía desvirgarla. Esto era público, conocido, imagino que los nobles vigilaran las bodas y las lindas mujeres, pero además se le pedía al novio que lo entendiera y soportara “alegremente”. Si la exnovia, luego esposa, que había perdido su virginidad en el castillo, regresaba embarazada, pues tragar con calma y “bendito el nuevo niño bastardo”. Injusto para los vasallos, un vacilón para el señor feudal. ¿En qué se diferencia esto a las tiendas exclusivamente en dólares con productos extremadamente caros, dentro de un país que se sigue llamando comunista, pero en realidad más feudal que nunca, donde teóricamente lo importante sigue siendo el equilibrio, la equidad, el repartir por igual, el beneficio colectivo?, ¿Cómo se pretende que las personas, en medio de tanto descalabro, aún puedan sonreír?
“En la comarca de su majestad, todos repiten lo que dice el Rey. Él les da el agua, él les da el vino y el pan, pero más tarde las cobra la ley”. Carlos Varela.
No hay comentarios:
Publicar un comentario